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CUBA: EL SOCIALISMO COMO SOCIEDAD ABIERTA


Hacia una sociedad abierta en el camino de la transformación del sistema socioeconómico. Creación y fomento de sectores PYMEs no-estatales: en pos de la auto sustentación del modo de producción.
La llamada Guerra Fría entre el Occidente capitalista y el Este del “socialismo real” impuso el muro aislacionista de lo que se dio a conocer como la cortina de hierro. Detrás de la cortina más que protegerse se enquistaban los experimentos entendidamente socialistas. El Muro de Berlín constituía sin dudas el meridiano simbólico. El paralelo permanece hasta hoy más al Oriente, entre las dos Coreas. El último ciudadano alemán en caer al tratar de cruzar el meridiano berlinés en dirección oeste corrió dicha suerte pocos meses antes de la caída del muro. Un lapso de tiempo efímero entre la vida y la muerte. Los disparos que prohibían el paso se descargaban desde el “socialismo real”. La sensación del absurdo es abrumadora cuando se camina por el parque donde se alinea un grupo de cruces con que se recuerda ese tiempo reciente. La historia arrastra sus dramas, pero ante todo sus enseñanzas.
¿Cuáles negaciones incontestables pueden existir cuando se expresa que las transformaciones en el proyecto sociopolítico de la Revolución cubana han de desembocar en la idea del socialismo como sociedad abierta? Esa proyección es la que puede desmontar el muro de la guerra fría contra Cuba en que los EEUU han convertido el Estrecho de la Florida. Lo que decide es la proyección revolucionaria del socialismo en Cuba.
Desde la perspectiva que da el tiempo, la evidencia de que el llamado “socialismo real” no podía ganar la confrontación con el capitalismo es tan incuestionable como alumbradora. Alemania había quedado devastada por su propia guerra. Toda Alemania. Al finalizar la llamada II Guerra Mundial, la ayuda financiera y tecnológica del Plan Marshall fue asimilada por la entonces República Federal de Alemania (RFA) con extraordinaria eficiencia económica, y a velocidad de vértigo se reconstruyó la industria. Del otro lado, la República Democrática de Alemania (RDA) demostró ingenio hasta donde se lo permitió el sistema de relaciones sociopolíticas y económicas dentro del bloque “socialista”. Su capacidad de emulación quedó trunca en el molde rígido de dicho sistema. La creciente distancia que la separaba del desarrollo de su mitad occidental se convirtió en un estímulo destructivo. Por cuanto el modelo de estado de bienestar social que le nacía al lado desafiaba la idea misma del desarrollo socialista.
Si el desarrollo industrial avanzaba vertiginosamente en la RFA y su estado se convertía en adalid de derechos sociales, al bloque socialista y a la RDA considerada popularmente como su vitrina, le comenzaban a faltar en igual medida los argumentos sobre la superioridad sistémica – económica y social – del socialismo. En tales circunstancias la cortina de hierro convertía el bloque del “socialismo real” en un ruedo taurino. El desarrollo económico alcanzado en el Este elevaba el nivel de vida de las sociedades “socialistas” de manera insatisfactoria. El avance social de las masas proletarias y campesinas había sido sustancial – especialmente en Polonia – y, a pesar de ello, se perdía la competencia. El modelo socialista de la supuesta economía centralmente planificada se burocratizaba a pasos agigantados.
Pasado el periodo represivo del más descarnado estalinismo hasta 1956, durante el cual se hizo férrea la doctrina de la dictadura del proletariado en pos de consolidar el poder de las corrientes “comunistas”, las sociedades del bloque “socialista” quedaban sumidas en el descreimiento político. Si la guerra las dejaba heridas de gravedad y moralmente diezmadas, la pos-guerra venía a echar sal en tales lesiones. Los desbordes políticos en la sociedad y la represión militar como reacción del poder “socialista” en 1956 (Hungría), 1968 (Checoslovaquia) y 1970 (Polonia) no dejan dudas sobre el nivel de erosión de la cohesión sociopolítica. Quedaba claro que el agradecimiento a la URSS por su determinante aporte en la liberación del nazismo no encontraría jamás el suelo fértil que necesitaba la consolidación del bloque. Aunque los matices de la adhesión variaran según las relaciones históricas etno-culturales, en la percepción social (hasta hoy) la URSS había pasado a ser el nuevo ocupante. El sentido de “ocupación extranjera” iba más allá de ser asociado a la presencia de tropas soviéticas en muchos de los territorios de los países del bloque. El fenómeno sociológico exponía otras complejidades. Lo que tomaba cuerpo en el conciente social de esos países era el rechazo a la imposición de un modo de vida (“socialista”) que, identificado como “soviético”, se reñía con las tradiciones culturales occidentales en que se reconocía gran parte de dichas sociedades. Esa percepción social se apegaba a la realidad objetiva en la medida que los partidos “marxistas” en el poder se subordinaban a una política común dictada, literalmente, por el PCUS.
