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XAQUIN GARCIA SINDE
C.EJECUTIVA CCOO
ASTILLEROS DE NAVANTIA - FERROL

El año pasado, Ignacio Fernández Toxo y Fernando Lezcano, secretario general y secretario de Comunicación respectivamente de CCOO, publicaron un artículo de análisis sobre el presente y el futuro del sindicalismo en la revista Gaceta Sindical. Reflexión y debate. El artículo, titulado “Reivindicarnos y repensarnos: Sindicalismo, trabajo y democracia”*, se presentó como una reflexión sobre la situación del movimiento sindical en el Estado español, que es evidente que no pasa por su mejor momento, como implícitamente reconocen los autores, que incluso contemplan la hipótesis de que el sindicalismo confederal pueda acabar quedando como una anécdota histórica. Aunque los marxistas pensamos que esa posibilidad está descartada, lo que sí compartimos con Toxo y Lezcano es que el sindicalismo necesita revisar en profundidad su estrategia, aunque lamentablemente, a la vista de algunos hechos posteriores (como el acuerdo sobre negociación colectiva del pasado 25 de enero o la insistencia en un gran pacto social frente a la crisis económica tras el gran éxito de la huelga general del 29-M), no parece que hayan sacado todas las conclusiones de sus propias reflexiones. El aspecto fundamental que no tienen en cuenta es que la política de pactos y consensos, lejos de para frenar a la patronal, consigue todo lo contrario. Cada acuerdo, lesivo para los trabajadores, es una señal de debilidad que anima a los capitalistas a seguir su ofensiva. Esta ha sido la dinámica en los últimos veinte años. La actual recesión sólo está elevando exponencialmente la agresividad patronal, hasta el punto de que ahora su objetivo son los propios sindicatos. La situación económica y política demanda otro modelo sindical. Los sindicatos están en la encrucijada. Las reflexiones de Toxo y Lezcano demuestran que se dan cuenta de algunos de los males que aquejan hoy al sindicalismo. Muchos interrogantes, pero ninguna respuesta Los autores plantean muchos interrogantes: cómo organizar a los trabajadores cuyo vínculo con un centro de trabajo desapareció o es muy débil, cómo ligar a los trabajadores de las pequeñas empresas y a los precarios con el movimiento sindical, cómo afrontar la externalización y la movilidad de la mano de obra... Por supuesto, no podía faltar la reflexión, ya clásica, sobre si las atribuciones de los comités de empresa perjudican a los sindicatos. También reconocen que la crisis ha puesto de manifiesto los límites de la apuesta por el diálogo social y que se “vea” al sindicato como parte del sistema, y se preguntan si esa apuesta “no puede estar siendo interpretada como una supeditación al poder político”. Otro interrogante tiene que ver con la formación continua: “¿Mejora o perjudica el crédito del sindicato? ¿Debemos reequilibrar nuestras actividades?”. Y por último, las consideraciones sobre los problemas de los propios sindicatos: “la progresiva institucionalización que en ocasiones ha ido en detrimento del protagonismo de nuestros afiliados”, “una imagen excesivamente próxima al poder”, “mucha presencia en las sedes sindicales y menos en los centros de trabajo”, “la debilitación, cuando no la pérdida, del espíritu y actividad militante”, “el escaso rigor en los criterios para reclutar nuevos sindicalistas” o “la ausencia de controles en la actividad de nuestros permanentes [liberados]”, para concluir planteando que la combinación de la recesión, la ofensiva neoliberal que cuestiona al movimiento sindical y las propias prácticas de los sindicatos —“no siempre las más adecuadas”— pueden acabar debilitando el sindicalismo de clase. Pero después de tantos y tan interesantes interrogantes, Toxo y Lezcano no ofrecen ninguna respuesta, excepto una genérica apelación a “caminar hacia una nueva ética militante”, que poco aporta. ¿Cómo llegamos hasta aquí? Los sindicatos necesitan cambios. Pero para determinar cuáles, primero hay que tener claro cómo llegaron a este punto. El objetivo de los sindicatos es conseguir mejoras para la clase obrera. Pero, la mejor forma de conseguirlas es que la lucha sindical tenga un contenido de clase y una perspectiva