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RADICALMENTE ROSA



90 años después de su asesinato, la figura de Rosa Luxemburgo es un icono que se resiste a ser estampado en una camiseta. ¿Quién fue esta mujer que convoca multitudes y provoca discusiones?


KAOSENLARED
Rosa Luxemburgo, la más democrática de las revolucionarias, antimilitarista y feminista, censurada por los comunistas por sus críticas a Lenin, criticada por los socialistas por su radicalismo, enarbolada tanto por el régimen como por opositores en la ex rda : su pensamiento ha logrado sobrevivir a su muerte. “La libertad siempre ha sido y es la libertad para aquellos que piensan diferente”, su frase emblemática escrita desde la cárcel en junio de 1916, sigue siendo tan actual como polémica. Noventa años después de su asesinato, la figura de Rosa Luxemburgo es un icono que se resiste a ser estampado en una camiseta. ¿Quién fue esta mujer cuya sola evocación convoca multitudes y provoca discusiones?
En la noche del 15 de enero de 1919, un grupo de soldados de la tropa de asalto arresta en Berlín a Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, dirigentes del recientemente fundado Partido Comunista alemán. Ella, menuda y pequeña, no mide más de un metro y medio de estatura, tiene el pelo gris, está demacrada. Un defecto congénito en una pierna la discapacitó físicamente para toda su vida. Cojea. Pero los jóvenes militares en vez de llevar a los detenidos a la cárcel, los trasladan al Hotel Edén, en las cercanías del Jardín Zoológico y del Parque Tiergarten, y luego de torturarlos y golpearlos hasta la inconciencia, los arrastran moribundos, los cargan en un automóvil y les descerrajan un tiro a quemarropa. Poco después la mujer es arrojada a las aguas del Landwehrkanal, posiblemente todavía con vida. A Karl Liebknecht lo tiran al Neuen See, unos cien metros más allá.
Un zapato de Rosa queda en el camino como símbolo de esa barbarie.
Es probable que aquel enero de 1919 haya sido tan frío como este invierno, y que las aguas del Landwehrkanal y el Neuen See tuviesen una capa de hielo en su superficie; entonces al solo choque de los cuerpos se habrá astillado en mil pedazos como un cristal. Cuando los restos de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht fueron recuperados varios meses más tarde, en mayo de 1919, una multitud los acompañó hasta su sepultura y nació un culto. Cada año, el segundo domingo de enero, tanto en el este como en el oeste de Berlín, se suceden homenajes, rituales, disputas. Se reeditan sus libros, se reescribe su biografía y su vida inspira obras de teatro y películas. Rosa Luxemburgo se mantiene indeleble al paso del tiempo. Es más, se radicaliza con los años.
¿Quién fue verdaderamente Rosa Luxemburgo? Dietmar Dath, alemán nacido en 1970, y el más joven de sus biógrafos, cuyo libro se publica en esta primavera europea, replica:
Rosa Luxemburgo no era de ninguna manera ese cliché de ángel pacifista con que la identifica cierta izquierda. Era capaz de burlarse increíblemente de sus adversarios, poniéndolos en ridículo con su réplica atroz, una inteligencia verbal superior, un sentido del humor y una ironía a toda prueba. ¡Cómo se extraña esa capacidad en las discusiones actuales! Era una convencida de que el trabajo intelectual debía relacionar la teoría con la práctica. Para ella no existía ninguna doctrina inamovible, sino un maravilloso equilibrio entre lo que ocurría en la calle, aquello que movilizaba a la gente, y un programa político a largo plazo. Y su lengua era temible.
Por eso, para sus simpatizantes era la “divina”, mientras sus opositores la odiaban por la misma razón. En su último artículo, casi un testamento, los desafiaba. “El orden reina en Berlín...pobres imbéciles. El orden de ustedes está construido sobre la arena. Mañana la revolución volverá a levantarse y tronará con sus trompetas: yo fui, soy y seré.”