La propia URSS había pasado por un proceso de unión interna forzado por el poder autoritario de J.Stalin. Las piezas del puzzle soviético quedaban unidas por una tensión centrífuga, cuyo pegamento fue la coacción, la represión política y el exterminio físico más virulento contra sus pueblos. Era justamente lo que venía a develar N.Krushev en su informe secreto (sic.) al XX Congreso del PCUS en febrero de 1956. En sus palabras iniciales el informe expone:
“Después de la muerte de Stalin el Comité Central del Partido comenzó a estudiar la forma de explicar, de modo conciso y consistente, el hecho de que no es permitido y de que es ajeno al espíritu del marxismo-leninismo elevar a una persona hasta transformarla en superhombre, dotado de características sobrenaturales semejantes a las de un dios. A un hombre de esta naturaleza se le supone dotado de un conocimiento inagotable, de una visión extraordinaria, de un poder de pensamiento que le permite prever todo, y, también, de un comportamiento infalible”. (…)
“En este momento nos interesa analizar un asunto de inmensa importancia para el partido, tanto ahora como en el futuro... Nos incumbe considerar cómo el culto a la persona de Stalin creció gradualmente, culto que en momento dado se transformó en la fuente de una serie de perversiones excesivamente serias de los principios del Partido, de la democracia del Partido y de la legalidad revolucionaria”. (…) (El subrayado es mío).Esa evaluación expone el grado del deterioro ideológico y moral de las relaciones sociopolíticas hacia el seno de la URSS. Sin embargo, esa erosión interna no se frenaba con el intento de rectificación del Partido. La crítica había sido reducida al problema puntual de la veleidad del culto a la personalidad. El problema de fondo ocupa planos secundarios en el análisis. Por cuanto el modo de producción se seguirá sosteniendo bajo el predominio de la propiedad estatal y el trabajo asalariado. La república de los soviets había quedado como un experimento abortado en su propio nacimiento. La evolución de las ideas de V.I.U.Lenín acerca de la estructuración socioeconómica (cooperativista) del socialismo quedaba trunca con su muerte. Y ese hecho facilitó que sus últimos análisis y recomendaciones fueran ignorados por el Partido. Si la devastadora represión del stalinismo contra la sociedad dejaba huellas indelebles en su memoria histórica y su conciente colectivo, la alienación del trabajo y el creciente poder burocrático del estado cocinaron posteriormente a fuego lento durante 70 años la implosión. Ni el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) ni el Pacto de Varsovia tenían capacidad para contrarrestar el embate sobre sistemas que perdían la batalla en su propio interior. Toda la hostilidad externa de los centros de poder capitalista mediante la Guerra Fría - hostilidad económica, militar y cultural - se proyectó contra un poder “socialista” carcomido por dentro.
Las relaciones económicas que dentro del bloque desarrollaba el CAME fueron incapaces de consolidar dinámicas de intercambios altamente eficientes, porque las economías internas de los países miembros se iban haciendo disfuncionales. El sistema socioeconómico cubano si bien se sostenía gracias a los grandes flujos financieros y la ayuda técnica y tecnológica, principalmente de la URSS, fue incapaz de la conversión estructural eficiente de tan cuantiosos recursos. La intensidad de la crisis económica de 1990/1993 da fe de ello.
