El astronauta norteamericano Garret Reisman se dirigía hacia Star City. Una antigua base militar secreta rusa para pasar allí varias semanas de entrenamiento. Mientras atravesaba el aeropuerto Kennedy, sonó su móvil. Era Steven W. Lindsey, el jefe de su oficina de astronautas de la NASA. “Vuelve a Houston. Han cancelado tu entrenamiento, están jugando fuerte”, recuerda Reisman que le dijo su jefe. Estaba atrapado en medio de una fuerte disputa entre la NASA y la agencia espacial rusa Roscosmos.Al final, el viaje frustrado de Reisman fue sólo un bache en su camino al espacio: Pasó este año tres meses a bordo de la Estación Espacial Internacional, hizo un paseo espacial e incluso intercambió chistes por video con Stephen Colbert.Todos los que trabajan con los programas espaciales rusos tienen historias similares que contar de burócratas implacables, normas bizantinas y decisiones que parecen caprichosas en el mejor de los casos. Y muchas de estas historias se han desarrollado en Star City, donde cosmonautas y astronautas de todo el mundo, se entrenan para volar en la nave espacial rusa Soyuz, que les llevará a la Estación Espacial Internacional.Star City se ha convertido en un segundo hogar para los americanos que trabajan con sus homólogos rusos. El centro de entrenamiento está a punto de convertirse en algo todavía más importante. Desde 2010 la NASA tiene previsto suspender las actividades de su programa espacial hasta 2015. Fecha en la que harán su debut la próxima generación de naves espaciales. Durante esos cinco años Rusia será el único país que tenga seres humanos en la estación.Dos formas de vidaEn Star City existen importantes diferencias culturales entre rusos y americanos. Estos últimos, por ejemplo, dicen que trabajar codo con codo con los rusos les ha ayudado a entender cómo se enfoca la seguridad en el país soviético. El astronauta estadounidense Michael Barratt señala que cuando paseó por primera vez por Star City, se sorprendió de las diferencias entre las calles. En la NASA, dice, “hubiera habido grandes carteles rojos” advirtiendo a la gente que mire por dónde pisa. Y si alguien se hubiese caído, inmediatamente se presentaría una demanda.En Rusia, comenta Barratt, la gente simplemente mira por dónde pisa. Lo que hay detrás de esto, dice Mark Thiessen, el ayudante de McBrine, es que “los rusos aceptan el riesgo”. Y que los americanos intentan “eliminarlo en lugar de minimizarlo”. El enfoque americano es loable, señala, aunque no siempre es posible. Lo que sucede al final es que los estadounidenses acaban siendo más cautelosos que los rusos. “Nadie está dispuesto a decir: acepto el riesgo”, concluye.Mucha gente que escribe sobre el programa espacial ruso se centra en la impresión decrépita que puede ofrecer, con sus edificios desvencijados, algunos elementos oxidados en el cosmódromo de lanzamiento de Baikonur, Kazajistan, o el hecho de que el diseño básico de la nave espacial Soyuz no haya cambiado en cuarenta años.Sin embargo, los expertos americanos indican que el desinterés de los rusos por la perfección exterior y el desarrollo no es importante, y que la antigüedad del diseño demuestra una estrategia conservadora frente a los riesgos de un posible viaje espacial. Unos planes que les han funcionado bien. “Gastan el dinero donde hay que gastarlo”, dice Philip Cleary, un ex director del programa de vuelos espaciales tripulados de la NASA en Rusia. Y “no están tan preocupados por aplicar una nueva capa de pintura en un edificio si no hace falta”.El centro militar de investigación y formación Star City está situado cerca de Shchyolkovo en Oblast, a unos 32 kilómetros al noreste de Moscú. Dentro del recinto se encuentra el Gagarin Centro de Capacitación de Cosmonautas (GCTC). Desde 1960 decenas de cosmonautas de todo el mundo han acudido a este lugar para formarse y prepararse para misiones espaciales. Durante la época de la antigua Unión Soviética, la ciudad fue uno de los secretos mejor guardados y el acceso a las instalaciones era altamente restringido.
