Extender la convergencia más allá de los centros urbanos y las capas medias profesionales e ilustradas es, para mí, un requerimiento estratégico fundamental.
La historia del PCE es la historia de su política de alianzas. Converger significa concurrir al mismo fin, y para ello hay que identificar qué sujetos pueden concurrir y con qué fin lo hacen. Las alianzas son necesarias, por lo tanto, en la medida en que ayuden a conseguir el fin propuesto.
La historia de todas las sociedades conocidas hasta ahora es la historia de la lucha de clases, así ha sido y así sigue siendo, y no es necesario recurrir al convencimiento del enemigo de que así es, Warren Buffet dixit, basta con contemplar la realidad y encajarla en el proceso histórico del proyecto neoliberal. Pero como nos recuerda Domenico Losurdo, la lucha de clases casi nunca se expresa en estado puro, casi nunca se limita a comprometer a los sujetos directamente antagonistas, es sobre todo esta falta de pureza lo que permite que desemboque en una revolución social victoriosa. Y ahí es donde situamos la política de alianzas.
Por lo tanto, los sujetos que pueden concurrir a un mismo fin son sujetos de clase. Que la posmodernidad y el discurso hegemónico de que las luchas ya sólo se dan entre relatos y discursos, que hacen que existan las cosas nombrándolas; que las batallas de ahora se dan con las armas de la consagrada comunicación política, no nos va a convencer, sin embargo, de que la lucha de clases, y con ella la historia, haya terminado.
Ojalá se pudieran dar alianzas de clase en mesas camilla y por arriba. Nos sentamos los representantes de la clase obrera de los escasos núcleos industriales del país; los representantes de los trabajadores que se quedaron parados en los noventa y se hicieron autónomos y triunfaron con la burbuja inmobiliaria y ahora se encuentran en riesgo de exclusión social, como se dice cuando no tienes pan que llevarte a la boca; los representantes de los hijos de la clase obrera que estudió y estudió y ahora están en el paro o la emigración; los representantes de las trabajadoras que entran y salen de casa, autobús, metro, casa, hijas, autobús, metro, abuelas, fregar escaleras, reponer estanterías, cobrar en las cajas de los supermercados, calentar hamburguesas de carne hormonada… echar horas, cobrar miseria; los representantes de los comerciantes asediados por las grandes superficies; de los pequeños empresarios víctimas de la usura de la banca privada que recibe dinero público a espuertas; etc. Los representantes de cada fracción de clase víctima de la crisis nos sentamos en una mesa, identificamos al enemigo común, ponemos firme a nuestras huestes y hacemos la revolución. No, sabemos que no es así. Por eso la política de alianzas no es algo sencillo, por eso es tan apasionante.
Los que rechazan los acuerdos cupulares para la convergencia no se han enterado de que no van por ahí los derroteros de la cuestión. Quizá los que rechazan de manera tan tajante los acuerdos cupulares están, en verdad, proyectándose. Porque lo que nos están contando algunos es que la revolución se puede hacer con el mando a distancia. Y no.
La convergencia sólo es posible si se expresa a través del conflicto social, es en el conflicto donde se expresan las alianzas, donde se elabora la alternativa, donde la clase se convierte en clase para sí.
Vale, pero, ¿y las elecciones municipales?. Una de las rémoras del eurocomunismo es, sin duda, el electoralismo y el institucionalismo, entendidos como modos de funcionar y organizarse orientados casi exclusivamente al ámbito de las instituciones y la lucha electoral. Esta crítica no desdeña las instituciones. Al contrario, nuestra tradición leninista sitúa la cuestión del Estado, y su relación con la revolución y la forma partido, en el centro de nuestra estrategia. Pero sabemos también que no hay victoria institucional que valga si esta no se asienta sobre un bloque social sólido. La respuesta a qué hacemos con las elecciones municipales es sencilla si situamos esta cita electoral en un proceso de acumulación de fuerzas y las enmarcamos en el ciclo electoral que se abrió en mayo pasado y que nos debe llevar hasta unas elecciones legislativas que derroten al bipartidismo monárquico y sus renovadas expresiones y sitúen a nuestra organización comunista como agente influyente en la construcción de la alternativa, en el proceso constituyente.
El derecho a la ciudad, como dice David Harvey, es una exigencia que puede sintetizar los fines comunes de la convergencia hasta las elecciones municipales. Los comunistas debemos trabajar para hacer sujetos de la convergencia ciudadana a los sectores de clase cuya ciudadanía no es reconocida, a las clases trabajadoras de los barrios obreros, a las capas populares de los barrios excluidos. Extender la convergencia más allá de los centros urbanos y las capas medias profesionales e ilustradas es, para mí, un requerimiento estratégico fundamental y un reto en estos momentos.
En conclusión, creo que la tarea de los y las comunistas es reforzar los espacios de convergencia generados en torno al conflicto social con especial atención a las Marchas de la Dignidad, implicando al movimiento obrero organizado que tendrá que entender, más temprano que tarde, que no hay salida a la crisis desde la concertación, que el dilema es restauración o ruptura. Y de cara a las elecciones municipales, trabajar para extender la convergencia, empoderando al pueblo trabajador en sus diversas expresiones, desatando el conflicto social.