El Pacto de Varsovia se convertía en pacto de cartón en la medida que la carrera armamentista que había aceptado la URSS derivaba en una sangría sin límites para una economía desestructurada. El hecho de que la paridad atómica se convirtiera en una espiral del absurdo no llamaba la atención al líder del “bloque socialista”. Mientras el bloque capitalista articulaba una expansión tecnológica sin precedentes, a partir de la concepción de un modelo industrial-militar con un profundo impacto en el desarrollo de la economía, el bloque “socialista” se sumía en la economía de la carencia. Conocemos la expresión simbólica de esa realidad: la URSS ponía satélites en órbita y en las empresas se seguía sacando cuenta con los ábacos. El consumo interno como factor del crecimiento económico sería vilipendiado (“consumismo”) en la lucha ideológica contra el modo de vida occidental. La economía centralmente planificada habría de dar respuesta a las “necesidades siempre crecientes de la sociedad”. De esa forma quedarían arregladas las contradicciones entre ser y conciencia.
En tales circunstancias la represión de los derechos civiles y ciudadanos se convirtió en la respuesta con que las burocracias partidistas-estatales intentaban atajar el deterioro de la cohesión social y el creciente descreimiento en la superioridad del modo de vida “socialista”. El bloque del “socialismo real” podía demostrar su suficiencia dentro de sus propias fronteras, lejos de la posibilidad de comparación que la sociedad tuviera con el modo de vida occidental. Las restricciones de las libertades individuales se convirtieron en el sello distintivo de las sociedades “socialistas”. El ejemplo incontestable era el desconocimiento del derecho de libre entrada y salida a los países “socialistas” de sus ciudadanos. Los papeles se habían invertido. Ya no era el capitalismo el que sentía la presión que sobre sus sistemas políticos antes de 1939 (la URSS) y en la pos-guerra (las llamadas “democracias” populares) ejercían los logros sociales instrumentados por el “socialismo”. La significativa industrialización de la URRS bajo los primeros planes quinquenales de la economía centralmente planificada, fue asimilada como un reto por el sistema capitalista. El desafío al paradigma de la economía de mercado que significaba la “economía comunista” catalizó el desarrollo de las fuerzas productivas en el capitalismo. Ahora los partidos “marxistas” en el poder ganarían la competencia ocultando los avances en materia de derechos civiles conquistados por las propias sociedades occidentales, ocultando el desarrollo industrial alcanzado, ocultando un modo de vida que una conciencia “socialista” sin sujeciones objetivas no tenía ninguna posibilidad exitosa de cuestionar. Desde la caída del Sacro Imperio Romano Germánico nunca antes un bloque de estados asociados cultivó un cóctel político de tanta potencia implosiva.
A finales del decenio de 1980 el “socialismo real” había dejado de ser un fantasma para el capitalismo y no era más que un zombi apuntalado con armas nucleares. El intento de la perestroika por tomar el camino de la democracia y las reformas sistémicas en la URSS llegaba con no menos de 30 años de retrazo. Esa reorientación estructural podía darse sólo en condiciones de máxima distensión con Occidente. Puesto que la debilidad económica y política interna de la URSS era sustancial. El desmembramiento del bloque era más que una posibilidad. El oportunismo recreado por las clases burócratas de los partidos y los estados del bloque tiene como símbolo a B.Yeltsin y no a M.Gorbachov. Hoy las clases de los nuevos ricos, una vez consumada la virada capitalista, están ampliamente nutridas por los “comunistas” y la nomenclatura burócrata de ayer, en todos y cada uno de los países de aquel bloque “socialista”.
Pero algo de suma importancia política revela el comportamiento de las propias sociedades ante el viraje hacia el capitalismo. El cambio de rumbo fue posible porque existía una masa crítica que lo favorecía. Si el golpe de timón se daba desde las propias superestructuras políticas de dichos estados, en la sociedad vencían las expectativas que se habían frustrado en el “socialismo”. Ante todo las libertades ciudadanas e individuales. Puesto que el desarrollo económico de Occidente se daba sobre dicha premisa. Esa era la percepción. Libertades individuales y sociedades de consumo eran justo la antítesis de un modo de vida “socialista” que se rechazaba, al cual objetivamente no se pertenecía. Los logros sociales del “socialismo” este-europeo: servicios de educación y salud universales y los programas de asistencia y seguridad social, eran emulados por el estado de bienestar social occidental, por lo cual no constituían referentes que establecieran la diferencia socialista. En el caso de los países escandinavos superaban en organización y excelencia el nivel alcanzado en los países “socialistas”.
