un artículo de Malime
inSurGente.-
No es cuestión de remontarse a detallar el origen del sindicalismo para poder establecer la propuesta de debate que en interrogante nos planteamos con este título. Damos por admitido el carácter revolucionario que el sindicalismo tuvo en su origen como respuesta de lucha económica y social contra el capitalismo, las represiones sufridas por aquellos dirigentes y las masas obreras que les secundaban. El sistema capitalista finalmente lo admitió como una necesidad legal y “democrática” de los trabajadores con la que poder ejercer sus reivindicaciones sociales, siempre que estas reivindicaciones no fueran más allá de ese limitado objetivo y no pusieran en cuestión al sistema de dominio político “democrático” capitalista. Incluso bajo la dictadura franquista, el Sindicato Vertical, de alguna forma admitía esos derechos de los trabajadores. Lo que la dictadura no podía admitir era la instrumentalización revolucionaria que de ese limitado derecho hicieron los trabajadores al organizarse y constituirse de forma paralela en el movimiento socio-político que fueron las Comisiones Obreras, finalmente tras la transición “democrática”, convertidas en un sindicato mas, rompedor de la unidad obrera.
Tampoco en la forma de dominio “democrática” del capitalismo se admite que se instrumentalice revolucionariamente el derecho sindical para intentar que los trabajadores, desde esa concepción política instrumentalizadora, se organicen como clase dominante que les conduzca finalmente al socialismo.
Pero entrando ya en el interrogante que nos plantea el título, ¿es necesario el sindicalismo en el socialismo? Muchos dirán que sí; ¡no nos confundamos!, gritarán algunos, el sindicalismo nada tiene que ver con la política, para eso ya están los partidos políticos de la clase trabajadora, PSOE, PCE, IU como las “grandes alternativas obreras” de carácter estatal. Dirán que no es labor de los sindicatos luchar por el socialismo, algunos dirán, que el sindicalismo existió en el llamado Socialismo Real y existe en el socialismo cubano.
Desde una interpretación filosófica idealista del mundo existencial, tiene su razón esa interpretación sobre el papel de los partidos y el de los sindicatos. Pero desde una interpretación materialista y dialéctica, donde se analiza la realidad material en todo su conjunto, es válido que el sindicalismo en el capitalismo “democrático” pueda ser instrumentalizado revolucionariamente como sucedió en la dictadura, en vez de cómo terminó, integrándose en el orden estatal capitalista, haber seguido actuando política y organizativamente hasta llegar a tal grado de organización y poder que, junto a los demás movimientos populares finalmente constituirse en clase dominante e implantar la forma de dominio socialista. El dominio de una clase social que es mayoritaria contra la minoritaria clase social burguesa. Es decir, pasar de la dictadura de la clase minoritaria burguesa y capitalista, a la dictadura democrática de la mayoría social que es la trabajadora y que es socialista por naturaleza objetiva cuando toma conciencia de esa cualidad necesaria.
Evidentemente, si esa alternativa popular unitaria de sindicatos y demás movimientos populares se constituyera en poder político-organizativo de los trabajadores, el sindicalismo perdería su carácter reivindicativo económico y social y ya no tendría sentido de ser en el socialismo; los trabajadores ya serian poder al tener una estructura estatal propia mucho más amplia y participativa que la estructura sindical heredada del capitalismo. Al tomar el poder político-productivo, controlarían los centros de producción y administrarían directamente las fábricas. Al controlarlas, como dijera Marx, serían el nuevo Estado de los trabajadores, organizados como clase dominante y sentirían la propiedad social como propia y colectiva porque la ejercerían directa y permanentemente. El poder estaría en ellos mismos porque existe una forma organizativa que lo permite. No como sucede en el mundo capitalista, donde la concepción del Estado se presenta como algo que está por encima de una sociedad dividida en clases antagónicas, donde a los trabajadores se les considera sociedad civil y a los gobernantes y aspirantes a gobernar como clase política.
Sólo una concepción idealista del Estado permite dividir al ser humano en clase política y sociedad civil. Cuando en el socialismo existe el sindicato, es porque ese socialismo es burocrático, los trabajadores no son dueños de los medios de producción, porque posibilita que una clase especial burocrática sea la que ostenta el poder y se confunda su pretendido democratismo popular permitiendo a los trabajadores organizarse en “su sindicato”, en una parte más del socialismo burocrático. Como sucede en el capitalismo, a los trabajadores la acción política sólo se les “permite” cada equis años, mediante el llamado sufragio universal, que voten a la clase política que se encarga de gobernarlos y mantenerlos sumisos. Un poder aparentemente oculto que ostenta el partido “dirigente”, desde el que disfrutan de ciertos privilegios que no tiene la sociedad civil trabajadora.
En el país de los soviets, los soviets obreros, (consejos obreros, en nuestro idioma) no existían, sólo existían de nombre, el poder lo tenía la clase política que se denominaba PCUS. En la constitución “soviética”, en su artículo 142 se reconocía el derecho a la revocación. Un derecho formal, que no se podía aplicar, como sucede en el capitalismo cuando en sus constituciones se admite, a través miles o millones de firmas populares, poder elevar la voz crítica del pueblo al Parlamento o al Gobierno.
El admitir como normal que en el socialismo burocrático se dé la necesidad de los trabajadores organizados en sindicato, de hecho es reconocer que no es un Estado socialista, es tanto como sumisamente admitir nuestra culpabilidad por el mundo que nos hacen vivir, por no saber instrumentalizar revolucionariamente la actual legalidad política y sindical para transformarla en realidad popular; así mismo, el culpabilizar al pueblo ruso por permitir el retorno desde el socialismo burocrático al capitalismo, a un burocratismo mucho más despiadado. Aunque, desde una visión idealista, sin dejar de admitir la responsabilidad personal de los máximos dirigentes políticos, se descarguen todas las culpas en esos dirigentes, sacudiéndonos las pulgas personales los que analizamos de forma simplista esos complejos problemas ideológicos y políticos. Es una manifestación de nuestra ignorancia sobre el complejo mundo material y espiritual que es el mundo de las ideas y el hacer político.
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