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Pasar el Rubicón por Julio Anguita


Si nos atenemos a nuestro lenguaje, nuestras propuestas y nuestros posicionamientos públicos está claro que hemos optado por la ruptura.

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Izquierda Unida está en unos momentos en los que debe abordar sin ambages ni aplazamientos, una decisión que debería haber tomado hace algún tiempo. Una decisión que ahora se plantea con la premura y urgencia que no admite más dilaciones. Y esa decisión no es otra que la de adecuar sus estructuras, funcionamiento, línea política, lenguaje y alianzas a dos condicionantes insoslayables: su proyecto originario y la realidad del momento. Una realidad que no se ha presentado de improviso sino que es la consecuencia de una serie de acontecimientos, situaciones y coyunturas que, por lo menos llevan una década acelerándose: efectos sociales de la crisis, políticas compartidas del bipartidismo que han ido ahondando las injusticias sociales, pérdida de capacidad de respuesta de las direcciones sindicales, surgimiento de una contestación callejera no reglada ni homologada: 15 M, movimientos masivos de trabajadores y ciudadanos en general como las mareas, los campamentos de la dignidad, los luchadores contra los desahucios, los parados, los saqueados y estafados por la rapiña de una banca depredadora, Frente Cívico, Podemos, 22 M, etc. Y todo ello en un clima de corrupción que atravesando el mundo de la política, el empresariado y las finanzas, llega hasta las más altas magistraturas del Estado.

Creo que una situación así no puede ser abordada desde la óptica de simple cambio político en las instituciones ni tampoco por un discurso radical en las formas y lenguaje pero acomodaticio y connivente con el devenir de la Transición, sus protagonistas y las fórmulas clásicas de la alternancia política en las instituciones, con sus pactos, acuerdos y discursos totalmente ajenos al momento presente. Ante nosotros se abre una crisis que no es otra que el derrumbe de la Transición en plena crisis económica, social, política y de proyecto europeo. Una crisis de civilización.

Es un momento prerrevolucionario, a condición de que el sujeto del cambio profundo resida en la mayoría del pueblo. Una mayoría que debe cohesionarse en torno a problemas urgentes, perentorios, cotidianos y además tiene que hacerlo sabiendo que es ella la que debe y puede y, en consecuencia, debe asumir el protagonismo y el deber de cohesionarse. En esta situación el papel de las fuerzas políticas, sociales y culturales organizadas es vital, indispensable, inexcusable; a condición de que sepan en cada momento quién protagoniza el cambio. La Historia me exime de comentar ejemplos. El momento, en definitiva, nos trae otra vez el debate habido en los albores de la Transición: ruptura o reforma cosmética.

Si nos atenemos a nuestro lenguaje, nuestras propuestas y nuestros posicionamientos públicos está claro que hemos optado por la ruptura ¿Qué otra cosa es, si no, el proceso constituyente? Sin embargo, en la práctica de cada día, en la prospectiva electoral y sus consecuencias y en las alianzas, seguimos anclados y no salimos de aquél debate que nos esterilizó en la década de los noventa: casa común, unidad de la izquierda, juntos podemos, europeidad, etc. Ajustar la teoría y la práctica es la más urgente de nuestras tareas; pero para ello se hace indispensable una profunda y total renovación en el sentido que más arriba expresé: proyecto, cambios profundos en todos los niveles de dirección, organización fluida, cohesionada y adaptada a trabajar en instancias unitarias de toda índole. Tras esto y a consecuencia de ello, la visualización de las personas encargadas de explicitar diariamente ante la opinión pública la política elaborada a través de los mecanismos colectivos de participación.

Nuestros aliados, acompañantes y copartícipes en la tarea de ayudar a crear mayoría ciudadana, contrapoder cívico, bloque social transformador o como quiera llamarse, no pueden estar en la nómina de las fuerzas sociales y políticas que, por su actuación, ejecutoria y reincidencia en las envejecidas respuestas a los problemas de hoy, han perdido el tren del tiempo. Exactamente, de la misma manera que nosotros, si no somos capaces de -con toda urgencia e inmediatez- tomar la decisión de pasar el Rubicón que, a modo de reto, la realidad nos lanza.

La Izquierda Unida de la construcción de la alternativa, la elaboración colectiva para preparar programas y concretar alianzas, las otras formas de hacer política y de la triple alternativa de gobierno, Estado y modelo de sociedad sigue, a mi juicio, vigente, pero puede terminar de morir si no adecuamos este mensaje a los nuevos tiempos, las nuevas alianzas y las nuevas formas de trabajar en la sociedad con la meta puesta en un futuro en el que se den, con toda su plenitud los Derechos Humanos.

Publicado en el Nº 279 de la edición impresa de Mundo Obrero diciembre 2013

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