ENTREVISTA CANDIDATO DE LA UNIDAD POPULAR A LA PRESIDENCIA DEL GOBIERNO
“Hoy el ámbito electoral se disputa en el terreno mediático, algunos partidos creen que la victoria la encuentran adecuando discursos y mensajes a la captura del voto que se sitúa en el centro”
“Hoy el ámbito electoral se disputa en el terreno mediático, algunos partidos creen que la victoria la encuentran adecuando discursos y mensajes a la captura del voto que se sitúa en el centro”
Para quienes acusan a Izquierda Unida de representar formas antiguas de política, fetichismo de siglas y liderazgos añejos, Alberto Garzón es la figura que con más evidencia les desmiente. Tiene treinta años, apoyó el sistema de primarias para elegir candidatos y luchó con uñas y dientes para unir a la izquierda en una propuesta electoral común por encima de siglas. Su candidatura a la presidencia con el apoyo del 96% de los votos en las elecciones primarias de la plataforma Unidad Popular, ha mostrado que ni IU tenía como objetivo imponerse a otros colectivos de izquierda, ni que Garzón quería disolver la coalición dentro de Podemos.
Pero que un brillante y joven economista, injertado de orígenes y principios comunistas (miembro del PCE) y movimientos sociales novedosos (ATTAC), haya sido aupado a la apuesta de Izquierda Unida para la presidencia, ha sido gracias a la generosidad de una dirección y de un coordinador, Cayo Lara, que demostró saber estar al servicio de un proyecto colectivo y no de una ambición personal.
Mundo Obrero ha querido, una vez más, escuchar sus palabras y para ello le preguntamos sin las habituales intermediaciones de periodistas televisivos ni programas de tertulias.
Mundo Obrero: Te he oído en varias ocasiones considerar estas elecciones de una importancia mayor de lo habitual. ¿Cuál es esa excepcionalidad en tu opinión?
Alberto Garzón: La excepcionalidad reside en que estamos inmersos en una grave crisis económica que ha afectado al ámbito institucional, lo que quiere decir que estamos en lo que Gramsci llamaba crisis orgánica y que nosotros hemos llamado crisis de régimen. Esto significa que se está cuestionando, desde diferentes espacios, el orden jurídico-político de nuestra comunidad política y particularmente la Constitución de 1978. Por un lado, el capital considera que las garantías positivas de ese orden –particularmente el Derecho del Trabajo y su concreción en el Estatuto de los Trabajadores- es un obstáculo para incrementar la rentabilidad económica y salir de la crisis. Por otro lado, las clases populares manifiestan la indignación porque ese orden social no sólo no protege frente a la crisis sino que a menudo contribuye a empeorar las condiciones vitales, incluso a pesar del redactado formal de la Constitución y de determinadas leyes. Entonces, estamos al borde de una revisión total del orden jurídico-político o, lo que es lo mismo, del final de un proceso constituyente y, concretamente, de una nueva constitución. Si ese proceso lo dirige la oligarquía, como parece dadas las encuestas, se definirá un orden jurídico-político pero también social para las próximas décadas. La alternativa es que esa revisión total se haga desde abajo, desde las clases populares. Eso es lo que está en juego en el ciclo electoral completo.
M.O.: Sin duda, un fenómeno nuevo en estas elecciones es la presencia de nuevos partidos que evitan posicionarse en la coordenada izquierda-derecha y cuyo desarrollo ha ido muy ligado a su presencia en los medios. ¿Qué dirías de esto?
A.G.: Hay dos cosas que son ciertas. La primera, que el eje izquierda-derecha había sido reducido al eje PSOE-PP durante el dominio del bipartidismo, lo que contaminaba las etiquetas. La segunda, que izquierda es un significante cuya importancia estriba en el significado, es decir, en el proyecto político que hay detrás. Yo no tengo inconveniente en cambiar de significante –por ejemplo, hablando de abajo, clase trabajadora, 99% o cualquier otra noción que comunicativamente esquive la identificación con el PSOE- si se mantiene el significado, es decir, el proyecto político. El problema viene cuando se vacía el significante, siguiendo tesis del posmodernismo laclauniano, y cuando una vez vacío se llena de significados que corresponden a otros proyectos políticos claramente más a la derecha. Por otra parte, la presencia en los medios de estos partidos es el trampolín que necesitan para tener vida en el tiempo, pues no son organizaciones clásicas –con objetivo de convertirse en verdaderas instituciones sociales alternativas al Estado- sino que son simples maquinarias electorales. Y hoy el ámbito electoral se está disputando en el terreno mediático. Así que tenemos partidos cuyo enfoque es fundamentalmente electoral y por lo tanto adecúan discursos y mensajes tendiendo a la captura del voto que se sitúa en el centro, trabajando con la hipótesis de que allí se encuentra la posibilidad de victoria.