Establecer la diferencia conceptual y política entre la libertad de comportamiento individual que proporciona el capitalismo y la emancipación sociopolítica que puede legitimar el socialismo no constituía, ni podía constituir, el criterio que en las mayorías decidiera o no por la opción capitalista. La experiencia socioeconómica y política que se desmoronaba no había proporcionado las condiciones objetivas que impidieran lo que en física se conoce como la fatiga del material. Saltar el Muro de Berlín en dirección oeste llevaba el simbolismo del salto a la libertad. No porque ello fuera cierto, sino porque se salía de un bloque de realidades sociopolíticas opresivas. Más que el efecto de la bien armada guerra ideológica de Occidente, lo que se imponía en el conciente social era la huella de la propia realidad. La alienación del trabajo con respecto a los medios de producción era total (se hacía como si se trabajara y el estado hacía como si pagara). Esa huella era el caldo de cultivo de la conciencia social y política. La corruptibilidad de los sistemas políticos “socialistas” tanto en las esferas de dirección de los estados y los partidos como en las propias sociedades (tráfico de influencias, privilegios de las burocracias, mercados negros) minaba ante sí mismas la credibilidad del “socialismo”. Las contradicciones socioeconómicas irresueltas dejaron en indefensión a las masas trabajadoras. Hoy en las sociedades del ex bloque eurosoviético no hay nostalgia por el “socialismo real”, sino escepticismo ante la “libertad” conquistada. Puesto que ya no quedan dudas que el criterio de selección es darvinista. Lo único que podrán hacer los nuevos estados capitalistas es paliar el antagonismo de las contradicciones. Las revoluciones tendrán que ser ahora de signo contrario.
¿Cuál es la semejanza que el análisis comparativo con el socialismo en Cuba necesita atender? Sin ningún tipo de duda: la condición de sujeto que el sistema de participación social le confiera al factor humano.
Socialismo y sociedad abierta
Hacer sujeto de la participación al hombre (en tanto ser social) implica el replanteamiento del proyecto sociopolítico cubano según la idea del socialismo como construcción de una sociedad abierta.
Hoy la restricción de la libre entrada, salida y asentamiento en Cuba de los cubanos simboliza más que el absurdo de una medida política. Expresa la incapacidad del proyecto socialista para proyectar una alternativa cultural auto sustentable. O sea, una propuesta de participación a la sociedad cubana que responda a sus expectativas.
La relación entre realidad y expectativas no puede ser más que dialéctica. Las expectativas se alimentan de lo logrado y expresan la percepción que de su propia capacidad y de sus necesidades posee el individuo. El sistema socioeconómico, por lo tanto, ha de constituir el conjunto de condiciones y premisas que le permitan a ese individuo avanzar según sus expectativas. El grado de libertad del sistema ha de constituir un espacio de participación expandible y no restrictivo. Puesto que la velocidad de un sistema, como recordamos, está dada por la de su elemento más lento, el avance colectivo es condición sine qua non del avance individual. Es bajo esas tensiones donde el Proyecto Socialista tendrá que asumir su renovación.
El sistema de participación cubano actual es esencialmente restrictivo, puesto que el modo de producción rigidiza las relaciones socioeconómicas. De ahí su incapacidad de auto sustentación. Esa incapacidad determina que la dirección política del país haya convertido a la sociedad cubana en una sociedad cerrada. La contradicción de fondo está en que la concepción del modo de producción no se soporta sobre la idea de la libre asociación de productores. El monopolio de la propiedad estatal y estatalizada lo impide. Todo el movimiento de la sociedad – económico, social, político y cultural – está determinado por esa condición. La sociedad está atada por el modo establecido de producir su materialidad. La capacidad de creación de su modo de vida se agota dentro de un molde de reproducción social negativo. La propiedad de reproducción neuronal de su tejido económico y sociocultural es irrelevante. Por cuanto la restricción de la interactividad horizontal impide la constante reproducción de las conexiones entre actores sociales dados y potenciales. Esa compleja dinámica reproductiva puede darse sólo en un modo de producción alimentado por asociaciones de productores libres. La consolidación de esa cultura de la participación es lo que puede hacer auto sustentable el sistema socioeconómico.
