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LA CULTURA DE LA CRISIS

J.J. ARMAS MARCELO, escritor

«YUGOSLAVIA es el triunfo del multiculturalismo», afirmó Josep Ramoneda en el discurso de apertura de La cultura de la crisis, un seminario para creadores y críticos culturales convocado en Fuencaliente, Isla de La Palma, por la Consejería de Cultura del Gobierno canario. Ramoneda me diría tras su discurso que repite el aserto luminoso de Yugoslavia en todas partes donde habla en público, pero que en general no muchos de los oyentes caen en la cuenta de lo que quiere decir. ¿Sabrá la gente de la cultura lo que realmente encierra el multiculturalismo y qué ha sido de Yugoslavia? En su exposición, Ramoneda dijo dos cosas más, muy interesantes a mi entender, por obvias y necesarias: que China era un ejemplo de país modernizado sin pasar por la modernización y que existe hoy una gran crisis moral en las élites occidentales.
En ese mismo seminario dije en mi intervención, siguiendo a Robert Hughes y a Ramoneda, que el multiculturalismo -cabra que tira al monte- termina siempre creando el gueto, el gueto la frontera, la frontera el peaje y el peaje un famoso y casi siempre inventado «hecho diferencial», una suerte de «especificidad» por la cual el serbio no quiere ser más que serbio y el croata abomina de todo lo que no sea croata, hasta el enfrentamiento, la sangre y la muerte si hace falta para sacar adelante la farsa. De modo que de la diferencia a la declaración de guerra de un gueto a otro no hay más que un paso: el que dé un loco sangriento convertido en líder de la sagrada diferencia. Hay ejemplos de sobra, porque la tribu es siempre manejable por un chamán demente y su cohorte inventada al efecto. Además, tengo para mí que mucho protagonista de la cultureta cree que el multiculturalismo es una cultura encima de otra, todas en paz y bailando una rumba internacionalista, y no tal como es, el enemigo mayor de la integración y del mestizaje. Sin el mestizaje no vamos a ningún lado en el presente y en el futuro, y no hubiéramos llegado a ninguna parte en el pasado. Sin el mestizaje llegamos al límite nacional, bailamos y cantamos nuestro folklore y, contentos con la guerra, nos vamos a casa a seguir alimentando la mentira. La Humanidad es mestiza y la cultura es hija de mil padres que han ido acumulando, fusión tras fusión, sus conocimientos y aplicaciones hasta llegar al mundo de hoy. El mestizaje, el enemigo del multiculturalismo, es integración y contaminación benéfica, se opone a la frontera y tiende irremisiblemente a atraer a quienes, en un invento más del etnicismo, se suponen contrarios.
En tiempos de crisis, poca mudanza, aconsejó el jesuita. Pero si ya en la abundancia la cultura de la queja es una de las características del mundo cultural, en la crisis económica y financiera que nos acucia ese mismo universo cultural se vuelve demasiadas veces excesivamente quejumbroso y llorica. Incluso implora y llora con lágrimas de cocodrilo una limosna ante quienes, élites del mundo occidental, se supone que manejan el corralito del dinero que nos queda. Sucede que las élites occidentales, y el mundo de la cultura forma parte de ellas, padecen -y me apunto a lo que sostiene Ramoneda- una grave crisis moral. Sus principios (también se supone que los teníamos) han desaparecido, y la mediocridad y el analfabetismo se han aupado al poder de nuestro tiempo con una soberbia y una prepotencia que desprecian el más mínimo sentido de la grandeza y la lucidez. Grave crisis moral que, por tanto, alcanza a la cultura y desenmascara «la burbuja cultural» sobre la que, en días de vino y rosas, no se quiso reflexionar ni debatir.
En el seminario de Fuencaliente dije que estaba a gusto en una isla ilustrada como La Palma, por donde entraron en España la masonería y la Ilustración y, en un atrevimiento quijotesco, invité a pintores, escultores, actores, directores de cine, escritores, músicos y creadores en general a sublevarse contra quienes los maltratan, sean políticos de tres al cuarto (cité el nombre de un presidente canario que, en la cumbre de su estupidez, afirmó que el había llegado «arriba» sin tener la necesidad de leer un libro), empresarios brutos con sonrisa de imposibles mecenas o poderes mediáticos que abusan de los verdaderos creadores inventando sus falsas jerarquías de conveniencia y ninguneando a los rebeldes que se salen de la fila y se meten en camisa de once varas.
No es poca la crisis moral de las élites occidentales. Ya no es noticia, pero conviene recordarlo de cuando en vez, que el mundo está rotando -ese es el gran cambio- hacia Oriente. La filosofía, la gramática, la retórica, la literatura, las bellas artes y el pensamiento han dejado de ser respetados por el mundo occidental, sometido al becerro de oro del consumo por multitud de vendedores de humo. Revistas de sumo interés y prestigio, periódicos, digitales y de papel, recogen una de las verdades que pasan inadvertidas incluso a las minorías que siguen sintiendo inquietudes y curiosidad intelectual en Occidente: los pensadores y los intelectuales que influyen actualmente en el planeta ya no son occidentales; son árabes, japoneses, chinos, coreanos, turcos. Nos hemos pasado medio siglo en esta parte del mundo creando humo y nomenclatura -para esto los franceses siguen siendo geniales-, mientras Oriente renacía y se ponía a repensar con inmensa disciplina el presente y el futuro del planeta. Nos hemos pasado la vida convirtiendo el mundo de la cultura en un inmenso parque temático, lleno de estrellitas y exposiciones universales, de tonterías y mediocridades que, sin embargo, eran aplaudidas por nuestras élites políticas, culturales, institucionales, empresariales y mediáticas. Hasta el punto de que última novedad es la patente necesaria y el único conocimiento visible. La consigna, al final del juego, era siempre la misma: mañana más, que siga el espectáculo. Y, de repente, se apaga la luz y el rugido del lobo reclama la atención: se acabó la fiesta, llega la crisis, que cada uno se salve como pueda. Y, de repente, comenzamos a darnos cuenta de que China es exactamente lo que predijo Napoleón, que Tokio es la ciudad culturalmente más viva del mundo entero, que el universo árabe se mueve con su pensamiento (bueno, malo o regular) a la velocidad de la luz. Y nosotros en la molicie, sin arriesgarnos a cruzar el mar en la patera, sin poder ducharnos en agua fría, comiendo tres y cuatro veces al día, bailando en el cuerno de la abundancia, tragándonos el futuro a crédito con una antelación suicida, durmiendo como la cigarra en su eterno verano.
Ni siquiera nos da vergüenza Yugoslavia, ya no nos importa nada por quién o por quiénes están doblando las campanas y descansamos nuestras últimas esperanzas asmáticas en el primer emperador negro de los Estados Unidos de América y su cambio prometido. Nos hace falta un cambio, pero sobre todo un cambio de mentalidad que nos haga ver de una vez por todas que hace rato que hemos dejado de ser centrales, que todo el mundo es excéntrico y que el futuro no será para nada igual a lo que pensamos todavía en Occidente.

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