M.O.: Se intentó, pero no pudo ser. Es evidente que me refiero a una candidatura de izquierda que aglutinara a varios partidos que al final irán por separado. Parece que el clamor ciudadano de unidad de la izquierda, una vez más, no se va a producir. Se repite la famosa escena de La vida de Brian. ¿Qué piensas al respecto?
A.G.: Que es un drama para la sociedad, puesto que la decisión de Podemos de cortocircuitar las posibilidades de colaboración facilita la victoria del bipartidismo –como noción conceptual, esto es, como políticas neoliberales y que por lo tanto puede ser un proyecto de dos o de tres. Creo que la decisión de Podemos tiene que ver con su enfoque político, que yo impugno. Y es que, aparte de las diferencias de contenidos, que son mayores en tanto ellos más se han trasladado hacia cierta “centralidad”, hay una esencial que pasa desapercibida demasiadas veces. Y es la de la tradición política. Yo pertenezco a una tradición política marxista y republicana, por lo tanto heredera de la Ilustración y materialista en su concepción filosófica. Considero, en consecuencia, que hay que prestar especial atención a las condiciones materiales de vida de la gente y, particularmente, al desarrollo del capitalismo y de las relaciones de clase en su seno. Eso como premisa para entender tanto el dónde nos encontramos como el qué hacer. Por eso mi enfoque no es de ciclo electoral sino de ciclo económico. Por el contrario, en Podemos se percibe cierta predominancia de una tradición política posmoderna, concretamente laclauniana, y un enfoque fundamentalmente desconectado de lo económico. Hay un excesivo, a mi juicio, análisis sociológico y politólogo que no hunde sus fundamentos en lo económico. Por eso su enfoque es electoral y no económico.
Esto anterior, que puede parecer una disquisición teórica, tiene importantísimas implicaciones reales. Si uno ignora, o desatiende, el análisis del sistema económico en el que vivimos, tiende a caer en lo que llamaríamos la quimera reformista, es decir, el planteamiento según el cual la gestión institucional del capitalismo es la máxima aspiración. Además, todo se hace girar en torno a la maximización de resultados electorales, como hemos dicho antes.
M.O.: Ha habido voces fuera y dentro de IU que consideraban que tu insistencia en un acuerdo con Podemos era una claudicación, y que tu acción estaba al servicio de Podemos y acercaba a IU al hundimiento. ¿Qué consideras?
A.G.: Otra versión del mismo fenómeno que le ocurre a Podemos: su orientación meramente electoral, la quimera reformista de la transformación de la sociedad únicamente por la vía de las instituciones. Y es que en un escenario donde la política se ha mercantilizado, y donde hasta las metáforas son mercantiles –OPA, fusión, compra-venta, marca…- hay quien más que dirigente político se cree director ejecutivo de una empresa. Y claro, pensando así es normal que se termine enfocando todo desde el punto de vista corporativo que tiene como objetivo el preservar el espacio de mercado. Y lo último que se hace desde esa visión, desgraciadamente, es pensar políticamente, esto es, en términos de sociedad, país, generaciones o, sencillamente, de ciclo económico.
M.O.: Finalmente, la candidatura en la que se integra Izquierda Unida será la denominada Unidad Popular, contigo como candidato a la Presidencia. Muchos se preguntan por qué, ante la ausencia de otros partidos con los que se intentó la unidad, IU no se presenta como siempre, con sus propias siglas. ¿En qué se diferencia Izquierda Unida de Unidad Popular?
A.G.: Unidad Popular, antes llamado Ahoraencomún, no es un partido político sino un instrumento de confluencia que permite, a través de mecanismos participativos y abiertos, definir los ejes programáticos y las candidaturas que se presentan a las elecciones. En ese sentido, habiendo aprobado que la forma jurídica de presentarse a las elecciones es la de coalición electoral, al final Izquierda Unida y el resto de partidos aparecerán a la vista del público prácticamente como siempre. La diferencia más notable es que efectivamente no iremos solos a las elecciones y que los mecanismos de elección han sido distintos a los clásicos de mesa camilla y acuerdos en espacios reducidos.
