EL CORREO GALLEGO
LUIS POUSA
Durante quince años, y antes de apuntarse a la causa de la democracia liberal, Václav Klaus fue un diligente funcionario de la banca pública del Estado Socialista de Checoslovaquia, así que nadie mejor que él sabe que los regímenes del socialismo real, en mayor medida si eran países satélites de Moscú y estaban encuadrados, y no por libre iniciativa, en el Consejo para la Ayuda Mutua Económica (Comecon), no constituyeron precisamente un ejemplo de requintada sensibilidad por todo lo relacionado con el respeto al medioambiente y el equilibrio ecológico.
No pocas de las personas que fueron internadas en los campos de trabajo regentados por la Glávonie Upravlenie Lagueréi (Gulag) en la Unión Soviética, habían cometido el delito de apostar por un desarrollo económico más armónico con la naturaleza y oponerse a la carrera armamentística, por cuanto eso alimentaba un tipo de economía (y de industria) que dirigía más recursos a producir cañones que a producir mantequilla. Y eso que uno de los primeros en plantear una vision planetaria y no parcial de la Tierra fue el científico ruso Vladimir Ivanovich Vernadsky (1863-1945) en su obra La Biosfera. En ella el autor tiende a coincidir, con muchos años de antelación, con las 0rganizaciones y proyectos internacionales hoy en día preocupados por el cambio global y por dar una respuesta del planeta, como entidad unificada, desde la evidencia de que una parte de esos cambios son generados por las actividades humanas o consecuencia indirecta de las mismas, como bien apuntaba Ramón Margalef en la introducción a la edición en castellano de dicha obra (Visor, 1997).
El actual presidente de la República Checa quizá sepa que el accidente de la central nuclear de Chernobil, cerca Kiev, el 26 de abril de 1986, cuyo coste en 1990 fue evaluado ya en 20.000 millones de dólares, no se produjo por un fallo humano ni cuando se comprobaba el funcionamiento del sistema de seguridad de la central, sino por querer instalar ese sistema dos años después de estar funcionando aquella.
Es decir la URSS no sólo fue una abanderada de la energía nuclear, sino que, además, siguió adelante con su programa pese a carecer de adecuados sistemas de seguridad. Uno de los primeros en denunciar esta barbaridad fue un destacado científico de la URSS, Zhores A. Medvedev, que en 1973 tuvo que exiliarse en Gran Bretaña. Sus ideas ecologistas no contaban con el aplauso de los dirigentes soviéticos. Resulta harto difícil, por no decir imposible, establecer una relación ideológica entre los comunistas, los científicos que han llegado a la conclusión de que el cambio climático es también efecto de la acción del ser humano sobre la Tierra, o los ecologistas. Aunque haya que dar por supuesto que entre la comunidad científica y la comunidad ecologista haya algunos comunistas de Marx, algunos maoístas de Lenin, no menos liberales y quizá hasta algún aznarista arrepentido.
En todo caso, ese intento de demostrar lo indemostrable no obedece a nada bueno, pues necesariamente obliga a sus autores a falsificar la historia, negando lo evidente. Por muchas razones que no caben ahora aquí, los países del socialismo real apostaron por un modelo de desarrollo industrial indefendible por el más moderado ecologista. El señor Aznar debería saberlo.
LUIS POUSA
Durante quince años, y antes de apuntarse a la causa de la democracia liberal, Václav Klaus fue un diligente funcionario de la banca pública del Estado Socialista de Checoslovaquia, así que nadie mejor que él sabe que los regímenes del socialismo real, en mayor medida si eran países satélites de Moscú y estaban encuadrados, y no por libre iniciativa, en el Consejo para la Ayuda Mutua Económica (Comecon), no constituyeron precisamente un ejemplo de requintada sensibilidad por todo lo relacionado con el respeto al medioambiente y el equilibrio ecológico.
No pocas de las personas que fueron internadas en los campos de trabajo regentados por la Glávonie Upravlenie Lagueréi (Gulag) en la Unión Soviética, habían cometido el delito de apostar por un desarrollo económico más armónico con la naturaleza y oponerse a la carrera armamentística, por cuanto eso alimentaba un tipo de economía (y de industria) que dirigía más recursos a producir cañones que a producir mantequilla. Y eso que uno de los primeros en plantear una vision planetaria y no parcial de la Tierra fue el científico ruso Vladimir Ivanovich Vernadsky (1863-1945) en su obra La Biosfera. En ella el autor tiende a coincidir, con muchos años de antelación, con las 0rganizaciones y proyectos internacionales hoy en día preocupados por el cambio global y por dar una respuesta del planeta, como entidad unificada, desde la evidencia de que una parte de esos cambios son generados por las actividades humanas o consecuencia indirecta de las mismas, como bien apuntaba Ramón Margalef en la introducción a la edición en castellano de dicha obra (Visor, 1997).
El actual presidente de la República Checa quizá sepa que el accidente de la central nuclear de Chernobil, cerca Kiev, el 26 de abril de 1986, cuyo coste en 1990 fue evaluado ya en 20.000 millones de dólares, no se produjo por un fallo humano ni cuando se comprobaba el funcionamiento del sistema de seguridad de la central, sino por querer instalar ese sistema dos años después de estar funcionando aquella.
Es decir la URSS no sólo fue una abanderada de la energía nuclear, sino que, además, siguió adelante con su programa pese a carecer de adecuados sistemas de seguridad. Uno de los primeros en denunciar esta barbaridad fue un destacado científico de la URSS, Zhores A. Medvedev, que en 1973 tuvo que exiliarse en Gran Bretaña. Sus ideas ecologistas no contaban con el aplauso de los dirigentes soviéticos. Resulta harto difícil, por no decir imposible, establecer una relación ideológica entre los comunistas, los científicos que han llegado a la conclusión de que el cambio climático es también efecto de la acción del ser humano sobre la Tierra, o los ecologistas. Aunque haya que dar por supuesto que entre la comunidad científica y la comunidad ecologista haya algunos comunistas de Marx, algunos maoístas de Lenin, no menos liberales y quizá hasta algún aznarista arrepentido.
En todo caso, ese intento de demostrar lo indemostrable no obedece a nada bueno, pues necesariamente obliga a sus autores a falsificar la historia, negando lo evidente. Por muchas razones que no caben ahora aquí, los países del socialismo real apostaron por un modelo de desarrollo industrial indefendible por el más moderado ecologista. El señor Aznar debería saberlo.
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