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¿DONDE ESTAN LOS RESTOS DEL MURO DE BERLIN?




Por Jon Henley
Hace 20 años que cayó el muro y por entonces pocas personas pensaron en salvar algo de él para la posteridad. Los periodistas van ahora en búsqueda de sus últimos remanentes.


Durante los años en que el muro fue desmantelado, los mauerspechte -o picadores de muros- se aseguraron de llegar antes que los soldados, ya sea por convicciones históricas, ideológicas o sólo comerciales.


Para ser algo que se cernió tan imponente, físicamente y en las mentes de una generación, queda asombrosamente poco del muro de Berlín. Junto a la “franja de la muerte” fronteriza, y a las patrullas, torres de vigilancia, puestos de guardia, vallas de señalización, líneas telefónicas, reflectores, bloqueos camineros y a todo el resto de la parafernalia siniestra que le acompañaba, los 164 kilómetros de muros de concreto de 3,6 metros de altura y 1,2 metros de espesor y los 154 kilómetros de frontera con rejas se han básicamente desvanecido.
A los 12 meses de esa loca noche del 9 de noviembre de 1989, el Ejército Nacional Popular había desmantelado una buena parte del total del muro, con la misma eficiencia con que lo habían erigido, mantenido, mejorado y defendido durante los 28 años previos.
La mayor parte fue a repavimentar los caminos alemanes orientales, aunque 360 segmentos particularmente coloridos se vendieron en remates en Berlín, París y Montecarlo. En muchas partes, también, los mauerspechte -o picadores de muros- llegaron antes de los soldados ya sea por convicciones históricas, ideológicas o sólo comerciales.
Un previsor emprendedor de Alemania occidental, Volver Pawlowski, se hizo de 300 metros y ahora abastece a más del 90% del floreciente mercado conmemorativo del muro.
El Pastor Fischer, de la Iglesia de la Reconciliación, fue de los primeros en luchar, ya en 1990, para que por lo menos se preservara una pequeña parte del muro. “El muro fue un crimen y teníamos que tener las evidencias. Tenía que haber algo que nos dijera de dónde veíamos y que no dejara lugar a discusiones”.
Frente a la oficina parroquial de Fischer, junto al Centro de Documentación del Muro de Berlín, se yergue una sección reconstruida de 70 metros del muro, la única que queda en la ciudad para dar por lo menos alguna idea de la escala de las ex fortificaciones.
CABARET DE LA GUERRA FRÍA
Parte del problema es que hay tanta historia en Berlín. En Niederkirchnerstrasse, cerca del Parlamento prusiano y del Ministerio de Aviación nazi, está el mayor pedazo de muro que queda en el centro de la ciudad: 160 metros de carcomido concreto gris lleno de grafitis, con sus refuerzos de acero asomándose como huesos donde se aplicaron los picadores de muros. Al otro lado de la calle, se publicita safaris Trabi de 20 minutos, en el auténtico automóvil alemán oriental de motor a dos tiempos. A la vuelta de la esquina está el Checkpoint Charlie, hace apenas dos décadas un cruce fronterizo fuertemente fortificado y enteramente aterrador de 10 pistas, que ofrece ahora una especie de cabaret de la guerra fría.
Los puestos de comida rápida compiten por la clientela con quioscos llenos de gorros de piel del Ejército Rojo ruso (hechos en China) y hay un escritorio donde se puede sellar el pasaporte con una visa de la ex Alemania oriental. Por 1 euro, usted puede fotografiarse con un actor en el uniforme de un guardia fronterizo aliado.
PEQUEÑOS VESTIGIOS
Pero ocurre una cosa extraña cuando se busca el muro de Berlín. Uno comienza eventualmente a darse cuenta de que, debido a que queda tan poco de él y debido a que esos pocos fragmentos restantes pueden ser invariablemente localizados por la presencia frente a ellos de un grupo guiado de turistas, es cuando uno se tropieza con un vestigio pequeño, no anunciado y no recordado de su antigua existencia.
En la calle Bernauer, por ejemplo, un puñado de monolitos esparcidos recuerda la suerte de media docena de hombres y mujeres que murieron por disparos o al saltar desde las ventanas de edificios ya hace tiempo demolidos. Es difícil, si no imposible, hallar mucho más sin un guía especializado.
Eventualmente hallamos la ruta del muro cuando cruza la Blankenfelderchaussee, en el lugar de un curioso y pequeño memorial a los “valientes” bomberos de Lübars que, en junio de 1990, se congregaron a derribar el muro y abrir la ruta.
De regreso en la ciudad, camino por las calles Norwger y Schwedter, encajonadas entre líneas ferroviarias y edificios que todavía deben ser renovados. Aquí también estuvo una vez el muro. Esta zona completa (28 grandes bloques de departamentos) era considerada especialmente sensible y objeto de medidas especiales de seguridad. Una cuarta parte de los departamentos era ocupada por oficiales confiables de la Stassi o del ejército y sus familias. Ahora los grafitis dicen: “Jódanse los yuppies” y “A abolir la realidad”. Y eso es todo.
Excepto por esas reliquias punzantes pero no reconocibles para el ojo no experto, el muro de Berlín es, verdaderamente, historia.
The Guardian, derechos exclusivos para La Nación

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