Reconciliarse con las potencias imperialistas a costa de sacrificar la insurgencia colombiana sería reproducir viejas prácticas ensayadas por la URSS en la guerra de España, en la Grecia de 1946 etc
Carlos Morais. Primeira Linha
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“Unidos seremos invencibles”
Simón Bolívar
Al día de hoy, en buena parte de América Latina y del Caribe, se desarrolla un proceso de transformación social que por sus contenidos y programa antiimperialista, por la dimensión de las fuerzas en acción, sitúa esta área del planeta como uno de los epicentros más avanzados de la lucha de clases a escala mundial.
El actual escenario estuvo precedido por las severas derrotas infringidas a la mayoría de las izquierdas revolucionarias y movimientos sociales a finales de la década de los ochenta, por la perdida electoral del sandinismo en 1990, por los devastadores efectos provocados por la caída de la URSS que en combinación con las dificultades para una inmediata victoria militar provocaron el abandono de la lucha guerrillera en El Salvador y Guatemala sin más contrapartidas que su integración en la vida civil. El conflicto peruano con sus peculiaridades y profundas divergencias tampoco fue capaz de resistir la brutal embestida imperialista.
Sin obviamente enumerar su totalidad fueron estos algunos de los principales factores de la antesala de la larga década de políticas neoliberales implementadas en el continente. Gobiernos conservadores, algunos con tintes populistas, agudizaron la pobreza y la miseria de las masas trabajadoras y de los pueblos indígenas, profundizaron en la dependencia y pérdida de la soberanía nacional, convirtiendo buena parte de los estados en simples prolongaciones de las multinacionales ubicadas en Washington, Madrid y otras capitales occidentales.
La sensación de derrota subjetiva causó profundos estragos en el movimiento obrero y popular provocando el desarme ideológico, la fragmentación del enorme capital organizativo y sociopolítico acumulado, generando desconcierto, perplejidad y confusión, imposibilitando una resistencia general a los efectos provocados por la implementación de las recetas económicas de la Escuela de Chicago.
Eufórico, del río Bravo a la Patagonia, el neoliberalismo asemejaba ser un fenómeno victorioso, invencible, difícil de derrotar.
En el inmenso mapa de nuestra América bolivariana sólo dos trincheras imposibilitaban la victoria absoluta que procuraban los halcones de Washington para extirpar la semilla de la Revolución. Cuba, entre enormes dificultades y heroicos sacrificios, mediante un doloroso tratamiento de choque que posteriormente provocaría efectos secundarios de magnitud, fue capaz de superar el colapso económico de la Isla derivado de la errónea dependencia que mantenía de la Unión Soviética. Logró salir de la grave crisis con creatividad, empleando básicamente sus medios y recursos, no cediendo a los consejos, presiones y chantajes provenientes de la socialdemocracia y de la ex-izquierda cooptada, cómodamente adaptada e instalada en aquella nueva realidad que erróneamente Fukuyama y el postmodernismo pronosticaban como eterna.
Pero además de la patria de Martí fue la insurgencia colombiana la una de las más importantes expresiones con dimensión de masas de la izquierda latinoamericana y caribeña que no sucumbió, que no se dejó seducir por las envenenadas mieles de la capitulación, disfrazando de logros y avances populares lo que no fueron más que concesiones y derrotas estratégicas. Las FARC-EP y el ELN no sólo no se dejaron arrastrar por las modas imperantes, sino que contrariamente a la adversa atmósfera imperante experimentaron un desarrollo y avance en sus posiciones hasta el extremo que los expertos del imperialismo no descartaban a medio plazo una victoria político-militar de la guerrilla comandada por Manuel Marulanda tal como reflejan los planes anexionistas de América Latina del “Documento Santa Fe IV” hecho público en el año 2000.
Superada la ignominiosa década de los Collor de Mello, de los Menem, de los Fujimori, de los Salina de Gortari, de los Carlos Andrés Pérez, y a medida que los efectos del capitalismo salvaje en los pueblos generaban protestas, movilizaciones, resistencias, revueltas, nuevos sujetos sociales, nuevas generaciones de combatientes se organizaban, emergían entre las luchas que comenzaron a unificar nuevamente el continente. Las espadas en alto de Tupac Amaru, Tupac Katari, Bolívar, Mariátegui, el Che, Caamaño, Roque Dalton, Santucho, Jacobo Arenas y tantos otros, con el ejemplo siempre presente de Cuba, reaparecían en su genuina dimensión, desprendidos de la adulteración, de las interpretaciones banales, triviales, vulgares, de la ilegítima apropiación a la que habían sido sometidos por las cipayas elites criollas, por las oligarquías, por la embajada, por el reformismo. Retomaban el camino de la emancipación fundiéndose con lo mejor de las tradiciones socialistas del comunismo revolucionario, abrazándose sin complejos a Marx, Engels, Lenin, Trostki, Gramsci, incorporando las demandas de emancipación y libertad de los pueblos y de las naciones indígenas, de las masas negras y mestizas, del crisol de colores americanos.
El levantamiento zapatista del 1º de enero de 1994 tan sólo fue la primera y tímida señal del torrente libertario que posteriormente iría desplazar la oligarquía en Venezuela cuando el movimiento popular bajo la dirección de Hugo Chávez gana las elecciones, en lo que fue el segundo capítulo, -tras el fracaso del levantamiento cívico-militar de 1992-, de la descomposición del corrupto bipartidismo de la IV República.
Después vino la victoria de Lula en el Brasil, la revuelta argentina, las victorias electorales del centro-izquierda en diversos países, contribuyendo así a desplazar las fuerzas tradicionales, abriendo un nuevo ciclo en el que Cuba ya no resiste sola. Venezuela, Bolivia, Ecuador conforman el vértice de la ola que desplaza la hegemonía imperialista, imposibilitando que los USA se apropien de los recursos energéticos y minerales imprescindibles para aliviar el declive de su hegemonía mundial.
Preocupado, aterrorizado por la primavera liberadora, que entre contradicciones y aplicando diversos modelos y velocidades, reiniciaron los pueblos americanos, el imperialismo yanqui reacciona concentrando el grueso de su artillería ideológica y militar en seguir golpeando con más fuerza las dos trincheras de la esperanza y de la nueva alborada, Cuba y Colombia, ampliando el punto prioritario de mira a la Venezuela bolivariana.
La administración Bush profundizó el criminal bloqueo de la revolución cubana; lanzó la mayor campaña de intoxicación y criminalización mediática, identificando las FARC-EP con el narcotráfico para así justificar su intervención directa sobre el terreno mediante el “Plan Colombia”; y curándose en salud optó por lo que tan bien sabe hacer, -por lo que antes realizara con éxito en la Guatemala de Arbenz, en la República Dominicana de Bosch y Caamaño, en el Chile de Allende, en la Granada de Bishop, en el Panamá de Noriega, y en tantos otros sitios-, por la caída del proceso venezolano mediante el fracasado golpe de estado del 11 de abril de 2002.
Los modelos revolucionarios
La Revolución al igual que la mayoría de las cosas, no tiene una única vía para su éxito. Cuando hablamos de Revolución queremos reafirmar sin ambigüedades que nos referimos a la Revolución socialista, no a simples retoques y substitución de elites, lo que el Che tan bien expresó como Revolución socialista o caricatura de revolución en el “Mensaje a los pueblos del mundo” hecha pública en la reunión de la Tricontinental de 1967.
La Revolución socialista debemos entenderla como un proceso complejo, contradictorio, permanente y siempre reversible, de transformación y superación radical de la sociedad de clases, en la búsqueda de la nueva hegemonía vinculada a la abolición de las mismas, pero también del conjunto de opresiones derivadas, simbiotizadas, agregadas: nacional, de género, sexual, cultural, intergeneracional (el poder adulto), en la incansable búsqueda de construir un mundo nuevo, erradicando toda forma de dominación, para levantar con la participación constante de la inmensa mayoría una sociedad presidida por la felicidad y en armonía con el conjunto de la biodiversidad, con la madre tierra.
