El partido más crítico con el capitalismo alemán ve cómo bajan sus apoyos cuando creía que iba a liderar el desencanto ciudadano por la situación económica
ENRIQUE MÜLLER
Manfred Güllner tiene 64 años y sus críticos le acusan de ser simpatizante del SPD. Pero nadie en la selva política de Berlín es indiferente a las encuestas que publica el instituto demoscópico Forsa que él mismo creó hace veinticinco años. Día tras día, 125 empleados de la firma de sondeos marcan el número de teléfono de mil alemanes y con voz amable formulan, entre muchas, una pregunta clásica: ¿Por quién votaría si el domingo hubiera elecciones?
Pero, cuando estalló la crisis y provocó la peor recesión económica en el país germano, Forsa añadió otras cuestiones a sus consultas y quiso saber qué partidos políticos inspiraban más confianza entre la población para afrontar la mala situación actual. El resultado asombró al jefe del instituto de encuestas, alegró la vida a las formaciones tradicionales -en especial al pequeño Partido Liberal (FDP)- e hizo saltar todas las alarmas en una agrupación que a lo largo de su breve existencia no ha hecho otra cosa que exigir el fin del capitalismo en Alemania: Die Linke (La Izquierda).
Después de cosechar triunfo tras triunfo en el este germano, donde es la primera fuerza, echar raíces en tres parlamentos regionales del oeste (Hesse, Hamburgo y Baja Sajonia) y perfilarse como la tercera formación política de Alemania, el partido que dirigen Oskar Lafontaine y Gregor Gysi comenzó a sufrir una rápida pérdida de apoyos entre la población. La última encuesta publicada por Forsa hace dos semanas revelaba que la agrupación, que nació hace dos años gracias a una alianza pactada por los herederos del desaparecido Partido Comunista de la RDA y un grupo de rebeldes del SPD, liderados por el propio Lafontaine, sólo contaba con un 9% de respaldos entre los electores: una pérdida de 4 puntos en la intención de voto en tan sólo seis meses.
¿Es Die Linke, el partido más crítico con el capitalismo alemán, una víctima de la crisis económica? Güllner tiene su propia explicación: «Puede describir correctamente los problemas, pero es incapaz de ofrecer respuestas y nadie sabe lo que La Izquierda puede solucionar», señaló el jefe de Forsa en una entrevista reciente.
Peor aún, Lafontaine y Gysi se convirtieron en testigos impotentes de la nueva dinámica que impera en el Partido Socialdemócrata (SPD), que ahora utiliza todos los medios a su alcance para denunciar la voracidad de los ejecutivos y los daños que ha provocado el capitalismo salvaje en Alemania. Un lenguaje que también ha sido copiado, aunque de forma más suave, por los democristianos de la CDU y la CSU de Baviera.
¿Un mundo al revés? «Cuando la gente se encuentra en apuros deja de interesarse por las razones que originaron la crisis y quiere saber cómo pueden salir del aprieto», advirtió Heribert Prantl, comentarista político del 'Süddeutsche Zeitung', al explicar el mal momento que padece Die Linke a causa de la crisis. «Y La Izquierda no ofrece respuestas. El que teme por su puesto de trabajo prefiere confiar en los paquetes de reactivación de la economía aprobados por el Gobierno».
Fácil de vender
Es cierto. Desde que La Izquierda nació como partido, en junio de 2007, sus líderes han impulsado una filosofía fácil de vender, pero difícil de llevar a la práctica en la primera potencia económica de Europa y miembro activo de la OTAN. Antes que nada exigieron la total restauración de los beneficios del sistema social, que fueron recortados por el Gobierno de Schröder con la llamada Agenda 2010. Se postularon como alternativa al «capitalismo desenfrenado», se mostraron a favor de estrechar las relaciones con Cuba y Venezuela y pidieron en todos los foros posibles la retirada de Alemania de la Alianza además del fin de las misiones militares germanas en Afganistán, Líbano y África.
Esa retórica fue premiada con varios éxitos electorales e hizo temer a los estrategas de los grandes partidos que la popularidad de Die Linke pudiera desestabilizar el sistema político alemán. Pero la fiesta se acabó cuando la peor recesión económica en 65 años comenzó a hacer estragos y sus líderes se enfrentaron a un interrogante existencial: ¿Por qué el crítico más feroz del capitalismo salvaje no ha logrado aprovechar la crisis?
La búsqueda de una respuesta dividió al partido en dos frentes casi irreconciliables. «Los pragmáticos quieren evitar izar una bandera roja y sí ofrecer a la gente soluciones razonables», apuntaba la revista 'Der Spiegel'. «Los radicales, en cambio, entre ellos muchos cuadros comunistas, creen que ha llegado el momento de cuestionar el sistema actual y, en lo posible, erradicar el sistema capitalista».
La crisis de La Izquierda ha sido aprovechada por los estrategas del SPD para idear una serie de carteles de propaganda con miras a las próximas elecciones europeas. El dedicado al partido de Lafontaine está ilustrado con un secador de pelo y una frase breve: «Heiße Luft» (aire caliente), una forma de acusar a Die Linke de hablar mucho pero sin ningún contenido.
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