M.O.: IU se ha encontrado históricamente con un vacío en los medios de comunicación a la hora de reflejar sus propuestas. ¿Cómo ves la situación actual y cómo te planteas afrontarla?
A.G.: Sin duda enfrentamos unas elecciones muy distintas a las anteriores. Tanto por los fenómenos políticos ocurridos en los últimos años como por la naturaleza cambiante en el tratamiento de la información política. Hace cuatro años no había tertulias todos los sábados en prime time en el que los protagonistas políticos discutían sobre la actualidad política. Sin duda existe el sesgo político de las cadenas –condicionado ese sesgo por la estructura de propiedad de la empresa de comunicación en cuestión- pero también existe el sesgo de la audiencia, lo que abre una vía para una política espectacular –que atraiga al gran público, en definitiva. El verdadero reto está en conseguir estar en esos espacios sin perder el rigor y la solvencia. Yo me lo tomo con optimismo porque hasta el momento he podido comprobar que hay cierto nicho de mercado –volvemos a metáforas economicistas- en una política que no se hace desde el vientre y el populismo sino desde la solvencia y la pedagogía. Veremos si lo logramos finalmente.
M.O.: Lo que es verdad es que a pesar de la crisis, la movilización ciudadana, la indignación, etc. Izquierda Unida no ha capitalizado toda esa rabia con más apoyo. ¿A qué se ha debido?
A.G.: Es verdad que una crisis provoca la frustración de la gente y que la mayoría social busca referentes políticos y relatos alternativos que den sentido al momento histórico que atraviesan. Pero a diferencia de otros partidos, yo niego que tengamos que adaptar nuestro discurso al “sentido común”. Creo que debemos trabajar para que nuestro discurso sea el “sentido común” de la gente. No es lo mismo. Se trata de convencer, de hacer pedagogía, de convertir nuestro actualmente marginal sentido común en el sentido común de la sociedad. O, dicho en términos clásicos, hacer que nuestra ideología, la ideología de las clases oprimidas, sea la ideología dominante. Eso es con precisión a lo que Gramsci se refería con el concepto de hegemonía.
Y para conseguirlo, necesitamos aprovechar los momentos en los que el capitalismo entra en crisis porque es entonces cuando los relatos culturales dominantes entran también en crisis. Es entonces cuando es posible convencer a la gente de que las creencias antiguas –el viejo sentido común- debe ser sustituido por nuevas creencias –nuestro sentido común. Es entonces además cuando nuestra capacidad pedagógica tiene mayor potencial. ¿Acaso alguien piensa que las tesis mantenidas por IU en 1996 tenían entonces la misma capacidad de atracción que ahora? Yo he defendido, en el año 2006 sin ir más lejos, nuestra propuesta de ley antidesahucios, alquileres públicos o reforma de la ley electoral como quien predica en el desierto. Antes, por el ciclo económico, era muy difícil. La crisis de régimen, en términos gramscianos crisis orgánica, abrió la oportunidad para disputarle el sentido común a la clase dominante.
Quizás faltó ambición en su momento, o capacidad de leer el cambiante momento histórico –y particularmente los estilos cambiantes de la política-espectáculo, pero hay que entender la contextualización para comprender que lo que hizo IU por lo general lo hizo bien. En todo caso fue lo que no hizo.
M.O.: ¿Y qué es eso que no hizo?
A.G.: Entender que nuestra economía y nuestra sociedad había entrado en un momento de cambio histórico, con una ruptura generacional y con la transición clara desde un régimen de acumulación fordista hacia uno predominantemente posfordista. Eso tiene efectos sobre la concepción del mundo de la gente, y la crisis ha roto los viejos relatos políticos –incluidos los relatos sobre el 78-. La gente necesitaba nuevos relatos de vida para el futuro, porque se había producido una brecha política. Sin embargo, IU actuó aparentemente como si nada de esto hubiera pasado. Y la organización, que había sido históricamente vanguardia, se hizo más conservadora que la propia calle.
M.O.: Vivimos tiempos en los que parece que lo valioso es ser joven, no tener historia, ni trayectoria, “no tener mochila”. ¿Qué piensas de la “mochila” de IU y del PCE?
