Intelectuales anticapitalistas piensan que este sistema económico está caducando, mientras que sus defensores creen que saldrá fortalecido de la crisis
Washington (DPA).- La crisis financiera internacional ha venido como agua de mayo para los críticos del capitalismo. El presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, reclama una "refundación del capitalismo" y el abandono de la "dictadura de los mercados". El politólogo ex neoconservador Francis Fukuyama cree que "el modelo estadounidense está acabado". Para el filósofo lingüista de izquierda Noam Chomsky, la crisis ha puesto al descubierto la "naturaleza antidemocrática" del capitalismo.
Marxistas como el filósofo social Werner Seppmann ya "presienten" el "posible fin del capitalismo". Escritores como Kathrin Röggla han recordado su carácter explotador: la doctrina neoliberal es un "fantasma". El arzobispo de Múnich, Reinhard Marx, advierte de que es "ingenuo e irresponsable" creer que una liberalización de todos los mercados lleva automáticamente al "triunfo del bien".
La editorial berlinesa Karl Diez Verlag constata con alegría que se ha disparado la venta de libros de Carlos Marx. Los sondeos revelan que la mayoría de los ciudadanos en Francia y en los estados federados alemanes que antes pertenecían a la República Democrática Alemana ya no creen en el "sistema capitalista".
Los que condenan el "capitalismo vaquero" (Fukuyama) vivieron un clímax emocional cuando el ex presidente de la Reserva Federal (Fed) Alan Greenspan, ensalzado como el "líder más grande del banco central estadounidense de todos los tiempos", hizo un ejercicio de penitencia. "El capitalismo no funciona. Ha habido una corrupción del sistema", confesó abatido Greenspan ante la Comisión del Senado del Congreso estadounidense.
Mientras que antes alababa las bondades de los mercados desregulados, en conferencias por las que cobraba 100.000 dólares, Greenspan ahora intenta explicar, a cambio de la misma cantidad de dinero, por qué se produjo el mayor descalabro bancario desde la crisis económica mundial de 1929. Y por qué ha cometido "errores" en su análisis de la realidad mundial.
El artíficeGreenspan fue el principal representante de una política financiera impulsada en la década de los 80 por el presidente Ronald Reagan. Siguiendo las ideas neoliberales y neoconservadores, Reagan comenzó en los 80 a reducir la intervención del Estado en la economía, rebajó los impuestos y las prestaciones sociales, desreguló los mercados y depositó su confianza en la fuerza y las capacidades de curación espontánea de la economía. También el presidente demócrata Bill Clinton y, de modo más enérgico, su sucesor George W. Bush, continuaron básicamente esa política reaganiana.
En su calidad de presidente de la Fed, Greenspan respaldó esa política manteniendo los tipos de interés en niveles bajos. Durante más de dos décadas, Estados Unidos y casi el mundo entero vivieron un auge económico de dimensiones desconocidas, solamente atemperado por algunos retrocesos coyunturales, el pinchazo de la "burbuja de Internet" y la crisis bancaria en Japón y Corea del Sur. Ahora, el mundo se halla ante la mayor crisis económica desde hace varias décadas: Greenspan se ha quejado de la pérdida de la "razón económica".
No hay que verlo así: los millones de estadounidenses que compraban casas demasiado caras se beneficiaban de los bajos tipos de interés y esperaban que los precios inmobiliarios continuaran subiendo de forma desorbitante para que los objetos financiados a base de deudas incluso arrojaran ganancias.
Los gigantes financieros del sector inmobiliario Fannie Mae y Freddie Mac, que antes eran semiestatales y que ahora están en manos del gobierno, así como los bancos privados "prácticamente obligaban a la gente a aceptar dinero para la compra de casas, muchas veces sin verificar su solvencia", explica la corredora Margaret Sperling de Phoenix (Arizona).
Y los gerentes de las instituciones financieras, presionados por los inversores para que consiguieran réditos cada vez más altos, organizaron una fiesta especulativa mundial, de la que inicialmente se beneficiaban todos, en primer lugar los altos directivos bancarios, que cobraban premios fantásticos de más de 100 millones de dólares.
Sin embargo, muchos no se preocupaban por saber cuál sería la suerte a largo plazo de las inversiones y los negocios crediticios. De esta manera surgieron gigantescos valores carentes de sustancia, descalificados por el megamillonario estadounidense Warren Buffett como "armas financieras de destrucción masiva". Ahora, el mundo se halla ante un desastre económico y no son pocos los que claman por una mayor intervención del Estado y cambios del sistema.
