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Reflexiones de Washington a La Habana, Teherán y Moscú

Por Santiago Pérez

Licenciado en Relaciones Internacionales 

Barack Obama entre el deshielo cubano, el programa nuclear iraní y las fuerzas profundas rusas.

El presidente norteamericano ha conseguido capturar la atención mundial. En cuestión de meses avanzó con recetas alternativas sobre dos de los más antiguos conflictos internacionales que sostienen aun hoy los Estados Unidos: Cuba e Irán.

Desde el éxito de “La Revolución” en 1959 que Cuba ocupa un lugar privilegiado en la lista negra de Washington. Ausencia de relaciones diplomáticas y un embargo que juntos dan forma al principal obstáculo para la buena vecindad entre los Estados Unidos y América Latina. Once presidentes pasaron por la Casa Blanca desde que se iniciara el bloqueo hace cinco décadas y, hasta ahora, nadie había conseguido torcer esta firme posición.

Vale la pena aclarar que hasta 1991 toda esta confrontación tuvo algún tipo de sentido. Las necesidades geoestratégicas de la Unión Soviética durante la Guerra Fría otorgaban a la isla una importancia superlativa. De más está decir que Fidel Castro, hábil político, supo capitalizar el mencionado escenario. Retuvo el poder más allá de los límites imaginables y utilizó el constante y abundante flujo de rublos enviados por el Kremlin para llevar a esta pequeña nación caribeña a un lugar protagónico dentro el tablero político hemisférico. Cuba fue al igual que Berlín, Corea o Vietnam una de esas fronteras ideológicas tan cercanas que las dos superpotencias pudieron verse las caras sin siquiera usar binoculares.

Toda esta lógica se disolvió, valga la redundancia, con la disolución de la Unión Soviética. Sin motivos sistémicos para continuar con el anacrónico enfrentamiento tanto Castro como Obama decidieron darle un golpe de timón a la historia. Las palabras del líder cubano en la VII Cumbre de las Américas en Panamá obligaron al atento observador de la actualidad internacional a refregarse los ojos. “Obama es un hombre honesto” sentenció Castro. Ver para creer. Su intervención, por momentos, más se pareció a la de un aliado de la OTAN que a la del histórico enemigo de los Estados Unidos. Sin dudas, algo está cambiando.

A miles de kilómetros y en forma simultánea Barack Obama también pareciera haber pateado el tablero. La posibilidad de solucionar la cuestión del programa nuclear iraní por la vía diplomática está, increíblemente, al alcance de la mano. El virtual estado de anarquía que se vive hoy en regiones de Irak, Siria y Libia son consecuencia, en buena medida, de la destrucción de los aparatos estatales. Resolver el conflicto con Irán en forma negociada puede ahorrarle a los Estados Unidos y sus aliados muchos dolores de cabeza. Destruir un país es relativamente sencillo, pero reconstruirlo es sustancialmente más complejo y, en casos, como el iraquí, virtualmente imposible. El ciclo de enfrentamiento iniciado en 1979 con la Revolución Islámica puede estar ingresando en una fase de quiebre.

Por supuesto que se necesitan dos para un buen Tango. La Habana y Teherán le tienden la mano a Washington por los beneficios que estos acuerdos, en caso se concreten, traerán a sus países. El levantamiento de sanciones y bloqueos ayudarán a Irán y Cuba a integrarse al sistema económico y financiero internacional. El mundo de hoy, cada vez más globalizado e interconectado, reduce espacios para la prosperidad de economías aisladas.

De tener éxito Obama en estas dos audaces y ambiciosas empresas logrará inyectarle un componente “histórico” a su paso por la Casa Blanca, cerrando dos conflictos abiertos sin disparar una bala. No todo depende de él. El Capitolio, hoy dominado por la oposición republicana, deberá darle el visto bueno al levantamiento del embargo a Cuba. Por otro lado, las gestiones de Hassan Rohani puertas adentro del régimen iraní serán determinantes para que las negociaciones del G5+1 lleguen a buen puerto.

Crimea, las posiciones de la OTAN en Europa Oriental y el eventual “expansionismo” ruso (por llamarlo de alguna forma) será un frente que el saliente Presidente dejará abierto, sencillamente porque se trata de cuestiones de imposible resolución. No estamos ante un resurgir de la Guerra Fría como muchos sostienen. Lo que sucede en aquella región del planeta es el renacer de tensiones de características similares a las observadas en el siglo XIX. Alimentadas por fuerzas profundas gestadas en el seno de los estados nacionales, con el equilibrio de poder y la lucha por la seguridad nacional como gran principio ordenador. Nada que la diplomacia pueda resolver por si misma.

Por Santiago Pérez
Licenciado en Relaciones Internacionales

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