Rosa Luxemburgo nació el 5 de marzo de 1871 en el seno de la familia de un comerciante maderero judío en un pequeño poblado de Polonia. Creció en Varsovia, y apenas egresada del colegio secundario a sus dieciocho años, sus inclinaciones izquierdistas amenazaban con llevarla a la cárcel. Entonces emigró a Suiza donde estudió economía y derecho. En 1893 participó en la fundación del Partido Socialista polaco y se vio implicada en una insurrección contra la ocupación soviética. Fue arrestada y condenada a ocho meses de prisión. Se casó por primera vez con un socialista alemán para acceder a la nacionalidad, y en 1898 llegó a Berlín, donde escribió: “Aquí los prusianos caminan por la calle como si se hubieran tragado su bastón.”
En 1914 se opuso a la participación de Alemania en la primera guerra, pero el Partido Socialista –al que pertenecía– votó en el parlamento a favor de la intervención armada. Poco después abandonó las filas partidarias junto a Karl Liebknecht, Clara Zetkin y otros disidentes.
Justo a la salida de la estación del Metro, en un costado de la espléndida y flamante Potsdamer Platz de Berlín, un cubo de cemento de unos dos metros de altura y oscurecido por los años rememora el lugar donde Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo –infructuosamente– llamaron al pueblo alemán a negarse a participar en la guerra. Es la base de un monumento que la ex rda alguna vez prometió levantar y nunca cumplió. Poco después Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht fundaron el grupo Espartaco, en memoria del esclavo y gladiador tracio que supo poner en jaque a Roma entre los años 71 y 73 aC. Rosa fue nuevamente arrestada por sus arengas antimilitaristas y antibelicistas, y condenada a prisión, esta vez por dos años y medio, desde julio de 1916 hasta noviembre de 1918. Entretanto, como era usual entonces, en ese mundo sin teléfonos ni computadoras, las cosas se revelaban y agitaban por correspondencia. Cartas sacadas clandestinamente desde la cárcel por su fiel amiga y secretaria Mathilde Jacob. Cartas donde Rosa criticaba el autoritarismo del camarada Lenin, al mismo tiempo que pedía a Mathilde el cuidado de sus plantas, discurría sobre música y poesía, o enviaba mensajes cifrados a Leo Jogiches, su compañero y segundo esposo. También llevaba un calendario, el registro de sus días y noches de cautiverio, el primer mirlo anunciando la primavera, el último cuervo del invierno, los sonidos del afuera, la luz, la oscuridad, la nieve, la lluvia o el rayo de sol. Y el deterioro de su salud. Sus cartas desde la cárcel son literatura, documento histórico y novela de suspenso a la vez. A esa época pertenecen también aquellos artículos que escribió bajo el seudónimo de Junius, publicados ilegalmente. Entre ellos, el titulado “La Revolución Rusa”, de junio de 1916, donde Rosa Luxemburgo la criticaba ampliamente, y con lúcida anticipación advertía del peligro de que se desarrollase una dictadura según el criterio bolchevique. La desautorización de Lenin no se hizo esperar: la trató de “águila con vuelo de gallina”.
En octubre de 1917 triunfó la revolución en Rusia y los bolcheviques tomaron el poder. La guerra en Europa se acercaba a su fin y Alemania estaba al borde de la bancarrota. El 9 de noviembre de 1918 estalló la revolución en Berlín, el miedo tomó cuerpo, renunció el canciller imperial, el emperador Guillermo ii abdicó y nació la República de Weimar con el socialista Friedrich Ebert a la cabeza. El 31 de diciembre de 1918, la agrupación Espartaco se transformó en el Partido Comunista alemán, dispuesto a instaurar el socialismo en el país tan pronto como fuera posible. Pero la insurrección fracasó y sus dirigentes, comenzando por Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, fueron asesinados. Nunca se llegó a aclarar el hecho en su totalidad, y Waldemar Pabst, el entonces joven oficial de guardia de caballería prusiana, quien dio la orden de arresto, murió en su cama a los noventa años en Düsseldorf, después de haber ejercido con éxito el comercio de armas, haber colaborado con el régimen nazi y sin haber sido acusado jamás por el destino de Rosa y los revolucionarios de 1919.
