He leído en el magnifico periódico DIAGONAL una serie de tres artículos (que aquí os pongo) sobre en que manos estamos en esto de la energía nuclear. A decir verdad al leerlos, se me han puesto los pelos como escarpias y si antes estaba en contra de este método de producción energía ahora no os cuento.
Es una vergüenza.
El cúmulo de negligencias en Ascó revela la falta de control en las nucleares
Soraya González Guerrero / Redacción
Soraya González Guerrero / Redacción
La serie de ‘errores’ y ‘accidentes’ en torno a la fuga radioactiva de Ascó I indica que o hay una absoluta falta de control o una confabulación para ocultar lo que ha ocurrido.
Ha vuelto a ocurrir. Nos hemos podido enterar de que se había producido una fuga radiactiva en la central nuclear Ascó I (Tarragona) porque Greenpeace lo hizo público el 6 de abril. Cuando ya habían transcurrido más de cuatro meses desde el escape (supuestamente ocurrió el 29 de noviembre de 2007), la organización ecologista recibía una llamada anónima de unos trabajadores de la central que denunciaron que “había habido un escape hacía tiempo, que había contaminación en los vallados y en los tejados y se habían encontrado partículas, que era cobalto, y que la cantidad de radioactividad que salió estaría en torno a los cinco curios, por la información que les habían dicho”, recuerda Carlo Bravo, representante de Greenpeace.
Poco después se pronunciaba el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN), el órgano encargado de vigilar las instalaciones nucleares y radiactivas del país. Éste confirmaba la fuga, el ocultamiento de los datos y, posteriormente, su minimización por parte de la central nuclear gestionada por la Asociación Nuclear Ascó-Vandellós II (ANAV) –participada por Endesa e Iberdrola–. “Los alcaldes de los pueblos cercanos a la central se enteraron por la prensa, no se dio la prealerta de emergencia ni avisaron a protección civil”, apostilla Carlos Bravo.
Cuando el CSN trataba de pasar página destituyendo al director y al jefe de protección radioactiva de la central, el escándalo no hacía más que comenzar : un camión con material contaminado por radioactividad salía de la central nuclear sin ningún problema y era una empresa de reciclaje en Reus, a más de 60 km de Ascó I, quien daba la voz de alarma el 22 de abril.
¿Qué lectura hacemos de estos hechos ? Para Carlos Bravo, “Ascó no está controlando absolutamente nada, o no tiene ningún interés en que se controlen este tipo de actividades para que no se encuentren partículas y el nivel de radioactividad total que se declare sea menor”. El CSN también tiene una importante responsabilidad sobre lo sucedido porque, según Carlos Bravo, “tenía conocimiento de la fuga días antes al 6 de abril, pero mantuvo oculta la información y no evitó que el Colegio de los Maristas de Girona realizara una excursión a la central el 5 de abril, ¿por qué no informó a la opinión pública cuando está obligado a hacerlo ?”.
Los posibles impactos radioactivos sobre la población y el medio ambiente han quedado descartados, de momento, por el CSN : “Según los datos disponibles, el riesgo radiológico es irrelevante y no se ha encontrado contaminación ni en las 900 personas trabajadoras controladas ni en el alumnado de los Maristas de Girona”, ha manifestado en un comunicado.
Parte de los datos sobre la radiación han sido recogidos en abril por la Red de Alerta Radiológica (RAR) de Tarragona, incapaz de detectar la fuga radioactiva durante meses. Por otra parte, empresas ligadas a Endesa, que gestiona la central, se han encargado de los exámenes a las personas. ¿Qué fiabilidad tienen todos estos datos ?
Para Eduar Farré, del Instituto de Investigaciones Biomédicas de Barcelona, el tipo de información que se ha dado sigue siendo “confusa y ambigua”. En primer lugar, por el baile de cifras : “la central dio unas cifras hablando de ‘partículas radioactivas’ con una intensidad en miles de bequerelios y después a los pocos días eran millones de bequerelios, cambiando los órdenes de magnitud en una dimensión tremenda”. En segundo lugar, por su imprecisión. Según nos explica Farré, hablar de ‘partículas’ desde el punto de vista de contaminación radioactiva no quiere decir nada si además de la cantidad no se especifica la intensidad (qué radionúclidos están emitiendo esta radiactividad).
De momento se ha apuntado que el emisor es cobalto 60, “un deshecho radioactivo que tiene que tratarse enormemente”, según Farré. Pero, en cualquier caso, no existe un riesgo cero : “Desde el punto de vista científico, cualquier partícula radioactiva puede tener un impacto”, aclara Farré, que nos recuerda cómo el umbral mínimo de radioactividad ha ido menguando a lo largo de la historia y sigue obedeciendo a unos criterios técnicos del CSN, más allá de lo científico.
Greenpeace ha denunciado que la Dirección General de Protección Civil ha hecho un uso acientífico de los datos de su RAR, al realizar una medición puntual cuatro meses después del accidente, cuando el viento ha podido dispersar las partículas. La diseminación de las partículas radioactivas es una opción muy probable, según Farré : “Dependiendo de las condiciones metereológicas, éstas pueden haber ido en una dirección u otra y, dependiendo de su naturaleza, se pueden haber acumulado en el suelo, haber entrado en el agua o en algún ciclo biológico”. A día de hoy seguimos sin saber qué ha ocurrido realmente y cuáles son las consecuencias. De momento, Greenpeace, que junto a Ecologistas en Acción, llevará el caso por la vía penal, “sigue recibiendo llamadas y correos electrónicos de trabajadores para comunicar que se siguen encontrando partículas y que no se está diciendo la verdad”, nos informa Carlos Bravo.
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