No es la primera vez que ocurre. En 2012 el huracán Sandy provocó casi 300 muertos en Nueva York, y el año pasado el tifón Haiyan mató a más de 6.000 personas en Filipinas. Y este año ha vuelto a ocurrir: el tifón Hagupuit ha demandado una de las mayores evacuaciones en tiempos de paz.
La magnitud de estos tifones es consecuencia directa del cambio climático. El incremento de temperaturas los hace más virulentos y más frecuentes. El cambio climático es una realidad, y este tipo de fenómenos son sus primeras manifestaciones.
Pero parece que los Gobiernos prefieren mirar hacia otro lado. Estos días se ha celebrado en Perú la Cumbre Climática de Naciones Unidas (COP), que tenía por objetivo dar continuidad al protocolo de Kioto y que los gobiernos de todo el mundo presentasen compromisos reales frente al cambio climático. Pero los gobernantes no parecen estar a la altura de las circunstancias, y han cerrado un texto débil y que no oblilga a los países a adoptar compromisos. Tampoco establece objetivos a largo plazo para llegar a cero emisiones de carbono, ni procedimientos para dejar de depender del carbón y el petróleo.
Pero no se puede negociar con el cambio climático. Si no hacemos nada sufriremos cada vez más sus consecuencias, como ya las han sufrido los habitantes de Filipinas y otros muchos países. Por suerte aún estamos a tiempo de cambiar las cosas, pero ¿cuántos tifones más van a esperar los líderes mundiales para empezar a hacerlo?
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