JUAN GÓMEZ
EL PAIS
La unificación de Alemania se aproxima a la mayoría de edad. El 3 de octubre llegará con la efeméride una nueva ocasión de preguntarse por los éxitos, los fracasos y los riesgos superados o por venir de un proyecto colosal: la integración entre la República Federal Alemana, la tercera economía del mundo capitalista, con la República Democrática Alemana, a su vez uno de los Estados más desarrollados del bloque socialista.
El auge se debe a la demanda de los países del antiguo Pacto de Varsovia
La industria del este de Alemania ha recobrado su esplendor pasado
Que el proceso de convergencia entre el rico Oeste y el Este poscomunista iba a ser duro ya se sabía. Dieciocho años más tarde no ha concluido aún. Las opiniones sobre el tremendo esfuerzo económico y político han variado según la época y los vaivenes coyunturales. Las advertencias y las jeremiadas se han alternado con los mensajes de confianza sobre el fortalecimiento del Este. Su tejido industrial, al menos, parece estar recobrando esplendores pasados.
La caída del muro de Berlín en 1989 fue el símbolo del derrumbe comunista y, en Alemania, el de la victoria del Oeste sobre el Este, rendido sin necesidad de golpes, disparos ni ejecuciones. Tras unos meses de entusiasmo en ambos territorios alemanes, la pregunta hacia 1992 era ya "y ahora, ¿qué?". Porque si bien el régimen y el socialismo real que había gobernado el Este desde la II Guerra Mundial se disolvió en las conciencias y en las memorias como un azucarillo, la también muy real infraestructura del país se reveló inservible para la competencia libre del capitalismo. Desmantelar la gran industria oriental, mantener a los muchos damnificados por la reconversión y costear las ingentes tareas de recuperación ha costado billones de euros a la economía alemana. Hace años, sin embargo, que puede hablarse de la equiparación de los niveles de vida en ambas partes del país. Los pagos del segundo Pacto de Solidaridad están asegurados hasta 2019.
La calma chicha económica que padece ahora Alemania, en guardia ante el posible salto de la crisis financiera a la economía real, afecta también a los cinco Estados federados herederos de la RDA. No está la situación en el Este para echar cohetes, pero los datos de su industria, que crece a un ritmo mayor que la del Oeste, apuntan a una estabilización definitiva. El economista Gerit Vogt, del instituto económico Ifo de Dresde, habla de "reindustrialización". Cada 1.000 habitantes del Este, 68 trabajan en la industria; hace 17 años eran 62. La producción creció en 2007 el 11,2%, y los beneficios, el 10%. Las inversiones aumentaron el 5% en la misma región y año.
Las razones de esta remontada se encuentran, precisamente, en los países que integraban el Pacto de Varsovia. Uno de sus pilares es la industria siderúrgica, dada por muerta hace décadas. Ha resucitado gracias al auge de la economía rusa y a la reconversión de infraestructuras, en marcha en toda Europa oriental. La mitad del acero en bruto que se importa en la región proviene de hornos alemanes.
Vogt ve causas en algunas tradiciones culturales del Este. En los Estados orientales, la gente se levanta antes. La estadística muestra que el volumen de trabajo es superior. Además, en las escuelas de la RDA no se aprendía tanto inglés y francés como ruso, lo que se está demostrando "una importante contribución a las relaciones comerciales".
EL PAIS
La unificación de Alemania se aproxima a la mayoría de edad. El 3 de octubre llegará con la efeméride una nueva ocasión de preguntarse por los éxitos, los fracasos y los riesgos superados o por venir de un proyecto colosal: la integración entre la República Federal Alemana, la tercera economía del mundo capitalista, con la República Democrática Alemana, a su vez uno de los Estados más desarrollados del bloque socialista.
El auge se debe a la demanda de los países del antiguo Pacto de Varsovia
La industria del este de Alemania ha recobrado su esplendor pasado
Que el proceso de convergencia entre el rico Oeste y el Este poscomunista iba a ser duro ya se sabía. Dieciocho años más tarde no ha concluido aún. Las opiniones sobre el tremendo esfuerzo económico y político han variado según la época y los vaivenes coyunturales. Las advertencias y las jeremiadas se han alternado con los mensajes de confianza sobre el fortalecimiento del Este. Su tejido industrial, al menos, parece estar recobrando esplendores pasados.
La caída del muro de Berlín en 1989 fue el símbolo del derrumbe comunista y, en Alemania, el de la victoria del Oeste sobre el Este, rendido sin necesidad de golpes, disparos ni ejecuciones. Tras unos meses de entusiasmo en ambos territorios alemanes, la pregunta hacia 1992 era ya "y ahora, ¿qué?". Porque si bien el régimen y el socialismo real que había gobernado el Este desde la II Guerra Mundial se disolvió en las conciencias y en las memorias como un azucarillo, la también muy real infraestructura del país se reveló inservible para la competencia libre del capitalismo. Desmantelar la gran industria oriental, mantener a los muchos damnificados por la reconversión y costear las ingentes tareas de recuperación ha costado billones de euros a la economía alemana. Hace años, sin embargo, que puede hablarse de la equiparación de los niveles de vida en ambas partes del país. Los pagos del segundo Pacto de Solidaridad están asegurados hasta 2019.
La calma chicha económica que padece ahora Alemania, en guardia ante el posible salto de la crisis financiera a la economía real, afecta también a los cinco Estados federados herederos de la RDA. No está la situación en el Este para echar cohetes, pero los datos de su industria, que crece a un ritmo mayor que la del Oeste, apuntan a una estabilización definitiva. El economista Gerit Vogt, del instituto económico Ifo de Dresde, habla de "reindustrialización". Cada 1.000 habitantes del Este, 68 trabajan en la industria; hace 17 años eran 62. La producción creció en 2007 el 11,2%, y los beneficios, el 10%. Las inversiones aumentaron el 5% en la misma región y año.
Las razones de esta remontada se encuentran, precisamente, en los países que integraban el Pacto de Varsovia. Uno de sus pilares es la industria siderúrgica, dada por muerta hace décadas. Ha resucitado gracias al auge de la economía rusa y a la reconversión de infraestructuras, en marcha en toda Europa oriental. La mitad del acero en bruto que se importa en la región proviene de hornos alemanes.
Vogt ve causas en algunas tradiciones culturales del Este. En los Estados orientales, la gente se levanta antes. La estadística muestra que el volumen de trabajo es superior. Además, en las escuelas de la RDA no se aprendía tanto inglés y francés como ruso, lo que se está demostrando "una importante contribución a las relaciones comerciales".
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