Lejos de los inviables y bien intencionados deseos del socialismo utópico decimonónico, la Revolución socialista afortunadamente sabe- porque así lo constata más de siglo y medio de tentativas, ensayos, experiencias- que esa acción teórico-práctica debe mantener un saludable distanciamiento de las artificiales construcciones de las simples ingenierías elaboradas en cómodos despachos, que para su éxito necesita alzarse sobre las bases del viejo mundo. Sólo sobre sus cenizas es factible levantar con la participación de todo el pueblo una nueva sociedad, fraguada en nuevos valores, la democracia socialista.
Pero en este largo camino que no se puede reducir a la simple toma del poder hay múltiples vías en función de las características específicas de cada formación social concreta. Lo que puede ser eficaz y útil en un determinado lugar no sirve en otra latitud. No se puede aplicar miméticamente, en base a las recetas de los manuales o incluso en experiencias válidas y correctas en otras situaciones históricas, pero que son un disparate implementarlas de forma doctrinaria y rígida en nuestras particulares condiciones.
Debemos estudiar y aprender de todas las experiencias revolucionarias, sin excepción. El arte de la Revolución no debe desconsiderar ninguna, pero tampoco idealizar y mitificar experiencias por muy determinantes que hayan sido en el extenso hilo rojo de la lucha de clases.
El marxismo latinoamericano-caribeño, desde el de Mariátegui al del Che y Fidel, conoció en sus propias carnes la destrucción provocada por las lecturas y aplicaciones mecanicistas de las recetas estalinistas en la lucha de clases del continente americano.
Los gallegos también sabemos un poco de esto. Una realidad tan alejada geográficamente como Galiza presenta nexos en común con el movimiento obrero del sur de Latinoamérica y no sólo. Y no me refiero únicamente a la participación directa de compatriotas, de miles de gallegas y gallegos emigrados que, huyendo de la miseria y marginación a la que el capitalismo español condenaba y condena a la Patria de Benigno Álvares, José Gomes Gaioso y Moncho Reboiras, jugaron un papel destacado en la configuración del sindicalismo de clase y en la autoorganización de las fuerzas políticas obreras de inspiración socialista y comunista, en el apoyo e instrucción de guerrillas.
Juventud campesina y obrera, y militantes exiliados contribuyeron modestamente, pero de forma tangible y clara, a la emancipación y liberación de las sociedades en las que fueron generosamente acogidos. Desde México, pasando por Panamá y Venezuela, hasta Argentina o el Uruguay, late corazón y sangre de hombres y mujeres de esta Nación oprimida por la España de los Borbones contra la que se levantó Bolívar, y que dos siglos después de la primera independencia sigue aplicando en ambas realidades semejantes políticas de evidentes rasgos neo-coloniales tan bien sintetizados en el porque no te callas.
Pero los estrechos nexos y complicidades en la lucha común no sólo se reducen a nuestra aún bastante desconocida participación y contribución a la lucha americana.
Hemos sido víctimas del anti-dialéctico y conservador dogmatismo estalinista, padeciendo similares dificultades, sufriendo parecidas castraciones y negaciones ideológicas, por la refractaria y tardía aplicación creativa del marxismo. Compartimos semejantes consecuencias políticas que atrasaron en décadas el avance popular por haber padecido la devastación ideológica de la influencia de un personaje nefasto para el avance de la Revolución en el Cono Sur latinoamericano y también en otras zonas de América Latina y del Caribe.
Entre 1932-37 el argentino Victorio Codovilla ejerció en el Estado español de delegado de la Komintern con poderes plenipotenciarios bajo la dirección directa de Dimitrov. En la práctica era el máximo dirigente del PCE y por lo tanto responsable de las graves orientaciones y línea política aplicada, sintetizada en una concepción etapista de la Revolución, en la promoción de la alianza de clases frentepopulista, y en la oposición al enfrentamiento político-militar, a la insurrección popular que defiende el marxismo tal como magistralmente recoge Lenin en el “Estado y la Revolución”. La doctrina impuesta por Codovilla imposibilitó la autoorganización obrera y popular en base a las concretas luchas de clases del as de las diversas naciones oprimidas por España. En la Galiza anterior al golpe de estado fascista que liquidó la democracia burguesa republicana, -mediante un holocausto que provocó más de diez mil muertes en los años posteriores a 1936-, no fue viable construir un partido revolucionario gallego por, entre otros motivos, la oposición jacobina de la Internacional Comunista aplicando tesis erróneas basadas en el absoluto desconocimiento de la realidad sobre la que se adoptaba decisiones transcendentales. El socialismo en un sólo país despreciaba las demandas nacionales, negaba la especificidad gallega, de igual manera que era incapaz de entender la realidad latinoamericana.
Codovilla, como paradigma de la ausencia de pensamiento propio, como tutela castradora de la creatividad y originalidad, no sólo retrasó en décadas que los sectores explotados y oprimidos de Galiza se dotaran de herramientas autóctonas de resistencia y lucha, sino que contribuyó en Latinoamérica al desplazamiento del proletariado como sujeto de transformación, imposibilitando la incorporación de las naciones indígenas al combate al Capital, favoreciendo el éxito de las falsas salidas populistas como el peronismo.
La casta burocrática que gobernó la URSS desde inicios de la década de los años treinta del siglo pasado deterioró la función original de la Internacional Comunista como ente supranacional de coordinación, fomento y apoyo de la Revolución a escala global, haciendo de la Komintern un enorme instrumento burocrático de control y fiscalización: modulando los partidos y organizaciones integradas hasta convertirlas en simples apéndices, peones sin autonomía, de los intereses de Moscú para su influencia internacional y paulatina restauración del capitalismo. Posteriormente a su disolución en mayo de 1943, siguiendo los deseos de las potencias occidentales aliadas con la URSS en el combate al nazismo, la inmensa mayoría de los partidos comunistas continuaron supeditando sus específicas líneas políticas a los intereses “superiores” de la geoestrategia de Moscú, abrazando la “coexistencia pacífica con el imperialismo” y la “transición pacífica al socialismo” emanada del XX Congreso del PCUS de 1956 y por lo tanto obstaculizando, cuando no colaborando implícita y explícitamente con el imperialismo en las luchas que surgían en el planeta.
El M-26 de Julio y el Ejército Rebelde cubano saben perfectamente que opinaban los estalinistas del PSP sobre el asalto al Moncada y la posterior guerra de guerrillas posterior al desembarco del Granma; los independentistas argelinos tuvieron que padecer la firme oposición del PC francés a su lucha de liberación nacional; en el Diario de Bolivia el Che recoge con precisión la infame traición de Mario Monje, secretario general del PCB, a la guerrilla del ELN; el partido comunista argentino prácticamente no padeció rasguños durante la dictadura que eliminó a más de treinta mil compañeros, liquidando físicamente a las organizaciones revolucionarias.
Son múltiples los ejemplos de las nefastas consecuencias provocadas en los pueblos explotados y oprimidos al depender de instancias ajenas, procurar salvación en coordenadas foráneas. La historia de la lucha antiimperialista del siglo XX está llena de episodios que así lo constatan.
Galiza no ha sido ajena a este lamentable capítulo de la historia de la lucha revolucionaria: la desmovilización de la guerrilla que eficazmente combatía el franquismo en la década de cuarenta fue una decisión adoptada en el exterior por voluntad de Moscú vía Madrid.