La sociedad capitalista es en principio una sociedad abierta. El nivel de auto sustentación de su modo de producción le permite asumir el grado de apertura que hace competitivo su sistema sociopolítico. Las entradas y salidas del sistema no llegan a alterar la esencia reproductiva del mismo. La lógica de reproducción del capital privado sobre el que sustenta se alimenta constantemente del intercambio con el entorno. Más aún, ese intercambio le es indispensable, según las exigencias del proceso de acumulación. Así lo expresa el movimiento del capital. En cuanto al movimiento del trabajo, la ilustración diáfana está en las migraciones económicas, las propias cuando las economías internas apenas gateaban, y las de otros pueblos hacia ellos cuando ambas partes lo necesitan. Los inmigrantes son traídos en masa cuando la sustentación de las tasas de ganancia lo exigen. Esa fuerza laboral propulsa los crecimientos de las economías por la posibilidad de ser explotada de manera intensiva (un ejemplo está en las emigraciones de turcos a Alemania y las de africanos y latinoamericanos a España). En tiempos de crisis la suerte de dicha fuerza de trabajo, más que un compromiso del sistema deviene un factor de riesgo que el inmigrante asume como la regla del juego. Pueden ser devueltos a sus países de origen. El sistema hace más (especialmente en los países industrializados europeos), porque llega a absolver en sus redes de seguridad social aquellas cantidades que la capacidad económica le permite sin merma de su propia reproducción. La sociedad permanece abierta porque el hombre (ser social) está destinado por el capitalismo a mantenerse como objeto del modo de producción. Condenado en la inmensa mayoría a tener que pedir permiso para vivir. Las reglas están creadas y todo el que entra al sistema está obligado a acatarlas o salir si las rechaza. La complejidad y las tensiones de tales relaciones socioeconómicas son posibles por el grado de auto sustentación del modo de producción. Estamos hablando de las regularidades. El hecho del ciclismo de las crisis económicas internas y globales del sistema capitalista no niega dichas propiedades. A lo que apunta es a la agudización del antagonismo de sus contradicciones.
Un modo de producción socialista que apueste por la auto sustentación sistémica tiene ante sí la posibilidad objetiva de establecer la era pos-capitalista en la historia del desarrollo de la civilización. Las premisas de esa auto sustentación parten por hacer del individuo, en tanto ser social, el sujeto incuestionable del modo de producción. La condición de sujeto está dada por la auto determinación del individuo como productor libremente asociado para producir. El principio político de la autodeterminación así entendida estriba en la organización de relaciones socioeconómicas que no impliquen explotación del trabajo entre congéneres. Ese principio socialista establece el grado de libertad del relacionamiento entre los ciudadanos en los procesos de producción e intercambio. La jerarquización de las relaciones socioeconómicas según la posición con respecto a los medios de producción no tiene asidero. A partir de ello se forja la cualidad libertaria del modo de producción. Y, en consecuencia, una cultura superior del trabajo. Esa nueva cultura del trabajo es el fundamento objetivo sobre el que puede alzarse una superestructura política humanista.
El pensamiento socialista partidario de la praxis como punto de partida de toda teoría, se desgasta en la discusión sobre la influencia determinante de la conciencia sobre el ser. La interrelación dialéctica que K.Marx le atribuyera a ambos factores se vulgarizó en las prácticas del “socialismo real”. En Cuba el problema de los estímulos morales como factor de concienciación política se elevó poco menos que a norma socialista bajo la idea de la construcción del “hombre nuevo”. La propiedad estatal y el trabajo asalariado no eran contradicciones objetivas para la conciencia sociopolítica. No importaba que de esa forma se negara (y se niegue hasta hoy) el núcleo duro de la teoría de K.Marx sobre el capital. El voluntarismo político se convirtió, hasta la actualidad, en sinónimo de “actitud revolucionaria”. Hoy aún se trata de convencer de que la construcción del socialismo es ante todo una cuestión de conciencia social. El enfoque sigue asumiendo en sí mismo la dicotomía entre ser y conciencia, a pesar de que la propia praxis cubana niega rotundamente tal presupuesto. Al cabo de 5 decenios de bregar con la formación de conciencia, en el discurso de la dirección del Partido el Talón de Aquiles del sistema económico sigue siendo la disciplina y la conciencia de los trabajadores. El voluntarismo político por su camino y la realidad por el suyo.