A.G.: Me parece que es evidente que los derechos de hoy –como el Estado Social y todos sus componentes- son el resultado no del azar ni de las concesiones amables de la oligarquía sino de la lucha social y política de las clases populares y, muy particularmente, del movimiento obrero. Esa es parte de la mochila que cargamos, por supuesto. ¡Pero con orgullo! Es el hilo rojo de la historia, el que nos conecta con la tradición republicana de Robespierre, la comuna de París, la revolución de 1917, las repúblicas españolas, la lucha antifranquista, las luchas contra la colonización y por los derechos de las minorías… Otra cosa es que entendamos que, dadas las orientaciones intelectuales de quienes nos acusan de tener mochila sepamos que, en realidad, se están refiriendo al elemento comunicativo y, más concretamente, a lo poco atractivo que son nuestras siglas. Han de saber estas personas que ese es el resultado de los ataques que hemos sufrido desde todos los flancos por parte de la oligarquía, y que sin duda nadie puede pretender ser limpio y pulcro si se enfrenta a la oligarquía y esta tiene capacidad mediática suficiente.
M.O.: ¿Cuál es tu valoración del desarrollo de las primarias de Ahora en Común?
A.G.: He sido y soy contrario a las primarias abiertas en su forma canónica. Primero, porque si no hay un buen diseño creo que puede ser objeto de fraude. Segundo, porque creo en la configuración de una suerte de vanguardia ideológica que se dedique a convencer a la gente y no a adaptarse –y adaptar sus candidaturas- al sentido común dominante. En todo caso, es un debate más complejo. Y en este caso creo que lo hemos resuelto suficientemente bien. En primer lugar porque no era fácil ponerlas en marcha en tan poco tiempo y ha sido gracias al esfuerzo de militantes anónimos que han salido. En segundo lugar, porque ha sido suficientemente garantista como para evitar fraudes y ataques exteriores.
M.O.: Imagínate presidente. ¿Cuál sería tu primera decisión de gobierno?
A.G.: ¡Sin duda no tendría solo una! Pero entre las primeras sin duda estaría la del Trabajo Garantizado, que es un plan que hemos elaborado con el que crearíamos un millón de puestos de trabajo con apenas una inversión de diez mil millones de euros. Bastante dinero, pero posible de afrontar. Y supone la asunción del Estado como empleador de último recurso, algo esencial en una economía alternativa a la dominante.
M.O.: ¿Y las cinco siguientes que consideras más urgentes?
A.G.: Aquí tendríamos la necesidad de elevar el salario mínimo interprofesional, de forma progresiva y aspirando a llegar en cinco años a 1.200 euros. También elevar las pensiones mínimas hasta equipararlas con el SMI. Crearíamos un polo de banca pública y las viviendas públicas en propiedad pasarían a un parque público con alquileres que nunca superarían el 20% de los ingresos del inquilino. Al mismo tiempo tendríamos que garantizar un suministro mínimo vital de agua y energía y un Abono Transporte gratuito para las personas sin ingresos.
M.O.: En tu opinión, ¿cuáles han sido las medidas más desastrosas de todas las tomadas por el último gobierno?
A.G.: Sin duda las reformas laborales han sido las peores, tanto la del PSOE del 2010 como la del PP del 2012. De entre los más de 60 decretos presentados creo que esa reforma laboral ha sido la que más efectos perjudiciales ha tenido y tendrá hasta que la deroguemos.
M.O.: ¿Y en política internacional?
A.G.: Es evidente que el actual Gobierno del PP mantiene en esencia la misma política internacional que los anteriores. Aunque sea con formas distintas a las de Aznar. Esto es, subordinación absoluta a los intereses económicos y geopolíticos de EEUU y al mismo tiempo consolidando el carácter subalterno de la Unión Europea a esos mismos intereses. Como representante de la oligarquía económica patria, el PP también ha defendido sus intereses en América Latina, con una acentuada hostilidad hacia los procesos de Venezuela, Ecuador y Bolivia.
M.O.: Dime qué líderes extranjeros, vivos o muertos, admiras.
A.G.: No he sido nunca una persona de ídolos, porque considero que todos somos humanos y que por lo tanto cometemos errores. Pero destacaría la lucidez y heterodoxia de Marx, que también fue dirigente político, y de Lenin, que supo evitar la fosilización del marxismo y consiguió adaptarlo a circunstancias históricas muy diferentes. Creo que combinar las virtudes de esos líderes, que eran al mismo tiempo intelectuales y dirigentes –como debería ser-, nos traería a la actualidad grandes esperanzas.
