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EL DESERTOR AL REVES

ABC

POR PABLO M. DÍEZ CORRESPONSAL
PEKÍN. Lo normal es huir de Corea del Norte, uno de los países más pobres y aislados y el último Estado plenamente comunista del mundo, que sigue siendo dirigido por el régimen militar que pilota Kim Jong-il. Así lo atestiguan más de 10.000 norcoreanos que, desde el final de la guerra civil de 1953, han escapado al capitalista y desarrollado Sur.
Pero también hay casos de «desertores al revés», aquéllos que abandonaron el denominado «mundo libre» para buscar su destino en la utópica e igualitaria sociedad socialista. Uno de ellos es James Joseph Dresnok, último de los cuatro soldados de EE.UU. que en los años 60 se refugiaron en Corea del Norte y todavía sigue viviendo en una nación incluida por Bush en el «Eje del Mal».
Ahora, el documental «Crossing the line» («Cruzando la línea») -dirigido por Daniel Gordon y producido por la BBC y una agencia de viajes especializada en Corea del Norte, Koryo Tours- narra la apasionante vida de estos militares, cuya existencia fue negada durante muchos años por Washington.
Tanto Dresnok, protagonista absoluto de la cinta, como sus tres compañeros simbolizan la cara más amarga del «sueño americano». «Nunca me he arrepentido de venir a la República Popular Democrática de Corea porque aquí me siento como en casa», dice en el documental «Joe» Dresnok, quien desertó en el verano de 1962 cuando tenía sólo 20 años.
Nacido en Virginia en el seno de una familia humilde, Dresnok se crió con unos parientes después de que su padre y su madre, alcohólica, lo abandonaran. Para un joven desarraigado y sin estudios, la única salida era el Ejército, donde ingresó con 17 años, poco antes de casarse y ser destinado a Alemania. Mientras el soldado se metía en más líos por su carácter rebelde, su mujer lo dejaba por otro hombre. «No me hubiera importado morirme», confiesa Dresnok, que no dudó en reengancharse.
Su siguiente misión fue la entonces frágil frontera que la Guerra Fría había trazado en el Paralelo 38 entre las dos Coreas. En este ambiente lleno de tensión, los soldados aprovechaban su única jornada de descanso para emborracharse en los bares de un pueblo cercano frecuentado por prostitutas. Una tentación peligrosa que le causó a Dresnok un nuevo problema cuando abandonó su guardia una noche. Con otra causa pendiente con la Justicia militar en Alemania y ante la posibilidad de enfrentarse a un consejo de guerra, sólo podía huir a Corea del Norte. A plena luz del día y empuñando su arma, se pasó a las filas enemigas. Allí fue capturado por la patrulla donde se integraba Ri Yong-muk, quien reconoce que estuvo a punto de clavarle su bayoneta. Dresnok se salvó de ser ejecutado, pero no de los interrogatorios del servicio de Inteligencia norcoreano. Pero el joven no era el único en haber «cruzado la línea». Meses antes lo había hecho Larry Abshier y poco después lo harían Jerry Parrish y el sargento Robert Charles Jenkins.
De repente, estos sospechosos se convirtieron en un regalo dorado para Corea del Norte, cuya propaganda los lució a bombo y platillo. Pero la realidad era bien distinta y a los cuatro militares, meros títeres del régimen, les costaba adaptarse a esa sociedad. Por eso, en 1966 intentaron pedir asilo en la Embajada de la Unión Soviética, que los rechazó dejándolos a expensas de un severo castigo. «Sólo nos dijeron que necesitábamos más reeducación, por lo que me propuse aprender su modo de vida», desgrana Dresnok, quien estudió la filosofía «juche», el comunismo con influencias orientales ideado por Kim Il-sung. Los soldados acabaron siendo utilizados por el propagandístico cine norcoreano en los años 70. Después de vivir en Pyongyang durante 45 años, el antiguo soldado habla un coreano fluido y tiene dos hijos. Los otros tres estadounidenses se casaron con mujeres extranjeras raptadas por Corea del Norte para instruir a sus espías en idiomas y costumbres occidentales. Dresnok alaba al Gobierno norcoreano por permitir estudiar a sus hijos y, sobre todo, por asegurar su bienestar durante la «Gran Hambruna» de mediados de los años 90. «Ni un día me faltó mi ración de arroz».

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