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PARTIDO REVOLUCIONARIO DE LOS COMUNISTAS DE CANARIAS (DOCUMENTO FUNDACIONAL PARTE II)




Por eso en la regulación y organización del mercado socialista debe establecerse como prioridad el desarrollo de las fuerzas productivas ya que para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores y para avanzar decididamente por la senda de la justicia social, debemos disponer para repartir de algo más que pobreza y subdesarrollo.
Porque el socialismo no consiste en convertirnos a todos en pobres, ni en resignarnos a la miseria y el desabastecimiento. Por el contrario, el socialismo se construye para que todos vivamos mejor que bajo el dominio de la burguesía capitalista.
Esto, desde luego, no es nada sencillo y exige a la clase obrera, sobre todo en una primera etapa, ciertos sacrificios. Si necesitamos, por ejemplo, inversión extranjera para desarrollar nuestra economía y para situarnos al más alto nivel científico y tecnológico, tendremos que aceptarla aunque provengan de países capitalistas desarrollados y nos exijan condiciones poco favorables.
Lo fundamental aquí es mantener el poder estatal firmemente en manos de la clase obrera y su partido de vanguardia, utilizar los mecanismos del mercado, tanto interno como internacional, para mejorar constantemente las condiciones de vida de los trabajadores y sus familias, desarrollar las fuerzas productivas lo más rápidamente posible y combatir de forma implacable la corrupción.
Mientras que en algunos Estados socialistas se avanza con decisión por la vía de eliminar los obstáculos y frenos que el estalinismo introdujo para el desarrollo de las fuerzas productivas (China, Vietnam), otros en cambio se resisten obstinadamente a ello, manteniéndose en los estereotipos antimarxistas de la negación absurda del mercado y del equitativo reparto de la pobreza (Corea, Cuba), corriendo el riesgo de perder los frutos de la revolución socialista a los que las masas populares tienen derecho después de tanto sacrificio y tanto heroísmo.
Y en cuanto a los partidos comunistas de los países capitalistas, debemos distinguir entre los que hace tiempo que abandonaron la línea revolucionaria leninista, entregándose atados de pies y manos a la burguesía, tales como los partidarios del revisionismo “euro-comunista”, que acabarán desapareciendo e incorporándose progresiva-mente a la socialdemocracia reformista; de aquéllos otros que, sobre todo en América Latina, mantienen en alto dignamente la bandera de la Revolución Socialista y se esfuerzan honestamente en elaborar su propia teoría revolucionaria y determinar su propia vía al Socialismo.
c) Las fuerzas antiimperialistas: Venezuela, Irán, Rusia. Movimientos antiimperialistas en el mundo.
Asegura Ghadafi que el socialismo está en el Corán. Chávez, sin embargo, insiste en que se encuentra en el Evangelio. Ahmadineyah, por su parte, cree como buen musulmán que las desigualdades sociales se resuelven por medio de un cierto “capitalismo caritativo”: el que tiene mucho debe ayudar al que tiene poco. Pero Vladimir Putin en Rusia, en línea con el acusado carácter nacionalista de la Iglesia cristiana oriental, considera fundamental el control nacional de los recursos del país y la creación de grandes empresas capitalistas modernas, para generar empleo y mejorar por esta vía las condiciones de vida de los ciudadanos.
Afortunadamente los comunistas, como ateos militantes, no tenemos necesidad de entrar en el debate teológico-nacionalista de la burguesía nacional antiimperialista que ejerce de clase dominante en estos países, a pesar de toda la palabrería sobre los supuestos socialismos “árabes”, “cristianos” o “del siglo XXI”.
La burguesía, siempre y en todas partes, tiene una marcada preferencia por expresar su ideología y sus concepciones políticas y económicas por medio de claves religiosas. La religión, que siempre ha sido y continúa siendo el opio del pueblo, con toda su corte de seres sobrenaturales, misterios, normas autoritarias, preceptos arbitrarios de obligado cumplimiento, sumisión incondicional a un “Ser Supremo” y, desde luego, a sus “representantes en la tierra”, le sirve muy bien para controlar sicológicamente a las masas populares con su constante invitación subliminal a no pensar y a no cuestionarse su modo de vida que, aunque sea injusto y lleno de privaciones y miserias, se le recompensará, con toda seguridad, en la “otra vida”.
