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Eduardo Moyano Estrada, IESA-CSIC - 09/08/2017
Gracias al fuerte proceso de cambio ocurrido en nuestro país en los últimos cincuenta años, parecía haberse superado la tradicional dicotomía rural-urbana, en la que se anteponía una España rural, símbolo del atraso, la pobreza y el aislamiento, y una España urbana, símbolo de la modernidad y el dinamismo cultural.
Gracias al fuerte proceso de cambio ocurrido en nuestro país en los últimos cincuenta años, parecía haberse superado la tradicional dicotomía rural-urbana, en la que se anteponía una España rural, símbolo del atraso, la pobreza y el aislamiento, y una España urbana, símbolo de la modernidad y el dinamismo cultural.
Eso no impedía, sin embargo, que se continuara reconociendo lo rural como algo específico, como un espacio geográfico cuya singularidad radica en la existencia de municipios de tamaño relativamente pequeño (menos de 10.000 habitantes) y un hábitat disperso y de menor densidad poblacional (menos de 100 hab/km2) en contraste con las aglomeraciones urbanas. Los espacios rurales siguen estando marcados, además, por la presencia dominante del paisaje natural y por una intensa interacción de la población rural con la naturaleza, debido sobre todo al predominio de la actividad agraria. Reconocer la singularidad de los espacios rurales no ha implicado mantener la tesis, ya tópica, del atraso inexorable del medio rural, sino todo lo contrario, permitiendo extender la idea de que encierra potencialidades que deben ser aprovechadas en pro del desarrollo de sus territorios.
Tal singularidad es, de algún modo, lo que ha justificado la existencia de políticas específicas de desarrollo de los territorios rurales y ha legitimado la transferencia de rentas a las poblaciones rurales (las ayudas de la PAC son un ejemplo de ello), si bien son políticas cada vez más cuestionadas por considerarse que hay que superar, por obsoleta, esta visión agrario-ruralista y abordar de un modo integral el desarrollo de los territorios, sean rurales o urbanos.
A diferencia del tradicional discurso ruralista, y ante la imposibilidad de mantener hoy la idea del atraso y la pobreza como rasgos del medio rural, dada la evidente mejora que se ha producido en las condiciones de vida de la población que vive en esos territorios, la reactivación actual del ruralismo se envuelve ahora en el manto del despoblamiento y el abandono de algunos pueblos rurales, responsabilizando de ello a los poderes públicos.
En su afán de extender esa imagen desolada al conjunto del mundo rural, y dado que, por los datos disponibles, no se puede continuar con la tesis de que los pueblos rurales españoles son pobres y atrasados como los de antaño, el nuevo discurso ruralista se escuda en la denuncia de que están quedándose vacíos y despoblados. Es esta una imagen de desolación y abandono que encuentra fácil eco en una población urbana que, en su gran mayoría, huyó de sus pueblos rurales de origen y a la que le pesa la carga de una especie de mala conciencia que intenta conjurar con actitudes paternalistas y protectoras y que resuelve con visitas esporádicas a sus lugares de nacimiento o a las casas de sus antepasados.
Es verdad que la diversidad del medio rural español es tan grande que siempre es posible encontrar pueblos o territorios abandonados que den pábulo al periodismo de denuncia bien intencionado o a cualquier construcción literaria inspirada en la nostalgia del pasado o en el triste sentimiento del paraíso perdido, como forma de compensar el malestar de la vida en la gran ciudad. Hasta aquí no hay problema.
Novelas de gran impacto (como La bodega, de Blasco Ibáñez; Réquiem por un campesino español, de Sénder; Los santos inocentes o Las ratas, ambas de Delibes, y Los hijos muertos, de Matute, por citar solo unos ejemplos), así como algunos reportajes periodísticos o documentales cinematográficos (como el de los yunteros extremeños del marqués de Villa Alcázar o el que en su día hizo Buñuel sobre Las Hurdes, ambos en los años 1930), eligieron escenarios singulares para desplegar su imaginación literaria o para concentrar su intención de denuncia. Son escenarios de libertad creativa que no tienen por qué ser representativos de nada, ya que su misión es servir al objetivo final del artista. Hasta aquí nada nuevo cabe observar en el ruralismo actualmente revisitado por escritores y periodistas.
El problema es cuando una categoría literaria o periodística aspira a pasar del terreno de la ficción o de la simple denuncia, para convertirse en la expresión realmente fidedigna de una realidad social. Para ello es necesario ampliar el análisis, asumir la diversidad del hecho social, comparar situaciones y apoyarse en datos empíricos sólidos, que es lo que se suele hacer en el ámbito de las ciencias sociales. Si no se hace así, el resultado del esfuerzo del escritor o periodista despierta cierto recelo entre los que conocen tanto o mejor que aquellos la realidad que dicen reflejar.
