Por Santiago Pérez
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(Rio de Janeiro) - Hace ya un buen tiempo que círculos empresariales en Brasil debaten la necesidad de reacomodar la estrategia de inserción comercial internacional del país. La novedad radica en que estas inquietudes han llegado ahora a lo más alto del poder gubernamental.
La gran política comercial externa brasileña ha sido y sigue siendo el Mercosur. Con una estructura arancelaria rígida, que obliga a consensuar acuerdos con terceras naciones, el bloque acabó por atar de pies y manos al país. Atribuciones relativas a la inserción de Brasil en el comercio mundial han sido delegadas en un órgano supranacional actualmente en estado de parálisis. Estas limitaciones, sumadas a la delicada situación por la que atraviesa Argentina (el otro gran socio del Mercosur), impulsaron a Dilma Rousseff a recoger la demanda empresaria de mayor apertura.
No quedan dudas de que Argentina es una pieza clave en la construcción regional. El país, segunda economía del Mercosur y principal destino de las exportaciones industriales brasileñas, trae desde hace unos años crecientes dolores de cabeza a Brasilia. La introducción fue la catarata de barreras para-arancelarias colocada por Buenos Aires a los bienes producidos en Brasil y el desenlace el nacimiento de una potencial crisis económica autoinfligida. Devaluación de la moneda, caída de actividad y, como broche de oro, cesación de pagos. Un cóctel explosivo que ya se hace ver en los números del comercio exterior brasileño. El mes de julio fue lapidario, con una caída del 35% en las ventas hacia la Argentina. La desarrollada e interconectada industria automotriz, posiblemente la mayor conquista del Mercosur, fue justamente la más afectada. A pesar del "flamante" acuerdo automotor que teóricamente impulsaría el comercio bilateral, el desplome de las exportaciones de vehículos de Brasil hacia la Argentina fue del 57,3%. Un derrumbe con demasiadas repercusiones internas como para que Dilma se haga la distraída en pos de priorizar las buenas relaciones con su histórico aliado.
¿Qué alternativas existen ante la paralización del principal cliente? Como se mencionó anteriormente, el Mercosur no le permite a Brasil lanzarse unilateralmente a conquistar nuevos mercados. Considerando la coyuntura por la que atraviesan los socios, consensuar una política con ellos en este momento se torna predeciblemente difícil. Nicolás Maduro pareciera estar más ocupado en conducir su pequeña guerra civil interna que en diagramar una estrategia de inserción internacional venezolana superadora. Cristina Fernández de Kirchner tampoco se perfila como alguien que pueda extenderle una mano a Rousseff en esta ambiciosa empresa. Hoy el programa de la Casa Rosada en materia comercial se limita a levantar un muro que evite tanto la entrada de bienes importados como la salida de divisas. Así están las cosas, bloqueadas.
Pero nunca hay que olvidar que Brasil es una potencia (al menos regional) y eso, en ocasiones, puede percibirse. Aún atrapado dentro de este complejo laberinto, Itamartí logró en la cumbre del Mercosur de Caracas del mes pasado instalar un eventual acuerdo de libre comercio entre el bloque y la Alianza del Pacífico en la agenda. Si bien por ahora no pasa de meros planes e intenciones, el acercamiento puede transformarse en una alternativa políticamente viable para que Brasil abra su comercio a nuevos mercados de la región. Buscar asociaciones con otras potencias emergentes extraregionales quedará para más adelante.
Por último, es importante recordar que no es solo el comercio lo que mueve al gigante sudamericano. El dinamismo mostrado por las economías de la Alianza del Pacífico en los últimos años sumado a sus crecientes vínculos con los Estados Unidos ha encendido luces de alerta en el Palácio do Planalto. La disputa entre Brasilia y Washington por la influencia sobre la América que emerge al sur del Canal de Panamá llegó, como era de esperar, también a esta cuestión. Si Brasil lograra acoplarse a la Alianza del Pacífico en forma plena, ganaría una nueva y eficaz herramienta para consolidarse como la potencia dominante del continente sudamericano.
Por Santiago Pérez
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