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Jo, qué grande compi. Comparto

La Retranca

El lenguaje de la izquierda ha sufrido tantos avatares, transformaciones y revisiones que en su evolución ha cuestionado la propia existencia del término izquierda.
DOLORES DE REDONDO 26/10/2015

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Decía Karl Marx que “el problema de saber cómo descender del mundo de los pensamientos al mundo real se transforma en el problema de saber cómo bajar del lenguaje a la vida”. Aunque el problema es que, en ocasiones, el modo en que bajamos el lenguaje a la vida es un espejo de nuestro particular modo de pensar.

El lenguaje de la izquierda ha sufrido tantos avatares, transformaciones y revisiones que en su evolución ha cuestionado la propia existencia del término izquierda. Y si fuese cierto que el análisis de dicho lenguaje podría darnos una pista de la personalidad, características y peculiaridades de la izquierda en cada periodo histórico, puede considerarse que en la actualidad podría estar atravesando sus horas más bajas.

Si bien es cierto que las parrafadas pedantes y abstractas de la marxista de los setenta le han hecho parecer en ocasiones una extraterrestre desterrada de su planeta por rarita, no es menos cierto que algunas cosas que pueden leerse en las redes sociales, provenientes de insignes representantes de la izquierda transformadora, alternativa o, si se prefiere, rupturista, es más propio de La casa de la Pradera o Heidi que de alguien que pretende transformar la realidad existente y, ahí es nada, superar el capitalismo. Pase que la dictadura del proletariado haya sido sustituida por la radicalidad democrática o que lo revolucionario se haya convertido en transformador, pero frases como ¡qué grande compis, comparto! para sustituir al ¡extraordinaria reflexión, salud camaradas! ha traspasado ya la línea roja.

En política pasa como en el arte: cuando alguien pretende transgredir, innovar o resultar moderno suele descuidar que ya todo está inventado. En este caso se adelantó el postmodernismo en el siglo pasado. Entiendo y comparto la esencia, la intencionalidad y el objetivo de la utilización del femenino en esta sociedad patriarcal donde el género masculino ha asfixiado nuestra existencia. Pero, sintiéndolo mucho, no puedo evitar establecer comparaciones con la mencionada marxista extraterrestre de los años 70, por idéntica capacidad de dejar boquiabierta y confusa a la interlocutora. 

Lo siento, pero considero que hombres como Fidel Castro, Hugo Chávez o Marcelino Camacho han contribuido decisivamente al avance de la igualdad y el feminismo. Y no creo que pudiesen hacerlo con mayor efectividad si el comandante Fidel se dirigiese al Che, a Camilo Cienfuegos y Raúl Castro diciendo algo así como “Compas del Ejército Rebelde y de las Milicias Nacionales Revolucionarias, nosotras afirmamos que las enemigas de la Revolución son numerosas, pero con la ayuda de las obreras y las trabajadoras venceremos. Sois grandes, compas”. O la célebre frase de Chávez durante su rendición en 1992 hubiese sido "Compas: lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital; es decir, nosotras aquí en Caracas no logramos controlar el poder". O si Marcelino hubiese cambiado su famosa cita por: “Las trabajadoras seguimos siendo la parienta pobre de la democracia”, aunque en este caso fuese absolutamente acertado. Dice Noam Chomsky que “el lenguaje de hoy no es peor que el de ayer. Es más práctico, como el mundo en que vivimos”. Quizá, pero estamos empeñados y empeñadas en cambiar este mundo.

Hace unos meses, el famoso experto en semiótica Umberto Eco provocó la polémica al sentenciar que “internet es una invasión de imbéciles” y que el drama de la red digital “es que ha promovido al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad". Trasladado al ámbito de la izquierda -o al de los de arriba y los de abajo, según se prefiera- puede comprobarse cuando internet convierte en activista social o teórico de la izquierda a cualquier energúmeno cuya mayor hazaña es tuitear, escribir en el facebook o chatear en su whatsApp de manera compulsiva, aunque lo haga desde el sofá de su casa mientras fabrica pelotillas con las cacas de la nariz.

Es innegable el valor didáctico y socializador de la red digital. Pero es inexcusable que algunos se hagan mirar su obsesión con los emoticonos, su empeño en considerar amigos a todos los perfiles virtuales que marca el contador de la red social o su medición de la aceptación social en base a la cantidad de “me gusta” o “retuits”.

Porque sería importante no caer en la trampa de los que reivindican insistentemente la ideología del sentido común. Porque, por aplicación del llamado sentido común, la tierra es plana. Pero el comunismo siempre nos ha enseñado que la tierra es redonda.

— Y digo yo... ¿aquí no haría falta una Revolución?

— Y luego, ¿por qué me lo preguntas?

Publicado en el Nº 289 de la edición impresa de Mundo Obrero octubre 2015

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