La atalaya
mundo obreroEl dilema está servido por la realidad, o hacemos el proceso constituyente o nos lo hacen.
JULIO ANGUITA GONZÁLEZ 18/12/2015
La Transición esquivó abordar los cuatro problemas que seguían sin resolverse desde la última parte de nuestra Edad Moderna:
1. La asunción consecuente de que España solamente puede ser asumida y entendida por todos desde la construcción de un Estado plurinacional y federal.
2. El pronunciamiento de toda la ciudadanía sobre la forma de Estado: Monarquía o República.
3. La instauración de un estado laico con la total y efectiva separación entre las iglesias y el Estado.
4. La Regeneración de la Política, la Democracia, el funcionamiento de las instituciones y la Ética pública.
Estos cuatro objetivos vienen dados como herencia de una Historia que no supo, no quiso o no pudo abordar y resolver desde el punto de vista de la auténtica Modernidad. Constituyen la factura que una y otra vez se nos presenta para cobrar. La última vez fue a la muerte del dictador.
Pero el siglo XXI nos trae dos retos más que afrontar ineludiblemente, que son hijos de la nueva realidad nacional e internacional:
La construcción de un proyecto europeo solidario y democrático previa recuperación de la Soberanía política y monetaria.
La aplicación consecuente de las tres generaciones de Derechos Humanos: los políticos, los económicos y sociales y los medioambientales.
Considero que todo proceso constituyente debe tener en la orientación de su objetivo fundamental estas líneas de actuación y planificación. Y como tales someterlas al debate público y a la iniciativa ciudadana organizada. Se trata pues de construir un Estado Democrático y de Derecho digno de tal denominación que ponga final efectivo a la dictadura, todavía entre nosotros.
Considero igualmente que, con todo derecho, puede haber otras visiones y contenidos total o parcialmente diferentes. Pero considero igualmente que deben explicitarse ya y con toda claridad. De no ser así, la apelación permanente a un proceso constituyente sin fijar contenidos, alianzas, fases y ritmos conduce a repetir un mantra que termina por aburrir y, lo que es peor, por inhibición de la ciudadanía.
Es obvio que tal propuesta, si es consecuente, conlleva el planteamiento de una ruptura que solo es posible con la acumulación de fuerza activa y actuante necesaria. No puede quedar en un ejercicio de pizarra o de salón. Cuando los diputados franceses de 1789 se constituyeron en Asamblea Nacional asumieron sobre sus espaldas el protagonismo inicial de construir la nueva Francia.
La falta de claridad, de decisión y de voluntad de entendimiento entre los que reclaman y se reclaman del proceso constituyente es algo más que patético. Y lo es porque el estatus, el Poder ya inició con el pacto que condujo a la abdicación de Juan Carlos I su particular proceso constituyente consistente en una preparada involución en todos los sentidos. Ya hay información suficiente sobre los contenidos de esa operación:
- Reforma electoral en el sentido de un sistema totalmente mayoritario.
- Retoques en algunos artículos de la Constitución que hacen referencia a la sucesión a la Corona.
- Retoques constitucionales en aquellas del texto constitucional que planteen de iure lo que ya es de facto tras el Tratado de Maastrciht y el Pacto de Estabilidad. Es decir constitucionalizar la llamada política de austeridad.
- Reforzar el atlantismo y la dependencia militar de USA con el pretexto del “terrorismo islámico”.
Y todo ello, añado por mi parte, que la entronización de Felipe VI conllevará al aire del proceso constituyente de las élites españolas y también europeas y ultramarinas, un borrón y cuenta nueva en Gürtel, Eres, Noos, etc. etc. etc. Un borrón y cuenta nueva bajo formas diferentes y ritmos distintos pero que, al fin y a la postre, librará de la trena a tantos ilustres ladrones.
El dilema está servido por la realidad, o hacemos el proceso constituyente o nos lo hacen. Lo demás, en esta España de interminables y absurdas campañas electorales, son palabras, palabras, palabras.
1. La asunción consecuente de que España solamente puede ser asumida y entendida por todos desde la construcción de un Estado plurinacional y federal.
2. El pronunciamiento de toda la ciudadanía sobre la forma de Estado: Monarquía o República.
3. La instauración de un estado laico con la total y efectiva separación entre las iglesias y el Estado.
4. La Regeneración de la Política, la Democracia, el funcionamiento de las instituciones y la Ética pública.
Estos cuatro objetivos vienen dados como herencia de una Historia que no supo, no quiso o no pudo abordar y resolver desde el punto de vista de la auténtica Modernidad. Constituyen la factura que una y otra vez se nos presenta para cobrar. La última vez fue a la muerte del dictador.
Pero el siglo XXI nos trae dos retos más que afrontar ineludiblemente, que son hijos de la nueva realidad nacional e internacional:
La construcción de un proyecto europeo solidario y democrático previa recuperación de la Soberanía política y monetaria.
La aplicación consecuente de las tres generaciones de Derechos Humanos: los políticos, los económicos y sociales y los medioambientales.
Considero que todo proceso constituyente debe tener en la orientación de su objetivo fundamental estas líneas de actuación y planificación. Y como tales someterlas al debate público y a la iniciativa ciudadana organizada. Se trata pues de construir un Estado Democrático y de Derecho digno de tal denominación que ponga final efectivo a la dictadura, todavía entre nosotros.
Considero igualmente que, con todo derecho, puede haber otras visiones y contenidos total o parcialmente diferentes. Pero considero igualmente que deben explicitarse ya y con toda claridad. De no ser así, la apelación permanente a un proceso constituyente sin fijar contenidos, alianzas, fases y ritmos conduce a repetir un mantra que termina por aburrir y, lo que es peor, por inhibición de la ciudadanía.
Es obvio que tal propuesta, si es consecuente, conlleva el planteamiento de una ruptura que solo es posible con la acumulación de fuerza activa y actuante necesaria. No puede quedar en un ejercicio de pizarra o de salón. Cuando los diputados franceses de 1789 se constituyeron en Asamblea Nacional asumieron sobre sus espaldas el protagonismo inicial de construir la nueva Francia.
La falta de claridad, de decisión y de voluntad de entendimiento entre los que reclaman y se reclaman del proceso constituyente es algo más que patético. Y lo es porque el estatus, el Poder ya inició con el pacto que condujo a la abdicación de Juan Carlos I su particular proceso constituyente consistente en una preparada involución en todos los sentidos. Ya hay información suficiente sobre los contenidos de esa operación:
- Reforma electoral en el sentido de un sistema totalmente mayoritario.
- Retoques en algunos artículos de la Constitución que hacen referencia a la sucesión a la Corona.
- Retoques constitucionales en aquellas del texto constitucional que planteen de iure lo que ya es de facto tras el Tratado de Maastrciht y el Pacto de Estabilidad. Es decir constitucionalizar la llamada política de austeridad.
- Reforzar el atlantismo y la dependencia militar de USA con el pretexto del “terrorismo islámico”.
Y todo ello, añado por mi parte, que la entronización de Felipe VI conllevará al aire del proceso constituyente de las élites españolas y también europeas y ultramarinas, un borrón y cuenta nueva en Gürtel, Eres, Noos, etc. etc. etc. Un borrón y cuenta nueva bajo formas diferentes y ritmos distintos pero que, al fin y a la postre, librará de la trena a tantos ilustres ladrones.
El dilema está servido por la realidad, o hacemos el proceso constituyente o nos lo hacen. Lo demás, en esta España de interminables y absurdas campañas electorales, son palabras, palabras, palabras.
Publicado en el Nº 291 de la edición impresa de Mundo Obrero diciembre 2015
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