Por consiguiente en Irán como en Rusia, en Venezuela como en Libia, nos encontramos con regímenes que, a pesar de sus diferencias secundarias, coinciden en la cuestión fundamental de que en estos Estados y los de su órbita próxima, (Siria, Hezbolá en Líbano, Hamás en Gaza; Bielorusia, Kazajstán; Bolivia, Ecuador, Nicaragua), la clase social que está en el Poder es la fracción nacional anticolonialista y antiimperialista de la burguesía.
En algunos de estos países, singularmente en Venezuela, la dominación neocolonial imperialista que sustituyó al colonialismo después de sus independencias formales, ha durado tanto tiempo y ha sido tan intenso el sometimiento económico y político, que la fracción intermediaria da la burguesía, importadora y comisionista, dependiente y subordinada a las empresas multinacionales, se desarrolló y fortaleció hasta convertirse en la clase social dominante y hegemónica, detentadora del Poder del Estado.
Respaldada y sostenida económica, política y militarmente por el imperialismo, para mayor beneficio de las empresas multinacionales, mantuvo durante mucho tiempo firmemente en sus manos el Poder del Estado, subordinándose completamente a los intereses imperialistas, reprimiendo al pueblo y a sus representantes políticos y sindicales y combatiendo a las guerrillas revolucionarias con el apoyo militar directo del imperialismo.
La burguesía intermediaria mantuvo su dominación, alternando la democracia neocolonial con la más sangrienta dictadura fascista, hasta que el escandaloso fracaso de las políticas neoliberales impuestas por el imperialismo y sus organismos internacionales (FMI y Banco Mundial), crearon las condiciones para que por vía electoral llegaran al Poder los representantes de la fracción más débil y minoritaria de la burguesía, la fracción nacionalista antiimperialista y partidaria de la segunda independencia. Se inicia entonces un proceso reformista democrático antineocolonial, con el apoyo masivo de los sectores más pobres y marginados de la población, que acertadamente lo considera como un claro avance progresista y democrático.
Pero no se trata de una revolución. Y mucho menos de una revolución socialista. A pesar de la resistencia desesperada de la burguesía dependiente, que no se resigna a la pérdida del Poder y que, con el apoyo directo del imperialismo norteamericano, está dispuesta a todo, incluso al golpe militar, para recuperar sus privilegios, este proceso de transformaciones económicas centra-das en la nacionalización de la propiedad extranjera de los recursos mineros, tiene carácter democrático-burgués, no socialista.
Por supuesto que las políticas asistenciales, la modernización de los sistemas educativos y sanitarios y la mejora y expansión de la infraestructura del transporte, las comunicaciones, la vivienda y el saneamiento público, benefician a las clases populares. Pero se trata de avances democrático-burgueses realizados hace mucho tiempo en los países capitalistas desarrollados.
Debemos aclarar este punto para diferenciar claramente entre Estados socialistas, donde la clase obrera detenta el Poder -tal como se expone en el capítulo anterior-, de los países donde la burguesía nacional es hegemónica y defiende sus intereses frente a la burguesía importadora aliada del imperialismo.
Por supuesto que esto al imperialismo no le hace ninguna gracia. De hecho, tanto el imperialismo norteamericano como el europeo intentan destruir estos regímenes, empleando para ello todos los medios políticos, económicos y militares a su alcance. Pero la hostilidad imperialista, que llega fácilmente desde la calumnia y las intrigas hasta el sabotaje económico y la amenaza militar, les obliga a unirse entre sí y con los Estados socialistas, sus aliados naturales frente a la agresión norteamericana y europea.
Esta necesidad de alianzas internacionales como garantía frente a las amenazas imperialistas, ha llevado a la creación y el fortalecimiento de la OCS y del ALBA.
La Organización de Cooperación de Shangai (OCS), que incorpora además de a China y Rusia, a cuatro de las antiguas repúblicas soviéticas del Asia Central, y que incluye con el estatus de observadores a India, Pakistán, Mongolia e Irán, se constituye como alianza política, económica y militar frente a la teoría del mundo unipolar (es decir, del dominio absoluto de los Estados Unidos en todo el mundo). Y mientras la solicitud norteamericana de integrarse como observador ha sido rechazada, la de Irán para alcanzar la condición de miembro de pleno derecho está siendo seriamente considerada.