Sin embargo, también hay quien advierte contra una demonización de la economía de mercado, cuya esencia es la libertad de los empresarios, de los inversores y de los consumidores. Muchos políticos ven en la crisis la necesidad de un cambio estructural, que el gran economista Josef Schumpeter ha calificado como una "destrucción creativa" dentro del sistema.
Según los defensores del capitalismo, este sistema ha generado desde hace casi 400 años, pese a todas las condenas, una increíble riqueza para los pueblos, aun cuando esta riqueza no haya eliminado la desigualdad social, que siempre ha existido. Sin embargo, la búsqueda de beneficios, llena de riesgos, y la libre empresa son la raíz del progreso y el crecimiento, sostienen los apologistas del capitalismo.
"Los ciclos de auge y colapso, de megalomanía y pánico forman parte del sistema operativo del capitalismo", aseveró el escritor y filósofo alemán Hans Magnus Enzensberger en declaraciones al semanario "Spiegel". Enzensberger está convencido de que el sistema capitalista ha "generado una prosperidad nunca vista antes en la historia de la humanidad".
El riesgo para los contribuyentesSin duda alguna, en esta crisis del capitalismo el riesgo no lo corren tanto los responsables en los despachos de los directivos bancarios y los actores de Wall Street, sino en primer lugar los contribuyentes, cuyo dinero es utilizado por los gobiernos para intervenir masivamente en el sistema financiero. Y no se sabe muy bien cuál es el plan económico que pueda ayudar rápidamente a los millones de trabajadores que ya han sido despedidos y a los que aún serán despedidos.
Después del innegable desastre de todas las economías planificadas socialistas del pasado siglo, la cuestión solo parece ser cuánto oxígeno necesita el mercado: mucha libertad, tal como cree el mundo angloamericano, o más Estado, como pregonan muchos en Europa.
Todos los intentos históricos de eliminar el capitalismo no han logrado crear una sociedad más justa con una mayor consciencia moral de la gente, subrayó hace poco el economista Bert Rürup. "El capitalismo saldrá de la crisis fortalecido", sostiene el profesor de economía Jagdish Bhagwati, de la Universidad de Columbia. "No hay una alternativa al capitalismo", aseguró recientemente también el premio Nobel de la Paz Muhammad Yunuus, el banquero de Bangladesh que ha ayudado a millones de pobres en el mundo con su programa de microcréditos.
Washington (DPA).- La crisis financiera internacional ha venido como agua de mayo para los críticos del capitalismo. El presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, reclama una "refundación del capitalismo" y el abandono de la "dictadura de los mercados". El politólogo ex neoconservador Francis Fukuyama cree que "el modelo estadounidense está acabado". Para el filósofo lingüista de izquierda Noam Chomsky, la crisis ha puesto al descubierto la "naturaleza antidemocrática" del capitalismo.
Marxistas como el filósofo social Werner Seppmann ya "presienten" el "posible fin del capitalismo". Escritores como Kathrin Röggla han recordado su carácter explotador: la doctrina neoliberal es un "fantasma". El arzobispo de Múnich, Reinhard Marx, advierte de que es "ingenuo e irresponsable" creer que una liberalización de todos los mercados lleva automáticamente al "triunfo del bien".
La editorial berlinesa Karl Diez Verlag constata con alegría que se ha disparado la venta de libros de Carlos Marx. Los sondeos revelan que la mayoría de los ciudadanos en Francia y en los estados federados alemanes que antes pertenecían a la República Democrática Alemana ya no creen en el "sistema capitalista".
Los que condenan el "capitalismo vaquero" (Fukuyama) vivieron un clímax emocional cuando el ex presidente de la Reserva Federal (Fed) Alan Greenspan, ensalzado como el "líder más grande del banco central estadounidense de todos los tiempos", hizo un ejercicio de penitencia. "El capitalismo no funciona. Ha habido una corrupción del sistema", confesó abatido Greenspan ante la Comisión del Senado del Congreso estadounidense.
Mientras que antes alababa las bondades de los mercados desregulados, en conferencias por las que cobraba 100.000 dólares, Greenspan ahora intenta explicar, a cambio de la misma cantidad de dinero, por qué se produjo el mayor descalabro bancario desde la crisis económica mundial de 1929. Y por qué ha cometido "errores" en su análisis de la realidad mundial.
