MUNDO OBRERO
El 11 de junio de 1984 fallecía en Padua, Enrico Berlinguer, Secretario General del PCI, el principal y más potente Partido Comunista de Europa, después del soviético. Su muerte se produjo días después de sufrir un derrame cerebral que le sobrevino mientras intervenía en un mitin del partido para las elecciones Europeas de 1984. La desaparición de Berlinguer fue una auténtica conmoción para la sociedad italiana, ya que era uno, por no decir el político más respetado y estimado de Italia. Así, más de 4 millones de trabajadores/as pararon 5 minutos de silencio en señal de duelo por su fallecimiento. Su funeral, celebrado en Roma días después, congregó a más de un millón y medio de italianos/as, siendo el funeral de Estado más importante celebrado en Italia hasta la fecha.
La gran obsesión de Berlinguer era la alternativa comunista en Italia, pero también en el conjunto de Europa occidental. Una alternativa que debía derrotar al fascismo definitivamente para consolidar así la democracia, abriendo el paso al socialismo.
Pero para ello, era necesario que el PCI pudiera hacer un profundo programa de transformaciones sociales, que al ser aplicado no suscitara la hostilidad golpista de las clases intermedias, sino que dicho programa recibiera el consenso de la gran mayoría de la población.
Aunque Berlinguer fue criticado en su momento por un reducido, pero influyente círculo izquierdista, lo cierto es que 30 años después de su muerte, su pensamiento y su talla moral se han convertido en todo un referente de la maltrecha izquierda italiana. Y todo ello a pesar de una cierta caricatura que de Berlinguer y de sus principales aportaciones políticas (el eurocomunismo y el compromiso histórico) se suele hacer, las más de las veces por desconocimiento y superficialidad.
En 1973, Berlinguer escribió tres artículos donde reflexionaba sobre el fin sangriento de la UP Chilena. Así en “Reflexiones sobre Italia”; Tras los hechos de Chile”; y “Tras el golpe”, Berlinguer lanzaba una política que colocaba a los/as comunistas italianos a la ofensiva, en la que proponía un gran pacto antifascista de los partidos democráticos italianos, que abriera un período de estabilidad democrática frente al intento de dar un golpe de Estado por parte de grupos neofascistas y elementos del aparato del Estado que utilizaban las mismas tácticas terroristas que se habían dado en Chile y habían precipitado allí el golpe de Estado el 11 de septiembre de 1973.
Esa estabilidad democrática tenía como objetivo llevar a la práctica lo que Palmiro Togliatti definía como “reformas no reformistas”. A esa estrategia se le llamó la vía italiana al socialismo, la cual (al igual que la chilena) adaptaba la vía revolucionaria a una realidad occidental para alcanzar el socialismo en “democracia, pluralismo y libertad” como gustaba decir a Allende.
Fue Indro Montanelli quien bautizó esta vía al socialismo como “Eurocomunismo”, definiéndola como un nuevo humanismo radical. Pero para Berlinguer no era una cuestión de etiquetas, sino que contenía una profunda convicción moral para el conjunto del movimiento comunista, porque para él, el marxismo era una crítica profunda de la economía burguesa a la vez que una crítica científica de la sociedad y del ser humano en ella. La influencia de Gramsci era patente.
Fruto de ese compromiso de Enrico Berlinguer con el socialismo y la manera de llevarlo a la práctica, lanzó su texto sobre la austeridad, la cual debía ser el motor de una futura sociedad socialista, alejada pues del capitalismo imperante en occidente, basado no sólo en la explotación del ser humano por el ser humano, sino en el despilfarro de los recursos energéticos y materiales, consumismo desenfrenado, individualismo indecentemente egoísta, etc…
Por último, estaba su figura. Berlinguer era un comunista íntegro, que consideraba que la lucha por el socialismo era una apuesta vital, que la existencia de millonarios era directamente proporcional a la existencia de pobres, y que por ello esto era profundamente inmoral; que creía en la bondad de las ideas comunistas a la vez de que estas no podrían ponerse en práctica sino eran sustentadas en el acuerdo y el diálogo permanentes.
