El pasado 2017 ha sido un año extremadamente seco y cálido. Y las previsiones para 2018 no son demasiado alentadoras en este sentido. Aunque con sorpresa vemos cómo algunos aplauden las cuatro gotas que han caído este invierno como solución a la sequía. Hemos denunciado como la política hidráulica que está llevando España está poniendo en peligro la disponibilidad de agua a corto plazo. Incluso este mismo año el abastecimiento urbano corre peligro y muchas poblaciones del país tendrán restricciones de no cambiar radicalmente la situación.
Dar agua a la población es prioritario, por lo que otros sectores sufrirán también esta falta de agua. El primero, por orden de prioridad según la normativa española, serán los ecosistemas acuáticos. Ríos y humedales verán restringidos, aún más sus caudales. Estos últimos han sido sin duda los más castigados desde hace décadas por la mala gestión del agua, la sobreexplotación y la contaminación.
La contaminación es la primera causa de deterioro de los humedales españoles, más de dos tercios de los mismo la sufren. Principalmente contaminación difusa por la presencia de fertilizantes y fitosanitarios o como consecuencia de vertidos continuos o puntuales tanto de poblaciones o industrias.
La falta de agua es otro elemento que retroalimenta este proceso. Esto ha llevado a muchas lagunas y zona humedales de nuestro país a desaparecer o ser lugares donde la biodiversidad ha disminuido seriamente.
Mientras España continúa con una política basada en la construcción de grandes obras hidráulicas (presas, trasvases, desaladoras…) y en cubrir cualquier demanda por insostenible que esta sea. Estamos en una situación en la que la demanda supera con creces la disponibilidad de agua. Y esto lo vamos a empezar a pagar, tal vez este mismo 2018.
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