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EL LABORATORIO NUCLEAR DE STALIN


Por Christian Lowe

SUKHUMI, Georgia (Reuters) - Tras un matorral de malezas y ventanas rotas se encuentra uno de los secretos más oscuros de la ex Unión Soviética: el laboratorio donde científicos alemanes cautivos trabajaban para fabricar una bomba atómica para Josef Stalin.
El Instituto Sukhumi todavía existe, pero en un estado de incertidumbre. Sobreviviendo bajo un semi estado de sitio en Abkhazia, una región escindida de Georgia cuya existencia no es reconocida por el resto del mundo, su pasado vinculado a la Guerra Fría no ha sido olvidado.
En algún momento, aquí vivieron 250 especialistas alemanes con sus familias y construían centrifugadores para separar los isótopos de uranio. Ahora, una actividad subsidiaria para los pocos científicos que mantienen las investigaciones del instituto en marcha es el diseño de calefactores hogareños.
El subdirector Vladimir Kunitsky sí tiene esperanzas ambiciosas para el instituto, casi destruido por la guerra separatista que sumió a la región de la costa del mar Negro tras el colapso de la Unión Soviética.
A él le gustaría convertir parte del ex laboratorio de bombas en un sanatorio, combinando tratamientos de avanzada basados en fuentes radiactivas y una hermosa ubicación a unos pasos del mar Negro.
"Estamos preservando algún tipo de potencial," comentó en su oficina vacía, donde la pintura se cae de las paredes.
El estatus no reconocido de Abkhazia, y las sospechas con las que muchos países le contemplan, hará que llevar a cabo su plan sea difícil.
A fines de la década de 1990, el instituto fue un punto de preocupación internacional por informes de que había desaparecido combustible radiactivo, aunque una inspección de Naciones Unidas concluyó que todo el material nuclear estaba en orden.
Kunitsky, quien llegó a Sukhumi por primera vez de niño cuando a su padre militar le asignaron vigilar a los alemanes, piensa que el instituto tiene la tarea de seguir adelante: "No vamos a dejar que muera."
Ubicado en los exuberantes jardines de una propiedad construida por el hermano del último zar de Rusia, el instituto fue testigo del pasado de Abkhazia como un elegante destino vacacional para la elite rusa.
Su sala de conciertos neoclásica es una estructura destruida después de que una descarga incendiaria cayera sobre ella. Cerca, dos enormes estatuas de leones montan guardia afuera de un edificio de laboratorios con techos que se han derrumbado.
Seis décadas atrás, los residentes del instituto llegaron en circunstancias muy diferentes. Después de la Segunda Guerra Mundial, se necesitaron científicos alemanes para ayudar a Moscú a competir en la Guerra Fría.
Cuando la guerra llegó a su fin, la inteligencia soviética acudió a dos individuos: Manfred von Ardenne, hijo de un oficial del Ejército ruso y director de un laboratorio de física de electrones en Berlín, y Gustav Hertz, ganador del premio Nobel en 1925 por su labor en física experimental y director de un laboratorio de investigaciones en la compañía Siemens.
"Ellos fueron invitados," dijo Kunitsky. "Pero fueron invitados de un modo tal que no se pudieron negar," agregó.
LEJOS DE CASA
La historia que cuenta el personal del instituto es que los alemanes fueron llevados a Moscú y traídos ante Lavrenty Beria, el temido jefe de la policía secreta de Stalin quien también estaba a cargo del programa nuclear.
El les dio a elegir entre trabajar en Siberia, en la península de Crimea o en Abkhazia, una región de la parte soviética de Georgia, donde tanto Beria como Stalin tenían casas de vacaciones. Los científicos eligieron Abkhazia.
"Les encomendaron la tarea de construir una bomba nuclear," comentó Alexander Chachakov, otro subdirector.
"No podemos decir que sin nosotros (la Unión Soviética) no habría hecho la bomba. No éramos las únicas personas trabajando en eso. Pero logramos nuestros objetivos," agregó.
Una vez instalados en Sukhumi con sus familias, los alemanes se dispusieron a trabajar en los centrifugadores que son un paso vital para crear el material necesario para una bomba.
Durante casi una década, el instituto se convirtió en su hogar. Hertz se hizo construir una casa parecida a la suya en Alemania, y le fueron asignados sirvientes, quienes hacían las veces de informantes de la policía secreta.
Cultivaban vegetales en sus jardines, ofrecían bailes y conciertos y participaban de competencias deportivas.
Para comienzos de la década de 1950, sus patrones soviéticos decidieron que los alemanes habían cumplido su propósito, y comenzaron a dejarlos ir a casa.
Para 1955 se había ido el último de los alemanes, aunque un austríaco casado con una mujer del lugar se quedó.
Actualmente, la única evidencia de su presencia son ocho tumbas juntas en el cementerio municipal de Sukhumi, donde fueron enterrados los alemanes que murieron durante su estadía.
GLORIA PASADA
Los pocos científicos que quedan están demasiado preocupados con su supervivencia para meditar sobre el pasado.
Después de que se fueran los alemanes, sus suplentes soviéticos idearon usos civiles para la energía nuclear. Su especialidad fueron mini reactores para generar electricidad en lugares remotos. Uno se utilizó en un satélite espacial.
Luego la Unión Soviética comenzó a desintegrarse, y Abkhazia se sumió en un conflicto étnico. Los Abkhaz decidieron que no querían ser parte de la recientemente independizada Georgia.
En un momento, cuando las fuerzas georgianas ingresaron a Sukhumi, el personal de instituto formó patrullas para evitar que los maleantes robaran su equipamiento.
Cuando terminaron los enfrentamientos en 1994, los separatistas de Abkhazia habían echado a los georgianos pero quedaron aislados, bajo un bloqueo y sin el reconocimiento de ningún estado.
Los separatistas todavía derriban aviones georgianos espías de vez en cuando.
Muchos de los científicos del instituto se fueron a Israel, Estados Unidos y Alemania. Los que se quedaron hablan sobre vivir bajo estado de sitio con total naturalidad.
"No hay nada terrible acerca de eso," dijo Kunitsky. "Toda la república vive en condiciones difíciles, no sólo nosotros," agregó.

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