Treinta años después, Berlinguer no es sólo recordado, sino reivindicado en Italia, y con él los ideales del comunismo democrático que representó el viejo PCI. Tal vez las tensiones internas que provocaron su muerte en 1984 no hayan sido en vano, y su sueño de una humanidad libre, en paz y socialista pueda ser puesta en marcha de nuevo.
La gran obsesión de Berlinguer era la alternativa comunista en Italia, pero también en el conjunto de Europa occidental. Una alternativa que debía derrotar al fascismo definitivamente para consolidar así la democracia, abriendo el paso al socialismo.
Pero para ello, era necesario que el PCI pudiera hacer un profundo programa de transformaciones sociales, que al ser aplicado no suscitara la hostilidad golpista de las clases intermedias, sino que dicho programa recibiera el consenso de la gran mayoría de la población.
Aunque Berlinguer fue criticado en su momento por un reducido, pero influyente círculo izquierdista, lo cierto es que 30 años después de su muerte, su pensamiento y su talla moral se han convertido en todo un referente de la maltrecha izquierda italiana. Y todo ello a pesar de una cierta caricatura que de Berlinguer y de sus principales aportaciones políticas (el eurocomunismo y el compromiso histórico) se suele hacer, las más de las veces por desconocimiento y superficialidad.
En 1973, Berlinguer escribió tres artículos donde reflexionaba sobre el fin sangriento de la UP Chilena. Así en “Reflexiones sobre Italia”; Tras los hechos de Chile”; y “Tras el golpe”, Berlinguer lanzaba una política que colocaba a los/as comunistas italianos a la ofensiva, en la que proponía un gran pacto antifascista de los partidos democráticos italianos, que abriera un período de estabilidad democrática frente al intento de dar un golpe de Estado por parte de grupos neofascistas y elementos del aparato del Estado que utilizaban las mismas tácticas terroristas que se habían dado en Chile y habían precipitado allí el golpe de Estado el 11 de septiembre de 1973.
Esa estabilidad democrática tenía como objetivo llevar a la práctica lo que Palmiro Togliatti definía como “reformas no reformistas”. A esa estrategia se le llamó la vía italiana al socialismo, la cual (al igual que la chilena) adaptaba la vía revolucionaria a una realidad occidental para alcanzar el socialismo en “democracia, pluralismo y libertad” como gustaba decir a Allende.
Fue Indro Montanelli quien bautizó esta vía al socialismo como “Eurocomunismo”, definiéndola como un nuevo humanismo radical. Pero para Berlinguer no era una cuestión de etiquetas, sino que contenía una profunda convicción moral para el conjunto del movimiento comunista, porque para él, el marxismo era una crítica profunda de la economía burguesa a la vez que una crítica científica de la sociedad y del ser humano en ella. La influencia de Gramsci era patente.
Fruto de ese compromiso de Enrico Berlinguer con el socialismo y la manera de llevarlo a la práctica, lanzó su texto sobre la austeridad, la cual debía ser el motor de una futura sociedad socialista, alejada pues del capitalismo imperante en occidente, basado no sólo en la explotación del ser humano por el ser humano, sino en el despilfarro de los recursos energéticos y materiales, consumismo desenfrenado, individualismo indecentemente egoísta, etc…
Por último, estaba su figura. Berlinguer era un comunista íntegro, que consideraba que la lucha por el socialismo era una apuesta vital, que la existencia de millonarios era directamente proporcional a la existencia de pobres, y que por ello esto era profundamente inmoral; que creía en la bondad de las ideas comunistas a la vez de que estas no podrían ponerse en práctica sino eran sustentadas en el acuerdo y el diálogo permanentes.
Treinta años después, Berlinguer no es sólo recordado, sino reivindicado en Italia, y con él los ideales del comunismo democrático que representó el viejo PCI. Tal vez las tensiones internas que provocaron su muerte en 1984 no hayan sido en vano, y su sueño de una humanidad libre, en paz y socialista pueda ser puesta en marcha de nuevo.
Publicado en el Nº 274-275 de la edición impresa de Mundo Obrero julio-agosto 2014
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