M.O.: ¿Y españoles?
A.G.: Sin duda tengo debilidad por la audacia y lucidez de Julio Anguita y de Xose Manuel Beiras. Ambos reúnen para mi las características de intelectuales dirigentes, tan propia del marxismo clásico y desgraciadamente tan inusual en la actualidad.
M.O.: Califícame con una palabra a los siguientes partidos: PP, PSOE, Podemos, Ciudadanos.
A.G.: PP: oligarquía; PSOE: plástico; Podemos: comunicación; Ciudadanos: restauración.
Pero que un brillante y joven economista, injertado de orígenes y principios comunistas (miembro del PCE) y movimientos sociales novedosos (ATTAC), haya sido aupado a la apuesta de Izquierda Unida para la presidencia, ha sido gracias a la generosidad de una dirección y de un coordinador, Cayo Lara, que demostró saber estar al servicio de un proyecto colectivo y no de una ambición personal.
Mundo Obrero ha querido, una vez más, escuchar sus palabras y para ello le preguntamos sin las habituales intermediaciones de periodistas televisivos ni programas de tertulias.
Mundo Obrero: Te he oído en varias ocasiones considerar estas elecciones de una importancia mayor de lo habitual. ¿Cuál es esa excepcionalidad en tu opinión?
Alberto Garzón: La excepcionalidad reside en que estamos inmersos en una grave crisis económica que ha afectado al ámbito institucional, lo que quiere decir que estamos en lo que Gramsci llamaba crisis orgánica y que nosotros hemos llamado crisis de régimen. Esto significa que se está cuestionando, desde diferentes espacios, el orden jurídico-político de nuestra comunidad política y particularmente la Constitución de 1978. Por un lado, el capital considera que las garantías positivas de ese orden –particularmente el Derecho del Trabajo y su concreción en el Estatuto de los Trabajadores- es un obstáculo para incrementar la rentabilidad económica y salir de la crisis. Por otro lado, las clases populares manifiestan la indignación porque ese orden social no sólo no protege frente a la crisis sino que a menudo contribuye a empeorar las condiciones vitales, incluso a pesar del redactado formal de la Constitución y de determinadas leyes. Entonces, estamos al borde de una revisión total del orden jurídico-político o, lo que es lo mismo, del final de un proceso constituyente y, concretamente, de una nueva constitución. Si ese proceso lo dirige la oligarquía, como parece dadas las encuestas, se definirá un orden jurídico-político pero también social para las próximas décadas. La alternativa es que esa revisión total se haga desde abajo, desde las clases populares. Eso es lo que está en juego en el ciclo electoral completo.
M.O.: Sin duda, un fenómeno nuevo en estas elecciones es la presencia de nuevos partidos que evitan posicionarse en la coordenada izquierda-derecha y cuyo desarrollo ha ido muy ligado a su presencia en los medios. ¿Qué dirías de esto?
A.G.: Hay dos cosas que son ciertas. La primera, que el eje izquierda-derecha había sido reducido al eje PSOE-PP durante el dominio del bipartidismo, lo que contaminaba las etiquetas. La segunda, que izquierda es un significante cuya importancia estriba en el significado, es decir, en el proyecto político que hay detrás. Yo no tengo inconveniente en cambiar de significante –por ejemplo, hablando de abajo, clase trabajadora, 99% o cualquier otra noción que comunicativamente esquive la identificación con el PSOE- si se mantiene el significado, es decir, el proyecto político. El problema viene cuando se vacía el significante, siguiendo tesis del posmodernismo laclauniano, y cuando una vez vacío se llena de significados que corresponden a otros proyectos políticos claramente más a la derecha. Por otra parte, la presencia en los medios de estos partidos es el trampolín que necesitan para tener vida en el tiempo, pues no son organizaciones clásicas –con objetivo de convertirse en verdaderas instituciones sociales alternativas al Estado- sino que son simples maquinarias electorales. Y hoy el ámbito electoral se está disputando en el terreno mediático. Así que tenemos partidos cuyo enfoque es fundamentalmente electoral y por lo tanto adecúan discursos y mensajes tendiendo a la captura del voto que se sitúa en el centro, trabajando con la hipótesis de que allí se encuentra la posibilidad de victoria.
M.O.: Se intentó, pero no pudo ser. Es evidente que me refiero a una candidatura de izquierda que aglutinara a varios partidos que al final irán por separado. Parece que el clamor ciudadano de unidad de la izquierda, una vez más, no se va a producir. Se repite la famosa escena de La vida de Brian. ¿Qué piensas al respecto?
