Casi todo es recomendable en el libro de Seumas Milne [SM] que recientemente ha publicado Capitan Swing en traducción de Emilio Ayllón Rull: La venganza de la historia. La batalla por el siglo XXI. Tiene razón Naomi Klein (la cita puede verse en la contraportada): “Leyendo a Milne a menudo una se siente físicamente aliviada; no sólo ve la verdad sino que la articula con asombrosa erudición”. También la tiene cuando sostiene que este libro contiene un mensaje urgente. Hay varios urgentes y necesarios.
No es momento ahora de entrar en una reseña detallada del libro. Pretendo tan solo dar un ejemplo de esa sensación de alivio físico, mental y poliético al que hace referencia la autora de La doctrina del shock. Es un paso de un artículo de 12 de noviembre de 2009: “La verdadera lección de 1989 es que nunca hay nada decidido”, páginas 325-328 del ensayo.
Después de una década de recuperación económica tremendamente desigual, señala SM, Europa del Este se ha hundido de nuevo en una profunda crisis. La causa: el colapso de Occidente, su abonada y fantasiosa tierra prometida, “con la violencia étnica extendiéndose y los trabajadores del sector público haciendo frente a recortes de sus sueldos de hasta el 40%” (p. 327). Seguimos en ello como es sabido.
La incapacidad del Occidente capitalista, prosigue el autor, para reconocer el escalofriante precio que han tenido que pagar tantos ciudadanos europeos (por ejemplo, en su salud, en sus condiciones laborales, en sus proyectos vitales y en su esperanza de vida) por “una libertad tan limitada” es sólo comparable por la resistencia o deformación de los poderes elitistas occidentales (también en los de allí) en reconocer que “el sistema comunista trajo tantos beneficios como evidentes costes”.
El ejemplo de SM es la ex República Democrática alemana. La RDA trajo consigo la STASI (las fuerzas policiales occidentales no tienen mucho que envidiar a sus práctica y a su extensión), carencias de bienes (no de los esenciales: sería impasible una situación de déficit energético como la que vivimos actualmente en muchos países europeos), el muro (cuyo origen SM ignora o no recuerda, cuyo balance –no preendo hacer ninguna apología- en absoluto es comparable al de otros muros existentes en la actualidad), pero fue también, prosigue SM, “un país de pleno empleo, igualdad social, vivienda, transporte y cultura asequibles; creó el mejor sistema de guarderías infantiles del mundo y sus trabajadores gozaban de más libertad en sus puestos de trabajo que la mayoría de los empleados de la Alemania actual.” Doy fe de esto último: nada que ver la situación de un obrero en la antigua RDA con la que de un trabajador medio en cualquier fábrica (o del 95% de ellas) de cualquier país capitalista, desarrollado o no, emergente o menos emergente.
Junto a la humillación de la absorción, prosigue SM, el 57% de los ciudadanos de la RDA pensaba ese mismo 2009 (desconozco los datos actuales) que su antiguo país tuvo más aspectos positivos que negativos y hasta los más jóvenes rechazaban que hubiera sido, sin más consideraciones, una dictadura. La RDA no fue el Chile de Pinochet ni la España del general asesino.
Además de todo ello, dicho sea en honor del gran poeta alemán, autor de la letra, la República Democrática alemana estuvo a punto de tener el himno más hermoso y menos nacionalista que podamos imaginarnos [1]. Era este:
El donaire no ahorra el esfuerzo
Ni la pasión, el entendimiento
Que florezca una buena Alemania
Como cualquier otro buen país
Que los pueblos no palidezcan
Como ante una ladrona
Sino que nos tiendan sus manos
Lo mismo que a otros pueblos
Y no por encima y no por debajo
De otros pueblos queremos estar
Desde el mar hasta los Alpes
Desde el Oder hasta el Rin
Y porque hacemos mejor a este país
Lo amamos y lo protegemos
Y nos parece el más amable
Como a otros pueblos el suyo.
Nunca fue representada esa canción en un acontecimiento público, tal como había pensado Brecht. Habla ahora Wolfgang Harich, el gran brechtiano amigo de Manuel Sacristán y Antoni Domènech: “Y si hoy la escuchamos, según me he permitido organizar, cantada por el Coro de los Pedagogos de Berlín bajo la dirección de Hans Eckhard Thomas, aquí, en la Casa de Brecht, cumpliendo sus deseos, se tratará por así decirlo de un estreno mundial”. Largos aplausos, no era para menos
Al canto de los versos de Brecht con la melodía del Himno al Káiser de Haydn siguió otro largo aplauso, interminable, de los asistentes, se señalaba en el artículo de Harich. ¡Que sigan, que sigan los aplausos!
Notas:
Salvador López Arnal es nieto del obrero cenetista asesinado en el Camp de Bota de Barcelona en mayo de 1939 –delito: “rebelión”- José Arnal Cerezuela.
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