En América Latina, la Cuba socialista encabeza, junto a Venezuela, la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), asociación antiimperialista que da respuesta a la propuesta norteamericana del ALCA, y que incluye también a Bolivia, Nicaragua, Dominica y Honduras.
Los comunistas debemos, naturalmente, reconocer y apoyar consecuentemente la opción antiimperialista de estos gobiernos que, además, cuentan con un considerable respaldo popular a su política de soberanía y dignidad nacional. Pero, al mismo tiempo, estamos obligados a denunciar su esencia capitalista y explotadora, por mucha “caridad barrio adentro” que nos presenten. Sabiendo que estas acciones que presumen de “socialistas” no son sino la realización de un mínimo de justicia social y el reparto de las migajas que caen de la mesa de los burgueses. Reparto caritativo posibilitado, por otra parte, por los fabulosos ingresos de las exportaciones energéticas.
El objetivo de la clase obrera de estos países y de sus partidos comunistas de vanguardia, sigue siendo impulsar decididamente los avances democráticos con la participación directa de las masas, la neutralización política de la burguesía nacional, representada en Venezuela por los militares anticomunistas y los intelectuales burgueses (la derecha del PSUV), para elevar el nivel de conciencia de la clase obrera y de todo el pueblo, creándose así la condiciones para desarrollar (ahora sí) la Revolución Socialista, tomar el Poder del Estado en sus manos, desplazando de él a los representantes de la burguesía nacional, y acabar de una vez por todas con esta clase social por medio de una decidida política de expropiación de los medios fundamentales de producción, empezando naturalmente por la banca. Aunque al señor Dieterich le parezca “innecesario”.
Por último, y a pesar de su carácter “apolítico”, contradictorio e inestable, consecuencia inevitable de su carácter fundamentalmente pequeñoburgués, hemos de considerar como aliados frente al imperialismo a los diversos grupos que, desde posiciones antibelicistas, ecologistas y democráticas anticapitalistas, enfrentan al mundo de la injusticia y la explotación su propia visión, aun inconexa y utópica, de la posibilidad de otro mundo más justo y sin guerras.
d) La situación política en el Estado español.
A finales de los setenta, durante la llamada “transición”, muchos estaban convencidos de que, a pesar de todo, se mantenían en España posibilidades revolucionarias. Algunos soñaban hasta con la restauración de la República. Sus esperanzas se alimentaban del relativo éxito electoral del PCE, y del ambiente social de efervescencia reivindicativa que sugerían las importantes movilizaciones obreras y populares. Todo esto reflejaba el entusiasmo y la combatividad que había generado, durante los años de dictadura, la resistencia antifranquista.
Pero toda la oposición a la dictadura, unida en torno a la Junta y a la Plataforma democráticas, desde la izquierda marxista hasta la derecha liberal, fue incapaz de forzar la caída del régimen franquista. Por el contrario, frente a la ruptura democrática de la oposición, la oligarquía dominante y sostenedora de la dictadura, levantó el proyecto de la “transición democrática”, es decir, del mantenimiento del sistema de dominación hegemónica de la gran burguesía, cambiando de forma para homologarla a la Europa unificada a la que pretendía incorporarse.
Para culminar el proyecto de la “transición democrática” (que todavía hoy, con toda razón, se pone como ejemplo del cambio, en un Estado cuya esencia es la dictadura de la burguesía, de la forma dictatorial a la forma democrático-capitalista) la oligarquía franquista necesitaba mantener algunas instituciones de la dictadura, particularmente la monarquía creada por Franco, la cúpula militar más reaccionaria, y el aparato policial y jurídico. Y junto a ello, crear elementos nuevos imprescindibles para su operación de cambio de apariencia del sistema de explotación capitalista, tales como el nuevo partido UCD, dirigido por el ex secretario general del Movimiento (el partido de Franco), y el nuevo PSOE, que con la asesoría de los servicios secretos de EEUU, se convirtió en la coartada primero y en la alternativa después, de la “democracia”.
Y blandiendo la amenaza y el chantaje del “golpe militar”, la alta burguesía española hegemónica consigue la rendición incondicional del Partido Comunista, que acepta la monarquía franquista y la nueva Constitución de la oligarquía financiera.