Y eso es precisamente lo que nos pasa con el éxito de ventas del ya citado libro La España vacía o con el alto nivel de audiencia del mencionado programa televisivo “Tierra de nadie” de La Sexta. Ante ellos, aparte de sentirnos concernidos y hasta conmovidos por lo que narran o cuentan, nos preguntamos hasta qué punto la España rural está tan vacía como indica el libro de Sergio del Molino y en qué medida el abandono que se denuncia en el programa de Jordi Évole responde a la realidad de los pueblos rurales de nuestro país.
Los que nos dedicamos desde hace tiempo a estudiar el mundo rural y a analizar los cambios que ha experimentado en las últimas décadas, no podemos dejar de reconocer la importancia de programas de ese tipo por cuanto representan una llamada de atención, una toma de conciencia sobre los problemas de los pequeños pueblos rurales y de las zonas más interiores de nuestra ruralidad. Bienvenidos sean.
Es un hecho que existen pueblos vacíos y abandonados, tal como lo ha señalado el informe de la Federación Española de Municipios y Provincias, que sitúa en 4.000 el número de municipios en riesgo de extinción a corto y medio pla zo. Ya la Ley de Desarrollo Sostenible del Medio Rural (diciembre de 2007) identificaba 105 comarcas “a revitalizar” por tener serios problemas reales de despoblamiento, y otras 84 comarcas calificadas de “intermedias” por estar en riesgo de abandono. Es verdad que no es lo mismo hablar de municipios vacíos y abandonados que de comarcas despobladas, pues en estos temas la escala importa, pero nadie en su sano juicio puede negar la evidencia de este problema (ver el artículo de Fernando Molinero “La España profunda” en este mismo anuario de la Fundación de Estudios Rurales).
De hecho, el problema del despoblamiento en la España rural ha entrado en el debate político, y eso es también una buena noticia. El Senado ha creado una comisión especial sobre este tema, y en la VI Conferencia de Presidentes de Comunidades Autónomas se acordó la elaboración de una estrategia nacional a ese respecto, dando lugar a que el gobierno Rajoy creara un comisionado presidido por Edelmira Barreira.
Sin embargo, leyendo o viendo por televisión estos reportajes periodísticos sobre la llamada “España vacía”, no podemos evitar cierta incomodidad por lo que estos programas significan de simplificación de una realidad que es mucho más variada y compleja de la que se muestra en ellos. Nos preocupa que, poniendo el foco de atención en los casos más llamativos y de más potencial dramático, se esté dando una imagen distorsionada del medio rural español ignorándose amplios territorios cuyos problemas no son los del despoblamiento y el abandono, sino de otra índole.
Como señala García Álvarez-Coque, en su artículo “Serranía celtibérica”, publicado en Agronegocios el pasado 16 de abril, no debería interesarnos solo por qué, en lo que llevamos de siglo, más de un millar de municipios de esa comarca han perdido población, sino por qué se ha mantenido o incluso ganado población en más de 2.000 localidades.
Áreas con un buen nivel de desarrollo basado en la agricultura, y que cuentan con sistemas alimentarios locales bien articulados
Son áreas bien pobladas (por ejemplo, las situadas en algunas zonas de los valles del Guadalquivir, Ebro y Tajo, en ciertas zonas de las cuen cas del Duero, en los valles del Turia y Segura o en áreas próximas al litoral mediterráneo), cuyas principales características dependen del tipo de agricultura, ganadería o pesca que constituye la base de su sistema productivo.
Como se indica en el citado documento del foro IESA, estas áreas suelen estar bien dotadas en infraestructuras y equipamientos sociales, existiendo en ellas “sistemas alimentarios locales basados en una agricultura moderna y competitiva que, además, está bastante bien articulada con los mercados extralocales y bien integrada en el sector agroalimentario”. Los sistemas alimentarios locales actúan en esos territorios como “verdaderos motores del desarrollo al constituir una importante fuente de empleo y renta y contar con sectores comerciales, industriales y de servicios, competitivos y estrechamente vinculados a la agricultura”, encontrándose dentro de ellos un eficiente movimiento cooperativo sobre el que gira la economía local.
Por eso, la estrategia dirigida al desarrollo de esos territorios debe, en buena medida, basarse en la optimización del sistema alimentario local, apoyándose tanto en la agricultura como en la industria, el comercio y los servicios vinculados a ella, con especial atención a las cooperativas y las pymes, sin olvidar la importancia que para estas áreas tiene la presencia de las industrias alimentarias gracias a su relevante papel en la transformación de las materias primas procedentes de las actividades productivas locales.
Al ser el sector agroalimentario lo suficientemente dinámico en algunas de estas áreas, puede que lo que los agricultores necesiten sean planes estratégicos que apoyen la mejora estructural de sus explotaciones, impulsen una mayor vertebración interprofesional, mejoren su capacitación profesional (sobre todo, acercándolo a los nuevos escenarios competitivos), promuevan modelos de mayor sostenibilidad ambiental (como la producción integrada o la agricultura de conservación) y apuesten por la calidad y la seguridad en la producción de alimentos respondiendo de forma adecuada a las demandas de los consumidores.
