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Año anticomunistaComo siempre, la lucha comienza por relatar lo ocurrido y así su redifinición se ha constituido ya en la madre de todas las batallas.

El tren de la memoria


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“Recuérdalo tú y recuérdalo a otros”
(Luis Cernuda)

Hemos entrado en un año clave, a un siglo de la gran revolución que cambió el mundo parece que todas las pulsiones e incertidumbres del pasado se han dado cita para recordarnos que las resistencias de siempre siguen ahí, y que nadie salvo nosotros mismos y nuestra propia actitud ante lo que nos rodea puede ayudar a orientar la veleta de la historia.

En muchas ocasiones cuando se habla o escribe de momentos convulsos por los que ha pasado la humanidad, es el caso de las llamadas guerras mundiales, se introduce el comentario acerca de la “inconsciencia” de aquellos seres que dieron la espalda o no supieron ver los dramáticos acontecimientos que se estaban precipitando sobre sus vidas. Muchas veces, cada vez con más desasosiego, reflexiono sobre esto, ¿estamos leyendo el escenario y el tiempo que vivimos con la necesaria valentía y responsabilidad? Ciertamente la historia se construye en presente y se cuenta en pasado, por lo que habrá que esperar al futuro para verificar el devenir de lo que acontezca. Pero, y mientras tanto, ¿qué hacer?

Como siempre, la lucha comienza por relatar lo ocurrido y así su redefinición se ha constituido ya en la madre de todas las batallas. Vuelve la guerra fría y la manipulación que, en realidad, nunca se fueron. Nadie escapará en 2017 al influjo del anticomunismo, epidemia que cada equis circunstancias rebrota con furor renovado y servida en nuevos envoltorios. ”Vuelven los fantasmas. Todos vuelven. Vuelven los muertos”, escribía Manolo Fernández-Cuesta en un memorable prólogo (http://goo.gl/p8SC2O) al libro de Artur London, ‘Se levantaron antes del alba. Memorias de un Brigadista Internacional en la Guerra de España’. (Ediciones Península, noviembre de 2010).

Pues eso, vuelven los que nunca se fueron. Vuelven los espías, la OTAN y el poder omnímodo del gran capital y de la industria del armamento (que es lo mismo), vuelven y ya vienen a por todas. Quizá lo único nuevo de todo ello (y no es poca cosa…) es que esta vez los malos no son tan fácilmente reconocibles, o sí, o quizá los irreconocibles somos nosotros, ¡qué jaleo de espejos deformados! ¡Cuánto ruido estéril en las redes! ¡Cuánta rutina estúpida en televisión!... Se impone volver sobre los propios pasos para hallar de nuevo el hilo claro de la causa antifascista, hemos de reencontrarnos con la mejor hebra del legado que se nos ha transferido. Y no vayamos muy lejos, el mencionado Artur London es un buen ejemplo, checo, revolucionario, comunista, hombre de acción y pensamiento, llegó a España como voluntario, encuadrándose en las Brigadas Internacionales. “Estoy aquí porque soy voluntario y daré, si es necesario, hasta la última gota de mi sangre para salvar la libertad de España, la libertad del mundo entero”, proclamaba. Leer a London y conocer su historia, una historia de fuerza y sacrificio, es todo un antídoto contra la inacción que hoy se nos prescribe. Nada más convincente que la generosidad de los Internacionalistas.

Otros no lo contaron. Otros se quedaron para siempre en la tierra que vinieron a salvar y por la que dieron su vida: Jarama, Brunete, Belchite, Teruel, Aragón, el Ebro, Guadalajara… Su voz, a través de los tiempos, es la voz de las alarmas que nos advierten. Fue un año nuevo de 1937 cuando cayó el brigadista belga Piet Akkerman, un obrero comunista y sindicalista del sector del diamante que viajó a España a finales de 1936 junto a su hermano Emiel (muerto también en la ciudad universitaria de Madrid) y una veintena de judíos polacos y húngaros de Amberes. En una carta que escribe a su madre explicando las razones de su decisión y de su lucha al lado de los trabajadores españoles dice: “Madre, no tengo derecho a no ir, siento que tengo la obligación de ir. En España hay un polvorín que va a convertir la tierra en polvo y llamas y que oprimirá a la humanidad entera. Aún con mis pocas fuerzas tengo que ayudar a prevenir una guerra mundial y derrotar al fascismo”.

Cuentan que Piet Akkerman cayó en una emboscada en la que primero resultó alcanzado por una bala y luego por una bayoneta que se clavó en su abdomen. Su tumba no fue señalada de ninguna manera especial, pero a su lado pusieron los camaradas una botella que contiene una hoja de papel con su nombre, que son los nombres de los más de 15.000 brigadistas que murieron en España.

En Bélgica Facundo, Maite, Marta, Miguel… preparan ya un homenaje al calor de una consigna, conviene no olvidar…

#StopOlvido

Publicado en el Nº 302 de la edición impresa de Mundo Obrero enero 2017

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