La mejor garantía del éxito del combate revolucionario se asienta en las fuerzas propias, dotándose de una línea y orientación política específica derivada del conocimiento riguroso de la formación sobre la que se actúa, de su historia, correlación de fuerzas, tradiciones, culturas, factores subjetivos, etc. El centro de gravedad de cualquier cambio revolucionario tiene que estar situado básicamente donde se pretende realizar la transformación.
Tampoco existen recetas universales. Ni antes ni ahora. Posteriormente a la caída de la URSS buena parte de los partidos comunistas y también importantes organizaciones revolucionarias optaron por la derrota, precipitadamente se dejaron arrastrar por la propaganda del imperialismo identificando la implosión del socialismo soviético con el fracaso del socialismo.
En la década posterior, siguiendo formulaciones elaboradas básicamente por intelectuales de las metrópolis europeas, aparecieron doctrinas que con carácter universal pretendieron nuevamente imponer una nueva receta de la transformación. Jhon Holloway teorizó sobre la necesaria renuncia a la toma del poder en base a una interpretación retorcida de la concreta experiencia del neo-zapatismo chiapaneco; Toni Negri y Michael Hardt pronosticaron un nuevo imperialismo ideológico sin marines ni intervenciones armadas, que sería derrotado por las denominadas multitudes; Heinz Dieterich cuando era chavista teorizó sobre la nueva vía de la alianza entre el movimiento popular y los militares patrióticos.
En realidad nada nuevo, todas ellas no son teorías innovadoras, sino adaptaciones del viejo reformismo bernsteniano, de las ensayadas vías de Kruschev, Allende, Berlinguer, Marchais o Carrillo, con un más o menos afortunado lenguaje, con los matices que queramos ampliar. Pero todas, sin excepción, en la práctica reforzaban y refuerzan la propaganda capitalista de que es inviable su transformación y cualquier construcción de una alternativa socialista.
A pesar de todas las tentativas en seguir aplicando esta anestesia paralizante, las duras condiciones sociales impuestas por el neoliberalismo, la crisis cíclica del capitalismo, facilitó, entre enormes dificultades y desorientaciones, que en estos quince años el movimiento revolucionario a escala mundial tenga sentado las bases para su recuperación y simultanea reconfiguración de la alternativa de la hegemonía socialista, lo que en América se comenzó a designar con el nombre del “socialismo del siglo XXI”.
Chávez, el Socialismo y las FARC
No fui de los que quedé impertérrito ante las declaraciones realizadas por Hugo Chávez en el programa “Aló Presidente” del domingo 8 de junio sobre las FARC-EP, la lucha guerrillera y las vías revolucionarias en América Latina, posteriormente secundadas por Rafael Correa, Evo Morales y por algún aprendiz de candidato presidencial “políticamente correcto” como el salvadoreño Mauricio Funes.
No podía reaccionar con indiferencia ante tan lamentables e imprudentes declaraciones y opiniones, sobre todo cuando parten de un compañero que estimo, admiro y con el que mantengo una elevada sintonía en cuestiones importantes.
Mucho antes de esto tenía constatado que uno de los grandes defectos del comandante Hugo Chávez es esa tendencia a hablar sin suficiente reflexión y conocimiento de causa sobre todo tipo de temas. Esto provoca que muchas veces sus opiniones políticas aparenten estar caracterizadas por erráticas y condicionadas por las influencias personales de los asesores del momento. Divagar y hablar a más no son virtudes de un dirigente revolucionario del calibre y de la dimensión alcanzada por Hugo Chávez Frías, sobre todo porque sus palabras influyen, generan opinión, no caen en saco roto.
Pero en esta ocasión el desconcierto inicial sobre los términos y el contenido de la solicitud realizada a Alfonso Cano, -nuevo Comandante en Jefe de las FARC-EP tras el reciente fallecimiento de Manuel Marulanda-, de entregar los prisioneros de guerra de forma unilateral, de abandono de la lucha guerrillera puesto que supuestamente el método “pasó a la historia” y en el caso concreto de la insurgencia colombiana son la “excusa del imperio para amenazarnos a nosotros [Venezuela]. El día que se haga la paz en Colombia acaba la excusa al imperio (…) Solicito ayuda; ya basta de tanta guerra, llegó la hora de sentarse a hablar de paz”, aceptando la mediación de la OEA y de diversas potencias occidentales, va más allá del natural disgusto, provoca enorme preocupación entre las fuerzas que nos consideramos aliadas de la Revolución Bolivariana y que somos activas en la solidaridad internacionalista con esta hermana República Bolivariana, pero que también apoyamos la insurgencia colombiana, y tenemos un enorme grado de coincidencia y por lo tanto de simpatía con las FARC-EP.
Sin más objetivo que contribuir modestamente al debate ideológico entre camaradas, al combate de ideas del que hablaría Fidel, respetuoso y sin procurar injerencias internas, considero necesario con toda humildad revolucionaria transmitir desde la Galiza rebelde y combativa la opinión de buena parte de las mujeres y hombres, que al igual que Hugo Chávez, luchamos y soñamos por un otro mundo.
Las declaraciones tienen lugar en una coyuntura adversa para la Revolución colombiana tras el asesinato de Raúl Reyes en una operación de aniquilamiento en territorio ecuatoriano que abortó avanzar hacia el necesario acuerdo humanitario de intercambio de prisioneros de guerra; en ocasión del posterior asesinato de otro destacado comandante, Iván Ríos; inmediatamente después de la muerte natural de Manuel Marulanda, el fundador y dirigente histórico de las FARC; en una coyuntura de enorme presión militar del imperialismo sobre la base campesina de la guerrilla y de preocupantes, aunque limitadas, deserciones combatientes.
Todo esto obviamente es del conocimiento del presidente y compañero Hugo Chávez.
Causas del cambio de rumbo
¿Pero cómo analizar el golpe de timón aplicado en la política externa de la revolución bolivariana en esa área cuando a finales de 2007 Chávez se implicó a fondo en la búsqueda de un acuerdo humanitario imposibilitado por Uribe? ¿Cómo interpretar las demandas de reconocimiento de las FARC-EP como fuerza beligerante, retirada de la lista de fuerzas terroristas, denunciando a Uribe como lo que realmente es: el capo de un gobierno narco-para terrorista, un simple peón del imperialismo yanqui para evitar la ampliación del proceso de cambio continental, cuando esté impidió la posibilidad de avances en la negociación? ¿Cómo entender el recibimiento público del comandante Iván Márquez, miembro del Secretariado de las FARC-EP, en el Palacio de Miraflores hace unos meses?, y tras el ataque contra o campamento móvil de Raúl Reyes en Ecuador, el envío de tropas a la frontera y la ruptura de relaciones diplomáticas con la Colombia de Uribe?… y pocos días después en la Cumbre de Río realizada el 7 de marzo en Santo Domingo normalizar las relaciones con el criminal de guerra que ocupa El Palacio Nariño?… y ahora, tras las lamentables declaraciones aplaudidas por los genocidas, anunciar una normalización de las relaciones entre ambos estados mediante una reunión al más alto nivel entre ambos presidentes antes del 15 de julio?
A la hora de buscar respuestas coherentes y satisfactorias a estas preguntas, no debemos dejar a un lado o restarle importancia a los movimientos militares realizados por la armada norteamericana en las costas del Caribe, ni la violación de la soberanía nacional venezolana mediante incursiones del ejército colombiano denunciadas por Caracas, o la infiltración de paramilitares en Venezuela y Ecuador tal como denunció las FARC y diversas organizaciones colombianas y venezolanas, o la descarada manipulación de la información sensible capturada por el enemigo en los famosos ordenadores a “prueba de bomba”.
El Presidente Chávez cometería un error estratégico de incalculables consecuencias para el futuro de la revolución continental bolivariana, si opta por sacrificar a las FARC-EP en base a las necesidades internas de la agenda electoral, o/y las necesidades geopolíticas de procurar una conciliación con las potencias imperialistas europeas, generando simultáneamente un clima favorable en la búsqueda de una convivencia “pacífica” con el gobierno norteamericano emanado de una posible, aunque no segura, victoria electoral de Barack Obama en las presidenciales de EEUUU.