En definitiva, se trata de que los sistemas alimentarios locales sean eficientes respondiendo, por supuesto, a las demandas de los mercados y al reto de la competitividad, pero ajustándose también a las exigencias de la sostenibilidad ambiental, así como de la calidad y seguridad alimentaria, complementando los sistemas intensivos con otras alternativas en el ámbito de las producciones diferenciadas o en las cadenas cortas de distribución.
Áreas del interior rural con importantes déficits estructurales y problemas demográficos
En el otro extremo nos encontramos, como indica el citado documento del foro IESA, con áreas del interior rural (frecuentes en muchas zonas de la ruralidad profunda española y, en particular, en las zonas de montaña) que “suelen estar alejadas de los centros urbanos, sufrir importantes déficits estructurales, tener bajos niveles de población, estar escasamente equipadas y disponer de un sistema alimentario poco dinámico, debido a que o bien la actividad agraria no ha desarrollado un sector industrial o comercial vinculado a ella, o bien a que la agricultura es poco competitiva”.
A diferencia de los territorios incluidos en la categoría anterior, su sistema alimentario local no tiene capacidad para garantizar las rentas de su población, siendo, por ello, una población que apenas consigue reproducirse social y económicamente. El resto de la actividad económica es igualmente débil, y su situación en infraestructuras tampoco permite a la población aprovechar el alto valor ambiental de estos territorios.
Son estas las áreas donde se produce un grave problema de despoblamiento y donde existen serias probabilidades de abandono, ya que a duras penas se consigue alcanzar el umbral de población mínimo para hacer viable cualquier proyecto de desarrollo y justificar, desde un punto de vista social, las inversiones en infraestructuras y equipamientos que serían necesarias para garantizar a los que todavía allí residen unas mínimas condiciones de vida. Es en estas áreas donde los novelistas y periodistas antes citados encuentran hoy escenarios adecuados para sus obras de ficción o de denuncia.
El reto de los poderes públicos en buena parte de estos territorios, muy heterogéneos entre sí, es cómo garantizarle a la población unas condiciones dignas de vida como base para la conservación de los espacios naturales, dado que su posible despoblamiento podría crear áreas abandonadas con un alto riesgo de incendios y un deterioro general del entorno.
Como señala el foro IESA, “sería útil abrir un amplio debate social y político sobre el futuro y viabilidad de dichos territorios, rompiendo así el tabú a que han estado sometidos estos asuntos”, un debate que debe incluir el modelo de gestión territorial que queremos y en el que no debe descartarse el hecho inexorable de la desaparición de algunos de los pueblos allí ubicados. Cuando esta situación afecta a territorios muy extensos (como por ejemplo ciertas áreas de Aragón, Castilla y León, Extremadura, Castilla-La Mancha o del interior de Galicia), el desequilibrio geográfico debe abordarse como una cuestión de Estado, con estrategias específicas que alcancen a varios ministerios y comprometan a los gobiernos de las comunidades autónomas.
En este sentido, me parece bien el interés manifestado por este problema desde el ámbito político, con la comentada iniciativa del Senado y de la conferencia de presidentes autonómicos. De hecho, en una reciente sesión de control en el Senado, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría señaló, a la pregunta de un senador socialista, que el problema del despoblamiento tiene que ser objeto de una política de estado, pues trasciende el ámbito de las políticas regionales. A ello habría que añadir que una reactivación de la ya citada Ley de Desarrollo Sostenible del Medio Rural podría contribuir a darle ese tratamiento más amplio y transversal.
Los actuales avances tecnológicos en materia de comunicación abren, no obstante, nuevas vías para tratar la viabilidad de algunas de estas áreas del interior rural, ya que permiten establecer servicios de proximidad y desarrollar actividades de teletrabajo, así como organizar programas de formación online para la población, propiciando la reducción de su tradicional aislamiento y abriendo la posibilidad de su plena integración en las comarcas de las que forman parte.
El creciente atractivo de estos territorios como lugares de segunda residencia para la población que los elige como destinos estacionales (turismo rural, turismo paisano protagonizado por las familias de antiguos emigrantes que buscan sus raíces locales…) o incluso de primera resi dencia para los que encuentran de un modo definitivo en ellos su espacio de vida y trabajo (como los emigrantes retornados que regresan a sus lugares de origen o los neorrurales que se instalan buscando un modelo de vida de mayor contacto con la naturaleza), constituye una forma interesante de reactivar algunas de estas áreas del interior rural, pero no podrá solucionar el problema de otras.
