Alexandr Jramchigin (Instituto de Análisis Político y Militar), para RIA Novosti. Creyendo haber ganado la Guerra Fría, Occidente incurrió en el error dogmático de ser infalible al afirmar que sólo su modelo político tiene derecho a existir.
Se proclamó "jefe universal" y "mundo civilizado", y cualquier rechazo a sus posiciones lo interpreta como "pisoteo de la libertad y la democracia". Es una postura que tiene poco que ver con la libertad y la democracia.
Occidente, en particular, rehúsa reconocer que Rusia procedió en Osetia del Sur y Abjasia como las capitales europeas y Washington en Kosovo. Creyó en sus propias afirmaciones de que el caso de Kosovo era "único en su género" y no pudo servir de precedente para otros Estados autoproclamados. Pero el analista imparcial comprenderá que tal argumentación es absurda y que se trata de un caso típico. Es por eso que el Kremlin interpreta lo sucedido en Kosovo y las "revoluciones de color" en ciertos países de la CEI como una simple ampliación de la esfera de influencia occidental.
Aunque las revoluciones en Ucrania y Georgia tuvieron una cierta base social, sobran fundamentos para cuestionar su legitimidad debido, entre otras, a la ingerencia foránea. Además, las operaciones que lanzaron la OTAN en Yugoslavia en 1999 y EE.UU. y sus aliados en Iraq en 2003 constituyen una agresión militar clásica desde el punto de vista del Derecho Internacional.
La reacción de Rusia a la ampliación de la Alianza Atlántica y al emplazamiento en Europa del sistema estadounidense de defensa antimisiles es algo exagerada. Todo observador racional notará que la OTAN se hace cada día más débil. Ello se debe no tanto a la reducción de su poder bélico, sino a la escasa disposición de los europeos a guerrear.
Moscú no toma en serio los postulados occidentales sobre su visión de la libertad y la democracia. Por ejemplo, en Europa del Este, la democracia se estableció independientemente del ingreso en la OTAN o la Unión Europea. Y sólo aquellos que hayan perdido el sentido de la realidad pueden calificar de democrático lo que sucedió en Kosovo o Iraq. Incluso en Ucrania, donde, en mi opinión, hay más democracia que en Rusia, muchos ciudadanos interpretan la nueva realidad como desenfreno de corrupción y caos político.
Al sentirse infalible, Occidente no puede valorar objetivamente la situación en el espacio postsoviético, y supone que el Imperio Ruso y la URSS actuaron como opresores de otros pueblos, los que siempre soñaban con librarse de ese yugo. Tal interpretación de la Historia no siempre responde a la realidad. En particular, los abjasos y los osetas consideran a los georgianos como a ocupantes, pero no a los rusos. Los actuales conflictos en la región fueron provocados por Tbilisi a finales de la década del 80, pero no por Moscú. Los abjasos y los osetas se niegan rotundamente a vivir en el seno de Georgia (a semejanza de los kosovares que no quieren formar parte de Serbia). De obtener dichas repúblicas una independencia legítima, Abjasia con mucha probabilidad seguiría siendo un Estado independiente, mientras que Osetia del Sur se uniría a Osetia del Norte, la que forma parte de la Federación de Rusia.
Además, resulta bastante difícil comprender ¿por qué Georgia tuvo derecho a abandonar la URSS, mientras que Abjasia y Osetia del Sur no pueden separarse de Georgia?. ¿En base a qué criterios se reconocieron como inamovibles unas fronteras trazadas por los líderes de la URSS? ¿Por qué el pueblo oseta debe vivir separado? El carácter arbitrario de las fronteras soviéticas generó problemas muy grandes para casi todos los Estados postsoviéticos. En particular, Rusia debería ser, por supuesto, más pequeña que la desaparecida URSS, pero más grande que la actual Federación Rusa.
La actual política exterior de Moscú no corresponde a unos planes estratégicos a largo plazo (lamentablemente, Rusia no los tiene), sino que representa una combinación de reacciones a situaciones espontáneas, partiendo del convencimiento de que Occidente es incapaz de ejercer una seria influencia sobre Rusia.
Desde luego, Rusia no actúa como factor determinante de ningunos conflictos. Los orígenes de todos los conflictos postsoviéticos tienen sus raíces en una época en que la Rusia contemporánea todavía no existía.
El error más grave de Occidente consiste, tal vez, en identificar a la actual Rusia con la URSS y, respectivamente, percibirla como un país que perdió la Guerra Fría y está obligado a portarse como tal. En realidad, la Rusia de hoy surgió como una negación política de la Unión Soviética. Ya por esta sola razón, Rusia no es la perdedora.
En el espacio postsoviético de la década del 90, Rusia actuó como importante fuerza estabilizadora. Pero precisamente la incapacidad de Occidente de comprender estos factores provocó en mayor medida la aparición de ciertos complejos "soviéticos" y elementos de una conducta política "soviética" en Rusia.
Puesto que en la política de Occidente seguirán predominando la hipocresía y una expresa falta de deseo de comprender al interlocutor, combinadas con limitadas posibilidades militares y una débil voluntad política, no podrá influir con eficacia sobre Rusia y otros Estados fuertes como China, la India, Irán, etc.. Además, el comportamiento de Rusia se acoge positivamente por una considerable parte de la población de los países de la CEI. Por ejemplo, no sólo los abjasos y los osetas reciben a los militares rusos como a libertadores suyos. Lo haría también la mayoría de los habitantes de Crimea. Pero Occidente prefiere ver en ello las ambiciones imperiales de Moscú. La diferencia entre los "halcones" y los "palomas" occidentales estriba en que los primeros intentan obligar a Rusia a renunciar a sus ambiciones, mientras que los segundos, persuadirla a hacerlo. Mas nadie quiere comprender que la situación es mucho más complicada.
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