Alonso Álvarez de Toledo. Diplomático
-¿Cómo se llevaba con la Stasi?
-Se sabía que estaba presente, pero al final uno no pensaba en ello, porque si no la vida se hacía imposible. Todo el mundo podía, como se comprobó después, ser un delator: el conductor, la cocinera, la doncella, el académico al que visitabas en la universidad. Tenían que hacer un informe de su conversación con el embajador de España, por ejemplo, pero aquello no valía mucho. La cantidad de material que recogían diariamente era inútil por infinita. Las conversaciones de los embajadores en idiomas distintos al alemán que debían traducirse y valorarse significaban tanto trabajo que para cuando se hubiese acabado el comunismo ya habría caído. De hecho ocurrió así.
-La calle, el país, los ánimos... ¿Era todo gris en la RDA?
-No había nada especial. No se preguntaba. Algunos eran comunistas convencidos, sobre todo los que veían la televisión del oeste y comprobaban que sí, que había muchas cosas que ellos no podían comprar, pero también paro, droga, violencia y gente que no tenía una casa donde cobijarse ni podía mandar a sus hijos a la escuela. En cambio a ellos no les faltaba nada, aunque todo fuese de muy mala calidad, con un cuarto de baño por planta.
-El checkpoint Charlie es el más famoso de Berlín, pero fue en Bornholmerstrasse donde empezó a cambiar de verdad la historia.
-Como resultado del anuncio de Schabowski que derogaba las leyes para salir al extranjero, la gente salió a la calle a ver qué pasaba, sobre todo a Bornholmerstrasse, que era el checkpoint que utilizaban los de la RDA cuando a veces tenían autorización para cruzar, o los jubilados, que podían pasar cuando quisieran. Se agolparon tantos alemanes que tuvieron que abrir las fronteras [lo curioso es que Günter Schabowski, miembro destacado del partido socialista, derogó accidentalmente la normativa un día antes de lo previsto].
-¿Y los martillazos en el Muro?
-Todavía se recuerdan esas fotografías por la noche, con los focos. Yo estuve cuando se abrió de verdad la frontera. Cuando tiraron el Muro con un pico ya no había prohibición de pasar y por lo tanto aquello era inútil. La Policía tenía instrucciones de que no hubiera incidentes, cualquier problema debía arreglarse por la vía política, es decir, por las buenas, así que cuando alguien se ponía con un pico y una pala, no podían intimidarle.
-Usted enviaba a Franco las célebres carpetillas de colores que resumían los asuntos de la diplomacia.
-Fernando Castiella, ministro de Exteriores en la década de los sesenta, había decidido hacerlo así para que Franco distinguiera un telegrama enviado o recibido de un embajador, los recortes de prensa... a cada cosa se le asignaba un color. Era un trabajo que había que hacer todos los días, y lo más difícil era cómo resumir en una frase de ocho palabras el contenido de cada tema para que Franco se sintiese atraído y quisiera leerlo. Supongo que a los ministros del ramo les pasa hoy lo mismo con sus jefes de Gobierno: quieren siempre que se interesen por sus asuntos.
-Coincidió con el dictador un par de veces.
-Tenía una mirada muy fría, no trataba en ningún momento de parecer afable y cercano. La primera vez fue cuando yo lo pude conocer un poco, la segunda fue unos meses antes de morir, y no estaba en condiciones. Era un hombre muy inteligente, capaz de llevar la conversación como quería él y no como quería su interlocutor.
-¿Qué le pasó con Perón?
-Había decidido venir a Europa, estaba muy interesado en contactar con elementos neonazis. Pero Castiella no quería que el dictador Perón viniera de casa del dictador Trujillo a casa del dictador Franco. Entonces inventamos una tormenta y se desvió a Sevilla el avión que le trasladaba desde las Azores y allí me mandaron a mí para convencerle de que no viniera a Madrid sino a Málaga.
-Vaya papelón.
-Yo le dije: "Usted comprenderá". Y él contestó: "No necesito que me diga nada, yo he gobernado lo suficiente para saber que no hay que insistir cuando a uno le advierten que no debe hacer una cosa".
-¿Le explicó lo de los elementos neonazis?
-Me contó que era un nuevo movimiento internacional. Como pensaba que ya nunca volvería a Argentina y era un animal político, le interesaban los contactos como ex presidente. No creía en la democracia, y pensaba que en el futuro estos elementos fascistas serían los que dominarían el mundo.
-¿Qué alternativas se plantearon para el pueblo saharaui cuando Franco agonizaba?
-El ministro Cortina quería mantener el apoyo a los saharauis frente a las tesis de Marruecos, pero el resto del Gobierno se puso en contra y les abandonó. Los saharauis siguen sin tener el apoyo que España les prometió en su momento.
-Trabajó en Nueva York.
-Era 1960. Me llevé una sorpresa cuando vi que en aquella ciudad de millones de habitantes y miles de rascacielos, en esa ciudad que todos conocíamos por las películas, en el fondo cada persona vivía en su barrio, normalmente cerca del puesto de trabajo y con los restaurantes, cines y amigos a diez o veinte manzanas. Era como si fuesen cientos de pueblos de 20.000 habitantes.
-Los sesenta: Kennedy y Lyndon Johnson.
-Johnson era texano, y poco popular en la costa este, justo lo opuesto a Kennedy. El asesinato fue un shock para él; evidentemente tenía que decir que nunca imaginó acceder así a la Presidencia, pero una vez saboreó las mieles del poder, yo creo que no se arrepintió.
-¿Algún megalíder le marcó especialmente?
-JKF. Le di la mano un par de veces. Y De Gaulle, por su personalidad, su sentido de Estado, su manera de representar la grandeur de la France.
DIARIO DE SEVILLA
http://www.diariodesevilla.es/article/entrevistas/1714982/la/rda/no/faltaba/nada/pero/todo/era/muy/malo.html
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