Áreas intermedias con una buena interacción rural/urbana
Entre esas dos situaciones extremas encontramos situaciones intermedias, donde, como señala el citado documento del foro IESA, el “sistema alimentario local, y dentro de él la agricultura, se combina con otras actividades económicas, y donde la población, gracias, entre otras cosas, a la movilidad geográfica, a su buena posición logística y a disponer de adecuadas infraestructuras, diversifica las fuentes de renta aprovechando las distintas oportunidades que les ofrece el entorno económico (empleos en el sector industrial, trabajos en el sector servicios de las ciudades y pueblos más cercanos...)”.
Son áreas donde, si bien los sistemas alimentarios pueden encontrar un amplio mercado local y comarcal para sus productos, “su principal dinamismo no proviene del sector agroalimentario, sino de actividades propiciadas por su cercanía con los núcleos urbanos y que favorecen la práctica del commuting (desplazamiento diario de trabajadores de las zonas rurales a las ciudades para desempeñar tareas en distintos servicios)”.
Además, por su localización estratégica y por las ventajas comparativas que ofrecen (gracias a las TIC y a la mejora de las comunicaciones viarias), algunas de estas áreas actúan como importantes polos de atracción para los profesionales autónomos e incluso para el personal que trabaja en los servicios públicos (sanitarios, educativos, asistencia social…), transformando la composición de estas comunidades rurales e introduciendo un nuevo dinamismo social y económico en ellas. Son territorios donde se produce un flujo migratorio de doble sentido (rural-urbano y urbano-rural), que es su gran valor y fortaleza de cara a garantizar su desarrollo presente y futuro.
El desafío en estas zonas es comprender que tanto el medio rural como los núcleos urbanos forman parte del mismo territorio y que el desarrollo pasa por el respeto a los valores naturales, culturales, arquitectónicos y paisajísticos, al ser parte de un patrimonio que es de todos. Para ello es necesario intensificar las relaciones entre ambos espacios, poniendo a disposición de los actores económicos y sociales los medios e infraestructuras adecuadas para hacer posible esa interacción, sobre todo en lo que se refiere al transporte sostenible, la movilidad y la comunicación.
En estas áreas, las acciones de tipo sectorial provenientes de los departamentos de Agricultura de las Administraciones públicas son insuficientes para abordar el desarrollo por mucho que puedan propiciar la mejora del sector agroalimentario y favorecer su integración en los mercados locales.
Por ello, será imprescindible una implicación real y coordinada de los diversos departamentos ministeriales y/o de la Administración regional, así como de las corporaciones locales y las entidades financieras, para establecer las sinergias necesarias que garanticen las infraestructuras que demandan los agentes económicos y sociales, y todo ello en el marco de instancias de gestión y concertación que superen los restringidos ámbitos locales y se adentren en una visión territorial más amplia (supramunicipal).
Hay, sin duda, territorios vacíos y despoblados en la España rural, que exigen ser tratados con planes y estrategias específicas de desarrollo, sin descartar en algunos la posibilidad de que continúe su proceso inexorable de despoblamiento, lo cual no significa dejar abandonada a la población que aún reside en ellos. Lo que puede que no tenga sentido es volcar esfuerzos y recursos en reactivar algo que está condenado a desaparecer por la ley de los tiempos que le ha tocado vivir. Lo importante es localizar tales territorios para prestarles unos cuidados de tipo paliativo, pero nada más.
En un contexto de recursos públicos escasos, en el que hay que establecer prioridades, es preciso definir en cada tipo de espacios rurales las estrategias que se consideren más adecuadas. En unos casos pasarían por emplear recursos para avanzar en el proceso de modernización de la agricultura, promover el relevo generacional, impulsar los modelos asociativos y favorecer la renovación formativa de los agricultores para que estén más capacitados para acceder al mundo digital y de las nuevas tecnologías. En otros casos habrá que diseñar estrategias integrales de desarrollo, que faciliten la interacción rural-urbana, la diversificación de actividades (agrarias y no agrarias), la instalación en el medio rural de nuevos emprendedores…
Habrá territorios rurales en los que la fuente de supervivencia de las familias que en ellos residen descansa en los ingresos obtenidos de manera temporal por la afluencia de visitantes en determinadas épocas del año (fines de semana y/o periodos vacacionales), debiendo para ello ser apoyadas en la habilitación de las casas para que sirvan de acogida a esos esporádicos visitantes. Pero habrá territorios condenados sin remisión al despoblamiento, y no hay que hacer ningún drama con ello, sino definir planes y acciones destinadas a que su desaparición sea lo menos traumática posible para los habitantes que en ellos viven y a que recuperen la vocación forestal que algunos posiblemente antaño tuvieron. Estar destinados a su paulatina desaparición no tiene por qué implicar abandono por parte de los poderes públicos, sino atenciones paliativas consensuadas lo mejor posible con las poblaciones locales.
Hay, sin duda, una parte de España que está vacía y despoblada. Identifiquémosla, veamos qué posibilidades reales hay de que se pueda invertir la dirección de ese proceso de despoblamiento, y si en algunos casos se llega a la conclusión de que es inexorable, apliquemos las medidas oportunas para que eso se produzca con el menor daño posible para los que allí residen.