Reconciliarse con las potencias imperialistas a costa de sacrificar la insurgencia colombiana sería reproducir viejas prácticas ensayadas por la URSS en la guerra de España, en la Grecia de 1946, en el Kurdistán, en diferentes pueblos africanos, etc.
Si esto fuera así estaría cometiendo dos errores mortales que si bien podrían garantizar su continuidad inmediata en la presidencia sin grandes sobresaltos, tendrían como coste la renuncia a los más puros ideales de Bolívar y a su enorme influencia de liderazgo en el proceso de cambio continental. Y a mediano y largo plazo convertiría el proceso venezolano en una presa más fácilmente mediatizable y derrotable.
La importancia de las FARC-EP
No se puede infravalorar la dimensión de las FARC-EP como la primera línea de combate entre el movimiento popular y el imperialismo. La insurgencia colombiana ha sido hasta el momento la garantía antintervencionista para la Venezuela bolivariana y para toda la Amazonía por las enormes dificultades y elevados costes humanos y materiales que provocaría ese tipo de agresión directa norteamericana a gran escala.
La presencia y experiencia de las FARC como ejército popular defensor de la soberanía nacional en amplias zonas, posibilita la preservación de enormes áreas de la Amazonía evitando así que la enorme biodiversidad, masa de agua, recursos energéticos y minerales sean apropiados por Washington o sus socios menores. La infame campaña del Grupo Prisa contra Venezuela, las FARC-EP y en menor medida contra Ecuador y Bolivia, está vinculada a los intereses de las multinacionales españolas por operar sin restricciones en esta área tan codiciada.
Hasta el momento han sido las FARC el verdadero contrapoder militar disuasorio de una nueva y gran invasión norteamericana. Las Fuerzas Armadas venezolanas carecen de la experiencia, cohesión, unidad y moral de combate que sí tienen probado y demostrado con tenacidad estos 44 años de insurgencia.
Con todos los respetos es un gran disparate acusar a las FARC de ser la excusa de una intervención cuando han sido un verdadero obstáculo para la implementación paulatina del plan de anexión de América Latina y el Caribe. Una improbable, y sobre todo indeseable, derrota de las FARC-EP, facilitaría la recuperación de la influencia yanqui en el centro y sur del continente.
En segundo lugar, optar por un giro “centrista” del contradictorio proceso revolucionario bolivariano sería reconocer la derrota del modelo en curso en Venezuela, provocado por las enormes fragilidades políticas inherentes, derivadas del mantenimiento del viejo estado burgués y de la carencia de suficiente fuerza social para realmente avanzar en la vía socialista más allá de la retórica, declaraciones y de los discursos encendidos.
El comandante Hugo Chávez sabe perfectamente quienes son Uribe y Santos, que tipo de régimen es ese, y a quienes representan.
Sabe que en los últimos cinco años en Colombia fueron asesinados por las fuerzas policiales, militares y paramilitares más de 15.000 campesinos, sindicalistas, activistas sociales, militantes de izquierda. Que junto a Iraq y el Congo es el país con mayor número de desplazados. Que la oligarquía se está apropiando impunemente de centenares de miles de hectáreas arrebatadas a los campesinos. Sabe que la última vez que las FARC-EP intentaron emplear la vía política impulsando en la mitad de la década de ochenta la Unión Patriótica, más de 5.000 dirigentes, cuadros, militantes y simpatizantes fueron asesinados, aplicando un plan de exterminio perfectamente planificado denominado “Baile Rojo”.
Sabe que la camarilla uribista y sus generales corruptos no desean un acuerdo humanitario, no quieren una solución negociada del largo conflicto político-militar, pues la guerra es el gran negocio que les permite el enriquecimiento y la perpetuación de un régimen genocida que sólo beneficia a la oligarquía y a sus fracciones de apoyo.
El compañero Hugo Chávez también sabe que su propuesta a las FARC-EP y la categórica sentencia emitida sobre la utilización de los métodos de lucha, puede dificultar, por la crisis de incalculables consecuencias que puede provocar, seguir avanzando en la recomposición y coordinación de las luchas a escala continental, y no sólo.
Superado el Ecuador del año 2008, cuando celebramos el 80 aniversario del nacimiento del Che Guevara, no se puede cuestionar ni descartar desde coordenadas de izquierda anticapitalista y antiimperialista la legitimidad de los diversos caminos y vías empleadas para combatir por un mundo mejor.
El “derecho a la rebelión” que BRIGA, -la organización juvenil de la izquierda independentista gallega-, populariza es y debe seguir siendo uno de los insubstituibles ingredientes del socialismo del siglo XXI.
Crear dos, tres, muchos Vietnan no es una anacrónica y obsoleta consigna guevarista. Su actualidad y necesidad está determinada por las condiciones materiales de vida en la que se encuentran centenares de millones de trabajadores y trabajadoras, niños, pueblos enteros, en este planeta unipolar contra el que el imperialismo declaró en 2001 una guerra global que no se puede afirmar esté ganando a día de hoy.
La utilización de determinados métodos de lucha está siempre condicionada por la imposibilidad real de emplear métodos “legales” con las mínimas garantías. En cuanto exista un resquicio, por mínimo que sea, de utilizar la “vía pacífica” debemos emplearla. Lejos de cualquier vinculación con el fetichismo parlamentarista así lo entendieron Lenin y el Che Guevara, que siempre consideraron que la lucha armada no es más que la prolongación de la lucha política, y que son las masas organizadas, acompañadas de sus vanguardias, las que decidir los caminos de su emancipación sin ser substituidas por grupos sectarios y vanguardistas sin conexión real con el pueblo.
Esto sin olvidar nunca las sabias reflexiones del admirado dirigente comunista portugués Francisco Martins Rodrigues, recientemente fallecido, cuando afirmó que “el sistema capitalista no va evolucionar, ni va desaparecer por si, ni va entregar el poder, la única perspectiva que existe es su derrumbe por la fuerza”.
En la Colombia de hoy día no existen las condiciones mínimas imprescindibles para que el proyecto revolucionario de las FARC-EP pueda actuar en la estrecha legalidad del autoritarismo uribista. La lucha guerrillera sigue siendo pues una necesidad provocada por unas condiciones que en lo esencial siguen inalterables e incluso agravada como fue la etapa de Marquetalia.
Aunque tenga el corazón “partio” en una polémica que nunca debió existir y mucho menos en las formas como se expresó, no tengo la más mínima duda a donde inclinarme a la hora de hacer una elección.
Como también se que la mejor manera de contribuir a la solución del conflicto colombiano, al avance de la revolución continental y mundial es apoyando las fuerzas revolucionarias insurgentes y la izquierda política y social que en medio de grandes dificultades combaten en el día a día por unas condiciones laborales dignas, por el derecho a cultivar la tierra, por los pueblos indígenas, por las libertades democráticas, por el derecho a la vida y contra el criminal régimen.
Desde esta nación europea, negada por la España imperialista, sí podemos contribuir. ¿Cómo? Reforzando la construcción de nuestro movimiento de liberación nacional y social de género, pero también interviniendo en el combate ideológico. Haciendo frente a la obscena manipulación mediática que identifica a las FARC-EP con el narcotráfico y el terrorismo, combatiendo la injusta estigmatización que padecen, difundiendo el programa y las motivaciones de su lucha, reforzando los lazos de amistad y cooperación con la Coordinadora Continental Bolivariana (CCB), dando a conocer nuestra lucha entre la izquierda latinoamericana y caribeña, solicitando al movimiento popular que presione para que el gobierno español retire a las FARC de la lista de organizaciones terroristas y las reconozca como fuerza beligerante.
