Todo aquel que eche un vistazo al establishment israelí a lo largo de estos 60 años largos de existencia del Estado judío se percatará de que está formado en su inmensa mayoría poraskenazíes, judíos de origen europeo, y que, en cambio, los judíos sefardíes o misrajíes, provenientes de los países árabes y de la cuenca mediterránea, descendientes de los judíos expulsados de España y Portugal en 1492, han tenido un, digamos, acceso restringido.
Generalizando, esta situación se debió, principalmente, a dos factores: 1) fueron askenazíes los que fundaron y desarrollaron el movimiento sionista, los que diseñaron el nuevo Estado, los que lo pelearon; 2) los askenazíes tenían una mejor formación.
Las cosas están cambiando, de hecho llevan haciéndolo muchos años -gracias en buena medida al primer ministro askenazí Menahem Beguin-, y ahora ya es menos extraño encontrar sefardíes en lo más alto.
Isaac Navón lo fue todo, o casi, en el Estado de Israel, así como en el mundo sefardí.
Navón fue protagonista de su tiempo y por ello referente de una época histórica fascinante: la de la emancipación judía en la Palestina histórica. Su árbol genealógico, que da cuenta de la presencia judía en el territorio desde hace más de cinco siglos, marcó su destino. La familia de su padre, descendiente de judíos españoles que se establecieron en Turquía después de la expulsión de 1492, se trasladó a Jerusalén en 1670. Su familia materna era descendiente del famoso cabalista oriundo de Mequinez Jaím Benatar, que emigró a Jerusalén a mediados de 1742. Ambas ramas conservaron el ladino hasta nuestros días, y Navón lo hablaba a la perfección, al igual que dominaba el castellano. “Navón habla español con fluidez”, dijo en su día el embajador español en Israel, Fernando Carderera; “es español aunque no tenga la nacionalidad”.
Navón fue un político conciliador, comprometido con su pueblo y con el socorro a los necesitados; y también una figura excepcional en la cultura sefardí.
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