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EL MILITANTE: Juan Carlos I abdica


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Estamos viviendo momentos históricos. La abdicación de Juan Carlos I el lunes 2 de junio supone el fin de toda una época. El rey, representación de la institucionalidad capitalista, se ha visto obligado a echarse a un lado en una maniobra calculada y que persigue, como objetivo fundamental, preservar al conjunto del sistema. Pero, por más que insistan los medios de comunicación en presentar este “relevo” como un hecho que garantiza la estabilidad, a nadie con ojos en la cara se le escapa que la monarquía se ha hundido en el descrédito y es ampliamente cuestionada por la mayoría de la población.[1] La crisis de la monarquía española simboliza la crisis del régimen capitalista español y de los grandes partidos que han asegurado la dominación de la burguesía en estos últimos cuarenta años.


Las claves de la abdicación están en la lucha de clases
En la misma tarde del 2 de junio, las manifestaciones convocadas por Izquierda Unida, por organizaciones y colectivos republicanos y de la izquierda que lucha (el Sindicato de Estudiantes y El Militante hicimos un llamamiento a participar activamente desde el primer momento), fueron respaldadas por cientos de miles de personas que llenaron las ciudades de todo el Estado reclamando la Tercera República y un referéndum inmediato para decidir sobre este asunto. Una demostración de fuerza inmediata, amplia y contundente, que pone de relieve la profundidad y extensión del rechazo a esta institución heredada del franquismo. En la conciencia de millones, la monarquía juancarlista está ligada a la política de recortes y sumisión al gran capital financiero, a una vida de lujo y derroche al margen de sufrimiento de la mayoría; a la implicación de sus miembros en la corrupción, los sobornos y la obtención de favores y regalías de las grandes empresas, gracias a las cuales el monarca se ha convertido en uno de los hombres más ricos de Europa (según las cifras que ha publicado The New York Times Juan Carlos I posee un patrimonio de 2.300 millones de dólares).
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Pero la abdicación no sólo es el producto de este desgaste tremendo, es el resultado visible del aumento de la lucha de clases en estos últimos cuatro años, al calor de una crisis económica y social devastadora. Una ascenso marcado a fuego por la irrupción de las masas en la vida política y cuyos precedentes hay que buscarlos en la lucha de los años setenta contra la dictadura franquista, o en los años treinta bajo la Segunda República. La rebelión social que ha estallado en este periodo se ha caracterizado por el desbordamiento constante de los aparatos políticos y sindicales de la socialdemocracia. Desde el estallido del 15-M en 2011, al surgimiento de la PAH y la gran movilización contra los desahucios. Desde la Marea Verde en defensa de la enseñanza pública hasta la victoria de la Marea Blanca en Madrid contra la privatización de la sanidad pública. En las grandes huelgas del 2012, impuestas a las cúpulas sindicales por el movimiento desde abajo, a las marchas mineras, la ocupación de Canal Nou, la lucha de Telemadrid, las huelgas indefinidas de la recogida de basura viaria en Madrid, Panrico o Coca Cola, la victoria  del barrio de Gamonal, las grandes huelgas estudiantiles, las históricas marchas de la dignidad del 22-M, o la explosión social en Barcelona tras el violento desalojo del centro ocupado de Can Vies, por citar las más sobresalientes.
Esta es la lucha de clases que ha impulsado un brusco avance en la conciencia política de millones de trabajadores y de jóvenes, y que ha creado, sostenido y alimentado un clima favorable hacia las opciones de izquierdas más identificadas con la rebelión social. Esta es la base objetiva del varapalo que se ha llevado el PP y la dirección del PSOE en las elecciones europeas, de  la dimisión de Rubalcaba y la profunda crisis en la que está sumida la socialdemocracia, y también de la caída del rey Juan Carlos.
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La confianza en la victoria (¡Sí se puede!), en las propias fuerzas del movimiento y en la capacidad para superar los obstáculos que en su camino surgen, como la actitud deplorable de las cúpulas sindicales de CCOO y UGT agarradas a la desmovilización y al nefasto discurso del pacto social, se ha traducido en el terreno electoral en una crisis sin precedentes del bipartidismo. El importantísimo incremento del voto a Izquierda Unida y la irrupción de Podemos, han encendido todas las luces de alarma de la clase dominante. La burguesía sabe que en la próximas elecciones generales la derecha y la socialdemocracia serán duramente castigados, y que Izquierda Unida y Podemos podrían obtener unos resultados excelentes, sin descartar que el avance les lleve incluso a ganar las elecciones En todo caso ese es un escenario que barajan, y son muy conscientes de que no hay ninguna garantía de que los parlamentarios del PP y del PSOE sumen mayoría absoluta en la próxima legislatura. Por eso han decidido precipitar el intento de lavado de cara de la monarquía y acelerar el nombramiento de Felipe como nuevo rey.
Un plan de acción para barrer a la derecha y abolir la monarquía