A.G.: Que es un drama para la sociedad, puesto que la decisión de Podemos de cortocircuitar las posibilidades de colaboración facilita la victoria del bipartidismo –como noción conceptual, esto es, como políticas neoliberales y que por lo tanto puede ser un proyecto de dos o de tres. Creo que la decisión de Podemos tiene que ver con su enfoque político, que yo impugno. Y es que, aparte de las diferencias de contenidos, que son mayores en tanto ellos más se han trasladado hacia cierta “centralidad”, hay una esencial que pasa desapercibida demasiadas veces. Y es la de la tradición política. Yo pertenezco a una tradición política marxista y republicana, por lo tanto heredera de la Ilustración y materialista en su concepción filosófica. Considero, en consecuencia, que hay que prestar especial atención a las condiciones materiales de vida de la gente y, particularmente, al desarrollo del capitalismo y de las relaciones de clase en su seno. Eso como premisa para entender tanto el dónde nos encontramos como el qué hacer. Por eso mi enfoque no es de ciclo electoral sino de ciclo económico. Por el contrario, en Podemos se percibe cierta predominancia de una tradición política posmoderna, concretamente laclauniana, y un enfoque fundamentalmente desconectado de lo económico. Hay un excesivo, a mi juicio, análisis sociológico y politólogo que no hunde sus fundamentos en lo económico. Por eso su enfoque es electoral y no económico.
Esto anterior, que puede parecer una disquisición teórica, tiene importantísimas implicaciones reales. Si uno ignora, o desatiende, el análisis del sistema económico en el que vivimos, tiende a caer en lo que llamaríamos la quimera reformista, es decir, el planteamiento según el cual la gestión institucional del capitalismo es la máxima aspiración. Además, todo se hace girar en torno a la maximización de resultados electorales, como hemos dicho antes.
M.O.: Ha habido voces fuera y dentro de IU que consideraban que tu insistencia en un acuerdo con Podemos era una claudicación, y que tu acción estaba al servicio de Podemos y acercaba a IU al hundimiento. ¿Qué consideras?
A.G.: Otra versión del mismo fenómeno que le ocurre a Podemos: su orientación meramente electoral, la quimera reformista de la transformación de la sociedad únicamente por la vía de las instituciones. Y es que en un escenario donde la política se ha mercantilizado, y donde hasta las metáforas son mercantiles –OPA, fusión, compra-venta, marca…- hay quien más que dirigente político se cree director ejecutivo de una empresa. Y claro, pensando así es normal que se termine enfocando todo desde el punto de vista corporativo que tiene como objetivo el preservar el espacio de mercado. Y lo último que se hace desde esa visión, desgraciadamente, es pensar políticamente, esto es, en términos de sociedad, país, generaciones o, sencillamente, de ciclo económico.
M.O.: Finalmente, la candidatura en la que se integra Izquierda Unida será la denominada Unidad Popular, contigo como candidato a la Presidencia. Muchos se preguntan por qué, ante la ausencia de otros partidos con los que se intentó la unidad, IU no se presenta como siempre, con sus propias siglas. ¿En qué se diferencia Izquierda Unida de Unidad Popular?
A.G.: Unidad Popular, antes llamado Ahoraencomún, no es un partido político sino un instrumento de confluencia que permite, a través de mecanismos participativos y abiertos, definir los ejes programáticos y las candidaturas que se presentan a las elecciones. En ese sentido, habiendo aprobado que la forma jurídica de presentarse a las elecciones es la de coalición electoral, al final Izquierda Unida y el resto de partidos aparecerán a la vista del público prácticamente como siempre. La diferencia más notable es que efectivamente no iremos solos a las elecciones y que los mecanismos de elección han sido distintos a los clásicos de mesa camilla y acuerdos en espacios reducidos.
M.O.: IU se ha encontrado históricamente con un vacío en los medios de comunicación a la hora de reflejar sus propuestas. ¿Cómo ves la situación actual y cómo te planteas afrontarla?