La historia de todas las sociedades conocidas hasta ahora es la historia de la lucha de clases, así ha sido y así sigue siendo, y no es necesario recurrir al convencimiento del enemigo de que así es, Warren Buffet dixit, basta con contemplar la realidad y encajarla en el proceso histórico del proyecto neoliberal. Pero como nos recuerda Domenico Losurdo, la lucha de clases casi nunca se expresa en estado puro, casi nunca se limita a comprometer a los sujetos directamente antagonistas, es sobre todo esta falta de pureza lo que permite que desemboque en una revolución social victoriosa. Y ahí es donde situamos la política de alianzas.
Por lo tanto, los sujetos que pueden concurrir a un mismo fin son sujetos de clase. Que la posmodernidad y el discurso hegemónico de que las luchas ya sólo se dan entre relatos y discursos, que hacen que existan las cosas nombrándolas; que las batallas de ahora se dan con las armas de la consagrada comunicación política, no nos va a convencer, sin embargo, de que la lucha de clases, y con ella la historia, haya terminado.
Ojalá se pudieran dar alianzas de clase en mesas camilla y por arriba. Nos sentamos los representantes de la clase obrera de los escasos núcleos industriales del país; los representantes de los trabajadores que se quedaron parados en los noventa y se hicieron autónomos y triunfaron con la burbuja inmobiliaria y ahora se encuentran en riesgo de exclusión social, como se dice cuando no tienes pan que llevarte a la boca; los representantes de los hijos de la clase obrera que estudió y estudió y ahora están en el paro o la emigración; los representantes de las trabajadoras que entran y salen de casa, autobús, metro, casa, hijas, autobús, metro, abuelas, fregar escaleras, reponer estanterías, cobrar en las cajas de los supermercados, calentar hamburguesas de carne hormonada… echar horas, cobrar miseria; los representantes de los comerciantes asediados por las grandes superficies; de los pequeños empresarios víctimas de la usura de la banca privada que recibe dinero público a espuertas; etc. Los representantes de cada fracción de clase víctima de la crisis nos sentamos en una mesa, identificamos al enemigo común, ponemos firme a nuestras huestes y hacemos la revolución. No, sabemos que no es así. Por eso la política de alianzas no es algo sencillo, por eso es tan apasionante.
Los que rechazan los acuerdos cupulares para la convergencia no se han enterado de que no van por ahí los derroteros de la cuestión. Quizá los que rechazan de manera tan tajante los acuerdos cupulares están, en verdad, proyectándose. Porque lo que nos están contando algunos es que la revolución se puede hacer con el mando a distancia. Y no.
La convergencia sólo es posible si se expresa a través del conflicto social, es en el conflicto donde se expresan las alianzas, donde se elabora la alternativa, donde la clase se convierte en clase para sí.
Vale, pero, ¿y las elecciones municipales?. Una de las rémoras del eurocomunismo es, sin duda, el electoralismo y el institucionalismo, entendidos como modos de funcionar y organizarse orientados casi exclusivamente al ámbito de las instituciones y la lucha electoral. Esta crítica no desdeña las instituciones. Al contrario, nuestra tradición leninista sitúa la cuestión del Estado, y su relación con la revolución y la forma partido, en el centro de nuestra estrategia. Pero sabemos también que no hay victoria institucional que valga si esta no se asienta sobre un bloque social sólido. La respuesta a qué hacemos con las elecciones municipales es sencilla si situamos esta cita electoral en un proceso de acumulación de fuerzas y las enmarcamos en el ciclo electoral que se abrió en mayo pasado y que nos debe llevar hasta unas elecciones legislativas que derroten al bipartidismo monárquico y sus renovadas expresiones y sitúen a nuestra organización comunista como agente influyente en la construcción de la alternativa, en el proceso constituyente.
El derecho a la ciudad, como dice David Harvey, es una exigencia que puede sintetizar los fines comunes de la convergencia hasta las elecciones municipales. Los comunistas debemos trabajar para hacer sujetos de la convergencia ciudadana a los sectores de clase cuya ciudadanía no es reconocida, a las clases trabajadoras de los barrios obreros, a las capas populares de los barrios excluidos. Extender la convergencia más allá de los centros urbanos y las capas medias profesionales e ilustradas es, para mí, un requerimiento estratégico fundamental y un reto en estos momentos.
En conclusión, creo que la tarea de los y las comunistas es reforzar los espacios de convergencia generados en torno al conflicto social con especial atención a las Marchas de la Dignidad, implicando al movimiento obrero organizado que tendrá que entender, más temprano que tarde, que no hay salida a la crisis desde la concertación, que el dilema es restauración o ruptura. Y de cara a las elecciones municipales, trabajar para extender la convergencia, empoderando al pueblo trabajador en sus diversas expresiones, desatando el conflicto social.
Publicado en el Nº 277 de la edición impresa de Mundo Obrero octubre 2014
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