El artíficeGreenspan fue el principal representante de una política financiera impulsada en la década de los 80 por el presidente Ronald Reagan. Siguiendo las ideas neoliberales y neoconservadores, Reagan comenzó en los 80 a reducir la intervención del Estado en la economía, rebajó los impuestos y las prestaciones sociales, desreguló los mercados y depositó su confianza en la fuerza y las capacidades de curación espontánea de la economía. También el presidente demócrata Bill Clinton y, de modo más enérgico, su sucesor George W. Bush, continuaron básicamente esa política reaganiana.
En su calidad de presidente de la Fed, Greenspan respaldó esa política manteniendo los tipos de interés en niveles bajos. Durante más de dos décadas, Estados Unidos y casi el mundo entero vivieron un auge económico de dimensiones desconocidas, solamente atemperado por algunos retrocesos coyunturales, el pinchazo de la "burbuja de Internet" y la crisis bancaria en Japón y Corea del Sur. Ahora, el mundo se halla ante la mayor crisis económica desde hace varias décadas: Greenspan se ha quejado de la pérdida de la "razón económica".
No hay que verlo así: los millones de estadounidenses que compraban casas demasiado caras se beneficiaban de los bajos tipos de interés y esperaban que los precios inmobiliarios continuaran subiendo de forma desorbitante para que los objetos financiados a base de deudas incluso arrojaran ganancias.
Los gigantes financieros del sector inmobiliario Fannie Mae y Freddie Mac, que antes eran semiestatales y que ahora están en manos del gobierno, así como los bancos privados "prácticamente obligaban a la gente a aceptar dinero para la compra de casas, muchas veces sin verificar su solvencia", explica la corredora Margaret Sperling de Phoenix (Arizona).
Y los gerentes de las instituciones financieras, presionados por los inversores para que consiguieran réditos cada vez más altos, organizaron una fiesta especulativa mundial, de la que inicialmente se beneficiaban todos, en primer lugar los altos directivos bancarios, que cobraban premios fantásticos de más de 100 millones de dólares.
Sin embargo, muchos no se preocupaban por saber cuál sería la suerte a largo plazo de las inversiones y los negocios crediticios. De esta manera surgieron gigantescos valores carentes de sustancia, descalificados por el megamillonario estadounidense Warren Buffett como "armas financieras de destrucción masiva". Ahora, el mundo se halla ante un desastre económico y no son pocos los que claman por una mayor intervención del Estado y cambios del sistema.
Sin embargo, también hay quien advierte contra una demonización de la economía de mercado, cuya esencia es la libertad de los empresarios, de los inversores y de los consumidores. Muchos políticos ven en la crisis la necesidad de un cambio estructural, que el gran economista Josef Schumpeter ha calificado como una "destrucción creativa" dentro del sistema.
Según los defensores del capitalismo, este sistema ha generado desde hace casi 400 años, pese a todas las condenas, una increíble riqueza para los pueblos, aun cuando esta riqueza no haya eliminado la desigualdad social, que siempre ha existido. Sin embargo, la búsqueda de beneficios, llena de riesgos, y la libre empresa son la raíz del progreso y el crecimiento, sostienen los apologistas del capitalismo.
"Los ciclos de auge y colapso, de megalomanía y pánico forman parte del sistema operativo del capitalismo", aseveró el escritor y filósofo alemán Hans Magnus Enzensberger en declaraciones al semanario "Spiegel". Enzensberger está convencido de que el sistema capitalista ha "generado una prosperidad nunca vista antes en la historia de la humanidad".
El riesgo para los contribuyentesSin duda alguna, en esta crisis del capitalismo el riesgo no lo corren tanto los responsables en los despachos de los directivos bancarios y los actores de Wall Street, sino en primer lugar los contribuyentes, cuyo dinero es utilizado por los gobiernos para intervenir masivamente en el sistema financiero. Y no se sabe muy bien cuál es el plan económico que pueda ayudar rápidamente a los millones de trabajadores que ya han sido despedidos y a los que aún serán despedidos.
Después del innegable desastre de todas las economías planificadas socialistas del pasado siglo, la cuestión solo parece ser cuánto oxígeno necesita el mercado: mucha libertad, tal como cree el mundo angloamericano, o más Estado, como pregonan muchos en Europa.
Todos los intentos históricos de eliminar el capitalismo no han logrado crear una sociedad más justa con una mayor consciencia moral de la gente, subrayó hace poco el economista Bert Rürup. "El capitalismo saldrá de la crisis fortalecido", sostiene el profesor de economía Jagdish Bhagwati, de la Universidad de Columbia. "No hay una alternativa al capitalismo", aseguró recientemente también el premio Nobel de la Paz Muhammad Yunuus, el banquero de Bangladesh que ha ayudado a millones de pobres en el mundo con su programa de microcréditos.
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