Esa es la reputación que ha conseguido formarse con gran habilidad política y mediática. Sin embargo, los observadores más informados no se dejan convencer.El 15 de mayo, el ex-canciller alemán Helmut Schmidt publicó un artículo en "Die Zeit" que contenía algunos pasajes especialmente significativos: "El Dalai Lama también ha cometido errores. En sus libros, presenta los territorios de Gansu, Qindgai, Yunnan y Sichuan, habitados por pequeñas minorías tibetanas, como partes integrantes del Tibet. Es un argumento provocador que no necesitábamos". No hay duda, ¡resulta difícil interpretar el proyecto expansionista del Gran Tibet como una expresión de moderación y voluntad de conciliación! Sólo un incendiario podría defender este tipo de propósitos que, en definitiva, implican el desmembramiento de China (uno de los objetivos más ansiados del colonialismo y del imperialismo desde finales del siglo XIX). Debería existir, añade Schmidt, un compromiso : " En el fondo, el debate está claro. Por una parte China debería reconocer la autonomía religiosa de los tibetanos y acoger al Dalai Lama como su jefe espiritual. Por la otra, el Dalai Lama y todas las sectas lamaistas deberían reconocer la legalidad del gobierno Chino y de su ordenamiento jurídico en el Tibet". Desafortunadamente- añadiría- la separación entre el ámbito político y el ámbito religioso no es aceptada en absoluto por los fundamentalistas. La "Constitución", que fue realizada por el gobierno tibetano en el exilio, concluye con una "Resolución especial", aprobada en 1991, que proclama la obligación político-religiosa de tener "fe" y de estar subordinado a su "Santidad el Dalai Lama", llamado a "seguir siendo nuestro jefe supremo y temporal". Las declaraciones del ex-canciller alemán no son un hecho aislado. El 19 de mayo el International Herald Tribune publicó un artículo que reconstituía un breve relato sobre la intransigencia del presunto campeón de la moderación y de la razón: " El Dalai Lama no ha sabido aprovechar una serie de oportunidades: no tomó en consideración la mano que le tendió el general Hu Yaobang en 1981; rechazó una invitación a China en 1989; anunció la decisión del Panchen Lama de tal forma que fue percibida por China como un insulto. Cuando el Dalai Lama y su entorno hablan de "genocidio" y reivindican un Tibet con una superficie equivalente a casi a un cuarto del territorio chino, chocan a los chinos moderados". ¿Qué conclusiones podemos sacar? Explicar la "cuestión del Tibet" a partir de las declaraciones del Dalai Lama y de sus discípulos sería como reconstruir la revolución francesa fiándose de los análisis de las reacciones de los nobles que, en ese momento, se encontraban refugiados en el extranjero, y que trataban de centrar todas sus esperanzas en las armas de las potencias contra-revolucionarias. El movimiento tibetano en el exilio adopta ahora esa misma actitud. Continúan con la esperanza de realizar sus proyectos expansionistas y fundamentalistas mediante un desmantelamiento de China, parecido al que tuvo lugar en URSS y en Yugoslavia. Sueñan con que algún día Pequín pueda ser bombardeado de forma sistemática por las fuerzas humanitarias de los EEUU y de la OTAN como lo fue Belgrado en 1999. La campaña de difamación y de odio actualmente en curso constituye un aspecto esencial de la preparación ideológica de la guerra deseadas por estas elites. En cuanto a la reacción tibetana, resulta significativo que, en 1999, la embajada china en Belgrado fuese atacada. A pesar de todo, el impetuoso desarrollo de este gran país asiático evidencia todavía más el carácter demente e irrealista de este proyecto criminal. ¿Presenta el Dalai Lama algún signo de arrepentimiento? Mientras la población china guardaba tres días de duelo de forma solemne y unánime por el terrible terremoto que acaban de sufrir, en Alemania, su siempre sonriente Santidad convocaba ruidosas manifestaciones de calle aclamando sus reivindicaciones habituales. La estrategia de la provocación continúa....
Una traducción de Daphne Marcos para Investig'Action
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