Entre millones de personas hay una convicción de que estamos ante momentos decisivos para impedir que Felipe VI, al que nadie ha votado, sea el nuevo Jefe del Estado. De hecho, el miedo y la incertidumbre en los círculos del poder es tan evidente que hay una auténtica tromba de declaraciones, editoriales y programas especiales en todas las televisiones, con el afán de convencernos de que se abre una etapa de modernización de la monarquía, más acorde con los tiempos que corren, pero salvaguardando el espíritu de la Transición y la cohesión de la convivencia. Todos los señuelos han sido activados para intentar desviar la atención de la población, pero la experiencia de estos años no ha pasado en balde.
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En 1978, después de la caída de una dictadura criminal que duró cuarenta años, y que fue derrumbada por la lucha de millones en las calles, en huelga tras huelga, donde los encarcelamientos, las palizas y los asesinatos de militantes de la izquierda eran la norma, fue posible que los dirigentes del PCE y del PSOE convencieran a una mayoría de que había que abandonar la lucha por el socialismo y pactar con la burguesía y los sectores que se desgajaban de la dictadura. Colaborando en el sostenimiento de una democracia parlamentaria burguesa se cerraba el paso a la “involución”, nos decían. Y así fue como la constitución de 1978, apoyada con entusiasmo por los dirigentes reformistas de la izquierda, tanto del PCE como del PSOE,  garantizó la propiedad capitalista y el libre mercado, la monarquía y sus atribuciones, la impunidad del aparato del Estado franquista, que no se juzgara a nadie por los crímenes de la dictadura, y la negativa a reconocer el derecho de autodeterminación a Euskadi, Catalunya y Galicia. A cambio de  que el gran capital financiero e industrial asegurara su poder, es decir, el único poder real que determina las decisiones fundamentales que afectan la vida de millones y el destino de la sociedad, se reconocieron las libertades políticas que la población ya había arrancado en las calles. La contrarrevolución burguesa adoptó, por así decirlo, una forma “democrática” para descarrilar al ascenso de la lucha de clases y conjurar la amenaza de la revolución socialista.
Después de cuarenta años de régimen heredado de aquella Transición, el sistema está en crisis. Y por eso la clase dominante busca una nueva legitimidad, pero no será tan fácil, entre otras cosas, porque los dirigentes reformistas de la izquierda mantienen muy poco de la autoridad que tenían en los años setenta. Es cierto que Rajoy, Rubalcaba, Felipe González, Rosa Díez, Botín, Alierta, Aznar, El PaísEl MundoLa Razón, el ABC, la Cadena Ser, TVE, Antena 3, Telecinco o La Sexta… corean al unísono las mil maravillas de Felipe VI, de la Corona, de Juan Carlos I (algunos también señalan algunos tonos grises, por eso de mantener las formas)…todos hacen votos por un nuevo aliento para prolongar la situación. Pero detrás de las muecas de circunstancias, de los artículos de rigor, incluso de las actitudes serviles más despreciables, hay auténtico pavor. Y no es para menos.
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La lucha contra la monarquía es la misma lucha que llevamos a cabo contra las injusticias de un sistema cruel que condena a la mayoría de la sociedad a la pobreza, la marginación y el desempleo. Una y otra van de la mano: no puede haber justicia social si se mantiene un sistema orgánicamente injusto, basado en la opresión de una clase minoritaria, y parasitaria, sobre la gran mayoría de la población. La corona, al fin y al cabo, sólo representa la cara externa del sistema. Por eso, levantar hoy una alternativa contra la monarquía es levantar una alternativa al capitalismo, al sistema. Defender la república, como lo hacemos millones en las calles, implica luchar por una republica que responda a los problemas de la mayoría. No queremos un república como la francesa, la italiana o la americana que siguen siendo, al fin y al cabo, países capitalistas en los que existen las misma injusticia y la misma opresión, la misma crisis, los mismos banqueros, los mismos explotadores que en el estado español. Hay que ir más allá. ¡Queremos una república socialista!
Los jóvenes y los trabajadores organizados en la Corriente Marxista El Militante, que participamos activamente en los sindicatos de clase, en las Mareas, en el Sindicato de Estudiantes y en Izquierda Unida, llamamos al compañero Cayo Lara y a la dirección de IU, a la dirección de Podemos (que sorprendentemente ha mostrado una gran tibieza en su comunicado sobre la abdicación del rey, en el que no hay la mínima crítica a la monarquía y ningún pronunciamiento sobre la republica), a todas las organizaciones de la izquierda que lucha y a todos los activistas sociales, a reforzar y extender el movimiento de masas contra la monarquía, y dotarlo de un programa realmente alternativo. No queremos lavados de cara, queremos un cambio de verdad:
· ¡Abolición de la monarquía! Convocatoria de un referéndum democrático para acabar con esta institución reaccionaria heredada del franquismo.
· ¡Por una República Socialista Federal!
· Ni recortes ni retrocesos de nuestros derechos democráticos. Derecho de autodeterminación
· ¡Elecciones ya! Por un gobierno de izquierdas para llevar adelante una auténtica política socialista y revolucionaria a favor de la mayoría.
· Organizar una huelga general para lograr estos objetivos. Las direcciones de CCOO y UGT no pueden mirar para otro lado. Es la hora de luchar.

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