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LA NUEVA ALEMANIA AUN NO CONVENCE AL ESTE



Veinte años después de la caída del muro los habitantes de la antigua RDA continúan sin superar el trauma postcomunista y se sienten ciudadanos de segunda.

ENRIQUE MÜLLER CORRESPONSAL. BERLÍN
El incremento de libertades no consigue ocultar las altas tasas de desempleo
El 49% de la población de la ex República Democrática añora el régimen socialista
Los 'wessis' están cansados de pagar el 'impuesto de solidaridad' de Kohl
Eisenhüttenstadt, una pequeña ciudad de 30.000 habitantes cercana a la frontera con Polonia, tiene el raro honor en Alemania de ser la única urbe que nació gracias al sueño socialista y donde se podía contemplar el 'futuro en acción', una metáfora destinada a hacer creer que por sus calles transitaba el hombre nuevo.
La localidad, cuando fue inaugurada por los jerarcas comunistas en 1953, recibió un nombre apropiado a los vientos políticos que soplaban en Europa del Este: Stalinstadt. Pero en 1961 fue rebautizada con su denominación actual y la avenida Stalin se convirtió en la Lindealle. No han sido los únicos cambios que ha vivido Eisenhüttenstadt.
Gracias a una iniciativa municipal y a la ayuda financiera de la Unión Europea se convirtió en la primera ciudad del país unificado en tener un museo dedicado a a la República Democrática Alemana, que desapareció del mapa político el 3 de octubre de 1990 y que tiene la misión de recordar los lados amables del socialismo real.
Con la llegada del capitalismo los bloques de edificios con sus fachadas comunistas recibieron una mano de pintura. Se construyeron canchas deportivas, nuevos jardines de infancia y hasta un teatro. Pero la acería más importante de la región, Eko Stahl AG, que daba trabajo a 13.000 personas antes de que el muro desapareciera, ahora sólo emplea a 2.500 personas.
«Sigue habiendo mucha rabia acumulada y la mayoría de la gente aquí está convencida de que nos hemos convertidos en ciudadanos de segunda clase», cuenta Hubert Schmidt durante una entrevista telefónica. «Los que pueden se marchan de aquí», añade. Schmidt no es el único que cree ser un ciudadano marginado en el nuevo Estado.
Veinte años
Casi veinte años después de la gesta civil que acabó con la división del país, es difícil encontrar ahora rastros de la barrera de acero y hormigón que dividió Berlín y, tal como prometió Helmut Kohl, los paisajes de la antigua RDA han vuelto a florecer.
Los pueblos y ciudades de la antigua RDA han sido renovados, la infraestructura industrial volvió a echar raíces, se crearon autopistas y la expectativa de vida aumentó en seis años. Pero a pesar de todas las señales positivas que ofrece ahora la nueva Alemania, una pesada división impera aún entre las viejas generaciones del Este y del Oeste germano.
Aunque los llamados 'ossis' admiten que la unificación les brindó nuevas libertades, siguen recordando con nostalgia y malestar que su modo de vida basada en el orden y el pleno empleo fue reemplazado por la inseguridad y una alta tasa de desempleo. Se sienten maltratados por sus compatriotas del Oeste, los 'wessis'.
«Los prejuicios no han sido eliminados. Por el contrario. Se han estabilizado, incluso aumentado», admite Klaus Schröder, director de un departamento de la Universidad Humboldt de Berlín, que se ocupa de la investigación histórica de la ex RDA. «Muchas familias transmiten sus animosidades a las generaciones jóvenes», añade.
Después de dedicar años a investigar las diferencias que todavía dividen al país, el académico ha constatado que los 'wessis' siguen creyendo que los 'ossis' tienen mal humor, se quejan demasiado y son flojos a la hora de trabajar. «Los alemanes del Este, en cambio, califican a sus compatriotas del Oeste de egoístas, avaros y superficiales», dijo Schröder al dar a conocer un estudio sobre el estado de salud mental de la nación.
Más aspectos positivos
No es raro entonces descubrir, como lo hizo el instituto de demoscopia Emmid, que un 49% de la población del Este sigue creyendo que la ex RDA tenía más aspectos positivos que negativos. Este hecho convenció a los editores de la revista 'Super Illu', de amplia difusión en los antiguos territorios comunistas, a formular a sus tres millones de lectores dos preguntas provocativas: ¿habría sido mejor que el muro siguiera? y ¿era la RDA, con su socialismo, mejor que la RFA?. Un 17% respondió afirmativamente.
¿Cómo extrañarse entonces de que un 15% de los 82 millones de habitantes de Alemania quieren de vuelta el muro porque dicen que se vivía mejor cuando el país estaba dividido? El resultado de la encuesta realizada por el Instituto Forsa y publicado el jueves pasado por la revista 'Stern' refleja el lado oscuro de la unificación.
Muchos 'wessis' están cansados de pagar el famoso 'impuesto de la solidaridad', creado por el Gobierno de Helmut Kohl para poder financiar la reconstrucción del antiguo sector comunista, un esfuerzo titánico que la costado a los contribuyentes más de 1,2 billones de euros. Las transferencias seguirán en vigor hasta 2019, pero los expertos estiman que se necesitarán otros veinte años para que los cinco nuevos estados federados puedan áutofinanciarse.
El reflejo que ofrecen los institutos de opinión sobre la división que aún persiste tiene una expresión real en el difícil terreno de la política. En los albores de la unificación, la vieja formación comunista, al igual como lo sucedió con Eisenhüttenstadt, fue rebautizado como el Partido del Socialismo Democrático (PDS). En pocos años, el grupo dirigido por Gregor Gysi reconquistó el apoyo de la población y, con una buena dosis de demagogia, terminó convirtiéndose bajo otra denominación -La Izquierda- en una autentico 'volkspartei', una organización con una gran base popular.
Hace cuatro años, el partido obtuvo un 8,7% de los votos en las elecciones federales, pero en el este del país alcanzó un excelente 28,5%. Los sondeos sugieren ahora que La Izquierda, con un eslogan que promete «derrocar el capitalismo», puede convertirse en la tercera fuerza política del país.

Comentarios

  1. Deutschland,Deutschland über alles
    über alles in der welt....

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