Algo ha de dejarse claro una vez más. El socialismo tiene su máxima potencialidad en el desarrollo cultural del ser social. Ese es su ilimitado horizonte. Para que ello sea realmente posible, la producción y reproducción de la materialidad de la existencia tiene que dejar de ser la primera preocupación del individuo. Eso no se puede lograr en el modo de producción capitalista a pesar del alto desarrollo de sus fuerzas productivas (vide los países más industrializados). Por cuanto las relaciones socioeconómicas son de subordinación y exclusión. Marx no se equivocaba al respecto. Han sido los “marxistas” ortodoxos quienes vienen a desvincular el desarrollo de las fuerzas productivas del carácter de las relaciones socioeconómicas en que se desempeñan dichas fuerzas. No existe determinismo histórico alguno en la definición de Marx cuando nos señala el desarrollo de las fuerzas productivas como condición sine qua non del tránsito hacia el socialismo. Para Cuba tal enseñanza es capital. Mientras la preocupación primera de los cubanos continúe siendo resolver “el pan de cada día”, mientras en ello se desgasten las energías sociales, no existirá posibilidad alguna para la recreación del crecimiento cultural como sentido de la existencia. Mientras la naturaleza del modo de producción no permita la creación de una cultura del trabajo emancipadora, no habrá posibilidad alguna para la formación de una conciencia política que, por su correspondencia con ello, sea socialista.
Por lo tanto, el punto de partida sigue siendo la auto sustentación del modo de producción que asumamos como socialista. No cabe enjuiciar de utopía la necesidad de transformación radical del modo de producción establecido hoy en Cuba. Lo que constituye una utopía es creer que el sistema socioeconómico actual puede hacer viable el Proyecto Socialista.
Pautemos, en consecuencia, que la auto sustentación del modo de producción se concreta con la eficiencia de su movimiento. La modelación se centra en la autonomía del modo de producción y en el carácter libertario de sus relaciones socioeconómicas. Sus variables son la libre asociación para producir y la autogestión por los trabajadores del proceso de producción e intercambio. ¿Cuál es la relación del modelo con sus variables?
La posibilidad de asociarse libremente para producir crea una responsabilidad insoslayable en el trabajador, por cuanto se ha convertido en sujeto de su reproducción material. Es el condicionamiento básico. La autogestión por los trabajadores de la producción y el intercambio crea la premisa para eliminar la explotación del trabajo ajeno, ese que se da mediante la compra y venta de la fuerza de trabajo. Y ambos factores determinan que desaparezca la relación salarial de naturaleza capitalista que prevalece en el modo de producción “socialista” actual. La distribución de los ingresos respondería así a principios democráticamente establecidos por los trabajadores asociados. Es la única forma en que puede hacerse real la máxima socialista de cada cual según su capacidad a cada cual según su trabajo. Puesto que sólo el colectivo de trabajadores y sólo en el seno de la empresa puede establecerse con objetividad la relación entre productividad - individual y colectiva - y remuneración del trabajo. La eliminación del trabajo asalariado obliga al compromiso colectivo (ni nos vendemos ni nos compramos, pertenecemos), convierte las relaciones socioeconómicas en espacios de cooperación más que de competencia darvinista. El marco institucional-jurídico donde encuentra afirmación la posibilidad de libre asociación para producir no deja opción. Los tres factores – libre asociación, autogestión e imposibilidad de explotación del trabajo del otro – se conjugan para que la eficiencia de la unidad de producción (empresa) se convierta en la condición sin la cual el trabajador no puede garantizar ni su reproducción socio material ni su auto determinación.
