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LA MALDICION DE LA RDA




El paro galopante y el imparable éxodo de la población mantienen en comaal este de Alemania a punto de cumplirse veinte años de la reunificación
ENRIQUE MÜLLER
EL NORTE DE CASTILLA


Un hombre pasea con su hijo, en triciclo, por una calle de la ciudad de Wittenberge, en el este de Alemania. / MANUELA HARTLING-REUTERS
La tasa de natalidad de la región oriental germana es la segunda más baja de Europa
¿Ironía de la historia o maldición del Muro de Berlín? Cuando toda Alemania, y en especial el Gobierno que dirige la canciller Angela Merkel, se prepara para conmemorar en noviembre el vigésimo aniversario de la caída de la inexpugnable barrera que dividió la geografía germana durante décadas, las autoridades se enfrentan al mismo problema que el 13 de agosto de 1961 sirvió de excusa a los líderes de la ahora desaparecida República Democrática Alemana (RDA) para levantarla: el éxodo de la población.
Entre los años 1945 y 1961, según estadísticas oficiales, 3,5 millones de personas abandonaron la parte alemana bajo control de la URSS para buscar una vida mejor en la zona occidental, una sangría que puso en peligro la existencia de la RDA. Para frenarla, Moscú y el Berlín Oriental acordaron levantar el llamado 'muro antifascista', que puso fin al libre movimiento de alemanes. Pero la desaparición de la barrera, en lugar de traer la prosperidad y «paisajes florecientes», como prometió el ex canciller Helmut Kohl, desató una crisis económica que acabó con la industria de la Alemania del Este y enfrentó a la población con un problema que había estado prohibido por ley en el país comunista: el desempleo.
La decisión de Kohl de impulsar, en junio de 1990, la reforma económica y monetaria que introdujo el poderoso marco occidental en la economía de la ex RDA a un cambio de uno por uno provocó el colapso de la infraestructura económica de la antigua Alemania comunista, tal como se lo había advertido el entonces presidente del Bundesbank, Kart-Otto Pohl.
Enfermedad crónica
La ruina económica y el paro galopante dieron origen a una enfermedad crónica que, casi veinte años después, sigue afectando a los cinco nuevos estados federados que se integraron en el nuevo país creado el 3 de octubre de 1990 y que tiene una rara similitud con la situación que imperaba en la ya desaparecida RDA en los años anteriores a la construcción del muro. Casi dos millones de personas, en su mayoría jóvenes, han abandonado ese territorio (el 10% de la población) para buscar una nueva vida en el rico oeste alemán, un éxodo que parece no tener término y que, según expertos, amenaza con convertir una vasta región de los «paisajes florecientes» en parajes desiertos.
Hace dos años, el Instituto para la Población y el Desarrollo de Berlín, además de constatar de forma científica la huida masiva de la población, añadió un nuevo dato que se cierne como una oscura amenaza sobre el futuro de la región: la mayoría de los jóvenes que emigran pertenece al sexo femenino, un fenómeno que provocó un déficit de 100.000 nacimientos en los quince primeros años de la unificación
Una de las consecuencias inmediatas del colapso de la tasa de natalidad en la ex RDA, como lo constató recientemente el periódico 'Frankfurter Allgemeine Zeitung', fue la lenta desaparición de escuelas e institutos de enseñanza media. En Sajonia, por ejemplo, uno de los estados federados más prósperos, 14.000 jóvenes obtuvieron este año su diploma de bachillerato para poder ingresar en la universidad, pero el próximo año sólo serán 7.500. Más de 2.000 escuelas han tenido que cerrar en la última década en el este de Alemania por la falta de niños.
Desde comienzos de los ochenta, la tasa de nacimientos en la zona occidental del país germano se ha mantenido en 1,37 niños, una de las más bajas del mundo y muy por debajo de 2,1, la medida para mantener la población estable. En la ex RDA, en cambio, la tasa cayó a 0,77 en los primeros tiempos de la unificación para subir en los últimos años, a 1,2, la segunda menor de toda Europa y superada sólo por el Vaticano.
Barrios fantasmas
El origen del bajo índice de natalidad que impera en los cinco nuevos estados federados, según el Instituto para la Población y el Desarrollo, es la marcha masiva de población que nadie sabe cómo impedir. Ciudades medianas como Halle, Rostock, Cottbus, Chemnitz, Schwerin y Magdeburgo han perdido una quinta parte de sus habitantes en la última década y los expertos creen que en el 2030 la sangría será el doble de la actual. Sólo las urbes importantes como Leipzig, Dresde y Erfurt han podido evitar el colapso y miran hacia el futuro con optimismo.
Para evitar que la tendencia aumente y convierta a decenas de pueblos y pequeñas ciudades en centros urbanos fantasmas, el Gobierno federal, en lugar de construir un muro para detener el éxodo, insufló miles de millones de euros para fomentar la infraestructura económica en los cinco nuevos estados federados. Entre el 2006 y el 2008, la cantidad ascendió a 60.000 millones de euros. Pero la multimillonaria inyección de dinero, según desveló el instituto, en un estudio encargado por el ministro de la Construcción, el socialdemócrata Wolfgang Tiefensee, no logró frenar el éxodo, por lo que ha recomendado al Gobierno que deje de invertir para promover proyectos sociales en centros urbanos que están condenados a desaparecer.