Galiza, 17 de junio de 2008
Carlos Morais. Primeira Linha
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“Unidos seremos invencibles”
Simón Bolívar
Al día de hoy, en buena parte de América Latina y del Caribe, se desarrolla un proceso de transformación social que por sus contenidos y programa antiimperialista, por la dimensión de las fuerzas en acción, sitúa esta área del planeta como uno de los epicentros más avanzados de la lucha de clases a escala mundial.
El actual escenario estuvo precedido por las severas derrotas infringidas a la mayoría de las izquierdas revolucionarias y movimientos sociales a finales de la década de los ochenta, por la perdida electoral del sandinismo en 1990, por los devastadores efectos provocados por la caída de la URSS que en combinación con las dificultades para una inmediata victoria militar provocaron el abandono de la lucha guerrillera en El Salvador y Guatemala sin más contrapartidas que su integración en la vida civil. El conflicto peruano con sus peculiaridades y profundas divergencias tampoco fue capaz de resistir la brutal embestida imperialista.
Sin obviamente enumerar su totalidad fueron estos algunos de los principales factores de la antesala de la larga década de políticas neoliberales implementadas en el continente. Gobiernos conservadores, algunos con tintes populistas, agudizaron la pobreza y la miseria de las masas trabajadoras y de los pueblos indígenas, profundizaron en la dependencia y pérdida de la soberanía nacional, convirtiendo buena parte de los estados en simples prolongaciones de las multinacionales ubicadas en Washington, Madrid y otras capitales occidentales.
La sensación de derrota subjetiva causó profundos estragos en el movimiento obrero y popular provocando el desarme ideológico, la fragmentación del enorme capital organizativo y sociopolítico acumulado, generando desconcierto, perplejidad y confusión, imposibilitando una resistencia general a los efectos provocados por la implementación de las recetas económicas de la Escuela de Chicago.
Eufórico, del río Bravo a la Patagonia, el neoliberalismo asemejaba ser un fenómeno victorioso, invencible, difícil de derrotar.
En el inmenso mapa de nuestra América bolivariana sólo dos trincheras imposibilitaban la victoria absoluta que procuraban los halcones de Washington para extirpar la semilla de la Revolución. Cuba, entre enormes dificultades y heroicos sacrificios, mediante un doloroso tratamiento de choque que posteriormente provocaría efectos secundarios de magnitud, fue capaz de superar el colapso económico de la Isla derivado de la errónea dependencia que mantenía de la Unión Soviética. Logró salir de la grave crisis con creatividad, empleando básicamente sus medios y recursos, no cediendo a los consejos, presiones y chantajes provenientes de la socialdemocracia y de la ex-izquierda cooptada, cómodamente adaptada e instalada en aquella nueva realidad que erróneamente Fukuyama y el postmodernismo pronosticaban como eterna.
Pero además de la patria de Martí fue la insurgencia colombiana la una de las más importantes expresiones con dimensión de masas de la izquierda latinoamericana y caribeña que no sucumbió, que no se dejó seducir por las envenenadas mieles de la capitulación, disfrazando de logros y avances populares lo que no fueron más que concesiones y derrotas estratégicas. Las FARC-EP y el ELN no sólo no se dejaron arrastrar por las modas imperantes, sino que contrariamente a la adversa atmósfera imperante experimentaron un desarrollo y avance en sus posiciones hasta el extremo que los expertos del imperialismo no descartaban a medio plazo una victoria político-militar de la guerrilla comandada por Manuel Marulanda tal como reflejan los planes anexionistas de América Latina del “Documento Santa Fe IV” hecho público en el año 2000.
Superada la ignominiosa década de los Collor de Mello, de los Menem, de los Fujimori, de los Salina de Gortari, de los Carlos Andrés Pérez, y a medida que los efectos del capitalismo salvaje en los pueblos generaban protestas, movilizaciones, resistencias, revueltas, nuevos sujetos sociales, nuevas generaciones de combatientes se organizaban, emergían entre las luchas que comenzaron a unificar nuevamente el continente. Las espadas en alto de Tupac Amaru, Tupac Katari, Bolívar, Mariátegui, el Che, Caamaño, Roque Dalton, Santucho, Jacobo Arenas y tantos otros, con el ejemplo siempre presente de Cuba, reaparecían en su genuina dimensión, desprendidos de la adulteración, de las interpretaciones banales, triviales, vulgares, de la ilegítima apropiación a la que habían sido sometidos por las cipayas elites criollas, por las oligarquías, por la embajada, por el reformismo. Retomaban el camino de la emancipación fundiéndose con lo mejor de las tradiciones socialistas del comunismo revolucionario, abrazándose sin complejos a Marx, Engels, Lenin, Trostki, Gramsci, incorporando las demandas de emancipación y libertad de los pueblos y de las naciones indígenas, de las masas negras y mestizas, del crisol de colores americanos.
El levantamiento zapatista del 1º de enero de 1994 tan sólo fue la primera y tímida señal del torrente libertario que posteriormente iría desplazar la oligarquía en Venezuela cuando el movimiento popular bajo la dirección de Hugo Chávez gana las elecciones, en lo que fue el segundo capítulo, -tras el fracaso del levantamiento cívico-militar de 1992-, de la descomposición del corrupto bipartidismo de la IV República.
Después vino la victoria de Lula en el Brasil, la revuelta argentina, las victorias electorales del centro-izquierda en diversos países, contribuyendo así a desplazar las fuerzas tradicionales, abriendo un nuevo ciclo en el que Cuba ya no resiste sola. Venezuela, Bolivia, Ecuador conforman el vértice de la ola que desplaza la hegemonía imperialista, imposibilitando que los USA se apropien de los recursos energéticos y minerales imprescindibles para aliviar el declive de su hegemonía mundial.
Preocupado, aterrorizado por la primavera liberadora, que entre contradicciones y aplicando diversos modelos y velocidades, reiniciaron los pueblos americanos, el imperialismo yanqui reacciona concentrando el grueso de su artillería ideológica y militar en seguir golpeando con más fuerza las dos trincheras de la esperanza y de la nueva alborada, Cuba y Colombia, ampliando el punto prioritario de mira a la Venezuela bolivariana.
La administración Bush profundizó el criminal bloqueo de la revolución cubana; lanzó la mayor campaña de intoxicación y criminalización mediática, identificando las FARC-EP con el narcotráfico para así justificar su intervención directa sobre el terreno mediante el “Plan Colombia”; y curándose en salud optó por lo que tan bien sabe hacer, -por lo que antes realizara con éxito en la Guatemala de Arbenz, en la República Dominicana de Bosch y Caamaño, en el Chile de Allende, en la Granada de Bishop, en el Panamá de Noriega, y en tantos otros sitios-, por la caída del proceso venezolano mediante el fracasado golpe de estado del 11 de abril de 2002.
Los modelos revolucionarios
La Revolución al igual que la mayoría de las cosas, no tiene una única vía para su éxito. Cuando hablamos de Revolución queremos reafirmar sin ambigüedades que nos referimos a la Revolución socialista, no a simples retoques y substitución de elites, lo que el Che tan bien expresó como Revolución socialista o caricatura de revolución en el “Mensaje a los pueblos del mundo” hecha pública en la reunión de la Tricontinental de 1967.
La Revolución socialista debemos entenderla como un proceso complejo, contradictorio, permanente y siempre reversible, de transformación y superación radical de la sociedad de clases, en la búsqueda de la nueva hegemonía vinculada a la abolición de las mismas, pero también del conjunto de opresiones derivadas, simbiotizadas, agregadas: nacional, de género, sexual, cultural, intergeneracional (el poder adulto), en la incansable búsqueda de construir un mundo nuevo, erradicando toda forma de dominación, para levantar con la participación constante de la inmensa mayoría una sociedad presidida por la felicidad y en armonía con el conjunto de la biodiversidad, con la madre tierra.
