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La hora de la verdad

La atalaya
DESDE LA SOBERANÍA RECUPERADA, DEBEMOS PROPONER UNA NUEVA EUROPA DE LA COOPERACIÓN ENTRE ESTADOS
La actual UE, el euro y la deuda ominosa, son tres círculos de hierro que impiden una política económica y social concorde con los Derechos Humanos.

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Por fin. Tras veintidós años de impostura europeísta -Maastricht y subsiguientes Tratados- unos representantes políticos de la izquierda francesa, griega, alemana e italiana, han puesto el dedo en la llaga. Por fin el complejo de inferioridad anclado en la superstición política y la perversión del concepto Modernidad, han empezado a dar pasos hacia el compromiso con la realidad y las necesidades de la mayoría de la ciudadanía europea.

Quienes en España hemos venido defendiendo la recuperación de la soberanía monetaria hemos recibido con satisfacción plena el llamamiento realizado por Melenchon, Varoufakis, Lafontaine, Fassino y Konstantopoulous, en plena Fiesta de L’Humanité, órgano de expresión del PCF. Para los organizadores del encuentro de la Plataforma Salir del Euro que se celebrará en Barcelona los días 10 y 11 de octubre, dicha toma de posición ante el euro constituye un acicate para seguir profundizando y extendiendo esa opción de futuro.

Y es que ya no se puede seguir esquivando y eludiendo el encuentro con una realidad tozuda, reiterativa y más que evidente: la actual UE, el euro y la deuda ominosa, son tres círculos de hierro que impiden una política económica y social concorde con los Derechos Humanos, la Carta Social Europea de 1961 e incluso el proyecto político de una Europa unida por la voluntad permanentemente expresada de sus pueblos. La Historia de la UE desde su primer momento fundacional lo ha demostrado con creces.

¿Por qué ahora si esto era ya algo evidente? Para muchos dirigentes políticos y sindicales, especialmente en España, la invocación a Europa había significado la antítesis y el antídoto contra los diversos fascismos y guerras ocasionados por éstos en el viejo continente. Para la mayoría de los antifranquistas de la época de la dictadura, Europa, su simple mención, era el símbolo de una nueva época democrática y avanzada. Cuando la realidad se fue evidenciando era muy difícil romper los vínculos sentimentales con un sueño aunque se estuviese transformando en una impostura.

Pero no todo fue una renuencia sentimental a afrontar la verdad de lo que se estaba construyendo. Para el bipartito europeo, algunos partidos comunistas y en general bastantes sedicentes colectivos de izquierda progresista, su anclaje en el proyecto más antieuropeo conocido hasta ahora, se derivaba de un pensamiento débil fácilmente abducido por el neoliberalismo. Así, cada medida, cada reforma económica, cada decisión de los poderes económicos contra los trabajadores, las libertades y las soberanías nacionales (tan fácilmente cedidas), eran asumidas como males necesarios para que el Logos de la Europa Unida se realizase en su plenitud. Menuda estafa.

Aún ahora, cuando la evidencia es tanta que hasta duele, siguen planteando que los males del presente se resuelven con más Europa. ¿Qué quieren decir? ¿Es posible, desde el poder omnímodo de esta Alemania de la UE, desde el Banco Central Europeo, desde la troika, desde el MEDE (Mecanismo Europeo de Estabilidad), desde un Parlamento sin la plenitud de funciones que su nombre indica, desde un Presupuesto exiguo y cicatero y sin que, en definitiva, las soberanías nacionales recobren su protagonismo frente a la banca, las multinacionales, los lobbys y, en última instancia, los EEUU? ¿Con quién hacer más Europa y sobre todo, contra quién?

Este circo del europeísmo de salón, a veces y ante tanto dato incontestable, entona un aparentemea culpa al que pomposamente califican de autocrítica. Felipe González escribe en el diario El País de 31 de mayo del 2012 que:

Cuando se decidió que hubiese una moneda única, el euro, y un Banco central único, nos olvidamos de unos cuantos elementos fundamentales para que el sistema funcione como es debido. No es posible una unión monetaria con políticas fiscales y económicas divergentes. Al negociar el Tratado (el de Maastricht) se hablaba de la Unión Económica y Monetaria pero sólo se desarrolló la monetaria.

Tras estas afirmaciones que contradicen y desautorizan en toda la línea los argumentos que en defensa del Tratado utilizó en el Congreso de los Diputados y en otros foros, González mantiene, sin embargo, que hace falta más Europa. No se trata de contumacia en el error sino de cambio de bando sencillamente.

En consecuencia los que nos proclamamos partidarios de un Cambio concretado en un programa, un discurso, una propuesta política y unos valores no podemos seguir mareando la perdiz. Hay que hablar claro al pueblo español. Toda consideración electoralista será contraproducente y corresponsable con la situación. Precisamente lo que la ciudadanía quiere es un discurso que contenga verdad, propuesta alternativa y recuperación de la soberanía nacional tan erróneamente enajenada.

Desde la soberanía recuperada y a la par que se recupera, debemos hablar y proponer una nueva Europa de la cooperación entre los Estados y al servicio de los DDHH (todos) y de los textos de política social que en su momento aprobó la CEE. La tarea no será fácil, y así hay que decirlo. Creo que con ello estaremos a la altura del reto y de nuestro linaje ideológico. Seguir vegetando en la ambivalencia o en el equívoco del sí pero o del no pero, es morir sin pena ni gloria. Los convocantes de París se han lanzado a la tarea de construir una alternativa democrática para Europa. Ya no estamos solos.

Publicado en el Nº 289 de la edición impresa de Mundo Obrero octubre 2015

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