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¿Y CHINA PARA CUANDO?

Guillermo Almeyra

La crisis mundial se sigue profundizando y lo peor no ha llegado aún, porque la economía china ha sufrido serios golpes pero mantiene sus líneas de defensa en un orden relativo. Pero, ¿cuáles son las perspectivas y qué efectos podría tener la caída de su economía en una prolongada recesión?
Es obvio que la suerte de Estados Unidos depende de que China sostenga al dólar, siga comprando bonos estatales estadunidenses y no venda en la mesa de saldos sus acciones y empresas en ese país. Es obvio, igualmente, que –puesto que el gobierno de Pekín apuesta todo a la exportación– China esté muy interesada en mantener el primer mercado mundial que es, además, su primer comprador e importante fuente de capitales.
Hay así una coexistencia de intereses entre Washington y Pekín, que se sostienen mutuamente como dos borrachos tambaleantes. China depende del consumidor estadunidense y las grandes trasnacionales basan buena parte de sus ganancias en el orden interno, así como en los bajísimos salarios y pésimas condiciones sociales y de trabajo que asegura al capital el Partido Comunista chino. China, ni a corto ni a mediano plazos, es una amenaza como competidor con Estados Unidos y, menos aún, su régimen no constituye ahora un riesgo social y político para el capitalismo estadunidense, por la sencilla razón de que el gobierno chino construye mediante el aparato estatal un capitalismo similar, no un socialismo de mercado.
China, como hizo el estalinismo en la ex Unión Soviética y en Europa oriental, garantiza el capitalismo y lo defiende de una alternativa sistémica, no lo amenaza. Su régimen se basa en la explotación despiadada y la dominación que hasta ahora no tiene contrapesos. Pero eso no obsta para que una profundización de su crisis económica pueda llegar a tener grandes repercusiones en la región y en el mundo, y hundir al dólar, además de desbaratar la economía estadunidense, y precipitar en primer lugar a Japón, Corea del Sur, Tailandia y, poco después, a Estados Unidos en una crisis política y social similar a la de la década de 1930.
En efecto, la economía china no es alternativa pues produce las mismas mercancías y la misma chatarra que la de Estados Unidos, sólo que más barato. Contribuye así a la caída de la tasa de ganancias y a la sobreproducción que han causado la crisis. Y se basa en la exportación de todo eso al extremo Oriente, Europa y Estados Unidos. De modo que la caída del consumo solvente en esos mercados de juguetes, zapatos, electrodomésticos, automóviles, vestidos y otros bienes de consumo, además de paralizar buena parte de su industria y de lanzar a la desocupación a millones de trabajadores chinos (que no tienen seguro de desempleo ni asistencia sanitaria), provoca un efecto nefasto de alimentación de la crisis china por la crisis de sus mercados y viceversa. Porque, a su vez, Europa, Japón, Corea del Sur y el sudeste asiático dependen en gran medida de las exportaciones al gran mercado chino.
La crisis y el desempleo quitan hoy brutal y repentinamente fuentes de ingreso a los chinos, que no tienen sindicatos independientes para negociar con los patrones, sostenidos por el PC chino o con éste, que es también patrón en escala gigantesca. La carencia de organismos de mediación, de cojinetes entre los diversos sectores de la sociedad, agravará terriblemente las tensiones que no pueden encaminarse por la senda legal e institucional y, por ende, se tornarán subversivas.
Si cuando se agrave la crisis aparecen en Japón y en Estados Unidos, y reaparecen en Europa, grandes movilizaciones, huelgas y hasta tomas de empresas, el joven y enorme proletariado chino y las gigantescas masas de campesinos, privados de sus ilusiones de progreso, podrían a su vez movilizarse. El Partido Comunista chino aprendería a sus expensas que el capitalismo engendra crisis y lucha de clases, y podría tener que enfrentar una fuerte demanda de democratización de la sociedad.
La salida de la crisis, en China y en el resto del mundo, puede tomar dos formas: o la crisis mundial destruye masas enormes de empresas y capitales y, mediante la desocupación masiva, reduce aún más los salarios hasta que las grandes empresas capitalistas sobrevivientes, aunque maltrechas, recomiencen a preparar la crisis siguiente o, por el contrario, surge un sistema alternativo basado en la satisfacción de las necesidades de la población, en la producción de valores de uso, de medios de consumo, y no de valores de cambio, de cualquier tipo de mercancías para ganar dinero.
En vez de destruir el ambiente, como en China, para abaratar los costos con el propósito de producir mucho y barato, y para ganar dinero a cualquier costo, es posible invertir en reconstruirlo y en desarrollar el trabajo comunitario y solidario como fuerza productiva, rompiendo el dominio del capital.
En vez de producir lo superfluo y lo nocivo para el mercado capitalista, es posible producir lo necesario para elevar el nivel de vida y de civilización sin dañar la naturaleza ni polarizar brutalmente a la sociedad entre un puñado de millonarios comunistas, miembros del partido único que gobierna, y centenares de millones de nuevos coolíes.
La crisis mundial, en el país más poblado del mundo, plantea la necesidad de una alternativa. La otra opción es salvar al capital estadunidense y mundial a costa del derrumbe de China… o del derrumbe de todos, ante el inevitable hundimiento del dólar.

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