KAOSENLARED
Demasiado tarde. Por mucho que el petulante Sarkozy, presidente de Francia y de la Unión Europa, se empeñe en lo contrario, el capitalismo no tiene ningún futuro. De hecho, la era de la descomposición definitiva del régimen de la explotación del trabajo asalariado ya ha comenzado.
Los acontecimientos económicos y políticos que estamos presenciando en este momento histórico anuncian claramente el principio del fin del capitalismo como sistema hegemónico en el mundo. Y a partir de ahora se inicia un declive progresivo que, reduciendo sus posibilidades de dominación ideológica y militar como consecuencia de la imparable crisis económica, hará inclinar la balanza cada día más hacia una nueva sociedad libre de las diferencias clasistas y de la explotación del hombre por el hombre.
Dice Sarkozy que se debe “reconstruir el capitalismo sobre bases éticas”, algo así como un nuevo “capitalismo de rostro humano”. Olvida este prepotente que el capitalismo funciona sobre la base de la búsqueda del máximo beneficio, y que los burgueses no explotan a los trabajadores ni tratan de destruir a la competencia y de alcanzar el monopolio llevados de una particular perversidad, sino que la falta de ética y la inmoralidad del capitalismo reside objetivamente en su propia esencia y en sus principios filosóficos, basados en la idea (cuyos orígenes se remontan al esclavismo y el feudalismo) de que es lícito robar la plusvalía que crean los obreros y vivir del trabajo ajeno.
La bancarrota de la economía de los Estados Unidos y de Europa no es culpa de “algunos avariciosos” como pretende nuestro nuevo Napoleón. El hundimiento de los centros imperialistas indica sencillamente que la extracción de recursos de los “países en desarrollo” por medio del intercambio comercial injusto y desigual, que permitía a los “países industrializados” enriquecerse y condenaba a la mayoría de los países de Latinoamérica, África y Asia a no disponer de ninguna “vía de desarrollo”, se ha terminado para siempre.
El G-7, organización de los principales Estados imperialistas, que hasta ahora dirigían el desarrollo de la economía mundial, se ha visto obligado a recurrir al formato G-20, en el que se incluye también a algunos países que se han liberado de la opresión política y militar y la explotación económica del imperialismo, o avanzan decididamente para soltar amarras con el ya decadente sistema de dominación mundial euronorteamericano.
Convocados por iniciativa de la Unión Europea el día 15 de Noviembre en Washington, grandes países de rápido crecimiento como China, India, Brasil o Rusia ya han planteado sus exigencias ante esta cumbre.
Wen Jiabao, primer ministro chino, ha declarado que en esta reunión se deben “aclarar las responsabilidades de gobiernos, compañías y reguladores de mercados financieros”.
Por su parte, el primer ministro indio Manmohan Singh, expresa francamente sus dudas sobre la utilidad de la cita de Washington, advirtiendo de la necesidad de una mayor participación de las nuevas potencias económicas en las instituciones financieras internacionales.
Europa también tiene reivindicaciones, reproches y quejas frente a los Estados Unidos. La lucha feroz entre el dólar y el euro que rivalizan, el primero por conservar y el segundo por conquistar la categoría de principal divisa internacional, está detrás de la insistencia de la Unión Europea de un nuevo Bretton Woods.
Esta Conferencia internacional celebrada en 1944, cuando aún no había finalizado la Segunda Guerra Mundial, consagró el dominio imperialista de los Estados Unidos, sólo contrarrestado por la Unión Soviética, y determinó que el dólar funcionara como moneda mundial con ciertas condiciones.
Sin embargo, en 1971 el presidente Richard Nixon, agobiado por los ingentes gastos provocados por la guerra en Vietnam, rompió unilateralmente las condiciones aceptadas a regañadientes por Inglaterra en Bretton Woods, renegando del compromiso de la paridad fija de las monedas, devaluando el dólar un 20 por ciento y acabando con la convertibilidad del dólar y el oro.
Desde entonces y hasta el derrumbe financiero actual, el dólar ha sido la moneda del comercio mundial y la divisa internacional indiscutida. Esto ha permitido a los Estados Unidos financiar con papel sus astronómicos déficits crónicos o, dicho de otra manera, ha obligado al resto del mundo a pagar las facturas del despilfarro consumista y de los inmensos gastos militares del imperio norteamericano.
Pero después de la creación de la moneda comunitaria, Europa piensa que ha llegado el momento de sustituir a los EEUU como potencia imperialista hegemónica. Por eso solicita la “reforma del sistema financiero internacional” para, imitando a sus rivales, sufragar ahora las “inyecciones de liquidez” que ha tenido que entregar a sus bancos en crisis, emitiendo papel moneda.
Pero es poco probable que los pueblos y los gobiernos, que tanto han tenido que luchar en los terrenos económico, político y militar para librarse del imperialismo norteamericano, se dejen engañar ahora por el imperialismo neocolonial y militarista de los europeos que, como el derechoso reaccionario Sarkozy o Zapatero, socialista que quiere refundar el capitalismo, sueñan con ser los nuevos amos del mundo como herederos de los arruinados norteamericanos.
