Gemma Casadevall Berlín (EFE).- El Palacio de los Hohenzollern, dañado en la Segunda Guerra Mundial y volado durante la Alemania comunista, dominará Berlín por obra de una costosa reconstrucción, aprobada hoy entre las críticas de quienes consideran aberrante reproducir cánones anacrónicos en lugar de innovar.
Las tres fachadas barrocas del palacio -la frontal y las dos laterales- más la gran cúpula que presidió el conjunto, regresarán a un solar de 40.000 metros cuadrados, a orillas de la céntrica Avenida Unter den Linden, con la Isla de los Museos al frente.
El ministro de Obras Públicas, Wolfgang Tiefensee, presentó el proyecto ganador, del italiano Franco Stella, como una síntesis de "fidelidad histórica" y un concepto "acorde con los tiempos", que se ajusta además al presupuesto aprobado -552 millones de euros-.
Las tres fachadas del Palacio de los Hohenzollern albergarán en su núcleo el denominado Foro Humboldt, un complejo de patios interiores y corredores, salas de exposiciones y espacios públicos accesibles desde el exterior.
Las fachadas serán barrocas, pero el núcleo será de nuevo cuño, lo que justifica, para Tiefensee, el calificativo de innovador.
La presentación de la maqueta de Stella revistió rango de acontecimiento mediático. Decenas de cámaras se agolparon sobre el cubo marrón que tapaba el proyecto, finalmente descubierto por el ministro entre una lluvia de flashes, como si se tratara de una estrella de Hollywood sobre la alfombra roja de la Berlinale.
El concepto del arquitecto italiano, ganador del concurso internacional cuyo jurado presidía David Chipperfield, era todo menos una sorpresa. La nueva "estrella" en la ciudad reproduce fielmente las líneas del palacio barroco que diseñó Andreas Schlüter y que se construyó en 1698 de acuerdo a los cánones de la época.
Los señores de palacio no son ya los reyes Prusianos, sino el Gobierno actual y su reconstrucción fue aprobada, tras largas discusiones, por el Bundestag (Parlamento).
La coalición formada por el Patronato del Patrimonio Prusiano, el ex canciller Helmut Kohl y el presidente Horst Köhler, agrupados en torno al empresario Wilhelm von Boddien, se impuso frente a los detractores del mastodóntico proyecto.
"Yo hubiera deseado un mandato más abierto. La fidelidad histórica no significa sí o sí una reconstrucción", admitió estos días otro miembro del jurado, el italiano Vittorio Lampugnani.
Menos diplomático fue otro arquitecto de elite, el estadounidense Daniel Libeskind -ajeno al jurado-, quien lo ha calificado de "palacio de postal" y de "arquitectura de decorado".
Tiefensee puso hoy todo el énfasis posible en que la decisión final había sido adoptada por unanimidad, aunque admitió que detrás de ese voto final hubo mucha "discusión productiva".
El Palacio estará listo, según las previsiones, en 2013 y para entonces no quedará ni rastro del "Palast der Republik" construido en parte de su solar por las autoridades de la República Democrática Alemana (RDA) y cuya demolición se decidió tras la reunificación.
Oficialmente, el asbesto fue la razón para echar abajo la que fue la Cámara del Pueblo comunista, apodada la "tienda de lámparas de Erich" Honecker (el que fuera dirigente de la RDA), por las inmensas lámparas que albergaba.
Para parte de los berlineses, no sólo los nostálgicos de los viejos tiempos comunistas, se trató de una decisión política, precipitada por el afán de erradicar del Berlín de hoy un edificio tachado de reliquia comunista.
Entre el saneamiento o la demolición se optó por lo segundo, lo que acarreó una costosa operación de desmontaje de un edificio de 180 metros de largo por 32 de alto, del que ahora apenas quedan unos cuantas estructuras aún por desmantelar.
Si demoler el Palast fue caro, más lo será reconstruir la fachada del Palacio Imperial y el Foro de Humboldt.