Lejos de los inviables y bien intencionados deseos del socialismo utópico decimonónico, la Revolución socialista afortunadamente sabe- porque así lo constata más de siglo y medio de tentativas, ensayos, experiencias- que esa acción teórico-práctica debe mantener un saludable distanciamiento de las artificiales construcciones de las simples ingenierías elaboradas en cómodos despachos, que para su éxito necesita alzarse sobre las bases del viejo mundo. Sólo sobre sus cenizas es factible levantar con la participación de todo el pueblo una nueva sociedad, fraguada en nuevos valores, la democracia socialista.
Pero en este largo camino que no se puede reducir a la simple toma del poder hay múltiples vías en función de las características específicas de cada formación social concreta. Lo que puede ser eficaz y útil en un determinado lugar no sirve en otra latitud. No se puede aplicar miméticamente, en base a las recetas de los manuales o incluso en experiencias válidas y correctas en otras situaciones históricas, pero que son un disparate implementarlas de forma doctrinaria y rígida en nuestras particulares condiciones.
Debemos estudiar y aprender de todas las experiencias revolucionarias, sin excepción. El arte de la Revolución no debe desconsiderar ninguna, pero tampoco idealizar y mitificar experiencias por muy determinantes que hayan sido en el extenso hilo rojo de la lucha de clases.
El marxismo latinoamericano-caribeño, desde el de Mariátegui al del Che y Fidel, conoció en sus propias carnes la destrucción provocada por las lecturas y aplicaciones mecanicistas de las recetas estalinistas en la lucha de clases del continente americano.
Los gallegos también sabemos un poco de esto. Una realidad tan alejada geográficamente como Galiza presenta nexos en común con el movimiento obrero del sur de Latinoamérica y no sólo. Y no me refiero únicamente a la participación directa de compatriotas, de miles de gallegas y gallegos emigrados que, huyendo de la miseria y marginación a la que el capitalismo español condenaba y condena a la Patria de Benigno Álvares, José Gomes Gaioso y Moncho Reboiras, jugaron un papel destacado en la configuración del sindicalismo de clase y en la autoorganización de las fuerzas políticas obreras de inspiración socialista y comunista, en el apoyo e instrucción de guerrillas.
Juventud campesina y obrera, y militantes exiliados contribuyeron modestamente, pero de forma tangible y clara, a la emancipación y liberación de las sociedades en las que fueron generosamente acogidos. Desde México, pasando por Panamá y Venezuela, hasta Argentina o el Uruguay, late corazón y sangre de hombres y mujeres de esta Nación oprimida por la España de los Borbones contra la que se levantó Bolívar, y que dos siglos después de la primera independencia sigue aplicando en ambas realidades semejantes políticas de evidentes rasgos neo-coloniales tan bien sintetizados en el porque no te callas.
Pero los estrechos nexos y complicidades en la lucha común no sólo se reducen a nuestra aún bastante desconocida participación y contribución a la lucha americana.
Hemos sido víctimas del anti-dialéctico y conservador dogmatismo estalinista, padeciendo similares dificultades, sufriendo parecidas castraciones y negaciones ideológicas, por la refractaria y tardía aplicación creativa del marxismo. Compartimos semejantes consecuencias políticas que atrasaron en décadas el avance popular por haber padecido la devastación ideológica de la influencia de un personaje nefasto para el avance de la Revolución en el Cono Sur latinoamericano y también en otras zonas de América Latina y del Caribe.
Entre 1932-37 el argentino Victorio Codovilla ejerció en el Estado español de delegado de la Komintern con poderes plenipotenciarios bajo la dirección directa de Dimitrov. En la práctica era el máximo dirigente del PCE y por lo tanto responsable de las graves orientaciones y línea política aplicada, sintetizada en una concepción etapista de la Revolución, en la promoción de la alianza de clases frentepopulista, y en la oposición al enfrentamiento político-militar, a la insurrección popular que defiende el marxismo tal como magistralmente recoge Lenin en el “Estado y la Revolución”. La doctrina impuesta por Codovilla imposibilitó la autoorganización obrera y popular en base a las concretas luchas de clases del as de las diversas naciones oprimidas por España. En la Galiza anterior al golpe de estado fascista que liquidó la democracia burguesa republicana, -mediante un holocausto que provocó más de diez mil muertes en los años posteriores a 1936-, no fue viable construir un partido revolucionario gallego por, entre otros motivos, la oposición jacobina de la Internacional Comunista aplicando tesis erróneas basadas en el absoluto desconocimiento de la realidad sobre la que se adoptaba decisiones transcendentales. El socialismo en un sólo país despreciaba las demandas nacionales, negaba la especificidad gallega, de igual manera que era incapaz de entender la realidad latinoamericana.
Codovilla, como paradigma de la ausencia de pensamiento propio, como tutela castradora de la creatividad y originalidad, no sólo retrasó en décadas que los sectores explotados y oprimidos de Galiza se dotaran de herramientas autóctonas de resistencia y lucha, sino que contribuyó en Latinoamérica al desplazamiento del proletariado como sujeto de transformación, imposibilitando la incorporación de las naciones indígenas al combate al Capital, favoreciendo el éxito de las falsas salidas populistas como el peronismo.
La casta burocrática que gobernó la URSS desde inicios de la década de los años treinta del siglo pasado deterioró la función original de la Internacional Comunista como ente supranacional de coordinación, fomento y apoyo de la Revolución a escala global, haciendo de la Komintern un enorme instrumento burocrático de control y fiscalización: modulando los partidos y organizaciones integradas hasta convertirlas en simples apéndices, peones sin autonomía, de los intereses de Moscú para su influencia internacional y paulatina restauración del capitalismo. Posteriormente a su disolución en mayo de 1943, siguiendo los deseos de las potencias occidentales aliadas con la URSS en el combate al nazismo, la inmensa mayoría de los partidos comunistas continuaron supeditando sus específicas líneas políticas a los intereses “superiores” de la geoestrategia de Moscú, abrazando la “coexistencia pacífica con el imperialismo” y la “transición pacífica al socialismo” emanada del XX Congreso del PCUS de 1956 y por lo tanto obstaculizando, cuando no colaborando implícita y explícitamente con el imperialismo en las luchas que surgían en el planeta.
El M-26 de Julio y el Ejército Rebelde cubano saben perfectamente que opinaban los estalinistas del PSP sobre el asalto al Moncada y la posterior guerra de guerrillas posterior al desembarco del Granma; los independentistas argelinos tuvieron que padecer la firme oposición del PC francés a su lucha de liberación nacional; en el Diario de Bolivia el Che recoge con precisión la infame traición de Mario Monje, secretario general del PCB, a la guerrilla del ELN; el partido comunista argentino prácticamente no padeció rasguños durante la dictadura que eliminó a más de treinta mil compañeros, liquidando físicamente a las organizaciones revolucionarias.
Son múltiples los ejemplos de las nefastas consecuencias provocadas en los pueblos explotados y oprimidos al depender de instancias ajenas, procurar salvación en coordenadas foráneas. La historia de la lucha antiimperialista del siglo XX está llena de episodios que así lo constatan.
Galiza no ha sido ajena a este lamentable capítulo de la historia de la lucha revolucionaria: la desmovilización de la guerrilla que eficazmente combatía el franquismo en la década de cuarenta fue una decisión adoptada en el exterior por voluntad de Moscú vía Madrid.
La mejor garantía del éxito del combate revolucionario se asienta en las fuerzas propias, dotándose de una línea y orientación política específica derivada del conocimiento riguroso de la formación sobre la que se actúa, de su historia, correlación de fuerzas, tradiciones, culturas, factores subjetivos, etc. El centro de gravedad de cualquier cambio revolucionario tiene que estar situado básicamente donde se pretende realizar la transformación.