A.G.: Sin duda enfrentamos unas elecciones muy distintas a las anteriores. Tanto por los fenómenos políticos ocurridos en los últimos años como por la naturaleza cambiante en el tratamiento de la información política. Hace cuatro años no había tertulias todos los sábados en prime time en el que los protagonistas políticos discutían sobre la actualidad política. Sin duda existe el sesgo político de las cadenas –condicionado ese sesgo por la estructura de propiedad de la empresa de comunicación en cuestión- pero también existe el sesgo de la audiencia, lo que abre una vía para una política espectacular –que atraiga al gran público, en definitiva. El verdadero reto está en conseguir estar en esos espacios sin perder el rigor y la solvencia. Yo me lo tomo con optimismo porque hasta el momento he podido comprobar que hay cierto nicho de mercado –volvemos a metáforas economicistas- en una política que no se hace desde el vientre y el populismo sino desde la solvencia y la pedagogía. Veremos si lo logramos finalmente.
M.O.: Lo que es verdad es que a pesar de la crisis, la movilización ciudadana, la indignación, etc. Izquierda Unida no ha capitalizado toda esa rabia con más apoyo. ¿A qué se ha debido?
A.G.: Es verdad que una crisis provoca la frustración de la gente y que la mayoría social busca referentes políticos y relatos alternativos que den sentido al momento histórico que atraviesan. Pero a diferencia de otros partidos, yo niego que tengamos que adaptar nuestro discurso al “sentido común”. Creo que debemos trabajar para que nuestro discurso sea el “sentido común” de la gente. No es lo mismo. Se trata de convencer, de hacer pedagogía, de convertir nuestro actualmente marginal sentido común en el sentido común de la sociedad. O, dicho en términos clásicos, hacer que nuestra ideología, la ideología de las clases oprimidas, sea la ideología dominante. Eso es con precisión a lo que Gramsci se refería con el concepto de hegemonía.
Y para conseguirlo, necesitamos aprovechar los momentos en los que el capitalismo entra en crisis porque es entonces cuando los relatos culturales dominantes entran también en crisis. Es entonces cuando es posible convencer a la gente de que las creencias antiguas –el viejo sentido común- debe ser sustituido por nuevas creencias –nuestro sentido común. Es entonces además cuando nuestra capacidad pedagógica tiene mayor potencial. ¿Acaso alguien piensa que las tesis mantenidas por IU en 1996 tenían entonces la misma capacidad de atracción que ahora? Yo he defendido, en el año 2006 sin ir más lejos, nuestra propuesta de ley antidesahucios, alquileres públicos o reforma de la ley electoral como quien predica en el desierto. Antes, por el ciclo económico, era muy difícil. La crisis de régimen, en términos gramscianos crisis orgánica, abrió la oportunidad para disputarle el sentido común a la clase dominante.
Quizás faltó ambición en su momento, o capacidad de leer el cambiante momento histórico –y particularmente los estilos cambiantes de la política-espectáculo, pero hay que entender la contextualización para comprender que lo que hizo IU por lo general lo hizo bien. En todo caso fue lo que no hizo.
M.O.: ¿Y qué es eso que no hizo?
A.G.: Entender que nuestra economía y nuestra sociedad había entrado en un momento de cambio histórico, con una ruptura generacional y con la transición clara desde un régimen de acumulación fordista hacia uno predominantemente posfordista. Eso tiene efectos sobre la concepción del mundo de la gente, y la crisis ha roto los viejos relatos políticos –incluidos los relatos sobre el 78-. La gente necesitaba nuevos relatos de vida para el futuro, porque se había producido una brecha política. Sin embargo, IU actuó aparentemente como si nada de esto hubiera pasado. Y la organización, que había sido históricamente vanguardia, se hizo más conservadora que la propia calle.
M.O.: Vivimos tiempos en los que parece que lo valioso es ser joven, no tener historia, ni trayectoria, “no tener mochila”. ¿Qué piensas de la “mochila” de IU y del PCE?
A.G.: Me parece que es evidente que los derechos de hoy –como el Estado Social y todos sus componentes- son el resultado no del azar ni de las concesiones amables de la oligarquía sino de la lucha social y política de las clases populares y, muy particularmente, del movimiento obrero. Esa es parte de la mochila que cargamos, por supuesto. ¡Pero con orgullo! Es el hilo rojo de la historia, el que nos conecta con la tradición republicana de Robespierre, la comuna de París, la revolución de 1917, las repúblicas españolas, la lucha antifranquista, las luchas contra la colonización y por los derechos de las minorías… Otra cosa es que entendamos que, dadas las orientaciones intelectuales de quienes nos acusan de tener mochila sepamos que, en realidad, se están refiriendo al elemento comunicativo y, más concretamente, a lo poco atractivo que son nuestras siglas. Han de saber estas personas que ese es el resultado de los ataques que hemos sufrido desde todos los flancos por parte de la oligarquía, y que sin duda nadie puede pretender ser limpio y pulcro si se enfrenta a la oligarquía y esta tiene capacidad mediática suficiente.
