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Los clásicos del marxismo. El derecho de las nacionales a la autodeterminación de V. I. Lenin

el militante
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Escrito por Jordi Rosich   
El derecho de las naciones a la autodeterminación fue escrito por Lenin hace exactamente cien años, entre febrero y mayo de 1914, en un contexto de auge del movimiento obrero ruso —un proceso que se cortó temporalmente con el estallido de la Primera Guerra Mundial, a pocos meses de concluir el libro, y que volvió a emerger con la caída del régimen zarista, en febrero de 1917—. Lenin tenía muy presente que el éxito de la revolución que se estaba gestando dependería, entre otros aspectos fundamentales, de la posición que los bolcheviques mantuvieran respecto a la cuestión nacional. A pesar del tiempo transcurrido, este texto, mantiene una vigencia asombrosa, y lo hace por dos motivos fundamentales.
El primero es que la actual crisis capitalista, paralelamente al incremento de la lucha entre las clases, está exacerbando el problema nacional. Las tensiones interimperialistas, la intensificación de la explotación neocolonial y la aceleración de las tendencias centrífugas dentro de los estados plurinacionales son fenómenos de plena actualidad.
El segundo motivo por el que el texto mantiene su vigencia tiene que ver con el propósito del mismo: afianzar las bases teóricas, metodológicas y programáticas del marxismo sobre la cuestión nacional y su relación con la lucha de clases, ofreciendo así una orientación política a los sectores más avanzados de la juventud y de la clase obrera sobre este tema.