Ambas cuestiones acentuaron la polémica sobre la reconstrucción de la joya del barroco, que si algo tiene a su favor es que no desentonará respecto al resto de edificios del centro histórico.
Las tres fachadas barrocas del palacio -la frontal y las dos laterales- más la gran cúpula que presidió el conjunto, regresarán a un solar de 40.000 metros cuadrados, a orillas de la céntrica Avenida Unter den Linden, con la Isla de los Museos al frente.
El ministro de Obras Públicas, Wolfgang Tiefensee, presentó el proyecto ganador, del italiano Franco Stella, como una síntesis de "fidelidad histórica" y un concepto "acorde con los tiempos", que se ajusta además al presupuesto aprobado -552 millones de euros-.
Las tres fachadas del Palacio de los Hohenzollern albergarán en su núcleo el denominado Foro Humboldt, un complejo de patios interiores y corredores, salas de exposiciones y espacios públicos accesibles desde el exterior.
Las fachadas serán barrocas, pero el núcleo será de nuevo cuño, lo que justifica, para Tiefensee, el calificativo de innovador.
La presentación de la maqueta de Stella revistió rango de acontecimiento mediático. Decenas de cámaras se agolparon sobre el cubo marrón que tapaba el proyecto, finalmente descubierto por el ministro entre una lluvia de flashes, como si se tratara de una estrella de Hollywood sobre la alfombra roja de la Berlinale.
El concepto del arquitecto italiano, ganador del concurso internacional cuyo jurado presidía David Chipperfield, era todo menos una sorpresa. La nueva "estrella" en la ciudad reproduce fielmente las líneas del palacio barroco que diseñó Andreas Schlüter y que se construyó en 1698 de acuerdo a los cánones de la época.
Los señores de palacio no son ya los reyes Prusianos, sino el Gobierno actual y su reconstrucción fue aprobada, tras largas discusiones, por el Bundestag (Parlamento).
La coalición formada por el Patronato del Patrimonio Prusiano, el ex canciller Helmut Kohl y el presidente Horst Köhler, agrupados en torno al empresario Wilhelm von Boddien, se impuso frente a los detractores del mastodóntico proyecto.
"Yo hubiera deseado un mandato más abierto. La fidelidad histórica no significa sí o sí una reconstrucción", admitió estos días otro miembro del jurado, el italiano Vittorio Lampugnani.
Menos diplomático fue otro arquitecto de elite, el estadounidense Daniel Libeskind -ajeno al jurado-, quien lo ha calificado de "palacio de postal" y de "arquitectura de decorado".
Tiefensee puso hoy todo el énfasis posible en que la decisión final había sido adoptada por unanimidad, aunque admitió que detrás de ese voto final hubo mucha "discusión productiva".
El Palacio estará listo, según las previsiones, en 2013 y para entonces no quedará ni rastro del "Palast der Republik" construido en parte de su solar por las autoridades de la República Democrática Alemana (RDA) y cuya demolición se decidió tras la reunificación.
Oficialmente, el asbesto fue la razón para echar abajo la que fue la Cámara del Pueblo comunista, apodada la "tienda de lámparas de Erich" Honecker (el que fuera dirigente de la RDA), por las inmensas lámparas que albergaba.
Para parte de los berlineses, no sólo los nostálgicos de los viejos tiempos comunistas, se trató de una decisión política, precipitada por el afán de erradicar del Berlín de hoy un edificio tachado de reliquia comunista.
Entre el saneamiento o la demolición se optó por lo segundo, lo que acarreó una costosa operación de desmontaje de un edificio de 180 metros de largo por 32 de alto, del que ahora apenas quedan unos cuantas estructuras aún por desmantelar.
Si demoler el Palast fue caro, más lo será reconstruir la fachada del Palacio Imperial y el Foro de Humboldt.
Ambas cuestiones acentuaron la polémica sobre la reconstrucción de la joya del barroco, que si algo tiene a su favor es que no desentonará respecto al resto de edificios del centro histórico.
EFE
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