Tal singularidad es, de algún modo, lo que ha justificado la existencia de políticas específicas de desarrollo de los territorios rurales y ha legitimado la transferencia de rentas a las poblaciones rurales (las ayudas de la PAC son un ejemplo de ello), si bien son políticas cada vez más cuestionadas por considerarse que hay que superar, por obsoleta, esta visión agrario-ruralista y abordar de un modo integral el desarrollo de los territorios, sean rurales o urbanos.
Un ruralismo revisitado
Sin embargo, surge ahora de nuevo el discurso ruralista de la mano de algunos trabajos periodísticos (como el de Sergio del Molino con su libro La España vacía), de reportajes televisivos (como el titulado “Tierra de nadie” del programa Salvados de Jordi Évole) o de algunas obras literarias (como las de Julio Llamazares o la más reciente de López Andrada El viento derruido).A diferencia del tradicional discurso ruralista, y ante la imposibilidad de mantener hoy la idea del atraso y la pobreza como rasgos del medio rural, dada la evidente mejora que se ha producido en las condiciones de vida de la población que vive en esos territorios, la reactivación actual del ruralismo se envuelve ahora en el manto del despoblamiento y el abandono de algunos pueblos rurales, responsabilizando de ello a los poderes públicos.
En su afán de extender esa imagen desolada al conjunto del mundo rural, y dado que, por los datos disponibles, no se puede continuar con la tesis de que los pueblos rurales españoles son pobres y atrasados como los de antaño, el nuevo discurso ruralista se escuda en la denuncia de que están quedándose vacíos y despoblados. Es esta una imagen de desolación y abandono que encuentra fácil eco en una población urbana que, en su gran mayoría, huyó de sus pueblos rurales de origen y a la que le pesa la carga de una especie de mala conciencia que intenta conjurar con actitudes paternalistas y protectoras y que resuelve con visitas esporádicas a sus lugares de nacimiento o a las casas de sus antepasados.
Es verdad que la diversidad del medio rural español es tan grande que siempre es posible encontrar pueblos o territorios abandonados que den pábulo al periodismo de denuncia bien intencionado o a cualquier construcción literaria inspirada en la nostalgia del pasado o en el triste sentimiento del paraíso perdido, como forma de compensar el malestar de la vida en la gran ciudad. Hasta aquí no hay problema.
Novelas de gran impacto (como La bodega, de Blasco Ibáñez; Réquiem por un campesino español, de Sénder; Los santos inocentes o Las ratas, ambas de Delibes, y Los hijos muertos, de Matute, por citar solo unos ejemplos), así como algunos reportajes periodísticos o documentales cinematográficos (como el de los yunteros extremeños del marqués de Villa Alcázar o el que en su día hizo Buñuel sobre Las Hurdes, ambos en los años 1930), eligieron escenarios singulares para desplegar su imaginación literaria o para concentrar su intención de denuncia. Son escenarios de libertad creativa que no tienen por qué ser representativos de nada, ya que su misión es servir al objetivo final del artista. Hasta aquí nada nuevo cabe observar en el ruralismo actualmente revisitado por escritores y periodistas.
El problema es cuando una categoría literaria o periodística aspira a pasar del terreno de la ficción o de la simple denuncia, para convertirse en la expresión realmente fidedigna de una realidad social. Para ello es necesario ampliar el análisis, asumir la diversidad del hecho social, comparar situaciones y apoyarse en datos empíricos sólidos, que es lo que se suele hacer en el ámbito de las ciencias sociales. Si no se hace así, el resultado del esfuerzo del escritor o periodista despierta cierto recelo entre los que conocen tanto o mejor que aquellos la realidad que dicen reflejar.
Y eso es precisamente lo que nos pasa con el éxito de ventas del ya citado libro La España vacía o con el alto nivel de audiencia del mencionado programa televisivo “Tierra de nadie” de La Sexta. Ante ellos, aparte de sentirnos concernidos y hasta conmovidos por lo que narran o cuentan, nos preguntamos hasta qué punto la España rural está tan vacía como indica el libro de Sergio del Molino y en qué medida el abandono que se denuncia en el programa de Jordi Évole responde a la realidad de los pueblos rurales de nuestro país.
Los que nos dedicamos desde hace tiempo a estudiar el mundo rural y a analizar los cambios que ha experimentado en las últimas décadas, no podemos dejar de reconocer la importancia de programas de ese tipo por cuanto representan una llamada de atención, una toma de conciencia sobre los problemas de los pequeños pueblos rurales y de las zonas más interiores de nuestra ruralidad. Bienvenidos sean.