Tampoco existen recetas universales. Ni antes ni ahora. Posteriormente a la caída de la URSS buena parte de los partidos comunistas y también importantes organizaciones revolucionarias optaron por la derrota, precipitadamente se dejaron arrastrar por la propaganda del imperialismo identificando la implosión del socialismo soviético con el fracaso del socialismo.
En la década posterior, siguiendo formulaciones elaboradas básicamente por intelectuales de las metrópolis europeas, aparecieron doctrinas que con carácter universal pretendieron nuevamente imponer una nueva receta de la transformación. Jhon Holloway teorizó sobre la necesaria renuncia a la toma del poder en base a una interpretación retorcida de la concreta experiencia del neo-zapatismo chiapaneco; Toni Negri y Michael Hardt pronosticaron un nuevo imperialismo ideológico sin marines ni intervenciones armadas, que sería derrotado por las denominadas multitudes; Heinz Dieterich cuando era chavista teorizó sobre la nueva vía de la alianza entre el movimiento popular y los militares patrióticos.
En realidad nada nuevo, todas ellas no son teorías innovadoras, sino adaptaciones del viejo reformismo bernsteniano, de las ensayadas vías de Kruschev, Allende, Berlinguer, Marchais o Carrillo, con un más o menos afortunado lenguaje, con los matices que queramos ampliar. Pero todas, sin excepción, en la práctica reforzaban y refuerzan la propaganda capitalista de que es inviable su transformación y cualquier construcción de una alternativa socialista.
A pesar de todas las tentativas en seguir aplicando esta anestesia paralizante, las duras condiciones sociales impuestas por el neoliberalismo, la crisis cíclica del capitalismo, facilitó, entre enormes dificultades y desorientaciones, que en estos quince años el movimiento revolucionario a escala mundial tenga sentado las bases para su recuperación y simultanea reconfiguración de la alternativa de la hegemonía socialista, lo que en América se comenzó a designar con el nombre del “socialismo del siglo XXI”.
Chávez, el Socialismo y las FARC
No fui de los que quedé impertérrito ante las declaraciones realizadas por Hugo Chávez en el programa “Aló Presidente” del domingo 8 de junio sobre las FARC-EP, la lucha guerrillera y las vías revolucionarias en América Latina, posteriormente secundadas por Rafael Correa, Evo Morales y por algún aprendiz de candidato presidencial “políticamente correcto” como el salvadoreño Mauricio Funes.
No podía reaccionar con indiferencia ante tan lamentables e imprudentes declaraciones y opiniones, sobre todo cuando parten de un compañero que estimo, admiro y con el que mantengo una elevada sintonía en cuestiones importantes.
Mucho antes de esto tenía constatado que uno de los grandes defectos del comandante Hugo Chávez es esa tendencia a hablar sin suficiente reflexión y conocimiento de causa sobre todo tipo de temas. Esto provoca que muchas veces sus opiniones políticas aparenten estar caracterizadas por erráticas y condicionadas por las influencias personales de los asesores del momento. Divagar y hablar a más no son virtudes de un dirigente revolucionario del calibre y de la dimensión alcanzada por Hugo Chávez Frías, sobre todo porque sus palabras influyen, generan opinión, no caen en saco roto.
Pero en esta ocasión el desconcierto inicial sobre los términos y el contenido de la solicitud realizada a Alfonso Cano, -nuevo Comandante en Jefe de las FARC-EP tras el reciente fallecimiento de Manuel Marulanda-, de entregar los prisioneros de guerra de forma unilateral, de abandono de la lucha guerrillera puesto que supuestamente el método “pasó a la historia” y en el caso concreto de la insurgencia colombiana son la “excusa del imperio para amenazarnos a nosotros [Venezuela]. El día que se haga la paz en Colombia acaba la excusa al imperio (…) Solicito ayuda; ya basta de tanta guerra, llegó la hora de sentarse a hablar de paz”, aceptando la mediación de la OEA y de diversas potencias occidentales, va más allá del natural disgusto, provoca enorme preocupación entre las fuerzas que nos consideramos aliadas de la Revolución Bolivariana y que somos activas en la solidaridad internacionalista con esta hermana República Bolivariana, pero que también apoyamos la insurgencia colombiana, y tenemos un enorme grado de coincidencia y por lo tanto de simpatía con las FARC-EP.
Sin más objetivo que contribuir modestamente al debate ideológico entre camaradas, al combate de ideas del que hablaría Fidel, respetuoso y sin procurar injerencias internas, considero necesario con toda humildad revolucionaria transmitir desde la Galiza rebelde y combativa la opinión de buena parte de las mujeres y hombres, que al igual que Hugo Chávez, luchamos y soñamos por un otro mundo.
Las declaraciones tienen lugar en una coyuntura adversa para la Revolución colombiana tras el asesinato de Raúl Reyes en una operación de aniquilamiento en territorio ecuatoriano que abortó avanzar hacia el necesario acuerdo humanitario de intercambio de prisioneros de guerra; en ocasión del posterior asesinato de otro destacado comandante, Iván Ríos; inmediatamente después de la muerte natural de Manuel Marulanda, el fundador y dirigente histórico de las FARC; en una coyuntura de enorme presión militar del imperialismo sobre la base campesina de la guerrilla y de preocupantes, aunque limitadas, deserciones combatientes.
Todo esto obviamente es del conocimiento del presidente y compañero Hugo Chávez.
Causas del cambio de rumbo
¿Pero cómo analizar el golpe de timón aplicado en la política externa de la revolución bolivariana en esa área cuando a finales de 2007 Chávez se implicó a fondo en la búsqueda de un acuerdo humanitario imposibilitado por Uribe? ¿Cómo interpretar las demandas de reconocimiento de las FARC-EP como fuerza beligerante, retirada de la lista de fuerzas terroristas, denunciando a Uribe como lo que realmente es: el capo de un gobierno narco-para terrorista, un simple peón del imperialismo yanqui para evitar la ampliación del proceso de cambio continental, cuando esté impidió la posibilidad de avances en la negociación? ¿Cómo entender el recibimiento público del comandante Iván Márquez, miembro del Secretariado de las FARC-EP, en el Palacio de Miraflores hace unos meses?, y tras el ataque contra o campamento móvil de Raúl Reyes en Ecuador, el envío de tropas a la frontera y la ruptura de relaciones diplomáticas con la Colombia de Uribe?… y pocos días después en la Cumbre de Río realizada el 7 de marzo en Santo Domingo normalizar las relaciones con el criminal de guerra que ocupa El Palacio Nariño?… y ahora, tras las lamentables declaraciones aplaudidas por los genocidas, anunciar una normalización de las relaciones entre ambos estados mediante una reunión al más alto nivel entre ambos presidentes antes del 15 de julio?
A la hora de buscar respuestas coherentes y satisfactorias a estas preguntas, no debemos dejar a un lado o restarle importancia a los movimientos militares realizados por la armada norteamericana en las costas del Caribe, ni la violación de la soberanía nacional venezolana mediante incursiones del ejército colombiano denunciadas por Caracas, o la infiltración de paramilitares en Venezuela y Ecuador tal como denunció las FARC y diversas organizaciones colombianas y venezolanas, o la descarada manipulación de la información sensible capturada por el enemigo en los famosos ordenadores a “prueba de bomba”.
El Presidente Chávez cometería un error estratégico de incalculables consecuencias para el futuro de la revolución continental bolivariana, si opta por sacrificar a las FARC-EP en base a las necesidades internas de la agenda electoral, o/y las necesidades geopolíticas de procurar una conciliación con las potencias imperialistas europeas, generando simultáneamente un clima favorable en la búsqueda de una convivencia “pacífica” con el gobierno norteamericano emanado de una posible, aunque no segura, victoria electoral de Barack Obama en las presidenciales de EEUUU.
