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Mediaciones
La falta de credibilidad del diario oficial del bipartidismo...demuestra que los públicos saben más que lo que presupone el ilustre académico de PRISA.

Francisco Sierra 01/02/2017

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En la vida pública, hay personajes y patizambos. Sobra decir a qué tipo responde el disimulado periodista que encabeza el título de esta columna. Más aún cuando, en raras ocasiones como recientemente, es posible visualizar el necesario contrapunto catódico de reflexividad que deja en evidencia el verdadero perfil del sujeto en cuestión. La entrevista de Jordi Évole en SALVADOS confirma, de hecho, la visionaria crítica de Max Estrella -la vida sigue igual– a propósito de lo grotesco de ciertos enanos y figuras tétricas de nuestro país, cuando desde los márgenes se observa lo chueco, patoso, torcido e irregular que impera de manera manifiesta en esta piel de toro. Y eso que, para la ocasión, el entrevistador no quiso ahondar en mayores profundidades, cosas de la tele, que darían para una telenovela a lo Suñer. Pues del Sindicato Vertical, Emilio Romero y lo más casposo del franquismo sociológico a los fondos buitres, la historia de Cebrián es de la categoría ejemplarizante de demócratas de toda la vida que lo mismo reza el rosario y bendice el patriotismo falangista de su padre, destacado propagandista de la dictadura, que celebra un golpe de Estado en Venezuela por no conseguir vender libros de la Editorial Santillana y otros negocios varios. Para eso y mucho más da la libertad de expresión de los perros guardianes en España. No deja de sorprender, sin embargo, la falta de medida o comedimiento de este tipo de actores del esperpento nacional. Debe ser propio de las patologías del poder. Lo preocupante es que mal vamos en un país que no tuvo a bien considerar a Juan Carlos Rodríguez como miembro de la institución encargada de dar brillo y esplendor al castellano mientras acoge en su seno a Consejeros Delegados y cortesanos de toda laya. Premonitorias, en fin, las palabras de Valle Inclán en Luces de Bohemia. Ahora, cabe preguntarse, como hiciera en su último libro Gregorio Morán, cómo fue posible que la Transición terminara y no fuera capaz de crear una opinión pública real y no virtual. Aún hay lectores que siguen pensando en el diario El País como un referente progresista. Nunca lo fue, pero no tenemos respuesta para esta cuestión, salvo en términos de Sociología del Periodismo y de la Cultura. Sería interesante ensayar el marco interpretativo con el que comprender cómo se construyeron los mandarinatos, más allá de los merecimientos, estos protagonistas de la transición. Cuestión para otro trabajo que no es el momento anticipar.

Estamos en Quito inmersos en una campaña contra los paraísos fiscales. Nada que ver con Cebrián, salvo que Ignacio Escolar diga lo contrario. Cosas, en fin, de criptomarxistas o de gente de bien. Quién sabe. Nunca fuimos al Colegio del Pilar. Lo que sí sabemos es que el régimen tardofranquista y la restauración conservadora que hoy reivindica la Constitución, hecha jirones, está en proceso de descomposición, y los adláteres que los sostenían igualmente empiezan a parecer auténticos zombies. Muy propio de la lógica vampiresca de la acumulación por desposesión en el trasfondo de la dialéctica de corrupción, evasión de impuestos, negociados con sospechosas petroleras, golpes de mano en el PSOE, liquidación de periodistas incómodos y falta de credibilidad del diario oficial del bipartidismo, cuya caída en picado demuestra que los públicos saben más que lo que presupone el ilustre académico de PRISA. Por cierto, negar la realidad o tapar la luna con el dedo no deja de ser una prueba palpable de falta de inteligencia. La historia, el viejo topo, hace el resto, por más que la voluntad pretenciosa del empresario en cuestión siga reafirmando lo imposible ante la inconsistencia propia de quien, vaticinamos, más pronto que tarde será defenestrado por el propio régimen ahora que el discurso cínico que sostiene ya no tiene la eficacia de antaño. La contundencia de la realidad concreta es más poderosa que cualquier argumentario, y hoy, además, la letra de la música que suena lleva otra melodía. Sabemos, por otra parte, gracias a Freire y la Pedagogía de la Autonomía, que este tipo de lógica de la enunciación es la que hace posible la indignidad a ser combatida. Por todo ello, si la transición de Arriba, vía paterna, a El País del susodicho explica el hilo rojo de la historia más reciente de nuestro país, con la connivencia de accitanos como Juan Aparicio y la maltrecha Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense, poblada de “demócratas reconvertidos” y negacionistas de los crímenes franquistas, la campaña de Cebrián y su grupo contra las Facultades de Comunicación, por todos conocida, fiel como era a la tradición franquista de que un profesional se hace llevando cafés al jefe, casa bien con la oposición contra toda norma y regulación del Derecho a la Comunicación, considerando sobre todo que para él la primera libertad de prensa consiste, justamente, en ser una industria. Nada asimilable a un entrevistador incómodo e incisivo, ni mucho menos con la prestación de un servicio público o de interés general. Tiene, sin embargo, un problema el Sr. Cebrián. Algunos somos más bien proclives a la ironía y la risa, único antídoto contra tanta ignominia y discrecionalidad. Cuando rige la censura, vuelve el tiempo del carnaval. Una pena que el disfraz de Darth Vader quede ya fuera de lugar en estos casos.

Publicado en el Nº 302 de la edición impresa de Mundo Obrero enero 2017

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