La traición del PCE de Carrillo, derivada de su deserción ideológica revisionista (el “eurocomunismo”), la progresiva desmovilización popular, la burocratización de los dos grandes sindicatos y su complicidad con la burguesía y la UCD (Pactos de la Moncloa), y el éxito electoral del PSOE en 1982, desmontaron definitivamente las fantasías revolucionarias de la mayoría de los comunistas españoles.
La llegada al Poder de Felipe González y el despliegue de su política de recortes sociales y limitación de derechos de los trabajadores; y la definitiva incorporación a la OTAN y a la Unión Europea (por entonces todavía CEE), aceleró la desmoralización de los comunistas, su dispersión en innumerables grupúsculos y, en muchos casos, la deserción al PSOE.
La decidida apuesta electoralista del PCE al sumergirse en 1986 en Izquierda Unida, culminó la deriva revisionista, antileninista y liquidacionista, iniciada muchos años antes por Santiago Carrillo y sus cómplices.
Por otra parte, la degradación moral del PSOE de González y Guerra, con los tremendos escándalos de corrupción y de terrorismo de Estado, abrieron las puertas del gobierno al Partido Popular de Aznar, con las consecuencias conocidas de la completa subordinación al imperialismo norteamericano, el bochornoso espectáculo de las Azores, la participación en la guerra de Irak, y el atentado terrorista islamista del 11 de Marzo de 2004 en Madrid.
El nuevo líder del PSOE, Rodríguez Zapatero, ha rectificado la política exterior orientándola hacia los intereses europeos, y la política interior con una serie de cambios, más bien cosméticos, buscando votos por la izquierda. Lo que ha acabado de machacar a Izquierda Unida.
El resultado de todo esto es la transformación de la España combativa y reivindicativa de los años setenta, en un régimen monárquico bajo el absoluto dominio de la oligarquía financiera, con un sistema bipartidista consolidado con dos alternativas electorales (PP Y PSOE) que representan, a pesar de sus aparentes diferencias y sus matices en cuestiones secundarias, a la misma clase social: la oligarquía financiera imperialista, fracción dominante de la burguesía española y sector, cada vez más importante, de la oligarquía imperialista de la Europa del Euro, de las sesenta y cinco horas de trabajo semanales y de la indigna y fascista “directiva del retorno”.
Ya en 1976 algunos comunistas canarios habíamos llegado a la conclusión de que las posibilidades revolucionarias en España eran muy escasas. Tan escasas nos parecían, que decidimos que la vía de Canarias hacia el Socialismo, pasaba necesariamente por la liberación nacional y la descolonización.
Nos enfrentamos desde entonces con el enfoque nacionalista-burgués español de los “comunistas” sucursalistas, cuya proverbial ceguera ante el problema colonial canario (y de Ceuta y Melilla que siguen siendo consideradas por esos seudomarxistas imperialistas como “ciudades autónomas”) no tiene hoy más justificación que la burocratización de estas organizaciones, que les impide analizar desde una perspectiva revolucionaria y de clase, este problema teórico. O, peor aún, el desconocimiento de los más elementales principios del marxismo-leninismo sobre este tema.
Los que nos discutían hace treinta años nuestra opción táctica por la liberación nacional anticolonialista, basada en nuestro análisis sobre la consolidación del Estado burgués-capitalista e imperialista español, podrían quizá ser disculpados por el entusiasmo y la euforia política del fin de la dictadura franquista.
Pero si a estas alturas queda algún comunista canario que crea seriamente que en España puede, en un futuro previsible, desarrollarse la revolución socialista y que nosotros deberíamos sumarnos a ella, tendremos que concluir que en esos compañeros pesa más el patriotismo español y el nacionalismo burgués, celoso de salvaguardar las fronteras de “su” Estado capitalista e imperialista, que sus convicciones socialistas y revolucionarias. Lo que les lleva inevitablemente, y puede que inconscientemente, a convertirse en valiosos aliados de la reacción colonial y de la oligarquía imperialista española.
V.- LA POLÍTICA DEL PARTIDO REVOLUCIONARIO DE LOS COMUNISTAS EN LA ETAPA ACTUAL.