Reconciliarse con las potencias imperialistas a costa de sacrificar la insurgencia colombiana sería reproducir viejas prácticas ensayadas por la URSS en la guerra de España, en la Grecia de 1946, en el Kurdistán, en diferentes pueblos africanos, etc.
Si esto fuera así estaría cometiendo dos errores mortales que si bien podrían garantizar su continuidad inmediata en la presidencia sin grandes sobresaltos, tendrían como coste la renuncia a los más puros ideales de Bolívar y a su enorme influencia de liderazgo en el proceso de cambio continental. Y a mediano y largo plazo convertiría el proceso venezolano en una presa más fácilmente mediatizable y derrotable.
La importancia de las FARC-EP
No se puede infravalorar la dimensión de las FARC-EP como la primera línea de combate entre el movimiento popular y el imperialismo. La insurgencia colombiana ha sido hasta el momento la garantía antintervencionista para la Venezuela bolivariana y para toda la Amazonía por las enormes dificultades y elevados costes humanos y materiales que provocaría ese tipo de agresión directa norteamericana a gran escala.
La presencia y experiencia de las FARC como ejército popular defensor de la soberanía nacional en amplias zonas, posibilita la preservación de enormes áreas de la Amazonía evitando así que la enorme biodiversidad, masa de agua, recursos energéticos y minerales sean apropiados por Washington o sus socios menores. La infame campaña del Grupo Prisa contra Venezuela, las FARC-EP y en menor medida contra Ecuador y Bolivia, está vinculada a los intereses de las multinacionales españolas por operar sin restricciones en esta área tan codiciada.
Hasta el momento han sido las FARC el verdadero contrapoder militar disuasorio de una nueva y gran invasión norteamericana. Las Fuerzas Armadas venezolanas carecen de la experiencia, cohesión, unidad y moral de combate que sí tienen probado y demostrado con tenacidad estos 44 años de insurgencia.
Con todos los respetos es un gran disparate acusar a las FARC de ser la excusa de una intervención cuando han sido un verdadero obstáculo para la implementación paulatina del plan de anexión de América Latina y el Caribe. Una improbable, y sobre todo indeseable, derrota de las FARC-EP, facilitaría la recuperación de la influencia yanqui en el centro y sur del continente.
En segundo lugar, optar por un giro “centrista” del contradictorio proceso revolucionario bolivariano sería reconocer la derrota del modelo en curso en Venezuela, provocado por las enormes fragilidades políticas inherentes, derivadas del mantenimiento del viejo estado burgués y de la carencia de suficiente fuerza social para realmente avanzar en la vía socialista más allá de la retórica, declaraciones y de los discursos encendidos.
El comandante Hugo Chávez sabe perfectamente quienes son Uribe y Santos, que tipo de régimen es ese, y a quienes representan.
Sabe que en los últimos cinco años en Colombia fueron asesinados por las fuerzas policiales, militares y paramilitares más de 15.000 campesinos, sindicalistas, activistas sociales, militantes de izquierda. Que junto a Iraq y el Congo es el país con mayor número de desplazados. Que la oligarquía se está apropiando impunemente de centenares de miles de hectáreas arrebatadas a los campesinos. Sabe que la última vez que las FARC-EP intentaron emplear la vía política impulsando en la mitad de la década de ochenta la Unión Patriótica, más de 5.000 dirigentes, cuadros, militantes y simpatizantes fueron asesinados, aplicando un plan de exterminio perfectamente planificado denominado “Baile Rojo”.
Sabe que la camarilla uribista y sus generales corruptos no desean un acuerdo humanitario, no quieren una solución negociada del largo conflicto político-militar, pues la guerra es el gran negocio que les permite el enriquecimiento y la perpetuación de un régimen genocida que sólo beneficia a la oligarquía y a sus fracciones de apoyo.
El compañero Hugo Chávez también sabe que su propuesta a las FARC-EP y la categórica sentencia emitida sobre la utilización de los métodos de lucha, puede dificultar, por la crisis de incalculables consecuencias que puede provocar, seguir avanzando en la recomposición y coordinación de las luchas a escala continental, y no sólo.
Superado el Ecuador del año 2008, cuando celebramos el 80 aniversario del nacimiento del Che Guevara, no se puede cuestionar ni descartar desde coordenadas de izquierda anticapitalista y antiimperialista la legitimidad de los diversos caminos y vías empleadas para combatir por un mundo mejor.
El “derecho a la rebelión” que BRIGA, -la organización juvenil de la izquierda independentista gallega-, populariza es y debe seguir siendo uno de los insubstituibles ingredientes del socialismo del siglo XXI.
Crear dos, tres, muchos Vietnan no es una anacrónica y obsoleta consigna guevarista. Su actualidad y necesidad está determinada por las condiciones materiales de vida en la que se encuentran centenares de millones de trabajadores y trabajadoras, niños, pueblos enteros, en este planeta unipolar contra el que el imperialismo declaró en 2001 una guerra global que no se puede afirmar esté ganando a día de hoy.
La utilización de determinados métodos de lucha está siempre condicionada por la imposibilidad real de emplear métodos “legales” con las mínimas garantías. En cuanto exista un resquicio, por mínimo que sea, de utilizar la “vía pacífica” debemos emplearla. Lejos de cualquier vinculación con el fetichismo parlamentarista así lo entendieron Lenin y el Che Guevara, que siempre consideraron que la lucha armada no es más que la prolongación de la lucha política, y que son las masas organizadas, acompañadas de sus vanguardias, las que decidir los caminos de su emancipación sin ser substituidas por grupos sectarios y vanguardistas sin conexión real con el pueblo.
Esto sin olvidar nunca las sabias reflexiones del admirado dirigente comunista portugués Francisco Martins Rodrigues, recientemente fallecido, cuando afirmó que “el sistema capitalista no va evolucionar, ni va desaparecer por si, ni va entregar el poder, la única perspectiva que existe es su derrumbe por la fuerza”.
En la Colombia de hoy día no existen las condiciones mínimas imprescindibles para que el proyecto revolucionario de las FARC-EP pueda actuar en la estrecha legalidad del autoritarismo uribista. La lucha guerrillera sigue siendo pues una necesidad provocada por unas condiciones que en lo esencial siguen inalterables e incluso agravada como fue la etapa de Marquetalia.
Aunque tenga el corazón “partio” en una polémica que nunca debió existir y mucho menos en las formas como se expresó, no tengo la más mínima duda a donde inclinarme a la hora de hacer una elección.
Como también se que la mejor manera de contribuir a la solución del conflicto colombiano, al avance de la revolución continental y mundial es apoyando las fuerzas revolucionarias insurgentes y la izquierda política y social que en medio de grandes dificultades combaten en el día a día por unas condiciones laborales dignas, por el derecho a cultivar la tierra, por los pueblos indígenas, por las libertades democráticas, por el derecho a la vida y contra el criminal régimen.
Desde esta nación europea, negada por la España imperialista, sí podemos contribuir. ¿Cómo? Reforzando la construcción de nuestro movimiento de liberación nacional y social de género, pero también interviniendo en el combate ideológico. Haciendo frente a la obscena manipulación mediática que identifica a las FARC-EP con el narcotráfico y el terrorismo, combatiendo la injusta estigmatización que padecen, difundiendo el programa y las motivaciones de su lucha, reforzando los lazos de amistad y cooperación con la Coordinadora Continental Bolivariana (CCB), dando a conocer nuestra lucha entre la izquierda latinoamericana y caribeña, solicitando al movimiento popular que presione para que el gobierno español retire a las FARC de la lista de organizaciones terroristas y las reconozca como fuerza beligerante.
Galiza, 17 de junio de 2008
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