socialista. ¿Por qué es tan importante este enfoque? Primero, porque, como en su magistral obra Reforma o revolución explica Rosa Luxemburgo, esas mejoras siempre son un subproducto de la lucha revolucionaria de la clase obrera. Y segundo, porque bajo el capitalismo toda conquista es temporal, incluso aunque parezca lo contrario. ¿O acaso el estado del bienestar europeo no parecía irreversible? Por tanto, la actividad sindical debe estar orientada a preservar el nivel de conciencia y organización de los trabajadores porque de ello depende, en última instancia, todo lo demás. La clave de este enfoque es tener un programa y una perspectiva política marxistas, que evidentemente no es el caso de las actuales direcciones. La carencia de ese programa y perspectiva favorece que los puntos de vista capitalistas penetren en los sindicatos. Como evidentemente tal proceso encuentra resistencias, los dirigentes reformistas intentan escapar a cualquier control, lo cual trae consecuencias perniciosas: 1) La participación de la base se convierte en un estorbo; 2) El criterio para acceder a un cargo deja de ser la capacidad y el apoyo de los trabajadores, y pasa a ser la subordinación a los jefes; y 3) La persecución contra quienes combaten esta situación. Esto se ve favorecido por las subvenciones a los sindicatos, que son parte del problema porque, al disminuir la dependencia de las cuotas de los afiliados, pueden favorecer la burocratización, sobre todo si la dirección no comprende los peligros que encierra la dependencia económica del Estado ni la importancia de la autofinanciación. Las oscilaciones de las cúpulas sindicales Pero por muy a la derecha que pueda haber girado una dirección sindical o por muchas concesiones que haya hecho a la burguesía, la base social de los sindicatos la siguen constituyendo los trabajadores, y por tanto es inevitable que el ambiente entre la clase obrera acabe reflejándose dentro de los sindicatos. En este sentido, la recesión económica está provocando que las cúpulas, además de recibir la presión de la burguesía desde arriba, reciban también la presión de los trabajadores desde abajo. Esta doble presión explica sus oscilaciones. Si prevalece la primera, claudican (pacto de pensiones); si prevalece la segunda, luchan (huelgas generales de 2010 y 29-M). Estas oscilaciones continuarán porque la profundización de la recesión hace que las presiones aumenten. Por un lado, los trabajadores demandan crecientemente una respuesta contundente a los ataques. Por el otro, la burguesía exige más y de forma más agresiva: la sutil presión ideológica del período anterior se convierte ahora en presión descarnada (cambios legislativos antisindicales, campañas de desprestigio, asfixia económica, etc.). Esta contradicción en que se mueven los dirigentes sindicales conduce inevitablemente a una crisis, cuya causa de fondo es que el modelo de sindicato no sirve para la acción sindical que requiere la actual situación. Para ser sindicalista hace falta al menos uno de dos requisitos: tener idea y tener ganas. El problema es que hay demasiados “sindicalistas” que no cumplen ninguno de los dos; son las personas equivocadas en el sitio equivocado y en el momento equivocado. En esta situación, tales sindicalistas son un lastre. Una parte (liberados de grandes empresas, etc.) podrían llegar a pensar que, con la que está cayendo, el cargo tiene más inconvenientes que ventajas, y abandonar el barco. Pero los que no tienen más empresa que el sindicato se aferrarán a sus puestos porque la alternativa es el paro. Una crisis interna está servida. Pero la actual situación también sienta las bases de la recuperación de los sindicatos porque hará que las jóvenes generaciones comprendan la necesidad de incorporarse al movimiento obrero organizado. Tendrán poca experiencia, pero lo compensarán con energía y tesón. Ellas entrarán en los sindicatos y responderán los interrogantes. Los marxistas tenemos que estar a su lado para aportarles nuestras respuestas. Las respuestas del marxismo No hay margen para el diálogo social; es la hora de luchar. La política de pactos y consensos debilitó los sindicatos. Para fortalecerlos, lo primero es tener claro qué no es un