La cuestión nacional en la Revolución Rusa
Al contrario de lo que han escrito y siguen escribiendo la inmensa mayoría de los historiadores burgueses sobre Lenin y los bolcheviques, presentándolos como centralistas rudos y compulsivos, estos tenían una posición extremadamente sensible hacia la cuestión nacional. El imperio del zar distaba mucho de ser nacionalmente homogéneo y su unidad, debido al retraso histórico de la burguesía y del capitalismo ruso, se forjó con el ingrediente fundamental de la opresión nacional a manos del Estado absolutista gran ruso. Como señaló Lenin, Rusia era una cárcel de naciones. A pesar de que la mayoría de la población del imperio era no rusa —ucranianos, polacos, finlandeses, lituanos, letonios, judíos, musulmanes, tártaros, los pueblos del Cáucaso, etc.— el idioma ruso se imponía en la escuela, en el ejército y, por supuesto, en toda la administración; paralelamente también, la Iglesia ortodoxa aseguraba esta rusificación como “policía espiritual” del zarismo.
La participación de Rusia en la guerra imperialista de 1914 endureció todavía más la opresión nacional: la represión a gran escala de los derechos democráticos de las naciones oprimidas, los encarcelamientos y el asesinato de los activistas, la expulsión en masa de la población autóctona, la absoluta prohibición de cualquier prensa nacional, se intensificó. En estas condiciones era inevitable que con la caída del zarismo y la irrupción de la revolución, las reivindicaciones democrático-nacionales de las nacionalidades oprimidas, unidas a las otras demandas democráticas generales y de carácter social, se pusieran al orden del día. Este proceso se había visto en la revolución de 1905 y se volvió a poner de manifiesto en 1917.
Sin una lucha consecuente contra la opresión nacional, sin un programa cuyos fundamentos se encuentran en “el derecho de las naciones a la autodeterminación” hubiera sido imposible para los bolcheviques ganar la confianza de las masas de la nacionalidades oprimidas —en su mayoría campesinas— para la causa de la revolución socialista y, por lo tanto, ésta no hubiera triunfado. Así, las tesis de Lenin sobre la cuestión nacional superaron la prueba de la práctica. Con toda la razón, Trotsky defendió en el capítulo dedicado a la cuestión nacional de su obra La historia de la Revolución Rusa que “cualquiera que sean los destinos ulteriores de la Rusia soviética... la política nacional de Lenin entrará para siempre en el patrimonio de la Humanidad”.
Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre
El texto de Lenin arranca polemizando con Rosa Luxemburgo sobre el punto 9 del programa de los bolcheviques, en el que se defiende el derecho a la autodeterminación. La esencia de la discrepancia era la siguiente: mientras Rosa Luxemburgo interpretaba que esa reivindicación ayudaba a los intereses nacionalistas de la burguesía polaca, Lenin argumentaba lo contrario: que la defensa del derecho a la autodeterminación, unido a otros puntos programáticos, era precisamente la mejor manera de contrarrestar la influencia del nacionalismo burgués sobre las masas, obreras y campesinas, de las nacionalidades oprimidas. Lenin comprendía que la posición de Rosa se debía a la enorme presión de construir un partido verdaderamente marxista y obrero en el contexto de una lucha política encarnizada contra el nacionalismo de la nación oprimida, pero señaló con claridad su error.
Cuando existe una situación real de opresión nacional, subestimar este hecho o ignorarlo, incluso cuando se hace partiendo de la defensa del internacionalismo, conduce en el mejor de los casos a entregar la bandera de la defensa de los derechos democráticos nacionales a la burguesía de la nacionalidad oprimida, y en el peor a caer en la misma posición que la burguesía de la nacionalidad opresora. Para Lenin, la defensa del derecho a la autodeterminación tenía una labor educativa fundamental, sobre todo de cara a los trabajadores y campesinos de la nacionalidad opresora, en este caso de Rusia. “¿Puede acaso ser libre un pueblo que oprime a otros pueblos? No. Los intereses de la libertad de la población rusa exigen que se luche contra tal opresión. La larga historia, la secular historia de represión de los movimientos de las naciones oprimidas, la propaganda sistemática de esta represión por parte de las ‘altas’ clases han creado enormes obstáculos a la causa de la libertad del mismo pueblo ruso en sus prejuicios, etc.”, señala Lenin en el texto.
Ahora bien, la defensa de Lenin del derecho a la autodeterminación, que incluye el derecho a la separación, es sólo una parte de su posición sobre la cuestión nacional. Es importante remarcar que el derecho a la autodeterminación no significaba para Lenin alentar la independencia. Los bolcheviques luchaban de forma clara y rotunda contra cualquier opresión nacional y al mismo tiempo por la máxima unidad de la clase obrera. Lenin señala en el libro que en Rusia luchaban y debían luchar “juntos el proletariado de las naciones oprimidas y el proletariado de la nación opresora. La tarea consiste en salvaguardar la unidad de la lucha de clase del proletariado por el socialismo, repeler todas las influencias burguesas y ultrarreaccionarias del nacionalismo”.
“Practicismo”, la subordinación a los intereses de la burguesía
La posición de Lenin sobre la cuestión nacional está formulada, por decirlo así, en negativo. Se posiciona en contra de cualquier opresión nacional pero no hace absolutamente ninguna concesión a las exigencias “prácticas” de la burguesía de la nacionalidad opresora, que explota para sus propios fines los sentimientos democráticos de la población. Luchar contra la opresión nacional sí, pero “por cuanto la burguesía de la nación oprimida está a favor de su nacionalismo burgués, nosotros estamos en contra. Lucha contra los privilegios y violencias de la nación opresora y ninguna tolerancia con el afán de privilegios de la nación oprimida”. Lenin es bastante contundente respecto a las consecuencias de ceder a las exigencias “prácticas” de la burguesía de la nacionalidad oprimida: “En el problema nacional, toda burguesía desea o privilegios para su nación o ventajas exclusivas para ésta; precisamente eso es lo que se llama ser ‘práctico’. El proletariado está en contra de toda clase de privilegios, en contra de todo exclusivismo. Exigirle ‘practicismo’ significa ir a remolque de la burguesía, caer en el oportunismo”.
Si hay algo que Lenin subraya en el libro es la necesidad de que la clase obrera mantenga una posición de total y absoluta independencia política respecto a la burguesía, tanto de la nacionalidad opresora como de la nacionalidad oprimida: “Los intereses de la clase obrera y de su lucha contra el capitalismo exigen una completa solidaridad y la más estrecha unión de los obreros de todas las naciones, exigen que se rechace la política nacionalista de la burguesía de cualquier nación. Por ello, sería apartarse de las tareas de la política proletaria y someter a los obreros a la política de la burguesía, tanto el que los socialdemócratas se pusieran a negar el derecho a la autodeterminación, es decir, el derecho de las naciones oprimidas a separarse, como el que se pusieran a apoyar todas las reivindicaciones nacionales de la burguesía de las naciones oprimidas. Al obrero asalariado le da igual que su principal explotador sea la burguesía rusa o la alógena, que sea la burguesía polaca o la hebrea, etc. Al obrero asalariado que haya adquirido conciencia de los intereses de su clase le son indiferentes tanto los privilegios estatales de los capitalistas rusos como las promesas de los capitalistas polacos o ucranianos de instaurar el paraíso en la tierra cuando ellos gocen de privilegios estatales. El desarrollo del capitalismo prosigue y proseguirá, de uno u otro modo, tanto en un Estado heterogéneo unido como en Estados nacionales separados”. En otro párrafo, concluye de forma rotunda: “En el problema de la autodeterminación de las naciones, lo mismo que en cualquier otro, nos interesa, ante todo y sobre todo, la autodeterminación del proletariado en el seno de las naciones”.
El libro de Lenin constituye un punto de partida sólido y fundamental para abordar de forma consecuentemente revolucionaria la cuestión nacional en el Estado español, y particularmente en Euskal Herria, Catalunya y Galicia. De hecho, numerosos pasajes del mismo parecen escritos pensando en la situación actual.

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