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MOTIN ROJO A BORDO DEL POTEMKIM



Motín rojo a bordo del ‘Potemkin’
En 1905, la tripulación del acorazado ruso se sublevó en el ‘ensayo general' de la Revolución de

Los marineros amotinados a bordo del acorazado 'Potemkin'.


PÚBLICO

JESÚS CENTENO



Afanasi Matushenko miró a su padre y los harapos que llevaba por ropa. "¿Sabes que el zar posee más tierra que ninguna otra persona de Rusia? ¿Y que hay países que no están gobernados por un zar y que viven mejor que nosotros?". Esa noche, en cubierta, Afanasi se detuvo ante una puerta claraboya, donde las pulsaciones del mar marcaban los gritos del interior. Algo sucedía: la sublevación era inminente.
Es junio de 1905 y la vieja Rusia, atada al inmovilismo político y ajena a la industrialización, se encuentra en estado de descomposición. Su ejército había quedado en evidencia en varias ocasiones y ahora debía hacer frente al Imperio del Japón. Por si fuera poco, el descontento y la represión durante una marcha pacífica en San Petesburgo llevaron al país al levantamiento. No había liderazgo ni dirección, pero sí un denominador común: el divorcio indisoluble con el zar.
Mientras, en el Mar Negro, el Comité Central de la Organización Socialdemócrata de la flota rusa prepara varias rebeliones simultáneas. "La revolución es guerra, la única legítima, justa y grande, entre cuantas ha conocido la Historia. En Rusia, ha sido declarada y ya ha comenzado", anunció Lenin. El motín es un delito grave. Junto a la traición, el peor crimen contra el Estado, pero también un acto que deja huella. En aquel momento, y pese a estar en mar abierto, la rebelión en el acorazado Potemkin estalla por su cuenta.
Todo comenzó cuando un grupo de marineros, hartos de la altanería de los oficiales, se negó a comer carne en mal estado. A punto de ser ejecutados, sus compañeros tomaron el timón a punta de pistola e izaron la bandera roja. Matu-shenko asumió el mando y la nave atracó en Odessa, donde fueron recibidos como héroes. El zar Nicolás II, furioso, envió refuerzos para obligar al Potemkin a rendirse. Si no lo hacía, ordenaría hundir la nave.
Aliados y traidores
El acorazado se desplazó lentamente por la bahía de Tendra tratando de evadir las torpederas leales al imperio. Pero estas no sólo no dispararon, sino que saludaron al Potemkin con salva de vítores. ¿Cómo abrir fuego contra sus ex camaradas? En medio de esta Batalla silenciosa, el acorazado del zar Georgiv Pobedonóstes se unió a la sedición.
Tras volver a embarcar, los barcos se refugiaron en alta mar. Tras once días de penalidades a causa de la falta de víveres, desembarcaron en el puerto rumano de Constanza, que les prohibió recibir suministros. Agotados, se entregaron a las autoridades. En ese tiempo, el acorazado había captado la atención internacional y los titulares de la prensa durante semanas.
Para muchos historiadores, lo acontecido en el acorazado Potemkin es un ensayo general de la Revolución de Octubre (1917), una revuelta prematura y aislada que bien podría haber arrastrado a toda la flota del Mar Negro. La huelga, unida al control marítimo, habría permitido una revolución efectiva en un mes. No fue así. Además, el zar consiguió calmar los ánimos con sus promesas del Manifiesto del 17 de Octubre, que incluía la creación de un parlamento y libertades democráticas. A pesar del incidente, faltarían todavía doce años y la miseria de una guerra mundial para producir los cambios. Pero la revolución era cosa seria.
¿Arte o propaganda?
De 77 minutos de duración, muda y en blanco y negro, ‘El acorazado Potemkin’ (Serguéi Eisenstein, 1925) es una de las obras cinematográficas más importante de todos los tiempos. Pero además, la cinta fue un encargo de la URSS para recoger un episodio que había sido olvidado y difundir la idea de la revolución desde el punto de la vista de la épica y el romanticismo, con planos que enfatizan la crueldad de un enemigo deshumanizado y un montaje que magnifica y denuncia la insostenibilidad en la que vivía el pueblo durante el zarismo. Eso sí, en ocasiones sin sentido histórico trascendente y convertido en ficción. Imprescindible.

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