En la zona de Leipzig quedan muchos mineros cuya existencia fue definida por el carbón. El Teatro Central de Leipzig los ha convocado a los lugares originales para teatralizar su propia experiencia.
El lignito fue la principal materia prima de la ex República Democrática Alemana. En el conglomerado industrial (kombinat según la terminología de la época) de Espenhain llegaron a trabajar 5400 mineros. El Teatro Central de Leipzig pone en escena, en los socavones originales, esa realidad socialista con los protagonistas de la vida real.
En aquellos tiempos, cuando todos aún dormían, Robert Soujon ya estaba en pie. El bus de la empresa –un viajo Ikarus ruso- lo esperaba en la estación central de Leipzig para llevarlo junto con sus compañeros de la mina de lignito al kombinat de Espenhain. “Ya estábamos llenos de hollín cuando nos poníamos los uniformes del día anterior”, dice Soujon, que a la sazón cuenta con 40 años.
El cerebro del kombinat
A mediados de la década de los ochenta, tan pronto acabar la escuela, Robert Soujon comenzó su formación de operador de la maquinaria minera. Tres años controló las bandas transportadoras de carbón. Ocho horas al día. Ése fue su trabajo, una tarea que, en realidad, ya no es suya. Pero llegaron los del Teatro Central de Leipzig buscando actores novatos para su obra Braune Kohle, un juego de palabras que combina el carbón con el término coloquial para dinero: Kohle. Y el pasado volvió.
Sábado 28 de febrero, 18:00 horas. Robert Soujon conduce a un grupo de trece personas por las salas de controles de Espenhain -al sur de Leipzig-, les cuenta de su vida, describe la cotidianidad de la mina… una realidad que los productores de Leipzig han convertido en una performance documental. Pues para representar esta industria ya pasada, los directores Dirk Cieslak y Annett Hardegen han acudido al lugar de los hechos, al cerebro de Espenhain.
Paisajes lunares llenos de agua
No se trata de teatro en el sentido tradicional, sino de una visita del lugar teatralizada de la mano de los protagonistas. Ésta emblematiza –honestamente y sin pretensiones- la áspera vida de la explotación del “oro negro”. La temática cala hondo, pues en la ex RDA muchos se ganaron el pan con el carbón. Al final de los años ochenta, esta región contaba entre las más importantes del mundo en el ramo de la explotación de lignito. Dos tercios provenían de Lausitz; un tercio de Leipzig, Halle y Bitterfeld. Después de la reunificación, se acabó la explotación del carbón y los cráteres lunares se convirtieron en lagunas. Los mineros fueron despedidos.
Delantales color lila
Por pasajes estrechos y angostas escaleras. Robert Soujon conduce a su grupo a través de hangares monstruosos y vacíos. Del carbón no queda ni la huella. Glück auf!, ¡suerte!, grita a los visitantes un minero de casco amarillo. Así eran las reglas del microcosmos. La sensación de estar en el teatro reaparece de vez en cuando, por ejemplo cuando las mujeres del restaurante de la empresa cantan, con delantales de color lila, un himno al agua de su región. Los productores ponen así el punto de ironía a un sistema que llenó de partículas de carbón los pulmones de la gente y destruyó sus pueblos. Y que les aseguró el sustento.
Walter Hartert trabajó 27 años en la explotación del carbón. Su última visita a la sala de control había sido hace 20 años. Sus recuerdos están frescos. También guía al grupo. Para este ex minero de 68 años, el proyecto teatral representa una despedida de Espenhain, que “fue su vida”. Todavía hay muchos que comparten ese sentimiento que imprimió un profundo sello de hollín en sus vidas.
Claudia Euen/mb/el
El lignito fue la principal materia prima de la ex República Democrática Alemana. En el conglomerado industrial (kombinat según la terminología de la época) de Espenhain llegaron a trabajar 5400 mineros. El Teatro Central de Leipzig pone en escena, en los socavones originales, esa realidad socialista con los protagonistas de la vida real.
En aquellos tiempos, cuando todos aún dormían, Robert Soujon ya estaba en pie. El bus de la empresa –un viajo Ikarus ruso- lo esperaba en la estación central de Leipzig para llevarlo junto con sus compañeros de la mina de lignito al kombinat de Espenhain. “Ya estábamos llenos de hollín cuando nos poníamos los uniformes del día anterior”, dice Soujon, que a la sazón cuenta con 40 años.
El cerebro del kombinat
A mediados de la década de los ochenta, tan pronto acabar la escuela, Robert Soujon comenzó su formación de operador de la maquinaria minera. Tres años controló las bandas transportadoras de carbón. Ocho horas al día. Ése fue su trabajo, una tarea que, en realidad, ya no es suya. Pero llegaron los del Teatro Central de Leipzig buscando actores novatos para su obra Braune Kohle, un juego de palabras que combina el carbón con el término coloquial para dinero: Kohle. Y el pasado volvió.
Sábado 28 de febrero, 18:00 horas. Robert Soujon conduce a un grupo de trece personas por las salas de controles de Espenhain -al sur de Leipzig-, les cuenta de su vida, describe la cotidianidad de la mina… una realidad que los productores de Leipzig han convertido en una performance documental. Pues para representar esta industria ya pasada, los directores Dirk Cieslak y Annett Hardegen han acudido al lugar de los hechos, al cerebro de Espenhain.
Paisajes lunares llenos de agua
No se trata de teatro en el sentido tradicional, sino de una visita del lugar teatralizada de la mano de los protagonistas. Ésta emblematiza –honestamente y sin pretensiones- la áspera vida de la explotación del “oro negro”. La temática cala hondo, pues en la ex RDA muchos se ganaron el pan con el carbón. Al final de los años ochenta, esta región contaba entre las más importantes del mundo en el ramo de la explotación de lignito. Dos tercios provenían de Lausitz; un tercio de Leipzig, Halle y Bitterfeld. Después de la reunificación, se acabó la explotación del carbón y los cráteres lunares se convirtieron en lagunas. Los mineros fueron despedidos.
Delantales color lila
Por pasajes estrechos y angostas escaleras. Robert Soujon conduce a su grupo a través de hangares monstruosos y vacíos. Del carbón no queda ni la huella. Glück auf!, ¡suerte!, grita a los visitantes un minero de casco amarillo. Así eran las reglas del microcosmos. La sensación de estar en el teatro reaparece de vez en cuando, por ejemplo cuando las mujeres del restaurante de la empresa cantan, con delantales de color lila, un himno al agua de su región. Los productores ponen así el punto de ironía a un sistema que llenó de partículas de carbón los pulmones de la gente y destruyó sus pueblos. Y que les aseguró el sustento.
Walter Hartert trabajó 27 años en la explotación del carbón. Su última visita a la sala de control había sido hace 20 años. Sus recuerdos están frescos. También guía al grupo. Para este ex minero de 68 años, el proyecto teatral representa una despedida de Espenhain, que “fue su vida”. Todavía hay muchos que comparten ese sentimiento que imprimió un profundo sello de hollín en sus vidas.
Claudia Euen/mb/el
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