Entendemos por fase histórica al período de tiempo en el que se mantiene vigente una determinada contradicción principal. Por eso llamamos fase democrática de la revolución a la época de dominación colonial española, en la que se mantiene como contradicción principal la que se establece entre el Poder Colonial y el Bloque Nacional Canario, conjunto de clases y fracciones de clase objetivamente interesadas en la liberación nacional.
Dentro de una misma fase histórica, distinguimos diferentas etapas en las que se mantiene una determinada forma de la contradicción principal. Después de una etapa dictatorial-fascista, hemos entrado, a partir de finales de los años setenta del siglo pasado, en una etapa de parlamentarismo colonial “autonómico”.
Las formas que la contradicción colonial adopta, en cada etapa histórica, determinan a su vez las formas de lucha revolucionaria. En la etapa actual de parlamentarismo colonial, en la que la opresión y la dominación imperialista española se ejerce, con la colaboración de la burguesía canaria, más por el engaño que por la fuerza, el trabajo político del partido de los comunistas debe centrarse en la agitación y la propaganda, en la formación ideológica de sus cuadros y militantes, la elevación del nivel de conciencia y de organización de la clase obrera, y la acumulación de fuerzas como preparación para la lucha abierta, en alianza con todas las clases populares, contra el Poder colonial español.
Porque los comunistas no nos hacemos ilusiones de alcanzar mayorías parlamentarias “autonómicas”. Ni mucho menos de fantasiosas soluciones externas del tipo de enviar cartas a la o­nU. Nosotros sabemos, y desde ahora contamos con ello, que después de la etapa de parlamentarismo colonial, vendrá necesariamente la etapa del estado de excepción y la suspensión de la autonomía. Pues el imperialismo español sólo mantendrá la forma democrática actual mientras sirva a sus intereses.
El proyecto político autonómico no es más que la forma actualizada del Pacto Colonial histórico entre la clase dominante canaria y el imperialismo español (que facilitó la conquista y el mantenimiento de la dominación extranjera hasta hoy), y surgió como una alianza estratégica postfranquista entre la burguesía canaria y la oligarquía española. Esta alianza, propiciada e impuesta por la fracción más dependiente, intermediaria y procolonialista de la burguesía, se materializó primero en la UCD, y después en las ATI-AIC y Coalición Canaria.
El colonialismo prometió entonces a nuestros burgueses traidores que conservarían sus privilegios de clase, y que protegerían los intereses de los importadores a costa de la destrucción de la producción canaria, sobretodo de alimentos. Y les garantizaron también la continuidad de las exportaciones tradicionales de frutas y hortalizas.
Sin embargo, ahora ven como los grandes monopolios españoles y europeos de la distribución han desplazado a las empresas comerciales canarias, y como se pierden progresivamente los mercados fruteros protegidos, lo que ha sumido al Pacto colonial en una profunda crisis, fuente de algunos devaneos soberanistas. Pacto que apenas se mantiene, ante los lloriqueos de nuestros empresarios, con concesiones fiscales como la Reserva de Inversiones.
Frente al proyecto de “Comunidad autónoma” de la alianza de la burguesía canaria con el Poder Colonial español, el partido de los comunistas y sus aliados, como representantes políticos de las clases sociales que forman el Bloque Nacional Canario, deben levantar el proyecto revolucionario de la República Canaria independiente y democrática, antiimperialista y antimonopolista.
Ésta debe ser la consigna principal de toda la labor de agitación de los comunistas, unida a la promoción de un frente político en torno a un Programa de transformaciones democráticas antiimperialistas, como eje de la alianza patriótica por la liberación nacional y la independencia.
Pero esta alianza debe materializarse necesariamente en un Frente político, es decir, en un acuerdo entre los partidos políticos que representan y defienden los intereses generales y a largo plazo de las clases sociales interesadas en la liberación nacional.
Por eso no creemos en la unidad mecánica con los “partidos independentistas”, pues consideramos que estos grupos interclasistas sin definición ideológica no son, en esencia, más que burdos montajes electoralistas que rivalizan impúdicamente entre sí para arañar unos pocos votos. Y sólo sirven, en definitiva, para legitimar como “democrática” la dominación imperialista española en nuestra tierra, y como elementos complementarios del proyecto autonomista de la burguesía y el Poder colonial.