Comentarios

  1. Increible, buen reportaje, la verdad esque tienes toda la razon unos de los puntos principales de la izquierda es la escuela, como ocurrio en la 2º republica española o en cuba o en la DDR, porque visto lo visto con el capital, lo que pretende es instrurinos lo menos posible para que de este modo nos puedan poco a poco controlar y hacer con nosotros lo que quieran.

    Espero que le gustara mi comentario de ayer

    Un saludo Honecker

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  2. Soy José Vázquez de nuevo. Un artículo rancio y mal redactado de su Blog me ha llevado a este otro.

    Me ha parecido leer que Usted entiende la reunificación como un fracaso. Ciertamente, la población del este nunca ha dejado de soñar con una vida mejor al otro lado. Desde el principio.

    Estuvieron presos durante muchos años, privados de toda posibilidad de progreso. No había paro, y todos trabajaban para aquella horrible máquina de la que querían escapar, pero estaba prohibido. ¡Prohibido!. Nadie podía ser feliz entre barrotes. Aún quedan en pie esas frías torres de vigilancia, en las que hasta hace poco había dos soldados de la DDR con órdenes directas de DISPARAR A MUERTE si algún súbdito pretendía huir. Sepa Usted que sólo tocar el muro oriental podría suponer el arresto; tocar la bóveda superior justificaba la muerte. El otro lado del muro no estaba vigilado, en la inteligencia de que nadie querría cruzar al infierno por propia voluntad. Así era.

    El muro cayó y Alemania nos dio a todos un ejemplo de esfuerzo y solidaridad, pero el estigma comunista permanecería mucho tiempo.

    Yo estudié en ese país. En la escuela coincidí con los hijos de aquella generación perdida. Les llamábamos “Osis” (de “Ost”), y con la maldad de aquella edad, ciertamente eran objeto de burla. Se les reconocía de lejos; vestían de manera rancia y caminaban despacio, con pesadumbre y mirando al suelo. No tenían desarrollado el sentido del humor –esto me llamaba mucho la atención- y sobretodo, estaban tristes. Siempre tristes. Nunca querían integrarse en los juegos ni participar en las fiestas, eran reservados y desconfiados. A poco que conversase uno con ellos, se empezaban a lamentar de su suerte. Y no por haber perdido lo que aquel régimen les garantizaba, sino por haber perdido el tiempo y las ganas de conseguir aquello que en el fondo tanto les seducía. ¡Querían ser como nosotros! Ellos son hoy la última generación de inadaptados y le garantizo que detestan la DDR.

    No es Kohl el culpable de esto, amigo mío. A Usted tampoco le hubiese gustado nacer allí, pero claro, supongo que desde aquí, es fácil alabar aquel horror. A mi, sin embargo, me parece cruel e irrespetuoso.

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