sindicato. No es un centro de formación, ni una agencia de vacaciones, ni una aseguradora, ni siquiera una asesoría laboral (aunque tener una buena asesoría es importante). Un sindicato de clase es una herramienta de organización y lucha de la clase obrera. Todo lo demás tiene que estar subordinado a este principio. Y si se parte de este principio, los sindicatos no correrán ningún peligro de institucionalizarse, ni darán una imagen de estar pegados al poder ni perderán el espíritu militante. Y los liberados tendrán mucha más presencia en los centros de trabajo, lo que facilitará la vinculación de los trabajadores de las pequeñas empresas con el sindicato. Y como habrá más participación en la vida interna, la actividad de los liberados estará más controlada y perderá atractivo para quienes se mueven por interés personal, lo que aumentará la calidad de los nuevos cuadros. Igualmente, la formación continua sería abandonada porque no sería una prioridad y porque se tendría claro que no deja de ser una forma de privatizar la enseñanza, reivindicándose una formación profesional pública de calidad. Y también se tendría claro que la desaparición de los comités de empresa agudizaría la competencia entre los diferentes sindicatos, favoreciendo que la patronal pueda jugar con ellos y saque ventaja, lo cual los debilitaría a todos. Y todo esto redundaría en la recuperación del prestigio ante los trabajadores, lo cual facilitaría el contacto con las nuevas generaciones y con los subcontratados por muy precarios que estén; no perderían automáticamente el miedo, pero confiarían mucho más en los sindicatos. Transformar los sindicatos A los trabajadores nunca nos regalan nada, todo lo conseguimos luchando. Un movimiento obrero fuerte, es decir, consciente y organizado, es la única garantía para nuestro avance. Por tanto, el principal criterio que debe guiar la acción sindical es la preservación de la confianza en las alternativas colectivas y en nuestras propias fuerzas. Para eso hace falta un sindicalismo combativo, de clase y democrático. Un sindicalismo que defiende intransigentemente los intereses de la clase obrera, que rechaza todos los recortes, que unifica y extiende las luchas, que considera que la negociación sólo tiene sentido si se apoya en la movilización, que fomenta la participación de los trabajadores, que favorece la unidad sindical y que no depende económicamente del Estado. En definitiva, un sindicalismo que eleva el nivel de conciencia, organización y lucha de los trabajadores. Los sindicatos son imprescindibles y sin ellos estaríamos muchísimo peor, pero su actuación depende de su dirección política. Aceptar el capitalismo como el único sistema posible conduce inevitablemente, primero, a abandonar la lucha por las reformas; después, a la burocratización; y, por último, a aceptar contrarreformas antiobreras. La razón última del lamentable estado actual de nuestros sindicatos es que los dirigentes abandonaron la idea de la transformación socialista de la sociedad. La alternativa no es crear nuevos sindicatos, sino cambiar los existentes. Para esto hay que construir en su seno una fuerte corriente marxista que los dote de otra dirección política, una dirección dispuesta a superar obstáculos, a enfrentarse con el capital, con ganas de trabajar, en contacto permanente con los trabajadores, que anime a responder a todos los ataques y que organice esa respuesta porque no luchar significa siempre perder, que impulse la unidad de clase y los comités de empresa como órganos unitarios, y que ponga las decisiones en manos de las asambleas. Y, sobre todo, una dirección que piense exclusivamente en la clase obrera, es decir, una dirección que comprende claramente que los intereses de burguesía y proletariado son absolutamente incompatibles en todo momento y lugar, y que por tanto el problema es el propio capitalismo. En definitiva, una dirección sindical marxista que comprende que los problemas de nuestra clase sólo podrán solucionarse de forma permanente si eliminamos el sistema capitalista y que las luchas inmediatas también deben servir para preparar la lucha decisiva: la lucha por el socialismo.

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