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PASCUAL SERRANO
Tres años después del derrocamiento y asesinato de Gadafi, los nuevos parlamentarios libios apoyados por Occidente “están atrapados en un hotel en un remoto puerto, a unos 1.000 kilómetros de la capital, Trípoli”.
En julio pasado, milicianos fundamentalistas atacaron Trípoli, forzando la huida del parlamento recién electo. El gobierno se vio obligado a alquilar un ferry de bandera griega y anclarlo en la bahía de Tobruk para que sirviera de alojamiento a funcionarios, activistas y sus familias, quienes habían tenido que dejar sus hogares para escapar de las amenazas de muerte. Tobruk, una ciudad de unos 120.000 habitantes en el extremo oriental de Libia, es ahora uno de los últimos bastiones de las autoridades reconocidas y apoyadas por Occidente.
Los diputados pasan parte de sus días recorriendo el vestíbulo del hotel o bebiendo café al lado de la piscina, con vistas al Mediterráneo. Se limitan a discutir sobre leyes y nombramientos para un país en caos. La BBC recuerda que ese parlamento y ese gobierno no controlan ninguna de las tres principales ciudades del país. Incluso en Derna, la ciudad costera más cercana a Tobruk, se ha autoproclamado un califato islámico, donde los funcionarios del gobierno no pueden ni acercarse.
Lo curioso es que quienes impiden que este gobierno ejerza sus funciones, son las mismas milicias que Occidente apoyó para tirar a Gadafi del poder. Como se recordará, el 23 de octubre de hace tres años Gadafi fue derrocado tras una campaña de bombardeos liderada por Occidente que apoyaba a los rebeldes islamistas. En septiembre de 2011 el presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, y el primer ministro de Reino Unido, David Cameron, visitaron Bengasi orgullosos de haber colaborado con sus tropas y cazas en el cambio de régimen. “Pelearon como leones. Celebramos su coraje”, dijo Cameron.
Pero, como señala la BBC, esos leones –las milicias revolucionarias libias– no se desmovilizaron. Y de entonces a la fecha “han causado caos en el país, sitiando al parlamento, ocupando ministerios y, una vez, hasta secuestrando al primer ministro”. Algunas milicias luchan por los intereses de sus pueblos o regiones, pero otras se han aliado con grupos políticos islamistas, incluyendo a los Hermanos Musulmanes.
La actual crisis estalló cuando los islamistas perdieron las elecciones de junio y las milicias de Misrata y otras zonas procedieron a sitiar la capital. Ahora dos instituciones se encuentran enfrentadas, el parlamento islamista instalado en Tripoli y las autoridades refugiadas en Tobruk. Los segundos acusan de terroristas a los primeros y critican que algunos países de Occidente apoyaran a grupos islamistas considerados moderados, de hecho las fuerzas en Bengasi (bajo control islamista) son aliadas de grupos yihadistas como Ansar al Sharia, una organización considerada terrorista por Estados Unidos. Por su parte, los de Tripoli acusan a a los de Tobruk de aceptar a algunos políticos y funcionarios que trabajaron con Gadafi.
Es evidente que la intervención de Occidente solo ha ayudado a desmantelar un país sin llevar ni democracia ni derechos humanos como se prometía tras el asesinato Gadafi. Incluso han colaborado a desestabilizar más la región. Estados antiislamistas, como Egipto, o de otra tendencia musulmana, como Emiratos Árabes Unidos, están dado apoyo militar a las autoridades de Tobruk. Mientras que Qatar y Sudán podrían estar apoyando a los rebeldes islamistas.
Paradójicamente, ahora surgen voces preocupadas por si estos militantes islámicos tomaran el poder en Libia. Señalan que están a dos horas por mar de Italia. Algo que no pensaban los gobernantes europeos cuando les estaban apoyando para quitar a Gadafi del poder.
(Tomado del blog de Pascual Serrano)
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