Hasta hoy, decenas de millones de hectáreas han sido víctimas del estancamiento ocasionado desde 1990 por el colapso de la Unión Soviética. Al parecer, ese estado de cosas se halla en vías de cambio, por lo menos parcialmente.. Casi un decenio de “capitalismo eslavo” fue transformando la industria en la ex URSS, en particular la Federación Rusa y Ucrania. Ahora, una paulatina transformación –sus propagandistas occidentales la llaman “revolución”- alcanza la agricultura, barriendo granjas colectivas que resistieron una reforma anterior. Cabe una observación: el castellano “granja” es traducción incorrecta de “farm”, pues se trata realmente de grandes explotaciones. Vale decir, ranchos o estancias.
El modelo soviético, en efecto, sigue primando y tomará tiempo modificarlo, pese al optimismo de fondos inversores y consultorías. A diferencia del intento previo, hoy los altos precios internacionales de granos (el trigo, solo, subió casi 90% en 2007 y el primer semestre de 2008) y la nueva reforma permiten que extranjeros compren, posean o exploten tierras de pan llevar.
Por consiguiente, el negocio de adquirir y modernizar explotaciones colectivas resulta rendidor. Por lo cual atrae gestores de fondos especulativos (un peligro), oligarcas locales (otro), inversores escandinavos o bálticos, etc. Cabe señalar que el proceso se inició años atrás en Ucrania y sus tierras negras. Esta vez, la idea no es dividir áreas en granjas familiares sino lo opuesto, convertir grandes explotaciones manejadas como empresas.
Esto parece aceptarse en Ucrania y Moldavia. Pero Alyexiei Gordyéyev –ministro agrícola ruso- considera la producción de alimentos en términos de seguridad. El año pasado, alrededor de 7% de la tierra arable en el mundo es propiedad del gobierno moscovita o las explotaciones colectivas. No obstante, un sexto de esa masa (35 millones de hectáreas, sin contar Ucrania) está en barbecho. Aun excluyendo áreas contaminadas por Chernóbyl y la industria, Rusia tienen millones de hectáreas sin tocar.
Entretanto, los rindes son exiguos, aun comparándolos con la época tsarista. Promedian 1,85 toneladas por hectárea, contra 3,04 en Canadá o 6,35 en Estados Unidos. Obviamente, una expansión sostenida de capacidad sembrada consolidaría la influencia rusa como potencia en un mundo multipolar. Complementaría, así, el papel hoy a cargo de los hidrocarburos, aunque sin un monopolio estatal como Gazprom.
El precio de la tierra ha pasado de US$ 570 la hectárea en 2006 a 1.000 (+75,4%) en la actualidad. Naturalmente, todo está en pañales. Las inversiones concretas y el flujo especulador son relativamente bajos en relación con el tamaño del sector, lo cual explica que Ucrania –mucho menos extensa pero con mayor proporción de tierras aptas- haya tomado la delantera en las transformaciones.
El modelo soviético, en efecto, sigue primando y tomará tiempo modificarlo, pese al optimismo de fondos inversores y consultorías. A diferencia del intento previo, hoy los altos precios internacionales de granos (el trigo, solo, subió casi 90% en 2007 y el primer semestre de 2008) y la nueva reforma permiten que extranjeros compren, posean o exploten tierras de pan llevar.
Por consiguiente, el negocio de adquirir y modernizar explotaciones colectivas resulta rendidor. Por lo cual atrae gestores de fondos especulativos (un peligro), oligarcas locales (otro), inversores escandinavos o bálticos, etc. Cabe señalar que el proceso se inició años atrás en Ucrania y sus tierras negras. Esta vez, la idea no es dividir áreas en granjas familiares sino lo opuesto, convertir grandes explotaciones manejadas como empresas.
Esto parece aceptarse en Ucrania y Moldavia. Pero Alyexiei Gordyéyev –ministro agrícola ruso- considera la producción de alimentos en términos de seguridad. El año pasado, alrededor de 7% de la tierra arable en el mundo es propiedad del gobierno moscovita o las explotaciones colectivas. No obstante, un sexto de esa masa (35 millones de hectáreas, sin contar Ucrania) está en barbecho. Aun excluyendo áreas contaminadas por Chernóbyl y la industria, Rusia tienen millones de hectáreas sin tocar.
Entretanto, los rindes son exiguos, aun comparándolos con la época tsarista. Promedian 1,85 toneladas por hectárea, contra 3,04 en Canadá o 6,35 en Estados Unidos. Obviamente, una expansión sostenida de capacidad sembrada consolidaría la influencia rusa como potencia en un mundo multipolar. Complementaría, así, el papel hoy a cargo de los hidrocarburos, aunque sin un monopolio estatal como Gazprom.
El precio de la tierra ha pasado de US$ 570 la hectárea en 2006 a 1.000 (+75,4%) en la actualidad. Naturalmente, todo está en pañales. Las inversiones concretas y el flujo especulador son relativamente bajos en relación con el tamaño del sector, lo cual explica que Ucrania –mucho menos extensa pero con mayor proporción de tierras aptas- haya tomado la delantera en las transformaciones.
La oligarquía rusa no tardará mucho en intentar hacerse con esas tierras y especular con ellas. Es curioso como una parte enorme de la población rusa resiste las reformas y añora la época soviética. Lo que hace de esperar que haya problemas y se reavive la lucha de clases por cuestiones como esta. Mismamente, en el consulado ruso de Madrid, se puede ver cómo los funcionarios tienen un cartel de la época soviética, y no un cartel de simple folclore, en el cartel se evidencia una advertencia de la gran union socialista soviética hacia la burguesía y el capitalismo...No tardaremos en volver a ver el socialismo extenderse por el planeta...
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