El astronauta norteamericano Garret Reisman se dirigía hacia Star City. Una antigua base militar secreta rusa para pasar allí varias semanas de entrenamiento. Mientras atravesaba el aeropuerto Kennedy, sonó su móvil. Era Steven W. Lindsey, el jefe de su oficina de astronautas de la NASA. “Vuelve a Houston. Han cancelado tu entrenamiento, están jugando fuerte”, recuerda Reisman que le dijo su jefe. Estaba atrapado en medio de una fuerte disputa entre la NASA y la agencia espacial rusa Roscosmos.Al final, el viaje frustrado de Reisman fue sólo un bache en su camino al espacio: Pasó este año tres meses a bordo de la Estación Espacial Internacional, hizo un paseo espacial e incluso intercambió chistes por video con Stephen Colbert.Todos los que trabajan con los programas espaciales rusos tienen historias similares que contar de burócratas implacables, normas bizantinas y decisiones que parecen caprichosas en el mejor de los casos. Y muchas de estas historias se han desarrollado en Star City, donde cosmonautas y astronautas de todo el mundo, se entrenan para volar en la nave espacial rusa Soyuz, que les llevará a la Estación Espacial Internacional.Star City se ha convertido en un segundo hogar para los americanos que trabajan con sus homólogos rusos. El centro de entrenamiento está a punto de convertirse en algo todavía más importante. Desde 2010 la NASA tiene previsto suspender las actividades de su programa espacial hasta 2015. Fecha en la que harán su debut la próxima generación de naves espaciales. Durante esos cinco años Rusia será el único país que tenga seres humanos en la estación.Dos formas de vidaEn Star City existen importantes diferencias culturales entre rusos y americanos. Estos últimos, por ejemplo, dicen que trabajar codo con codo con los rusos les ha ayudado a entender cómo se enfoca la seguridad en el país soviético. El astronauta estadounidense Michael Barratt señala que cuando paseó por primera vez por Star City, se sorprendió de las diferencias entre las calles. En la NASA, dice, “hubiera habido grandes carteles rojos” advirtiendo a la gente que mire por dónde pisa. Y si alguien se hubiese caído, inmediatamente se presentaría una demanda.En Rusia, comenta Barratt, la gente simplemente mira por dónde pisa. Lo que hay detrás de esto, dice Mark Thiessen, el ayudante de McBrine, es que “los rusos aceptan el riesgo”. Y que los americanos intentan “eliminarlo en lugar de minimizarlo”. El enfoque americano es loable, señala, aunque no siempre es posible. Lo que sucede al final es que los estadounidenses acaban siendo más cautelosos que los rusos. “Nadie está dispuesto a decir: acepto el riesgo”, concluye.Mucha gente que escribe sobre el programa espacial ruso se centra en la impresión decrépita que puede ofrecer, con sus edificios desvencijados, algunos elementos oxidados en el cosmódromo de lanzamiento de Baikonur, Kazajistan, o el hecho de que el diseño básico de la nave espacial Soyuz no haya cambiado en cuarenta años.Sin embargo, los expertos americanos indican que el desinterés de los rusos por la perfección exterior y el desarrollo no es importante, y que la antigüedad del diseño demuestra una estrategia conservadora frente a los riesgos de un posible viaje espacial. Unos planes que les han funcionado bien. “Gastan el dinero donde hay que gastarlo”, dice Philip Cleary, un ex director del programa de vuelos espaciales tripulados de la NASA en Rusia. Y “no están tan preocupados por aplicar una nueva capa de pintura en un edificio si no hace falta”.El centro militar de investigación y formación Star City está situado cerca de Shchyolkovo en Oblast, a unos 32 kilómetros al noreste de Moscú. Dentro del recinto se encuentra el Gagarin Centro de Capacitación de Cosmonautas (GCTC). Desde 1960 decenas de cosmonautas de todo el mundo han acudido a este lugar para formarse y prepararse para misiones espaciales. Durante la época de la antigua Unión Soviética, la ciudad fue uno de los secretos mejor guardados y el acceso a las instalaciones era altamente restringido.
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