Berlín, Alemania.- La llamada "doctrina Sinatra" fue el canto de cisne del sistema soviético y del bloque comunista de Europa del Este, controlado por Moscú. Si el presidente reformista Mijail Gorbachov ya había causado sensación anteriormente con su política de "glasnost" (transparencia) y "perestroika" (restructuración), la nueva doctrina precipitó el derrumbe del supuesto paraíso comunista.
"¿Ustedes conocen a Frank Sinatra y su canción 'I did it my may' (Yo lo hice a mi manera)? Pues bien, Polonia y Hungría lo están haciendo ahora a su manera". Con estas palabras, Guennadi Gerassimov, portavoz del ministro soviético de Relaciones Exteriores Eduard Shevardnadze, dejó perpleja a la prensa en Helsinki en octubre de 1989 al definir la nueva doctrina del Kremlin. Se había acabado la tutela de Moscú, la amenaza de una intervención militar como la que aplastó la Primavera de Praga en agosto de 1968.
Las primeras elecciones libres celebradas en Polonia en junio evidenciaron el fracaso en este país del experimento socialista. Sin embargo, todavía nadie estaba realmente de fiesta, ya que la campaña militar contra los reformistas checos en agosto de 1968 aún pendía como una espada de Damocles sobre el bloque comunista de Europa del Este.
A la sombra de los acontecimientos en Polonia, también Hungría había optado por seguir un camino propio. También en este país se habían multiplicado las voces que pedían pluralismo, democracia y la salida de las tropas soviéticas.
En Hungría, el telón de acero cayó en el verano de 1989. Miles de turistas de la República Democrática Alemana (RDA) aprovecharon la apertura de la verja fronteriza para huir a Austria. Y cuando la frontera quedó abierta oficialmente, el 10 de septiembre, decenas de miles de ciudadanos de la RDA viajaron desde Hungría vía Austria a la República Federal de Alemania. De esta manera, Hungría desempeñó un papel decisivo en la revolución pacífica en la RDA.
En agosto de 1989, casi dos millones de personas formaron una cadena humana atravesando Estonia, Letonia y Lituania. Para las repúblicas soviéticas bálticas se trató del primer paso en el camino de la independencia.
"Nosotros somos el pueblo", gritaron miles de manifestantes anticomunistas, primero en Leipzig y después en otras ciudades de la RDA. Sin embargo, las cabezas de hormigón agrupadas en torno a Erich Hocker insistían en aferrarse al socialismo con los colores de la bandera alemana. "Nadie puede detener la marcha del socialismo", bramó Honecker en agosto de 1989, cuando ya eran más que evidentes los síntomas de erosión del sistema comunista en la RDA.
En Rumania, en cambio, el fin de la dictadura de Nicolai Ceausescu fue sangriento. En realidad, allí no se percibían muchos indicios del surgimiento de un movimiento opositor hasta que la detención del joven sacerdote Laszlo Tökes en Timisoara por parte del temido servicio secreto Securitate encendió la mecha de la revolución. Al final, Ceausescu y su esposa Elena fueron fusilados después de un breve juicio propagandístico.
En Yugoslavia, el proceso de cambio tardó un poco más. El 22 de enero, el Partido Comunista se reunió en Belgrado para celebrar su XIV Congreso, sin saber que se trataba de su última asamblea nacional. Un tal Slobodan Milosevic intentaba ya entonces afianzar su dominio y el de Serbia sobre el resto del país. El resultado fue que la delegación de Eslovenia abandonó el Congreso en señal de protesta, seguida por sus compañeros de Croacia. Fue el principio de la sangrienta desintegración de Yugoslavia.
¿Y Albania? Tras abjurar del estalilismo, los comunistas albaneses encabezados por Enver Hoxha se habían aliado durante décadas con China. Sin embargo, el terremoto político sacudió también al país, cuyo régimen comunista fue derrocado en 1990. Lo que siguió después lo recuerda aun hoy mucha gente que vio las dramáticas imágenes televisivas: el éxodo masivo de refugiados, generalmente en precarias embarcaciones abarrotadas por el mar Adriático a Italia.
El círculo se cerró nuevamente en Moscú, donde todo había comenzado con Gorbachov. Un grupo de militares descontentos y comunistas de la vieja guardia perpetraron en agosto de 1991 un golpe de Estado contra el presidente reformista, en un intento de restablecer el antiguo régimen. Sin embargo, un nuevo "hombre fuerte" les cerró el camino: Boris Yeltsin. Pocos meses después fue proclamada la disolución de la Unión Soviética.
Sin embargo, el mundo está lleno de desagradecidos: Gorbachov, a quien millones de personas en los antiguos países comunistas de Europa del este deben su libertad, es considerado hasta el día de hoy en Rusia como el político más impopular de todos los tiempos.
Por Günther Chalupa/DPA
LA VANGUARDIA
http://www.vanguardia.com.mx/doctrinasinatrainaugurohace25anoselcambioaeuropa-1944050.html
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