Los acontecimientos económicos y políticos que estamos presenciando en este momento histórico anuncian claramente el principio del fin del capitalismo como sistema hegemónico en el mundo. Y a partir de ahora se inicia un declive progresivo que, reduciendo sus posibilidades de dominación ideológica y militar como consecuencia de la imparable crisis económica, hará inclinar la balanza cada día más hacia una nueva sociedad libre de las diferencias clasistas y de la explotación del hombre por el hombre.
Dice Sarkozy que se debe “reconstruir el capitalismo sobre bases éticas”, algo así como un nuevo “capitalismo de rostro humano”. Olvida este prepotente que el capitalismo funciona sobre la base de la búsqueda del máximo beneficio, y que los burgueses no explotan a los trabajadores ni tratan de destruir a la competencia y de alcanzar el monopolio llevados de una particular perversidad, sino que la falta de ética y la inmoralidad del capitalismo reside objetivamente en su propia esencia y en sus principios filosóficos, basados en la idea (cuyos orígenes se remontan al esclavismo y el feudalismo) de que es lícito robar la plusvalía que crean los obreros y vivir del trabajo ajeno.
La bancarrota de la economía de los Estados Unidos y de Europa no es culpa de “algunos avariciosos” como pretende nuestro nuevo Napoleón. El hundimiento de los centros imperialistas indica sencillamente que la extracción de recursos de los “países en desarrollo” por medio del intercambio comercial injusto y desigual, que permitía a los “países industrializados” enriquecerse y condenaba a la mayoría de los países de Latinoamérica, África y Asia a no disponer de ninguna “vía de desarrollo”, se ha terminado para siempre.
El G-7, organización de los principales Estados imperialistas, que hasta ahora dirigían el desarrollo de la economía mundial, se ha visto obligado a recurrir al formato G-20, en el que se incluye también a algunos países que se han liberado de la opresión política y militar y la explotación económica del imperialismo, o avanzan decididamente para soltar amarras con el ya decadente sistema de dominación mundial euronorteamericano.
Convocados por iniciativa de la Unión Europea el día 15 de Noviembre en Washington, grandes países de rápido crecimiento como China, India, Brasil o Rusia ya han planteado sus exigencias ante esta cumbre.
Wen Jiabao, primer ministro chino, ha declarado que en esta reunión se deben “aclarar las responsabilidades de gobiernos, compañías y reguladores de mercados financieros”.
Por su parte, el primer ministro indio Manmohan Singh, expresa francamente sus dudas sobre la utilidad de la cita de Washington, advirtiendo de la necesidad de una mayor participación de las nuevas potencias económicas en las instituciones financieras internacionales.
Europa también tiene reivindicaciones, reproches y quejas frente a los Estados Unidos. La lucha feroz entre el dólar y el euro que rivalizan, el primero por conservar y el segundo por conquistar la categoría de principal divisa internacional, está detrás de la insistencia de la Unión Europea de un nuevo Bretton Woods.
Esta Conferencia internacional celebrada en 1944, cuando aún no había finalizado la Segunda Guerra Mundial, consagró el dominio imperialista de los Estados Unidos, sólo contrarrestado por la Unión Soviética, y determinó que el dólar funcionara como moneda mundial con ciertas condiciones.
Sin embargo, en 1971 el presidente Richard Nixon, agobiado por los ingentes gastos provocados por la guerra en Vietnam, rompió unilateralmente las condiciones aceptadas a regañadientes por Inglaterra en Bretton Woods, renegando del compromiso de la paridad fija de las monedas, devaluando el dólar un 20 por ciento y acabando con la convertibilidad del dólar y el oro.
Desde entonces y hasta el derrumbe financiero actual, el dólar ha sido la moneda del comercio mundial y la divisa internacional indiscutida. Esto ha permitido a los Estados Unidos financiar con papel sus astronómicos déficits crónicos o, dicho de otra manera, ha obligado al resto del mundo a pagar las facturas del despilfarro consumista y de los inmensos gastos militares del imperio norteamericano.
Pero después de la creación de la moneda comunitaria, Europa piensa que ha llegado el momento de sustituir a los EEUU como potencia imperialista hegemónica. Por eso solicita la “reforma del sistema financiero internacional” para, imitando a sus rivales, sufragar ahora las “inyecciones de liquidez” que ha tenido que entregar a sus bancos en crisis, emitiendo papel moneda.
Pero es poco probable que los pueblos y los gobiernos, que tanto han tenido que luchar en los terrenos económico, político y militar para librarse del imperialismo norteamericano, se dejen engañar ahora por el imperialismo neocolonial y militarista de los europeos que, como el derechoso reaccionario Sarkozy o Zapatero, socialista que quiere refundar el capitalismo, sueñan con ser los nuevos amos del mundo como herederos de los arruinados norteamericanos.
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