Es un hecho que existen pueblos vacíos y abandonados, tal como lo ha señalado el informe de la Federación Española de Municipios y Provincias, que sitúa en 4.000 el número de municipios en riesgo de extinción a corto y medio pla zo. Ya la Ley de Desarrollo Sostenible del Medio Rural (diciembre de 2007) identificaba 105 comarcas “a revitalizar” por tener serios problemas reales de despoblamiento, y otras 84 comarcas calificadas de “intermedias” por estar en riesgo de abandono. Es verdad que no es lo mismo hablar de municipios vacíos y abandonados que de comarcas despobladas, pues en estos temas la escala importa, pero nadie en su sano juicio puede negar la evidencia de este problema (ver el artículo de Fernando Molinero “La España profunda” en este mismo anuario de la Fundación de Estudios Rurales).
De hecho, el problema del despoblamiento en la España rural ha entrado en el debate político, y eso es también una buena noticia. El Senado ha creado una comisión especial sobre este tema, y en la VI Conferencia de Presidentes de Comunidades Autónomas se acordó la elaboración de una estrategia nacional a ese respecto, dando lugar a que el gobierno Rajoy creara un comisionado presidido por Edelmira Barreira.
Sin embargo, leyendo o viendo por televisión estos reportajes periodísticos sobre la llamada “España vacía”, no podemos evitar cierta incomodidad por lo que estos programas significan de simplificación de una realidad que es mucho más variada y compleja de la que se muestra en ellos. Nos preocupa que, poniendo el foco de atención en los casos más llamativos y de más potencial dramático, se esté dando una imagen distorsionada del medio rural español ignorándose amplios territorios cuyos problemas no son los del despoblamiento y el abandono, sino de otra índole.
Como señala García Álvarez-Coque, en su artículo “Serranía celtibérica”, publicado en Agronegocios el pasado 16 de abril, no debería interesarnos solo por qué, en lo que llevamos de siglo, más de un millar de municipios de esa comarca han perdido población, sino por qué se ha mantenido o incluso ganado población en más de 2.000 localidades.
Un mundo rural diverso
Esta variedad de situaciones refleja la realidad de un mundo rural español que es muy diversa, tal como se indicó en el documento elaborado por el foro IESA en diciembre de 2009 “Del desarrollo rural al desarrollo territorial”, donde se establecía una especie de tipología de los territorios rurales que puede ser de gran utilidad para ordenar el debate sobre los problemas de los territorios rurales españoles. Esa tipología es la que utilizaré a continuación.Áreas con un buen nivel de desarrollo basado en la agricultura, y que cuentan con sistemas alimentarios locales bien articulados
Son áreas bien pobladas (por ejemplo, las situadas en algunas zonas de los valles del Guadalquivir, Ebro y Tajo, en ciertas zonas de las cuen cas del Duero, en los valles del Turia y Segura o en áreas próximas al litoral mediterráneo), cuyas principales características dependen del tipo de agricultura, ganadería o pesca que constituye la base de su sistema productivo.
Como se indica en el citado documento del foro IESA, estas áreas suelen estar bien dotadas en infraestructuras y equipamientos sociales, existiendo en ellas “sistemas alimentarios locales basados en una agricultura moderna y competitiva que, además, está bastante bien articulada con los mercados extralocales y bien integrada en el sector agroalimentario”. Los sistemas alimentarios locales actúan en esos territorios como “verdaderos motores del desarrollo al constituir una importante fuente de empleo y renta y contar con sectores comerciales, industriales y de servicios, competitivos y estrechamente vinculados a la agricultura”, encontrándose dentro de ellos un eficiente movimiento cooperativo sobre el que gira la economía local.
Por eso, la estrategia dirigida al desarrollo de esos territorios debe, en buena medida, basarse en la optimización del sistema alimentario local, apoyándose tanto en la agricultura como en la industria, el comercio y los servicios vinculados a ella, con especial atención a las cooperativas y las pymes, sin olvidar la importancia que para estas áreas tiene la presencia de las industrias alimentarias gracias a su relevante papel en la transformación de las materias primas procedentes de las actividades productivas locales.
Al ser el sector agroalimentario lo suficientemente dinámico en algunas de estas áreas, puede que lo que los agricultores necesiten sean planes estratégicos que apoyen la mejora estructural de sus explotaciones, impulsen una mayor vertebración interprofesional, mejoren su capacitación profesional (sobre todo, acercándolo a los nuevos escenarios competitivos), promuevan modelos de mayor sostenibilidad ambiental (como la producción integrada o la agricultura de conservación) y apuesten por la calidad y la seguridad en la producción de alimentos respondiendo de forma adecuada a las demandas de los consumidores.
En definitiva, se trata de que los sistemas alimentarios locales sean eficientes respondiendo, por supuesto, a las demandas de los mercados y al reto de la competitividad, pero ajustándose también a las exigencias de la sostenibilidad ambiental, así como de la calidad y seguridad alimentaria, complementando los sistemas intensivos con otras alternativas en el ámbito de las producciones diferenciadas o en las cadenas cortas de distribución.