M.O.: ¿Cuál es tu valoración del desarrollo de las primarias de Ahora en Común?
A.G.: He sido y soy contrario a las primarias abiertas en su forma canónica. Primero, porque si no hay un buen diseño creo que puede ser objeto de fraude. Segundo, porque creo en la configuración de una suerte de vanguardia ideológica que se dedique a convencer a la gente y no a adaptarse –y adaptar sus candidaturas- al sentido común dominante. En todo caso, es un debate más complejo. Y en este caso creo que lo hemos resuelto suficientemente bien. En primer lugar porque no era fácil ponerlas en marcha en tan poco tiempo y ha sido gracias al esfuerzo de militantes anónimos que han salido. En segundo lugar, porque ha sido suficientemente garantista como para evitar fraudes y ataques exteriores.
M.O.: Imagínate presidente. ¿Cuál sería tu primera decisión de gobierno?
A.G.: ¡Sin duda no tendría solo una! Pero entre las primeras sin duda estaría la del Trabajo Garantizado, que es un plan que hemos elaborado con el que crearíamos un millón de puestos de trabajo con apenas una inversión de diez mil millones de euros. Bastante dinero, pero posible de afrontar. Y supone la asunción del Estado como empleador de último recurso, algo esencial en una economía alternativa a la dominante.
M.O.: ¿Y las cinco siguientes que consideras más urgentes?
A.G.: Aquí tendríamos la necesidad de elevar el salario mínimo interprofesional, de forma progresiva y aspirando a llegar en cinco años a 1.200 euros. También elevar las pensiones mínimas hasta equipararlas con el SMI. Crearíamos un polo de banca pública y las viviendas públicas en propiedad pasarían a un parque público con alquileres que nunca superarían el 20% de los ingresos del inquilino. Al mismo tiempo tendríamos que garantizar un suministro mínimo vital de agua y energía y un Abono Transporte gratuito para las personas sin ingresos.
M.O.: En tu opinión, ¿cuáles han sido las medidas más desastrosas de todas las tomadas por el último gobierno?
A.G.: Sin duda las reformas laborales han sido las peores, tanto la del PSOE del 2010 como la del PP del 2012. De entre los más de 60 decretos presentados creo que esa reforma laboral ha sido la que más efectos perjudiciales ha tenido y tendrá hasta que la deroguemos.
M.O.: ¿Y en política internacional?
A.G.: Es evidente que el actual Gobierno del PP mantiene en esencia la misma política internacional que los anteriores. Aunque sea con formas distintas a las de Aznar. Esto es, subordinación absoluta a los intereses económicos y geopolíticos de EEUU y al mismo tiempo consolidando el carácter subalterno de la Unión Europea a esos mismos intereses. Como representante de la oligarquía económica patria, el PP también ha defendido sus intereses en América Latina, con una acentuada hostilidad hacia los procesos de Venezuela, Ecuador y Bolivia.
M.O.: Dime qué líderes extranjeros, vivos o muertos, admiras.
A.G.: No he sido nunca una persona de ídolos, porque considero que todos somos humanos y que por lo tanto cometemos errores. Pero destacaría la lucidez y heterodoxia de Marx, que también fue dirigente político, y de Lenin, que supo evitar la fosilización del marxismo y consiguió adaptarlo a circunstancias históricas muy diferentes. Creo que combinar las virtudes de esos líderes, que eran al mismo tiempo intelectuales y dirigentes –como debería ser-, nos traería a la actualidad grandes esperanzas.
M.O.: ¿Y españoles?
A.G.: Sin duda tengo debilidad por la audacia y lucidez de Julio Anguita y de Xose Manuel Beiras. Ambos reúnen para mi las características de intelectuales dirigentes, tan propia del marxismo clásico y desgraciadamente tan inusual en la actualidad.
M.O.: Califícame con una palabra a los siguientes partidos: PP, PSOE, Podemos, Ciudadanos.
A.G.: PP: oligarquía; PSOE: plástico; Podemos: comunicación; Ciudadanos: restauración.
Publicado en el Nº 290 de la edición impresa de Mundo Obrero noviembre 2015
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