Rosa Luxemburgo es la desconocida más conocida de Alemania, se dice. No hay prácticamente nadie en este país que no haya oído su nombre por lo menos una vez. Y aunque pocos conocen a fondo su pensamiento, su asesinato la convirtió en figura emblemática a uno y otro lado de la ideología, en manos de notables y gente de a pie. Su famosa frase “La libertad siempre ha sido y es la libertad para aquellos que piensan diferente”, fue emblema de los opositores en la ex rda para diferenciarse de los panegíricos con que la cúpula del régimen momificaba a Rosa Luxemburgo. Y cada año, clavel rojo en mano, miles y miles se movilizan en torno a su monumento, en el cementerio socialista de lo que era el sector oriental de la ciudad. En este xc aniversario sumaron ochenta mil. Llegaron de todas partes a venerarla, cual virgen socialista. Su tenaz oposición a la guerra y su lucha por la justicia social siguen teniendo un carácter ejemplar.
Su legado no ha tenido, sin embargo, un devenir apacible, ni siquiera entre sus propias filas. Lenin trató de suavizar la disputa donde la define como gallina; Stalin la acusó de centrista, y seguramente, si no la hubieran matado en 1919, él se habría encargado de hacerlo más tarde. Trotsky la reivindicó como inspiradora de la revolución permanente, y aún hoy, cuando los dirigentes de La Izquierda , el partido más joven de la Alemania unificada, fundado en 2007, quieren deslizar una irónica crítica a la diputada Sahra Wagenknecht, de gran capacidad de réplica y oratoria, murmuran: “Sólo le falta cojear para ser como Rosa.”
La radicalidad del pensamiento de Rosa Luxemburgo resiste a la inmovilidad del mármol, atributo de los héroes. El primer monumento que se destinó a su memoria fue diseñado nada menos que por Mies van der Rohe en 1926, y por encargo de la socialdemocracia gobernante, es decir, por quienes indirectamente eran acusados de no haber impedido su asesinato. Van der Rohe, identificado con el movimiento Bauhaus y lejano a contiendas políticas, declaró que para él se trataba de un homenaje artístico a las víctimas. En 1933 los nazis se encargaron de hacer tabula rasa, destruyendo el mausoleo y reuniendo a comunistas y socialistas en los mismos campos de exterminio.
Una barra de hierro, mitad sumergida en el agua, mitad erguida en el aire, talla el nombre de Rosa Luxemburgo en el monumento a su memoria en el Parque Tiergarten y a orillas del Landwehrkanal, en el lugar donde su cuerpo fuera arrojado a las aguas. Algo más allá, en la ribera del Neuen See, una escultura que semeja una columna en construcción, recuerda a Karl Liebknecht. Ambos monumentos fueron erigidos en 1987 en lo que entonces era el sector occidental de la ciudad y –vale decirlo– durante el gobierno de la democracia cristiana.
El nuevo monumento para Rosa en pleno centro de Berlín, una estatua de bronce de tamaño natural, concebida por el escultor Rolf Biebl, fue instalado en 1999 cerca de la plaza que lleva su nombre y de la Casa Karl Liebknecht, sede del Partido Comunista desde 1926. Pero esto generó más de una bronca entre las corrientes políticas de la izquierda y fue desterrado de allí por varios años. Recién hace unas semanas ha sido restituido a su lugar de origen.
En 1986 la cineasta Margaret von Trotta filmó la historia de Rosa Luxemburgo con Barbara Sukowa en el papel de Rosa, y Otto Sanders como Karl Liebknecht, y recientemente el elenco teatral Grips puso en escena el musical Rosa, con proletarios en vestidos de tweed bajo el leitmotiv “Soy un ser humano, no soy un símbolo.”Al tradicional Congreso, que se organiza cada año en su memoria, asistieron esta vez alrededor de dos mil participantes; gente joven, estudiantes y mujeres que cultivan el look Rosa, con melenas recogidas en rodetes, faldas y botines de corto tacón ajustados al tobillo. Voces de miradas diferentes reunidas en torno al pensamiento dinámico de esta radical contemporánea, convencida tanto del valor de la espontaneidad como de la organización de la multitud, amante apasionada, intolerable para todo dogma y ortodoxia. Imposible de resumir en un logo.

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