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Gente fútbol, gente de izquierdas



Gente fútbol, gente de izquierdasEl tren de la memoria
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Futboleros de izquierda. Nace este asunto a raíz de la lectura de un obituario. A mediados de junio del año en curso salió publicado una noticia que daba cuenta del fallecimiento de ‘Pahíño’, un futbolista que antecedió la llegada de Di Stéfano al Real Madrid. En aquella nota aparecían elementos inusuales en un futbolista: los libros y la política, aunque esta última de forma velada. No obstante, eran pistas suficientes para animarnos a rastrear sobre otros casos referidos a gente de futbol en cuyas vidas concurrieron otras consideraciones más allá de un balón.

Situémonos, más o menos, en 1950. No sabemos y, por tanto, no podemos hablar por el futbolista acerca de su querencia por la izquierda, pero el caso es que el diario Arriba le había sentenciado con un titular legionario y malintencionado: “¡Qué se puede esperar de un futbolista que lee a Tolstoi y a Dostoievski!”. Y es que aquel delantero raro leía libros prohibidos.

‘Pahíño’, que fue pichichi con el Celta y con el Real Madrid, vistió de blanco entre 1948 y 1953 y dejó un promedio realizador solo igualado después por Puskas y amenazado ahora por Cristiano Ronaldo. Como vemos desde diferentes ángulos, ‘Pahiño’ no estaba acostumbrado a bajar la cabeza. Tampoco lo hizo cuando en los minutos previos a su debut con la selección en Suiza el jefe de la expedición, el militar coruñés Gómez Zamalloa, irrumpió en el vestuario para lanzar una arenga que definió durante décadas al deporte español: “¡Y ahora, señores, cojones y españolía!”. ‘Pahíño’ no reprimió una sonrisa burlona y las autoridades, claro, tomaron nota. Apenas vistió la camiseta de la selección dos veces más.

Mucho más evidente fue el caso de Paul Breitner, el llamado káiser rojo. Su talento futbolístico era tan indudable como controvertido su carácter. Fue uno de los grandes iconos de los 70, en el Bayern Munich, en el Real Madrid, en la Selección Alemana, etc. Ganó varias veces la bundesliga, la Copa de Europa, así como la Eurocopa y el Mundial de selecciones.

En 1974, su gran año, Paul Breitner ya se definía como maoísta, mostraba interés por ideas progresistas y se declaraba admirador del Che Guevara y de Ho Chi Minh. Ya en el Real Madrid, donde conquistó dos ligas, continuó siendo el futbolista rebelde, librepensador e incómodo, más cuando se hizo público que Breitner aportó 500.000 pesetas de la época a unos obreros que se encontraban en huelga.

El kaiser rojo provocaba estupefacción y desconfianza en plena Transición, con una situación muy compleja, donde convivían terrorismo, partidos y sindicatos en fase de legalización, ruido de sables… Se autoexcluyó de participar en el Mundial de Argentina, pero si tomó parte en el de España. La Alemania Federal alcanzaría la final frente a Italia, pero esta vez el triunfo se escaparía. Aun así Breitner anotó en la final, y pasaría a ingresar un reducidísimo club de futbolistas que han marcado en más de una final del Mundial junto a Pelé, Vavá y Zidane.

También se nos fue Socrátes. Del brasileño escribió Eric Nepomuceno: “Tenía un nombre casi tan grande como su talento: Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira. (…) Ha sido un jugador elegante, imprevisible, altivo, siempre con la cabeza alta y la mirada digna, feroz, que veía cosas que nadie más parecía ver. Fue el artífice y el capitán de la última selección realmente brillante que el mundo pudo ver, la brasileña de 1982. (…) Recuerdo nuestras conversaciones en mi casa con Chico Buarque, futbolero emérito. Chico se empeñaba a fondo para hablar de fútbol. Sócrates quería saber cómo ayudar a que la izquierda ganase espacio en Brasil”.

Socrátes se sabía un ídolo y aprovechaba esa circunstancia. En aquellos años en que en Brasil se luchaba por el derecho al voto, es decir, el derecho a enterrar definitivamente la dictadura, Sócrates era figura inevitable, para desespero de los dirigentes deportivos. “El jugador es una persona, un ciudadano, y no un atleta y punto final. No, no, yo defiendo mi derecho a fumar, a tomar cerveza, pero principalmente mi derecho a pensar”. Así pensaba Socrátes.

Mucho más cerca en el tiempo nos coge el caso de Cristiano Lucarelli, el jugador comunista, el tipo que renunció a enormes sumas de dinero por vestir la camiseta del Livorno, el equipo de su vida. Lucarelli ha hecho grandes cosas en el fútbol: marcó goles en la Champions y llegó a sumar 220 dianas como profesional. Pero, mucho más allá de esos logros, representó a la izquierda y al verdadero hincha de un equipo en el césped. Pagó un alto precio por su honestidad, pues en un momento de su carrera fue repudiado por los ultras que dicen amar el mismo escudo que Lucarelli lleva tatuado en el antebrazo. Cristiano Lucarelli abandonó recientemente el fútbol profesional, pero continúa siendo fiel al Livorno, hoy perdido en divisiones de serie B. En las crónicas que relatan los partidos del club de su amores nunca falta un detalle: “In tribuna, Cristiano Lucarelli”, el jugador que cuando marcaba un gol buscaba la cámara para levantar su camiseta y mostrar su verdadero rostro, el Che Guevara.

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