Su calculada ambigüedad política e ideológica y su, no menos calculada, pretensión de aprovechar cualquier nicho de votantes susceptibles de ser arrastrados a la trampa electoralista autonómica, los descarta como vanguardias organizadas de amplios sectores de la población trabajadora y explotada que hoy, ante la carencia de un partido socialista democrático y anticolonialista, no tienen más referencia que el PSOE español o su versión ecologista, aunque no menos imperialista, de Izquierda Unida.
Los líderes de estos grupos se imaginan que la indefinición ideológica les permite ampliar su influencia, más personal que política, y su cosecha de votos autonómicos. Sin embargo se engañan lastimosamente. Unidos en un partido de clase, con una definición ideológica y política clara, bien organizados y estructurados, y con una razonable política de alianzas por la liberación nacional, tendrían indudablemente más éxito y más influencia que divididos en grupos patéticamente enfrentados, en cada ocasión que el Poder colonial los convoca a sus farsas electorales.
Se culpan mutuamente de la falta de “unidad”, pues cada uno presume de ser más “unitario” que nadie. No comprenden que para unirse primero hay que definirse. Y no logran entender el principio elemental de que la deliberada indefinición ideológica hace imposible la unidad y les conduce inevitablemente a la rivalidad y la permanente división.
Por eso sólo creemos en el acuerdo de los partidos de clase. Partidos con una definición ideológica clara, sin ambigüedades ni falsos interclasismos (del tipo de la inefable “ideología nacional” de los defensores de la inexistencia de clases sociales en Canarias), que superen decididamente la etapa primitiva, ya descartada por la historia de innumerables y nefastas experiencias de muchos años, de repetir el espejismo oportunista y electoralista de la UPC.
Partidos de clase que defiendan consecuentemente, con independencia de pueriles cálculos electorales y de frívolos planteamientos oportunistas, las aspiraciones y los intereses de los sectores sociales a los que representan como vanguardias organizadas.
De la misma manera, en el terreno de la lucha sindical se nos presenta también el falso debate de la “unidad” o la “división” sindical, cuando lo que realmente deberíamos discutir es la generalizada burocratización sindical, la falta de participación de los colectivos de los trabajadores en las empresas y federaciones, y la conversión de los sindicatos, por mucho que se denominen “de clase”, “obreros”, “asamblearios” o “nacionalistas”, en simples asesorías laborales.
¿Qué diferencia puede haber, para un obrero, en que las gestorías se “reúnan” en oficinas contiguas, o por el contrario se “dispersen” en varios edificios? Evidentemente ninguna.
Lo que necesita la clase obrera son sindicalistas que, en lugar de suplantar a los trabajadores promoviendo la pasividad, la indiferencia y la desmovilización; faciliten su participación activa en los problemas y reivindicaciones locales y sectoriales, fomenten la elevación del nivel de conciencia y de formación política y organicen la creación de Asambleas de trabajadores en cada empresa, con poder decisorio y capacidad para elegir a sus Comités para que, con mandato imperativo, les representen, tanto en las negociaciones y conflictos, como en la dirección y la gestión de las propias organizaciones sindicales.
Este planteamiento de la acción sindical asamblearia y directa, opuesta por principio a las formas burocráticas imperantes, seguramente molestará, además de a los empresarios, a las élites sindicales de “liberados” acostumbra-dos a manejar a su antojo y sin ningún control de los afiliados tanto las escasas actividades sindicales como los fondos, en la mayoría de las organizaciones sindicales.
La lucha económica es el primer paso del aprendizaje de la lucha de clases. Por eso es parte fundamental del trabajo político del Partido, impulsar la organización asamblearia de los trabajadores en las empresas, y la superación de las formas democrático-burguesas de acción sindical.
Todos estos lastres y dificultades hacen más patente, si cabe, la necesidad de la actuación decidida de un partido revolucionario que haga girar el curso de los acontecimientos en la dirección de los intereses nacionales de la clase obrera y del pueblo canario.
“Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos”, decía Marx. Proclamamos decididamente nuestra irreductible voluntad de afrontar todas las dificultades y vencer todos los obstáculos para conquistar la independencia nacional de Canarias y para el triunfo del Socialismo en nuestra patria.
¡Hacia el Socialismo,viva Canarias Libre!
Canarias, septiembre de 2008

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