Diego A. Manrique
Quizá hayan oído hablar de Dean Reed. Hollywood quiere producir una película sobre su extraordinaria trayectoria: un all-american boy que se pasó al comunismo, que triunfó en los países del Pacto de Varsovia, que murió misteriosamente en Berlín.
Dean Reed se ha quedado en la tierra de nadie: su carácter foráneo le excluye de estudios sobre el rock en la Republica Democrática de Alemania, como Rockszene DDR: aspekte einer massenkultur im sozialismus. En Occidente, circulan libros y documentales sobre su persona, pero se ignora su música.
La biografía lo eclipsa todo. Originario de Denver (Colorado, 1938), fue lanzado por Capitol como cantante veinteañero, en la línea de los rockeros blanditos. No funcionó pero era guapetón y encontró mercado en el Cono Sur. Allí se radicalizó políticamente: trató a Neruda y Allende, fue deportado en 1966 por los militares argentinos. Tras un interludio italiano, donde trabajó en spaghetti westerns, se instaló en la RDA hacia 1973.
¡Un artista yanqui que desertaba! Fue acogido con entusiasmo por las autoridades. Le permitieron todo: no tuvo que inscribirse en el Partido, conservó su pasaporte e incluso pagaba impuestos en Estados Unidos. Pero se podía contar con él para publicitar las causas oficiales: era "antiimperialista", denunciaba la carrera nuclear, defendía el Muro de Berlín y la invasión soviética de Afganistán. ¿Un creyente, un oportunista, un simplón?
Actuó ante Fidel Castro o Yasser Arafat, protagonizó películas del Oeste donde los indios eran los héroes, grabó una docena de elepés. Cantaba en inglés, alemán, español, italiano, ruso: hacía clásicos del rock & roll pero también country y folk concienciado, tipo We shall overcome, más versiones de Mercedes Sosa, Quilapayún, Paco Ibáñez o Víctor Manuel.
Hoy, sus discos suenan horripilantes. Cantaba con brío pero le arropaban coristas, orquestas de onda festivalera. Aún así, era lo más próximo al rock que llegaba por los medios oficiales. Se le recuerda con cariño: en Alemania o Rusia, hay activos clubes de fans de Dean Reed.
Y todavía se discute su muerte: en 1986, apareció en un lago berlinés, repleto de somníferos. Dado que la RDA disimulaba los suicidios, no se hizo pública la investigación. Dean podía estar deprimido: deseaba retomar su carrera en Estados Unidos, sentía que su país adoptivo estaba degenerando. No cabe descartar una crisis sentimental: había roto con la actriz Renate Blume, su tercera esposa, que le pinchaba diciéndole que era "un showman de baja estofa"; seguía enamorado y no aguantaba la separación. Aparentemente, escribió una carta a Erich Honecker, donde se disculpaba por su decisión, fruto de sus desdichas amorosas. Ratificaba, eso sí, que "el comunismo era la única esperanza para resolver los grandes problemas de la humanidad".
Y luego están las teorías de la mano negra: era agente de la CIA, la Stasi o la KGB; intentó rebelarse y fue eliminado. Francamente, resulta difícil de tragar: no hay servicio de espionaje tan desesperado como para recurrir a una estrella del rock.
Quizá hayan oído hablar de Dean Reed. Hollywood quiere producir una película sobre su extraordinaria trayectoria: un all-american boy que se pasó al comunismo, que triunfó en los países del Pacto de Varsovia, que murió misteriosamente en Berlín.
Dean Reed se ha quedado en la tierra de nadie: su carácter foráneo le excluye de estudios sobre el rock en la Republica Democrática de Alemania, como Rockszene DDR: aspekte einer massenkultur im sozialismus. En Occidente, circulan libros y documentales sobre su persona, pero se ignora su música.
La biografía lo eclipsa todo. Originario de Denver (Colorado, 1938), fue lanzado por Capitol como cantante veinteañero, en la línea de los rockeros blanditos. No funcionó pero era guapetón y encontró mercado en el Cono Sur. Allí se radicalizó políticamente: trató a Neruda y Allende, fue deportado en 1966 por los militares argentinos. Tras un interludio italiano, donde trabajó en spaghetti westerns, se instaló en la RDA hacia 1973.
¡Un artista yanqui que desertaba! Fue acogido con entusiasmo por las autoridades. Le permitieron todo: no tuvo que inscribirse en el Partido, conservó su pasaporte e incluso pagaba impuestos en Estados Unidos. Pero se podía contar con él para publicitar las causas oficiales: era "antiimperialista", denunciaba la carrera nuclear, defendía el Muro de Berlín y la invasión soviética de Afganistán. ¿Un creyente, un oportunista, un simplón?
Actuó ante Fidel Castro o Yasser Arafat, protagonizó películas del Oeste donde los indios eran los héroes, grabó una docena de elepés. Cantaba en inglés, alemán, español, italiano, ruso: hacía clásicos del rock & roll pero también country y folk concienciado, tipo We shall overcome, más versiones de Mercedes Sosa, Quilapayún, Paco Ibáñez o Víctor Manuel.
Hoy, sus discos suenan horripilantes. Cantaba con brío pero le arropaban coristas, orquestas de onda festivalera. Aún así, era lo más próximo al rock que llegaba por los medios oficiales. Se le recuerda con cariño: en Alemania o Rusia, hay activos clubes de fans de Dean Reed.
Y todavía se discute su muerte: en 1986, apareció en un lago berlinés, repleto de somníferos. Dado que la RDA disimulaba los suicidios, no se hizo pública la investigación. Dean podía estar deprimido: deseaba retomar su carrera en Estados Unidos, sentía que su país adoptivo estaba degenerando. No cabe descartar una crisis sentimental: había roto con la actriz Renate Blume, su tercera esposa, que le pinchaba diciéndole que era "un showman de baja estofa"; seguía enamorado y no aguantaba la separación. Aparentemente, escribió una carta a Erich Honecker, donde se disculpaba por su decisión, fruto de sus desdichas amorosas. Ratificaba, eso sí, que "el comunismo era la única esperanza para resolver los grandes problemas de la humanidad".
Y luego están las teorías de la mano negra: era agente de la CIA, la Stasi o la KGB; intentó rebelarse y fue eliminado. Francamente, resulta difícil de tragar: no hay servicio de espionaje tan desesperado como para recurrir a una estrella del rock.
Comentarios
Publicar un comentario