En disímiles trabajos he fundamentado medidas (soluciones) concretas que ameritan implementaciones experimentales en correspondencia con los análisis expuestos. Puede tomarse el sector de la gastronomía cubana. ¿Qué impide que el debate social y las asambleas del poder popular puedan someter a discusión hoy mismo la transformación de la propiedad estatal en dicho sector? He analizado (RCA, 2003)[1] que no se trata de crear un sector laboral precario, por lo cual la decisión implica la legislación (leyes y normas) que establezcan el marco jurídico para el fomento de un sector PYMEs no-estatal -autónomos, empresas familiares, cooperativas y empresas usufructuarias- para comenzar a asumir el servicio gastronómico totalmente descentralizado. Ello implica establecer la legislación que sancione la naturaleza social del nuevo tipo de empresa. Implica el reajuste del sector comercial mayorista que debe funcionar como suministrador de insumos. Implica el establecimiento de una política fiscal pro-productiva con respecto a dichos actores. Implica la creación de la normatividad urbana sobre el anuncio en fachadas. Implica el reajuste de las normas de higiene y salubridad para el sector. Implica el reajuste de la legislación sobre la seguridad social para dicho sector. Implica el reajuste de la política de apoyo financiero (crediticio) para la inversión en bienes capitales y capital variable de las empresas en el sector. Implica la legislación sobre las inversiones de capital mixto (cubano y extranjero) hacia ese nuevo sector. Como puede entenderse, estos principios reorganizativos valen para el ejercicio de transformación en formas socializadas de la propiedad estatal en otros sectores. Su complejidad no quita su ejecutabilidad. La praxis revolucionará alimentará la experiencia y enriquecerá las formas.
Obsérvese que nos hemos movido en el ámbito de la microeconomía. Es decir, en la conformación de la base estructural del sistema socioeconómico. Y hemos identificado los principios de asociación laboral, organización del trabajo y distribución de la renta empresarial. Damos por entendido que esa distribución abarca la cesión al estado de la contribución de la empresa, en forma de impuestos fiscales, al presupuesto de toda la nación (premisa de la re-distribución social). Se sobreentiende que el nivel de la carga impositiva viene determinado por el consenso social que en las asambleas de los poderes populares se alcanza.
Es evidente que los actores productivos no desarrollan sus relaciones socioeconómicas en el vacío institucional y jurídico. El marco de su funcionamiento estará dado por la regulación macroeconómica. Entran entonces en juego los instrumentos de intervención paramétrica, administrativa y las políticas económicas del estado. El principio que habría de regir la proyección macroeconómica es el de garantizar la autonomía del funcionamiento de los actores en el ámbito de la microeconomía. En tales circunstancias se torna dialéctica y no antagónica la contradicción entre estado y mercado.
Lo que ha quedado planteado es el esquema de un modo de producción y de relaciones socioeconómicas que convierte al trabajador en sujeto de su reproducción socio material. En virtud de lo cual la auto sustentación del modo de producción deviene una tendencia natural del mismo. La premisa estructural para que la sociedad se articule como una sociedad abierta está dada.
Sociedad abierta e integración regional
El pensamiento inmovilista aducirá que lo expuesto navega en el mar de las utopías. El pensamiento doctrinario irá más lejos y dirá que además de utopía nada tiene que ver con el socialismo. Veamos cómo los procesos de integración que la misma Cuba impulsa en su entorno regional apuntan hacia todo lo contrario.
Las declaraciones y proyectos que ya prevén lazos integracionistas sistémicos en el ALBA plantean a Cuba el problema del modelo de socialismo como sociedad abierta. El camino hacia una moneda única entre los países miembros del ALBA ha dejado de ser una utopía para convertirse en un proyecto. Las utopías se convierten en realidades cuando la voluntad política así lo decide. La integración económica en el ALBA condiciona de facto la transformación del sistema socioeconómico cubano, por cuanto la eficiencia de la inserción económica de Cuba lo necesita. La visión de transformación socialista que fundamento viene al encuentro de tal exigencia. En dicha concepción los empresarios y emprendedores son los mismos trabajadores cubanos. El territorio de integración (el que ahora analizamos) constituye un espacio económico propio. En ese terreno el conjunto de PYMEs cubanas, concebidas según los conceptos analizados, posee un extenso campo de participación a través del intercambio autónomo directo así como mediante asociaciones de empresas (pues favorecen la optimización de los recursos de gestión en el comercio exterior y la cooperación industrial).