Áreas del interior rural con importantes déficits estructurales y problemas demográficos
En el otro extremo nos encontramos, como indica el citado documento del foro IESA, con áreas del interior rural (frecuentes en muchas zonas de la ruralidad profunda española y, en particular, en las zonas de montaña) que “suelen estar alejadas de los centros urbanos, sufrir importantes déficits estructurales, tener bajos niveles de población, estar escasamente equipadas y disponer de un sistema alimentario poco dinámico, debido a que o bien la actividad agraria no ha desarrollado un sector industrial o comercial vinculado a ella, o bien a que la agricultura es poco competitiva”.
A diferencia de los territorios incluidos en la categoría anterior, su sistema alimentario local no tiene capacidad para garantizar las rentas de su población, siendo, por ello, una población que apenas consigue reproducirse social y económicamente. El resto de la actividad económica es igualmente débil, y su situación en infraestructuras tampoco permite a la población aprovechar el alto valor ambiental de estos territorios.
Son estas las áreas donde se produce un grave problema de despoblamiento y donde existen serias probabilidades de abandono, ya que a duras penas se consigue alcanzar el umbral de población mínimo para hacer viable cualquier proyecto de desarrollo y justificar, desde un punto de vista social, las inversiones en infraestructuras y equipamientos que serían necesarias para garantizar a los que todavía allí residen unas mínimas condiciones de vida. Es en estas áreas donde los novelistas y periodistas antes citados encuentran hoy escenarios adecuados para sus obras de ficción o de denuncia.
El reto de los poderes públicos en buena parte de estos territorios, muy heterogéneos entre sí, es cómo garantizarle a la población unas condiciones dignas de vida como base para la conservación de los espacios naturales, dado que su posible despoblamiento podría crear áreas abandonadas con un alto riesgo de incendios y un deterioro general del entorno.
Como señala el foro IESA, “sería útil abrir un amplio debate social y político sobre el futuro y viabilidad de dichos territorios, rompiendo así el tabú a que han estado sometidos estos asuntos”, un debate que debe incluir el modelo de gestión territorial que queremos y en el que no debe descartarse el hecho inexorable de la desaparición de algunos de los pueblos allí ubicados. Cuando esta situación afecta a territorios muy extensos (como por ejemplo ciertas áreas de Aragón, Castilla y León, Extremadura, Castilla-La Mancha o del interior de Galicia), el desequilibrio geográfico debe abordarse como una cuestión de Estado, con estrategias específicas que alcancen a varios ministerios y comprometan a los gobiernos de las comunidades autónomas.
En este sentido, me parece bien el interés manifestado por este problema desde el ámbito político, con la comentada iniciativa del Senado y de la conferencia de presidentes autonómicos. De hecho, en una reciente sesión de control en el Senado, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría señaló, a la pregunta de un senador socialista, que el problema del despoblamiento tiene que ser objeto de una política de estado, pues trasciende el ámbito de las políticas regionales. A ello habría que añadir que una reactivación de la ya citada Ley de Desarrollo Sostenible del Medio Rural podría contribuir a darle ese tratamiento más amplio y transversal.
Los actuales avances tecnológicos en materia de comunicación abren, no obstante, nuevas vías para tratar la viabilidad de algunas de estas áreas del interior rural, ya que permiten establecer servicios de proximidad y desarrollar actividades de teletrabajo, así como organizar programas de formación online para la población, propiciando la reducción de su tradicional aislamiento y abriendo la posibilidad de su plena integración en las comarcas de las que forman parte.
El creciente atractivo de estos territorios como lugares de segunda residencia para la población que los elige como destinos estacionales (turismo rural, turismo paisano protagonizado por las familias de antiguos emigrantes que buscan sus raíces locales…) o incluso de primera resi dencia para los que encuentran de un modo definitivo en ellos su espacio de vida y trabajo (como los emigrantes retornados que regresan a sus lugares de origen o los neorrurales que se instalan buscando un modelo de vida de mayor contacto con la naturaleza), constituye una forma interesante de reactivar algunas de estas áreas del interior rural, pero no podrá solucionar el problema de otras.
Áreas intermedias con una buena interacción rural/urbana
Entre esas dos situaciones extremas encontramos situaciones intermedias, donde, como señala el citado documento del foro IESA, el “sistema alimentario local, y dentro de él la agricultura, se combina con otras actividades económicas, y donde la población, gracias, entre otras cosas, a la movilidad geográfica, a su buena posición logística y a disponer de adecuadas infraestructuras, diversifica las fuentes de renta aprovechando las distintas oportunidades que les ofrece el entorno económico (empleos en el sector industrial, trabajos en el sector servicios de las ciudades y pueblos más cercanos...)”.
Son áreas donde, si bien los sistemas alimentarios pueden encontrar un amplio mercado local y comarcal para sus productos, “su principal dinamismo no proviene del sector agroalimentario, sino de actividades propiciadas por su cercanía con los núcleos urbanos y que favorecen la práctica del commuting (desplazamiento diario de trabajadores de las zonas rurales a las ciudades para desempeñar tareas en distintos servicios)”.
