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BERLIN, PREMIO A UN MITO


Mientras duró el Muro, en Berlín oeste no se veían mendigos. Ahora, abudan los pedigüeños.

LORENZO Cordero

Lunes, 12 de noviembre de 1990. Una espesa niebla casi oculta la ciudad de Berlín. Es como si la hubiran vestido con un burka. Cae una fina lluvia que nos recuerda el orbayu. Hay seis grados de temperatura. Para llegar a esta ciudad, que entonces celebraba con reticencias el primer aniversario de la caída del mitificado Muro --una de las tramoyas más celebradas de la no menos mítica Guerra Fría-- hemos hecho tres etapas aéreas. La primera: Ranón-Barajas. Parada y fonda. La segunda, al día siguiente, Madrid-Barcelona. Una escala de quince minutos para repostar. La tercera y última, Barcelona-Berlín. Dos horas y noventa minutos. En total, hemos sumado --en un par de días-- cuatro horas y siete minutos de vuelo. Europa no está lejos.
Un taxi nos traslada desde el aeropuerto berlinés hasta el Consulado español. Llegamos ante un antiguo y sólido edificio construido con grandes bloques de piedra gris. Coronando el edificio, un enorme escudo tallado en piedra en el que se ven perfectamente los antiguos y sagrados símbolos del régimen franquista. A un lado de la puerta principal, en una placa de metal luce estampado el escudo constitucional y, debajo, una leyenda: "Consulado de España". Aquel edificio fue construido por los alemanes del Nacionalsindicalismo para que España instalara en él su embajada. Fue inaugurada en 1939. Entramos. Un amable vicecanciller nos recibe y, luego, nos facilita toda clase de detalles junto con recomendaciones prácticas para que disfrutemos a nuestro aire de los tres días que vamos a permanecer en Berlín.
NOS DICEque es imposible encontrar un buen hotel en la ciudad, puesto que se ha llenado de turistas japoneses, norteamericanos e ingleses preferentemente. Nos facilita la dirección de un Hotel Pensión Bislas , cuyo propietario es un gallego de Vigo. Está en la Carmarstrasse 16. Es un típico edificio berlinés: antiguo pero muy bien cuidado. Y limpio. Un inconveniente: tiene la ducha en un pasillo, y funciona metiéndole marcos en un cajetín. Nos quedamos.
Hemos viajado a Berlín para pulsar el ambiente social de la capital alemana, ya sin el muro que la dividía, para luego contárselo a los lectores de este periódico. Ha transcurrido un año desde que se produjo la (teórica) unificación, pero los berlineses de la RFA aún no han encajado la situación. "Desde que se produjo la avalancha del este, Berlín no es lo que era. No hay quien lo reconozca". A los que viven en la antigua zona de la RDA, les llaman despectivamente ostler . A los jubilados, hombres en renta . En Alemania west piensan que les han roto su bienestar logrado en las décadas 60 y 70 con grandes sacrificios. Aquel pedazo del Berlín atrapado al este del Muro sigue siendo territorio extraño. Cuando alguien propone darse una vuelta por las calles que fueron de la RDA, dice: " Vamos al otro lado...?" Y ya no hay Muro. Una de las recomendaciones que te hacen para cuando quieras volver del este al oeste es que no se te ocurra coger un taxi del otro lado, porque se pierden por las calles de Berlín west...
En la antigua zona comunista abundan los coches utilitarios. Los llamados Traby que, en realidad, son los Trabant ; unos vehículos cuya carrocería es de plástico y su motor como el de una Lambretta. Son una plaga invadiendo calles, avenidas y plazas.
TE CUENTANque mientras duró el Muro, en Berlín oeste no se veían mendigos por las calles. En cambio, ahora, abudan los pedigüeños y gente durmiendo en los bancos de los jardines. Gente mal vestida pasa al oeste para intentar comprar algo en las tiendas, pero --dicen-- "todo les parece caro". Los berlineses puros se sienten invadidos. Antes, había un solo Berlín. Ahora, hay dos: "el de los que visten bien y el de los flacos y mal vestidos". Hay, socialmente, un furor elitista. A los polacos les exigen visado para poder entrar en Berlín... Alemania está en elecciones. Berlín es una ciudad empapelada por los carteles electorales. Dicen que Kohl ganará las elecciones gracias a los ostler (los del oeste). Mientras, Willy Brant se lava las manos. Un taxista apostilla: " No querían democracia? Ahí tienen a Kohl.
En la Alexander Platz --en la zona liberada tras la caída del Muro-- han abierto unos grandes almacenes. Al lado, un gran rótulo dice: "Benetton". Justo al lado, un grupo de titiriteros tocan una trompeta mientras una cabra sube por una escalera de mano. Son rumanos. En el lugar en donde aún se conservan varios lienzos del antiguo Muro, la gente se detiene para leer las pintadas. Por favor no pestañee:" No pasarán. ETA". Otra: " Viva el Grapo! " Más: "No more war. No more walls. A united world". (No más guerras. No más Muros. Un mundo unido") Un poco más allá: "East Side Gallery GDR. The largest open-air gallery on the world" (La más grande galería del mundo al aire libre). Con el Muro se ha hecho un gran negocio: vender trocidos del mismo a los turistas.
LA MAYORIAopina que tan artificial fue levantar el Muro, como artificial es, ahora, derribarlo. Después de escuchar infinidad de opiniones, de contemplar curiosas situaciones y, sobre todo, de hablar con las gentes del Berlín oeste, la conclusión es muy sencilla: un tremendo muro psicológico ha sustituido al antiguo Muro de cemento. Desde el taxi que nos lleva al aeropuerto, para regresar a España, vemos en un amplio jardín --Berlín, entonces, era una ciudad llena de zonas verdes-- un gran grupo escultórico. Sus protagonistas son: Marx y Engels. Una mano anónima pintó, con trazos gruesos, la siguiente frase: "Wir sind un shulig" (Nosotros somos inocentes). Supongo que este detalle no habrá influido para nada en la concesión del Premio a la Concordia, que la Fundación Príncipe de Asturias le acaba de conceder a la capital alemana.
* Periodista.

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