El ALBA, sin embargo, para hacer eficiente y auto sustentable el proceso de integración no puede detenerse en el ámbito del libre movimiento de bienes y capitales. De esa forma no estaría más que reproduciendo los esquemas mercantilistas de integración que necesitan ser superados (a la cabeza con MERCOSUR). El principio de integración basado en la cooperación, esencia política del ALBA, ha de propiciar el libre movimiento de la fuerza de trabajo entre sus países. Hablo del libre movimiento ciudadano. No se podrá aspirar a una integración sustentable si el factor humano no encuentra la posibilidad de integración multicultural en los espacios socioeconómicos de los países asociados. La naturaleza de ambos movimientos, capital y trabajo, está llamada a crear las sinergias de una integración cualitativamente superior.
Los acuerdos de integración deberán plantear el movimiento libre de visado de los ciudadanos entre los países del ALBA. El movimiento socio-turístico puede emplearse perfectamente como el preámbulo del movimiento del trabajo. La cercanía geográfica de los países miembros y soluciones como la creación de líneas de aviación comunes (capitales mixtos) de bajo costo[2] permiten la conversión de la voluntad política en proyectos tangibles en el corto plazo. La elevación de la eficiencia de la cooperación económica pasa por la experiencia del intercambio en el trabajo de los productores. Cuba puede asumir el reto desde la perspectiva de la transformación de la realidad de sociedad cerrada que ha dominado la política en materia de derechos ciudadanos. No hablo de lo que se entiende como política migratoria. Sino de la necesidad imperativa de transformar la cualidad de la participación sociopolítica. El concepto de política migratoria preestablece la migración como el destino manifiesto de los cubanos. Sin embargo, lo que ha de legitimarse es el derecho de auto determinación del ciudadano cubano. El modo de producción que hemos analizado crea la premisa de la democracia económica que permite la auto determinación. En ello se asienta el principio ético y político. La concertación del libre movimiento dentro de los países del ALBA, realización totalmente posible y necesaria, atiende a la especificidad del proceso de integración. El derecho universal a la libre entrada, salida y asentamiento en Cuba de los cubanos atiende al principio de auto determinación ciudadana que el proyecto socialista en Cuba necesita legitimar.
La alternativa socialista puede ser viable si se convierte en una opción cultural real al modo de vida capitalista. Real por lo natural de las adhesiones que suscite. No es una tarea para mañana. El proyecto sociopolítico de la Revolución cubana no tiene alternativa, si del socialismo se trata.
Roberto Cobas Avivar
España
[1] Roberto Cobas Avivar “Cuba: en pos del socialismo o hacia su negación. Una incursión alrededor de las claves”, en: http://www.nodo50.org/cubasigloXXI/politica2.htm
[2] ¿Cómo logra una empresa capitalista en su carrera por la maximización del lucro optimizar los costos de producción a tal punto que un vuelo entre Londres y Viena puede salirle al usuario por 50 euros, ida y vuelta? La pregunta no es retórica. Estamos hablando de un sector económico que funciona en base al consumo directo de petróleo, afectado hoy en día por una tendencia alcista de su precios, como combustible no renovable. La competencia en la economía de mercado capitalista constituye un motor esencial del desarrollo económico y tecnológico de sus fuerzas productivas. La optimización de los procesos logísticos, la optimización de la explotación operativa de los medios de transporte, la optimización de la organización empresarial, constituyen factores decisivos en la optimización de los servicios a los usuarios de ese sector de la economía. ¿Cuáles son las causas que en el sector del transporte aéreo de pasajeros (caso que analizamos) impedirían a una empresa cubana socialista o a una empresa de capital mixto en el ámbito cooperativo del ALBA, funcionar de manera altamente competitiva en cuanto a costos de producción y calidad del servicio al usuario? La reflexión es válida para cualquier emprendimiento empresarial en cualquier sector de la economía en Cuba y en el marco del nuevo modelo de cooperación que desarrolla el ALBA.

Roberto Cobas Avivar en Kaos en la Red

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