Además, por su localización estratégica y por las ventajas comparativas que ofrecen (gracias a las TIC y a la mejora de las comunicaciones viarias), algunas de estas áreas actúan como importantes polos de atracción para los profesionales autónomos e incluso para el personal que trabaja en los servicios públicos (sanitarios, educativos, asistencia social…), transformando la composición de estas comunidades rurales e introduciendo un nuevo dinamismo social y económico en ellas. Son territorios donde se produce un flujo migratorio de doble sentido (rural-urbano y urbano-rural), que es su gran valor y fortaleza de cara a garantizar su desarrollo presente y futuro.
El desafío en estas zonas es comprender que tanto el medio rural como los núcleos urbanos forman parte del mismo territorio y que el desarrollo pasa por el respeto a los valores naturales, culturales, arquitectónicos y paisajísticos, al ser parte de un patrimonio que es de todos. Para ello es necesario intensificar las relaciones entre ambos espacios, poniendo a disposición de los actores económicos y sociales los medios e infraestructuras adecuadas para hacer posible esa interacción, sobre todo en lo que se refiere al transporte sostenible, la movilidad y la comunicación.
En estas áreas, las acciones de tipo sectorial provenientes de los departamentos de Agricultura de las Administraciones públicas son insuficientes para abordar el desarrollo por mucho que puedan propiciar la mejora del sector agroalimentario y favorecer su integración en los mercados locales.
Por ello, será imprescindible una implicación real y coordinada de los diversos departamentos ministeriales y/o de la Administración regional, así como de las corporaciones locales y las entidades financieras, para establecer las sinergias necesarias que garanticen las infraestructuras que demandan los agentes económicos y sociales, y todo ello en el marco de instancias de gestión y concertación que superen los restringidos ámbitos locales y se adentren en una visión territorial más amplia (supramunicipal).
Conclusiones
Los tres tipos de territorios rurales descritos hasta aquí de manera somera, y en un inevitable ejer cicio de simplificación, responden, en definitiva, a áreas caracterizadas por rasgos diferenciales cuyo desarrollo exige actuaciones también diferenciadas para asegurar el bienestar de la población que reside en ellos. Todos contribuyen de algún modo a la cohesión social y económica de un país tan vasto y diverso como España, por lo que las políticas públicas deben contemplarlos en su singularidad estableciendo el correspondiente diagnóstico, promoviendo las instancias de concertación más adecuadas y formulando las medidas más convenientes para propiciar su desarrollo.Hay, sin duda, territorios vacíos y despoblados en la España rural, que exigen ser tratados con planes y estrategias específicas de desarrollo, sin descartar en algunos la posibilidad de que continúe su proceso inexorable de despoblamiento, lo cual no significa dejar abandonada a la población que aún reside en ellos. Lo que puede que no tenga sentido es volcar esfuerzos y recursos en reactivar algo que está condenado a desaparecer por la ley de los tiempos que le ha tocado vivir. Lo importante es localizar tales territorios para prestarles unos cuidados de tipo paliativo, pero nada más.
En un contexto de recursos públicos escasos, en el que hay que establecer prioridades, es preciso definir en cada tipo de espacios rurales las estrategias que se consideren más adecuadas. En unos casos pasarían por emplear recursos para avanzar en el proceso de modernización de la agricultura, promover el relevo generacional, impulsar los modelos asociativos y favorecer la renovación formativa de los agricultores para que estén más capacitados para acceder al mundo digital y de las nuevas tecnologías. En otros casos habrá que diseñar estrategias integrales de desarrollo, que faciliten la interacción rural-urbana, la diversificación de actividades (agrarias y no agrarias), la instalación en el medio rural de nuevos emprendedores…
Habrá territorios rurales en los que la fuente de supervivencia de las familias que en ellos residen descansa en los ingresos obtenidos de manera temporal por la afluencia de visitantes en determinadas épocas del año (fines de semana y/o periodos vacacionales), debiendo para ello ser apoyadas en la habilitación de las casas para que sirvan de acogida a esos esporádicos visitantes. Pero habrá territorios condenados sin remisión al despoblamiento, y no hay que hacer ningún drama con ello, sino definir planes y acciones destinadas a que su desaparición sea lo menos traumática posible para los habitantes que en ellos viven y a que recuperen la vocación forestal que algunos posiblemente antaño tuvieron. Estar destinados a su paulatina desaparición no tiene por qué implicar abandono por parte de los poderes públicos, sino atenciones paliativas consensuadas lo mejor posible con las poblaciones locales.
Hay, sin duda, una parte de España que está vacía y despoblada. Identifiquémosla, veamos qué posibilidades reales hay de que se pueda invertir la dirección de ese proceso de despoblamiento, y si en algunos casos se llega a la conclusión de que es inexorable, apliquemos las medidas oportunas para que eso se produzca con el menor daño posible para los que allí residen.
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